Relato erótico
Una boda perfecta
Iban a la boda de un amigo de su marido. Era una boda de postín y le hacía ilusión comprarse un buen vestido, etc. También iba un buen amigo de los dos. Fue solo porque su mujer estaba atendiendo unos asuntos familiares.
Rebeca – BARCELONA
Amigos de Clima, todo lo que voy a relatar se inició el día en que nos preparábamos para ir a una fiesta, a la boda de un amigo de mi marido. Hacía tiempo que no íbamos a una fiesta, así que estaba entusiasmada por divertirme un rato y salir de la rutina del trabajo.
Además, era una boda de postin ya que las dos familias tenían mucho dinero y debíamos ir bien vestidos.
Mi marido llevaba un smoking negro y camisa blanca y yo me puse un vestido negro, cortito y abrochado en el cuello con los hombros al aire. Cuando llegamos al hotel, nos dirigimos al salón, que ya estaba lleno de gente y nos sentamos en una mesa que ponía nuestro nombre y con unos amigos de mi marido. Todos iban con sus mujeres, menos Alberto.
Yo conocía a la mujer de Alberto, es buena amiga mía, pero según nos comentó él, ella había tenido que salir fuera de la ciudad, acompañando a su madre y él, por motivos de trabajo, no pudo acompañarlas, así que tuvo que venir solo. A mí, desde que era soltera, siempre me había gustado el novio de mi amiga. De hecho algunas veces soñé con él teniendo buenas sesiones de sexo.
Alberto nos comentó que su mujer llevaba tres meses fuera y en broma comentó que iba un poco salido. Como a mi marido casi no le gusta bailar, le pedí permiso para bailar con Alberto.
– Claro, no hay problema, baila con él – me dijo.
– Entonces con tu permiso me llevo a tu mujer – le respondió Alberto.
Me llevó a la pista y bailamos de todo y yo, cada vez que regresábamos a la mesa, bebía un traguito, en definitiva, bebí más de la cuenta. Cuando el grupo musical hizo una pausa para descansar, regresamos a la mesa.
– ¿Puedo sentarme junto a ti? – me preguntó Alberto.
– Sí, ven con nosotros, así podemos hablar más de cerca.
Mientras hablábamos acerca de la familia, me fui poniendo un poco cachonda hasta que, sin querer, la rodilla de Alberto rozó mi pierna, a lo cual él me pidió perdón.
– No pasa nada, no te preocupes – le dije.
En ese momento bajé mi mano por debajo de la mesa y le acaricié su rodilla. Esto dio hincapié a que él juntara su pierna con la mía y en ese momento, él puso su mano sobre la mía, que había dejado sobre su rodilla. Era cálida, y suave. Sin pensarlo saqué mi mano debajo de la de él y la cogí colocándola sobre mi muslo desnuda. El se sobresaltó un poco, pero pudo continuar con la charla que tenía con mi marido.
Yo entonces puse mis manos sobre la mesa y él comenzó a acariciarme un poco, aventurándose lentamente por mi pierna, excitándome cada vez más. El, como si nada, seguía hablando de coches con mi marido, tema que siempre tenían y al ver que yo no oponía resistencia, su mano se fue aventurando por debajo de mi vestido, y yo en este momento, abrí un poco mis piernas para que pudiera seguir por el camino que más quisiera. El lo notó y esbozó una sonrisa.
Continuó subiendo más hasta llegar a mis bragas y por el medio de mis piernas, dio un ligero masaje a mis labios, ya hinchados de la excitación y él seguramente también notó que ya estaban un poco húmedos.
El grupo musical por fin regresó a su lugar para comenzar otra tanda de temas bailables y Alberto, con amabilidad, se dirigió a mi marido diciéndole:
– ¿Me prestas a tu esposa?
– Sí hombre, llévatela – respondió mi marido, añadiendo hacia mí – Que te diviertas querida.
– Gracias – le contesté con una sonrisa coqueta.
Salimos a la pista, y antes de comenzar a bailar Alberto se acercó para decirme al oído:
– ¿No te gustaría ir a un lugar más privado?
– ¿Como?- exclamé.
– ¿Qué si te gustaría ir a un lugar más privado para divertirnos? – repitió.
– ¿Pero y mi marido? – le dije.
– Seguro que él no se dará cuenta, vamos… – me dijo Alberto.
No lo pensé dos veces. Además ya estaba caliente. Nos perdimos entre la gente que bailaba y salimos por una puerta del salón.
– Espérame aquí – me dijo.
Esperé unos minutos hasta que regresó con una llave de una habitación, me cogió de la mano y me dijo simplemente:
– Ven.
Al entrar en la habitación, me abrazó y me besó con mucha pasión. Sus manos recorrieron mi espalda, desnuda hasta mis nalgas y luego, nos separamos un instante.
– Te deseo mucho… siempre me has gustado Isabel – me dijo quitándose la chaqueta y desabrochándose la camisa. Luego me volvió a abrazar, pero ahora sus manos fueron hacia mi cuello, para desabrochar mi vestido.
Al desabrocharlo del cuello, cayó mi vestido dejando mis pechos descubiertos. Entonces Alberto comenzó a besarme el cuello y después mis hombros dirigiéndose a mis pechos. Con sus manos bajó mi sujetador dejando ver un pezón, el cual chupó y mordió, mientras sus manos masajeaban mis tetas.
Después tiró de mi vestido para que cayera al suelo. Sus manos habían desabrochado mi sujetador, cayendo también al suelo. Entonces él comenzó a quitarse el pantalón y yo aproveché para quitarme las medias. Ahora me tenía únicamente en bragas, aunque él se desnudó por completo. Me tomó en brazos y me acostó en la cama, se subió encima de mí para comenzar nuevamente a besarme cuello y pechos, luego se levantó y comenzó a quitarme mi última prenda. El tenía ya su gruesa polla en todo su esplendor y al quitarme mis bragas subió con sus manos mis piernas a todo lo alto, para dejar expuesto mi coño y sin tardanza apunto su polla hacia mí y comenzó a penetrarme poco a poco.
Mis fluidos no fueron suficientes para facilitar la entrada, así que fue introduciéndolo poco a poco, sin prisas, hasta que mi chocho adopto el tamaño requerido y entonces Alberto comenzó sus embestidas y en cada una de ellas sentía que entraba cada vez más dentro de mí mientras con sus manos sujetaba mis piernas para mantenerlas bien abiertas. Quería follarme hasta adentro y yo solo me limitaba a decirle:
– ¡Más…más… más… oooh…!
Al llegar al punto de mayor excitación descargó una gran cantidad de semen dentro de mí. Se notaba que llevaba buen tiempo sin tener sexo. Al mismo tiempo yo también tuve un orgasmo que me hizo retorcerme en los brazos de Alberto. El terminó de descargar todo su fluido y se recostó a mi lado sin fuerzas.
– Tenemos que regresar – le dije – Nos van a estar buscando.
– Sí – dijo él – Nunca olvidaré esto, siempre fuiste mi fantasía.
– Yo tampoco lo olvidaré, y espero que de esto nunca se entere tu esposa.
– Claro. Por mi parte nadie se enterará.
Nos vestimos, tratando de arreglarnos para hacer parecer que nada había pasado, y antes de salir, nos volvimos a besar. Regresamos al salón, y nos confundimos entre la gente y fuimos a la mesa. Allí estaba mi marido cotorreando con sus amigos y que, al verme llegar, me dijo:
– ¿Te divertiste?
– Sí, mucho – le dije guiñándole un ojo.
Alberto se sentó en su lugar y continuó con la charla. Unas horas después nosotros nos marchamos, nos despedimos de todos nuestros amigos y nos retiramos del lugar, con mis braguitas mojadas por mis fluidos y por su esperma.
Besos.