Relato erótico
La venganza
Habían invitado a unos amigos a cenar. Aún no conocían a su nuevo marido que resulto ser un hombre muy atractivo y divertido. Aquella noche se enteró que su marido le ponía los cuernos y decidió vengarse.
Amelia – Cádiz
Lo que voy a contar empezó cuando a la hora prevista el matrimonio amigo que habíamos invitado a cenar, llamaron a la puerta y yo aún no había acabado de vestirme. Así que cogí rápidamente un vestido rojo muy corto y escotado y salimos a recibirlos. Mi amiga debe tener unos 40 años como yo y su nuevo marido, al que yo no conocía, era mucho más joven, guapo y fuerte. Me dio mucha envidia porque aunque mi marido no está nada mal, la verdad es que ese hombre era mucho más atractivo.
La cena fue divertida y quizá bebí más de la cuenta porque estaba muy animada y mi marido parecía preocupado, mirándome extrañado. Mario, que así se llama el marido de Silvia, contaba historias muy divertidas y cuando las contaba me tocaba la mano a veces y otras me tocaba la pierna. Yo no le daba importancia pero seguro que a mi marido y a Silvia no les hacía gracia.
– Voy a la cocina a traer otra botella de vino – dije de pronto.
– Espera que te ayudo – dijo Mario al instante.
Yo estaba de puntillas intentando coger una botella, pero estaba en un estante muy alto y no llegaba. Mi sorpresa fue mayúscula cuando llegó Mario y se puso detrás de mí, empujándome y cogiendo la botella mientras con el otro brazo rodeaba mi cintura. Era una situación muy embarazosa e intentaba escapar pero él me cogía con fuerza. Entonces dejó la botella sobre una mesa que había al lado y mientras seguía rodeándome la cintura con un brazo, con la otra mano me tocó una teta. Yo le di un codazo y me dejó de inmediato.
– ¿Se puede saber qué haces, asqueroso? – le dije con rabia.
– Pensaba que tú querrías – contestó.
– Pues no, yo no soy de esas, tengo un marido al que quiero y no tengo necesidad de ninguna aventura.
Le miré con desprecio y empezaba a ir hacia el comedor para decirle a mi amiga que mejor se marcharan, cuando me paró y me dijo que conocía a mi marido del bar donde solía ir y que lo había visto con una rubia imponente muchos días besándose. Yo estaba aturdida y no sabía si creerle, pero empecé a pensar que últimamente solía llegar a casa muy tarde y que a veces no quería hacer el amor por estar muy cansado. Iba hacia el comedor muy cabreada y estuve unos minutos pensando sin decir nada, hasta que decidí que el cabrón de mi marido iba a pasarlo mal y me iba a vengar. Entonces empecé a hablar por los codos y a reírme exageradamente mientras seguía bebiendo y estaba muy marchosa.
Entonces les propuse jugar a cartas o a dados. Finalmente jugamos a dados. La primera partida la perdí yo a propósito y cuando acabó dije:
– Bueno ahora una prenda, ¿no?, por perder.
Me saqué el vestido que llevaba, quedándome en tanga y sujetador. Mi marido se quedó estupefacto, mientras Mario y Silvia, que también habían bebido mucho, aplaudían.
– ¿Pero, qué haces? – preguntó mi marido.
– Así será más divertido y además hace mucho calor – dije.
Puso cara de incrédulo y empezamos otra partida. También la perdí yo y entonces me saqué el sujetador. Mi marido estaba enfadado y dijo que no jugaba más. Entonces Silvia se sacó también su vestido.
– No te enfades hombre – dijo mi amiga – ¿Ves?, yo también lo encuentro divertido.
Mi marido volvió y entonces parecía que ya le gustaba más. Silvia no llevaba sujetador y mi marido no podía evitar mirar una y otra vez las tetas de mi amiga, que no eran tan grandes como las mías pero estaban muy bien formadas. Yo me estaba poniendo muy caliente de ver a Mario y a mi marido que no paraban de mirarnos. La noche fue avanzando. Unas partidas las perdieron ellos y estaban ya solo en calzoncillos, y se les notaban a los dos un paquete importante. Nosotras ya no llevábamos nada de ropa y creo que estaba mojando la silla de la excitación que me provocaba esta situación. Yo era una chica muy poco atrevida hasta entonces y ni en la playa iba sin la parte de arriba del bikini.
Hicimos otra partida rápida y entonces perdió Mario. Iba a sacarse ya los calzoncillos cuando le dije:
– No, ahora la prenda la voy a escoger yo.
Me subí encima de la mesa y abrí mucho las piernas justo delante de Mario, de manera que quedaba mi húmedo chocho a dos palmos de la cara de Mario, que se le salían los ojos de las órbitas y sonreía.
– Quiero que me hagas una buena lamida hasta que me corra.
– ¡Blanca, esto no puede ser! – gritó mi marido – ¡Te estás pasando! Mejor que os vais a casa porque ha bebido mucho y mañana se arrepentirá.
– ¡Cállate tú, cabronazo! – le solté a mi marido – Sé que me has puesto cuernos y lo vas a pagar caro.
Él no dijo nada, puso cara de culpable y supongo que entendió que no valía la pena negarlo. Muy mal por eso no se lo estaba pasando, porque se le notaba una erección brutal. Así que me eché hacia atrás y entonces Mario empezó a lamerme lentamente mi chocho que estaba bien húmedo. Al poco rato, mi marido supongo que pensó que mejor que lo pasáramos todos bien y me tiró por encima de las tetas una copa de cava que estaba bebiendo y empezó a chuparme los pezones, cosa que me estaba poniendo a cien. Miré qué hacía Silvia y vi que estaba mamando la polla a su marido. Mario empezó a meterme un dedo por la vagina, luego dos y finalmente tres, momento en que junto con la lamida de clítoris que me estaba dando tuve un orgasmo increíble.
Me incorporé y bajé de la mesa, me agaché y me puse junto a Silvia y le pregunté si me dejaba cooperar, a lo que me contestó que naturalmente. Le estábamos haciendo una doble mamada fenomenal y mi marido estaba en pie sin saber que hacer hasta que se acercó por detrás y empezó a manosearme las tetas.
– ¡A mí no me toques, cabrón! – le dije – Mira lo bien que nos lo estamos pasando, pero no me toques.
Al poco rato Mario nos dijo que se iba a correr, así que puse su polla entre mis tetas y se corrió llenándomelas de gran cantidad de leche. Entonces me fui hacia mi marido y le dije:
– ¡Límpiame bien, tómate toda esta leche, venga, lame todo el semen hasta que quede bien limpia!
Y él lo hizo perfectamente, aunque con cara de asco, pero como Mario se acababa de correr y no estaba en condiciones de hacer gran cosa, pensaba que la noche se había acabado porque con mi marido no quería hacer nada, pero Silvia me dijo:
– Por favor, hazme un trabajito porque estoy súper caliente.
Me fui hacia ella, la puse en un amplio sillón que tenemos y le separé las piernas, poniéndolas sobre los reposabrazos. Tenía el chocho súper mojado y empecé a lamerle tal como me gusta que me lo hagan a mí. Ella cogía mi cabeza y me apretaba contra ella. Mi marido y Mario se estaban pajeando viendo la escena.
– Ahora coge la polla de Mario y dirígela a mi chocho – le dije a mi marido.
Mi marido dudó un instante pero finalmente cogió la polla de Mario y la fue introduciendo por mi coño. Me encantaba que fuera mi propio marido que ayudara a Mario y convertirse en un gran cornudo. Era un pedazo de carne muy caliente y comenzó a bombearme maravillosamente. Silvia gemía como una loca y pronto le vino un largo orgasmo, cerrando sus piernas y apretando mi cabeza con ellas. Yo estaba a cuatro patas y entonces ella se puso encima de mí, quedando a Mario las dos vulvas juntas, una encima de otra y entonces Mario iba alternando entre mi chocho y el de su mujer. Cuando estaba en Silvia yo me metía los dedos y acariciaba mi clítoris. Mi marido no podía más y se puso debajo de mí y aunque yo no quería dejarle, estaba tan caliente que no pude negárselo.
Empezó a chuparme el chocho y cuando Mario me penetraba a mí, sus huevos golpeaban la cara de mi marido. Estaba a cien y entonces le pedí a Mario que también se la metiera en la boca del cabrón de mi marido, que se lo merecía. Cuando lo hizo tuve un orgasmo brutal solo de verlo. Ver a mi marido comiéndose la polla del marido de mi amiga me descontroló. La polla de mi marido me quedaba a la altura de mi cara, así que no pude resistir la tentación y me la metí en mi boca. Seguimos así un buen rato, los cuatro gemíamos como locos hasta que Silvia salió de encima de mí y viendo que había perdonado a mi marido, se puso encima de él, se metió su polla de un solo golpe y empezó a cabalgar frenéticamente. Mario ahora era solo para mí y mientras me estaba perforando con un dedo intentaba metérmelo en el culo, cosa que finalmente consiguió y me provocó un nuevo orgasmo. Finalmente mi marido y Silvia se corrieron y quedaron echados en la alfombra, Silvia con las piernas muy abiertas de manera que veía como le salía el semen de su chocho empapado. Mario ya no pudo más y me llenó de leche caliente.
Mi marido estaba boca arriba también, así que fui hacia él y le puse mi chocho justo encima de su cara.
– Chupa el semen de mi amigo, cabronazo. Chúpamelo todo bien.
Cuando ya lo había limpiado bien, me puse a mear encima de su cara. El intentaba girar la cara pero yo se la cogía para que fuera todo hacia su boca.
– ¡Abre la boca y bébetelo, cerdo!
Descansamos un rato y luego se fueron, besándonos todos con todos y diciendo lo maravilloso que había sido. Mi relación con mi marido se enfrió muchísimo y durante más de 3 meses casi ni hablábamos ni, claro está, follábamos. Yo seguía muy enfadada. No entendía cómo podía haberme hecho eso, pero desde luego mi venganza me dejó muy satisfecha.
Han pasado muchas cosas desde aquel día, pero os lo contaré en otra ocasión.
Un beso muy caliente para todos.