Relato erótico
Trabajo extra
Eran sus compañeras de trabajo, pero su trato no había pasado de un saludo cuando se cruzaban por los pasillos. Aquel día se quedó hasta tarde para terminar un trabajo y, de pronto, oyó unas voces que salían del despacho de un compañero.
Sergio – Castellón
A Marta la conocí cuando entró a trabajar como asistente en la empresa donde prestó mis servicios. Me llamó la atención desde la primera vez que la vi. De estatura media, morena clara, con el cabello oscuro y liso, los ojos del mismo color, grandes y expresivos, facciones finas. Veintidós años. Muy educada y de buena familia. Delgada, bonitas piernas y unas buenas tetas. Tiene un culo redondito, pero lo importante en ella es ese “yo no sé qué” que transmite con su actitud, tiene una sensualidad felina, elegante, que se ve realzada por su voz ronca pero exquisitamente femenina.
Elena, aunque sus cualidades son distintas. Menos elegante que Marta y tiene veintiún años. Estudia en la misma universidad que Marta y también es asistente. Son amigas. Tiene un cuerpo bonito pero lo mejor es su culo. No había reparado mucho en ella hasta que una tarde fui a la cocina de la empresa y encontré una figura femenina un poco agachada frente al surtidor de agua. No reconocí al principio quién era, sólo advertí que el pantalón blanco que llevaba permitía apreciar un culo muy apetitoso. Luego me di cuenta, con sorpresa, que era Elena. Vaya, vaya, me dije. No está nada mal.
Yo las conocía muy superficialmente. Nos saludábamos en los pasillos y había tenido alguna conversación amable e informal con ambas, pero nada más allá de eso.
Hace algunos días tuve que quedarme hasta muy tarde en la oficina. Una cantidad de asuntos por resolver me tenía bastante agobiado y ya eran más de las nueve de la noche. Salí de mi despacho hacia el baño de hombres y encontré que estaba todo oscuro. No debe quedar nadie, me dije a mí mismo. No importaba. Yo tenía llaves y podría irme a la hora que necesitara. Cuando salí del baño, entre aquella oscuridad, me sorprendí cuando me pareció escuchar un gemido apagado que aparentemente provenía de una oficina que estaba lejos de la mía. Estuve a punto de descartar el ruido como una alucinación sonora, cuando se repitió con mayor intensidad.
Mi corazón dio un salto. Por un momento pensé que un ladrón se habría escabullido dentro de la oficina. Pero sin meditarlo mucho, abrí la puerta de aquella oficina, la de mi compañero Vicente, y me encontré con una sorpresa escalofriante.
El lugar estaba iluminado únicamente por la tenue luz de una lámpara de mesa que mi amigo tenía en su escritorio. En un sofá de cuero estilo inglés estaba acostada Marta, desnuda de la cintura para abajo, con las piernas bien abiertas. Elena, vestida, tenía la cabeza metida en la entrepierna de Marta. Le estaba haciendo una soberbia comida de chocho. Justo en el momento en que entré Marta estaba con la espalda arqueada, gimiendo y contorsionándose. Obviamente estaba llegando a un maravilloso orgasmo cuando yo abrí la puerta, interrumpiéndolas.
Yo estaba boquiabierto y no daba crédito a mis ojos. Creo que estaba más cortado que ellas. Marta ni siquiera hizo el intento de cubrirse. Se quedó acostada, mirándome con ojos pérdidas y una cara de satisfacción por el orgasmo que había alcanzado. Elena se giró hacia mí y sólo atinó a decir, un poco nerviosamente:
-Hola…
Yo estaba a punto de cerrar la puerta y retirarme como si nada hubiese pasado. Pero respondí mecánicamente:
-Hola…
-¿Qué haces por aquí a esta hora? -preguntó Marta, con normalidad.
Titubeando, les dije que tenía trabajo atrasado. Lo divertido es, que el que contestaba con nerviosismo era yo, como si ellas fueran las que me hubiesen pillado haciendo algo fuera de lo normal.
En ese momento Marta pareció percatarse -finalmente- de que había algo que no estaba bien sobre el hecho de que yo las hubiera pillado con las manos en la masa y dijo, como explicación:
-Mira Sergio, estábamos trabajando en un caso que nos dejó Vicente y bueno, lo que pasa es que tenía un calentón tremendo porque hace seis meses que terminé con mi novio y de aquello, nada de nada…
Yo la miré incrédulo. La expresión de mi rostro le decía, sin tener que emitir palabra, que cómo era eso posible, habiendo tantos hombres dispuestos a hacerle el favor, y que yo podría ser uno de ellos. Ella pareció leerme la mente y extendió una invitación en los siguientes términos:
-Ahora, si quieres, puedes unirte a nuestra fiesta…
Segundos después, me estaban quitando los pantalones y despojándome de mi ropa interior. Yo estaba parado en medio del despacho, con la polla dura como una roca. Marta exclamó:
-¡Vaya polla tienes, nunca lo hubiera imaginado!
Mientras Marta decía esto, Elena no perdía el tiempo y ya estaba arrodillada y metiéndose mi polla en la boca. Comenzó a hacerme una mamada de película. Se la introducía hasta el fondo y jugaba con su lengua, pasándola por el glande y por todo el tronco. Era una verdadera experta. Por su parte, Marta también se arrodilló y se colocó al lado de Elena y le dijo:
-No seas egoísta, déjame a mí también
Y empezaron a alternarse las mamadas. Un rato lo tenía en la boca una y al momento siguiente la otra. La verdad es que la situación era demasiado fuerte. Dos mujeres en celo para mí solo, tragándose mi polla. De pronto no aguanté más y me corrí en la cara de las dos.
Mientras me recuperaba de tan delicioso orgasmo, comencé a desvestirlas y a gozar con el cuerpo de cada una de ellas. A Marta sólo tuve que quitarle la blusa, pues como recordarán, cuando entré ya estaba desnuda de la cintura para abajo y empecé a morreárla.
Sin embargo, no podía quedarme todo el tiempo con una sola. Con dos mujeres no se puede ser egoísta. Así que me acerqué a Elena. Comencé a besarla en el cuello parándome detrás de ella y le iba desabrochando el pantalón blanco que llevaba. Le acaricié su chochito húmedo, lo cual hizo que emitiera un gemido. Con la otra mano le sobaba las tetas.
De pronto se me ocurrió una idea para que las dos pudieran participar. Me senté en el suelo, apoyando mi espalda en la parte de abajo del sofá. Le pedí a Elena que se parara frente a mí y que apoyara las rodillas en el sofá, lo cual hizo que quedase como semi sentada en el sofá pero de frente al respaldar. Su sexo estaba justo a la altura de mi boca y yo tenía que sostenerla un poco. Le dije a Marta que me mamara la polla, lo cual empezó a hacer con gran maestría, chupando lenta y profundamente.
Empecé a concentrarme en el chocho de Elena, la cual iba completamente depilada. Me apliqué en aquella comida de coño y al poco rato gemía como una loca.
De pronto oí la voz sensual de Marta en mi oído diciéndome:
-Bueno, ahora ha llegado la hora de que me quites el calentón…
Yo tenía la polla como un hierro incandescente. Elena se sentó en una silla a mirar, mientras se acariciaba el chochete. Marta se colocó a cuatro patas sobre la alfombra y me dijo:
-Ahora sí, enchúfamela toda.
Me pues detrás de ella, me coloqué un preservativo y lentamente le fui metiendo la polla. Empecé a bombearla muy lentamente, haciéndola gozar cada segundo. Ella gemía muy suavemente. A medida que se ponía más húmeda iba incrementando la velocidad de la penetración, pero a veces volvía a bajar el ritmo para luego subirlo otra vez. Ella empezó a gemir más fuerte y de pronto gritó diciendo que no parara que iba a correrse.
Sus deseos eran órdenes y comencé a embestirla salvajemente. Podía escuchar el ruido que se producía cuando mi pelvis chocaba con sus nalgas, al tiempo que la sujetaba muy fuertemente por la cintura. Ella contorsionaba la cabeza como una loca y gemía y gritaba.
De pronto pareció quedarse sin aire para luego exhalar dos gritos que parecieron salir del fondo de alma y que me indicaron que había llegado a un orgasmo bestial.
Acabamos hechos polvo, nos vestimos y nos despedimos, no sin antes quedar para volver a repetirlo. Ya os iré contando.
Un beso para todos los lectores.