Relato erótico
Una vez y nada más
Fueron a pasar una noche de acampada con su mujer, su hermana y su marido. Cenaron, tomaron unas cervezas y cuando se fueron a dormir, el ambiente estaba caldeado.
Alberto – Oviedo
Mi nombre es Alberto, tengo 29 años y llevo 6 de casado, cosa que hice muy joven por lo que no he podido vivir mi sexualidad a plenitud. No entraré en detalles describiéndome ya que os aburriría y rompería con el estándar de todos los relatos que aquí se publican, pues la verdad es que todos son de cuerpo atlético, bien parecidos y muy, pero muy bien armados. Yo, simplemente, soy una persona normal, de aspecto normal y sobre todo con una polla normal.
En fin, lo importante de esta historia me sucedió hace un año pero comenzó a gestarse hace mucho tiempo cuando salimos mi mujer, mi cuñada y un servidor a acampar a la montaña. Ni mi cuñada ni mi mujer son nada del otro mundo, pero sí lo suficiente como para bajar la mirada de los hombres a su culito y dejarles decir uno que otro piropo, pero no las describiré ya que no vale la pena. Al final cada uno se imagina a aquella mujer a la que le dedica sus pajas.
Ese día llevábamos la tienda, algunas cosas para comer y mucha cerveza, que después de tomarnos unas cuantas ya estábamos lo bastante alegres como para hacer bromas con respecto al sexo, pero sin dar ese paso que se necesita para pasar la línea que divide la prudencia de la locura total. Recuerdo que cuando nos acostamos, todos en la misma tienda, mi mujer estaba muy caliente con las bromas y cuando creíamos que mi cuñada estaba dormida comenzamos a hacer el amor.
Le bajé los pantalones por detrás y comencé a acariciarle el clítoris mientras le daba besos en el cuello y le decía lo mucho que me excitaba que su hermana estuviera ahí y que nos pudiera ver. Varias veces le dije que la despertara para invitarla a la fiesta pero ella me decía que si estaba loco, pero igual no dejaba de moverse y cuando le arrimé mi instrumento rozándole las nalgas, me pidió casi rogándome que se la clavara ya, que me necesitaba dentro. Le hice caso y nada más meterle la punta que comenzó a correrse en un casi silencioso orgasmo y digo casi porque tuvo que taparse la boca para no hacer ruido, pero justo en ese momento sentí que una pierna me rozaba la mía y suavemente, pero de forma evidente, me acariciaba el pie.
Por la posición me di cuenta que no podía ser mi mujer sino mi cuñada. Tan solo fue una caricia pero el solo hecho de saber que allí estaba ella, a nuestro lado despierta y que se había dado cuenta de lo que acabábamos de hacer, fue suficiente para que yo tuviera una tremenda eyaculación como nunca en mi vida lo había tenido jamás. Después de eso me quedé quieto y por suerte, para mi cuñada y para mí, mi mujer no se dio cuenta de nada.
Al día siguiente al despertarnos mi mujer salió de la tienda y le dije a mi cuñada
– Buenos días, ¿has dormido bien?
– Definitivamente no tan bien como vosotros -dijo lanzándome una mirada pícara que jamás se me podrá olvidar.
Después de ese día nuestra forma de ser y de saludarnos cambió definitivamente. Cada vez era más evidente que algo existía entre nosotros.
Cuando me saludaba y estábamos solos, me daba un beso cada vez más cerca de los labios y más de una vez se los llegué a rozar, pero pasado algún tiempo las cosas se fueron enfriando, o al menos eso creía yo.
Unos meses después de esto, mi mujer comenzó a necesitar a una persona que le ayudara con los quehaceres de la casa, ya que los dos trabajamos. y le preguntó a mi cuñada que si no le gustaría venir a nuestra casa una vez por semana, que nadie la molestaría y así podría ganarse algún dinero. Ella aceptó encantada y empezó a ir todos los miércoles a mi casa.
Un día mi cuñada me llamó al móvil diciéndome que, sin querer, o al menos eso dijo ella pero sé que las mujeres son muy audaces, el tubo del grifo de la ducha se había roto y que no sabía como arreglarlo.
Al llegar a la casa fui al baño y me encontré con el desastre que el agua había causado. Al entrar mi cuñada estaba de espaldas a mí haciendo un inútil esfuerzo por parar el escape y cuando me arrimé se dio la vuelta, Llevaba una camisa blanca de punto de estas que cuando están secas son discretas, pero al contacto con el agua dejan ver lo que la persona lleva debajo. Es fácil imaginarse mi reacción al ver ese show improvisado de camisetas mojadas y para colmo mi cuñada es de esas mujeres que al hacer trabajos de casa no llevan sujetador porque dicen que les incomoda.
De esta manera pude ver sus pezones totalmente erectos por el frío del agua y por más que quería no podía apartar la vista de ese par de preciosas tetas. Hice un esfuerzo por concentrarme y fui a buscar las herramientas para arreglar el desperfecto y luego me quité la camisa para no mojarla. Una vez arreglado el daño estaba recogiendo las cosas cuando mi cuñada se me acercó por detrás y me dio un abrazo, rodeando con sus manos mi cuerpo todavía húmedo. Al sentir su camiseta pegada a mi espalda y la dureza de sus pechos, esa dureza que solo tienen a los 23 años, mi piel se erizó y me produjo una excitación como si de un reflejo se tratase.
– ¿Te gustó lo que has visto?- me preguntó ella.
Solo pude volverme hacia ella, la miré a los ojos y no sé como explicarlo, pero me perdí en esos ojos marrones y simplemente me dejé llevar por mis deseos, la besé, la besé como nunca antes había besado a una mujer. Prácticamente estábamos devorando nuestras bocas.
Ella pudo sentir la fuerza debajo de mis pantalones, y yo sentía mi miembro atrapado deseando, suplicando que le dejaran salir. Me acarició por encima de los pantalones y esa fue la autorización que necesitaba para comenzar a llevar la iniciativa. Parecerá estúpido pero muchas veces los hombres perdemos oportunidades solo por precipitarnos. Subí mis manos, las introduje por debajo de la camiseta y pude acariciar esos pezones desafiantes, agudos, duros, hasta que no aguanté más y me salió lo salvaje, le arranqué literalmente la camiseta y le comencé a comer los pezones y a cada movimiento de mi lengua en sus pechos ella me lo agradecía con un pequeño gemido.
Momentos después la levanté y coloqué en el borde de la bañera haciendo que ella se sujetase al borde de la cortina y así comencé a bajarle el short mientras jugaba con mi lengua en su ombligo. Una vez que tenía la prenda en el suelo pude apreciar su hermoso pubis. Se rasuraba los lados y dejaba nada más un caminito de pelos, un caminito de deseo que estaba dispuesto a recorrer sin reparar en la consecuencias.
Le comí el conejito pasando y jugando con la punta de la lengua en su clítoris y ella comenzó a moverse de atrás hacia delante, despacio, con los ojos cerrados. Mis dedos comenzaban a deslizarse por su entrepierna, que a esa altura ya estaba bien mojada, y por primera vez presté atención al sabor de sus jugos que eran deliciosos. Es un néctar que te embriaga y te envicia a probar más y más. Cuando un escalofrío recorrió su cuerpo y ella se mordió los labios dejando salir un gemido desde el fondo del alma, supe que se había corrido por primera vez.
Nuevamente la alcé y la llevé a la habitación, sin dejar de besarnos durante el trayecto, probando ella sus propios jugos y sin embargo parecía agradarle. Al llegar la puse sobre la cama y comencé a quitarme los pantalones pero ella me detuvo de una mano y me dijo:
– Quieto, eso me toca a mí.
Me desabrochó los pantalones y me bajó el calzoncillo comenzando a besarme el vientre, y os juro que cuando hizo eso casi me muero del placer que me estaba dando. Cuando llegó a mi pene lo tomó por el tronco y le dio un beso en el glande, luego lo introdujo en su boca y comenzó una mamada increíble, lenta pero deliciosa.
Después de jugar un rato, la acosté de espaldas y mientras la besaba le rozaba la punta de mi polla contra su clítoris. Esto la volvía loca y me decía que se la metiera, pero yo le dije que me lo pidiera más veces, que me lo suplicara, aunque yo, por dentro, deseaba destrozarle las entrañas de una sola vez, pero había que hacer ese momento memorable. De pronto y de un solo empujón le dejé ir mi nabo dentro de su hermosa vagina. Ella pegó un pequeño grito, recogió un poco sus piernas y arqueó la espalda. Yo estaba perdido viendo ese espectáculo cuando me percaté de que me estaba clavando las uñas, pero no me importó.
Comenzamos un metisaca sabroso y el sonido de sus jugos haciendo charco en su vagina con cada embestida que le daba, era como música erótica para mis oídos y tuve que hacer mucho esfuerzo para no correrme, pero cuando sentí que aceleraba su ritmo y que me apretaba cada vez más hacia ella, supe que estaba a punto de correrse. Entonces me cogió por el cuello y me dijo:
– Ahora sí, esto era lo que quería desde aquella noche en la montaña, quería follarte cabrón y no sabes cuantas veces me he masturbado recordando aquella noche.
Sin decirme nada más, cerró los ojos y pegó un pequeño grito de placer, ese que solo las mujeres saben dar expresando todo el sentimiento y la satisfacción al llegar al orgasmo.
Seguidamente ella pasó a llevar la iniciativa, se colocó encima de mí y comenzó a cabalgarme como toda una amazona, cosa que me encanta, pero yo ya estaba como loco y me quería correr, así se lo hice saber ella me dijo que tuviera cuidado ya que ella no planificaba y no tomaba pastillas, así que cuando estaba a punto me salí de un salto y ella cogiéndome la polla comenzó a mamármela y cuando cerré los ojos para orgasmar, no sé por que pero se sacó mi pene de la boca y continuó masturbándome hasta que solté tres chorros de leche que le salpicaron la mano y los pechos. Yo hubiera querido eyacular en su boca, pero quizá era mucho pedir para una primera vez y que luego resultaría ser la única.
– Espero que te haya gustado – me dijo al terminar – porque esta es la única vez que yo haga algo así contigo.
Realmente no puedo quejarme, pero espero el día en que vuelva a haber otro escape…
Saludos y hasta otra