Relato erótico
Una buena terapia
Tenía dolores de espalda y tos. El médico le recomendó que acudiera a un fisioterapeuta y como no conocía a nadie le preguntó a un compañero de trabajo si le podía recomendar alguno. Cuando llegó al local, se sorprendió de encontrarse con dos chicas guapísimas.
Pedro – Teruel
Aquella maldita tos iba a terminar conmigo. Todo comenzó como un simple resfriado, pero cada vez que tosía parecía como si me fuera a partir en dos. El médico tras examinarme, diagnosticó una costilla desplazada de su sitio como culpable de mis tormentos. Me dijo que el remedio más rápido para aquello era ponerme en manos de un buen fisioterapeuta.
Hacía dos meses que por motivos de trabajo vivía en Teruel y apenas conocía nada ni a nadie en aquélla bella ciudad, así que pregunté a un compañero del trabajo si podía recomendarme a algún buen especialista. Sin dudarlo me indicó la dirección de una clínica a la que su mujer asistía por otra dolencia. Tras pedir hora me adjudicaron una cita para esa misma semana.
La clínica estaba instalada en un local muy agradable y me sorprendió gratamente que la especialista fuera una chica, Virginia, aproximadamente de mi edad y que su ayudante, Gloria, apenas tuviera uno o dos años más. Tras relatarle mi caso, me hizo pasar a una sala contigua para proceder a reconocerme. Tras auscultarme con manos expertas confirmó el diagnóstico del médico y me dijo que necesitaría como mínimo diez sesiones para colocar mi maltrecha costilla en su sitio, previniéndome de que sería muy doloroso.
Con resignación acudí al día siguiente pues no me apetecía pasar más sufrimientos de los que ya padecía. Tras quedarme sólo con el slip me tendí en una camilla bocabajo. Al momento llegó Gloria y comenzó a masajear con destreza la zona afectada. Sus fuertes brazos trabajaban sin descanso. De vez en cuando, su profesional bata blanca se entreabría dejando ver por unos instantes sus prietos muslos. Tras esta sesión, digamos de calentamiento, Gloria avisó a Virginia, quién sin contemplaciones, se subió a la camilla y tras sentarse a horcajadas sobre mi espalda, comenzó a estirar y contraer de aquí y de allá hasta casi hacerme gritar de dolor. Salí agotado, dolorido y el sufrimiento del resto de las sesiones fue de igual intensidad llegando la mejoría lenta y progresivamente.
Tras varias sesiones ya había tomado confianza con ellas, pues Virginia y Gloria eran encantadoras, además de dos excepcionales fisioterapeutas. El día amenazaba tormenta y aquella tarde estaba prevista mi penúltima sesión, pues ya me encontraba francamente bien. Me habían citado a última hora para cubrir una consulta aplazada. Al salir de casa estalló la tormenta y según entraba por la puerta de la consulta, un relámpago seguido de un fenomenal trueno hizo que la ciudad se quedara a oscuras.
Tras franquear el paso al anterior paciente, Gloria salió a recibirme con una vela en la mano para indicarme que pasara a la sala de masaje. Al estar sin luz le dije que no tenía inconveniente en volver otro día a lo que respondió que no me preocupara, mientras echaba el cierre a la puerta y colocaba el cartelito de “Cerrado”. Toda la sala estaba llena de pequeñas velitas que, según me contó Gloria entre risas, Virginia había comprado en un “Todo a cien” para una cena romántica que tenía prevista y que luego se torció.
La tormenta había provocado que hiciera un calor insoportable, así que agradecí poder tumbarme semidesnudo en la camilla. En la penumbra distinguí cómo Gloria llevaba su bata abrochada con dos botones menos que de costumbre y que en sus evoluciones a mi alrededor podía apreciar sin dificultad su abultada vulva cubierta por, lo que yo pensé eran, unas impecables braguitas blancas. Me encontraba tan relajado que mi imaginación comenzó a dispararse lo que hizo que mi miembro reaccionara obediente.
Gloria continuaba su trabajo mientras charlábamos animadamente. De pronto me dijo entre risas:
-Hoy vas a probar mi masaje completo, la especialidad de la casa, pero antes déjame ponerme cómoda, pues no aguanto más el calor.
Tras decir esto se despojó de la bata quedando cubierta por un body blanco que resaltaba escandalosamente sus rellenitas curvas. No eran braguitas sino un espectacular body. El que sudaba ahora era yo.
Cerré los ojos para disfrutar de aquellas cálidas manos que recorrían mi espalda y piernas.
-Bueno muchachito, date la vuelta -me ordenó-
Pero, yo no quería, ya que mi erección era demasiado escandalosa. Intenté resistirme pero dos fuertes manos acudieron en su ayuda. Era Virginia. Al girarme quedó en evidencia lo que me ocurría celebrándolo ambas con pícaras risas. Gloria me sacó el slip dejándome completamente desnudo mientras Virginia se desabrochaba la bata, dejando ver que debajo no llevaba nada.
La tenue luz de las velas daba a aquella situación un toque de irrealidad, como un sueño: la penumbra, dos hermosas mujeres, la atmósfera irrespirable tras la tormenta, el sudor resbalando por mi piel. Comenzaron a chupar mi miembro por turnos. Yo intentaba alcanzar sus pechos. Los de Gloria eran pequeños, casi infantiles pero con grandes pezones. Los de Virginia eran grandes, rotundos, quién lo iba a pensar ocultos tras la bata.
Por fin Gloria se subió a la camilla y tras sentarse sobre mi cara comenzamos el más libidinoso 69 que se pudiera imaginar. Mi lengua recorría su sexo, de su esfínter a su clítoris, sin descanso. Cada tanto, ellas se besaban con una lujuria digna de la mejor película porno.
Cuando Gloria consideró que mi polla estaba bastante lubricada para su amiga, ésta se subió también a la camilla y se la introdujo de un solo golpe. Comenzó a cabalgarme salvajemente, lo que hizo que mis caricias al sexo de Gloria se intensificaran y aceleraran cosa que, a juzgar por sus grititos, no le disgustaba en absoluto.
Gloria movía sensualmente su pelvis facilitando el recorrido de mi lengua. Poco a poco pude ver cómo su esfínter se dilataba ante mi acoso. Sin darme un segundo de respiro intercambiaron sus posiciones sin parar de magrearse entre ellas. Gloria se sentó sobre mi polla, pero apuntó directamente a su culito, el cual, tras mi concienzudo trabajo, se lo tragó glotonamente rodeándolo estrechamente. Virginia, al igual que Gloria, tras ocupar su misma posición, restregó su sexo sobre mi cara mendigando de esta forma las atenciones de mi juguetona lengua.
Tras otro buen rato de lametones y de mete y sacas lujuriosos, me corrí abundantemente llenando aquel hermoso culito de mis jugos largo rato retenidos. Fue la mejor de sesión de fisioterapia de la que he disfrutado jamás. Cuando abandonaba la consulta aún me temblaban las piernas en una mezcla de placer y cansancio. Casi puedo confesar que estoy ansioso por acudir a la sesión que me falta para completar mi recuperación.
Ya os contaré como van las próximas sesiones. Un saludo.