Relato erótico

Sorpresa navideña

Charo
2 de abril del 2019

Era Navidad y como muchas empresas, la suya, montaba una cena para los empleados. Aquel año, además, les habían invitado a una discoteca. Creía que sería una cena como las de cada año, pero, se produjeron algunas “novedades”.

Maite – GRANADA
Amigos de Clima, mi nombre es Maite, tengo 26 años, y os voy a contar cómo transcurrió la cena de mi empresa. Como cada año había ambiente distendido, risas, exceso de copas y la alegría ante la cesta de Navidad. A diferencia del año anterior, el dueño esta vez se había vuelto generoso y en los postres nos dio entradas a todos para una famosa discoteca cercana al restaurante.
Excepto unas pocas personas que argumentaban que sus mujeres o maridos y niños les esperaban en casa, prácticamente toda la plantilla, de unas 25 personas, nos fuimos al local. Para sorpresa de mi amiga y compañera Marta y mía, todos los jefes vinieron también. Nos sorprendió porque la edad media del lugar era muy inferior a la edad media de aquellos cuatro hombres: Pablo, mi jefe, de 40 años, Antonio de 47, José de 46 y Alberto, el dueño, de unos 60 años.
– Mira, allá van los jefes, a la sala VIP – me dijo Marta.
– Seguro que se lo pasan en grande – contesté
– Por cierto, has venido muy guapa – dijo mi amiga…
– Gracias, tú también.
Marta llevaba puesto un vestido dorado y yo un sencillo vestido negro, escotado y corto. Las chicas se tomaron un par de copas y se hicieron fotos y bailaron con los compañeros y compañeras. Pasadas un par de horas Marta me dijo que iba a cotillear a ver qué hacían en la sala VIP. A ver si le invitaban a algo. Al cabo de un rato volvió y me dijo:
– ¡No veas qué muermo! Pero me ha pedido tu jefe que vayas un momento.
¿Qué querría Pablo? me pregunté. Entré en la sala y en seguida me di cuenta de la broma que me había gastado Marta. Para empezar, aquello no era un muermo. Los cuatro jefes de la empresa bailaban al son de música con mucha marcha con cubatas en las manos. ¡Incluido el dueño de la empresa, el obeso Alberto!

– ¡Anda! -me dijo Pablo – ¿Tú también aquí? ¡Qué sorpresa Maite! ¿No te irás a ir corriendo como Marta, verdad? ¡Qué maleducada!
– No… pero ella me dijo que me habías llamado.
– ¿Habéis oído chicos? – exclamó Pablo – ¡Será mentirosa! Venga ven guapa, te invitamos a una copa, que Alberto se ha portado y tenemos barra libre.
Se le notaba más suelto de lo normal. El alcohol y la confianza de no hacer el ridículo al estar solos en aquella sala le hacía decir cosas que normalmente no habría dicho.
– ¡Venga baila un poco con nosotros! – me dijo Antonio.
– ¡Eso! ¡Qué si no esto va a parecer un pub gay con tanto hombre junto! – añadió José.
Bailé tímidamente, pero a medida que el alcohol iba haciendo efecto me iba soltando más, como si estuviera en una discoteca entre amigas. A ellos les pasaba lo mismo, porque también se estaban desmelenando. No perdían oportunidad para cogerme de la cintura, de la mano o incluso “accidentalmente” que su mano agarrara e incluso me tocaran un poco el culo.
– ¡Venga! ¡Haznos un strip-tease! -dijo Pablo.
Todos nos reímos, pero me subí un poco la parte de abajo del vestido en broma, como si fuera a hacer el strip- tease. Todos empezaron a gritar entusiasmados, pero cuando no hice nada más se quejaron con frustración.
– ¡Uhh… fuera! -exclamó Pablo – venga, vámonos a tomar toda una copa a la barra.
Me senté en una silla cruzando mis blancas piernas al tiempo que Alberto preparaba los cubatas. ¡Nuestro jefe nos servía a todos! Antonio acercó su mano para tocarme una pierna, pero se la aparté de un golpecito con mi mano, entre risas. Pablo se acercó y atacó de la misma forma por el otro lado, consiguiendo llegar a mi pierna, donde noté su mano caliente.
– ¿Qué haces? -exclamé.
– Ya que no nos has hecho el striptease, tenemos que “conformarnos” con algo -contestó él.
Justo en ese momento alguien vino por detrás y me agarró las tetas pegando su cuerpo contra el mío.
– ¡Pero qué coñ…! – exclamé.
– ¡Qué tetitas tan hermosas tienes! -dijo la voz de Alberto, pues conocí en seguida la voz del dueño de la empresa, que me susurraba al oído,
– Do… Don Alberto. ¿Qué hace?
– Nos vas a alegrar la noche a todos -contestó él – Venga, pórtate bien con tus jefes, y seguro que nosotros nos acordamos y la semana que viene nos portaremos bien contigo en la oficina.

Me quedé anonadada, pero reconozco que el tema me estaba poniendo caliente, mientras el gordo se iba y se sentaba en el sofá. ¿Qué debía hacer? ¡Estaba en un compromiso! ¡En un aprieto! Mientras barajaba las distintas posibilidades, Luis y Pablo se habían puesto manos a la obra y me estaban acariciando cada uno una pierna. José se pegó a mí, y pude notar el bulto de su pantalón sobre mi culo mientras me susurraba al oído:
– Ya has oído al jefe. ¿Qué harás? ¿O eres una acojonada?
Me giré y le agarré el paquete diciéndole con chulería:
– Los acojonados vais a ser vosotros, que no me vais a durar ni un minuto.
Mi jefe se rió y se abrazó a mí. Puso sus manazas sobre mi culo y me empezó a besar el cuello. Antonio me manoseó un pecho y José me acarició las piernas. Me aparté un poco de ellos y les enseñé, ante su sorpresa, mis tetas apretujadas en mi precioso sujetador negro con relleno. Realmente se veían más grandes de lo que eran en realidad. Los hombres empezaron a silbar y decir guarradas. Les di la espalda y me dirigí con paso resuelto hacia el sofá donde se sentaba el dueño de la empresa. Haciendo acopio de valor, cogí y me subí encima de él arremangando mi falda. Él no me puso las manos encima, así que le cabalgue un poco colocando mis manos encima de mi cabeza. El resto de la tropa silbaba y arengaba a Don Alberto para que me follara, a lo que él respondía riéndose lleno de felicidad, diciéndome:
– Venga, ves con ellos. Ya me ocuparé más tarde de ti.
Me levanté y me dirigí a la barra, me senté en el taburete como si no pasara nada. Mis compañeros se acercaron como aves de rapiña. José me desabrochó el sujetador, me lo quitó y sacó mis tetas por encima del vestido. Antonio no perdió ni un segundo y empezó a chuparme las tetas. Miré a Pablo y me le encontré mirándome y masturbándose con un pequeño pene en la mano.
– ¿Quién es mi jefecito preferido? – dije.
Me acerqué a mi jefe, me arrodillé y empecé a chuparle la polla con la lengua. Pablo gemía de placer y no pudo evitar elevar un poco el tono cuando empecé a chupársela con ahínco. José y Antonio se acercaron con sus pistolas cargadas. Empecé a chupársela a aquellos hombres por turnos. Mientras se la chupaba a uno, masturbaba a otro.
– Venga, vamos al sofá -dijo entonces José.
Los hombres se sentaron en el sofá y fui pasando de uno a uno, excepto por Don Alberto -chupándosela.

Me detuve más tiempo del normal con José, el cual me estrujaba las tetas como si fueran peluches. Aumenté adrede el ritmo hasta que se corrió en mi cara. Me acerqué a él y le dije al oído:
– ¿Ahora quién es el acojonado? ¡No me has durado nada!
No pude seguir metiéndome con aquel hombre, porque rompí mi discurso con un gemido. Alguien me había cogido el culo, y apartando mi tanga a un lado, me había penetrado. Me giré y pude ver a mi jefe follándome.
Apoyé los brazos en el sofá mientras Pablo me follaba a lo perrito. Aún no me había limpiado la cara y la tenía llena de semen. Pablo me dio un cachete en el culo mientras me follaba con más fuerza.
– Mi querida Maite – me dijo Pablo – Cuántas veces me he imaginado tener tu culo entre mis manos.
– ¡Pues métemela… aaaahh… mássss, siiiií…!
Antonio se acercó a mí y me puso su polla al lado de la cara. Entendí en seguida qué quería y empecé a chupársela. Hasta que el que le estaba haciendo una mamada, me pidió que nos pusiéramos más cómodos. El se sentó en el sofá y yo me puse a cuatro patas esperando la polla de Pablo, el cual me la empezó a meter con buen ritmo al tiempo que Antonio me tocaba las tetas.
– Jefe – dije excitada – ¿No le vas a dejar a José que se divierta también un poco?
Le sonreí mientras le pasaba la lengua por el prepucio, pero pronto cambiamos de postura y empecé a cabalgar a Antonio mientras se la chupaba a mi jefe. Los hombres no tardaron mucho en estar a punto de correrse. Mi jefe me llenó la cara de semen mientras Antonio aún me estaba follando, pero cuando se sacó la polla de mi coñito empezó a correrse sobre mi abdomen. Luego nos sentamos en el sofá justo cuando Don Alberto empezó a aplaudir.
– Bravo, bravo – decía – Ahora me toca a mí.
El resto de hombres se fue al baño y no tardó en desaparecer, dejándome a mí sola ante el dueño de la empresa. Tenía un poco de miedo.
– Desnúdame -me ordenó y obedecí, aunque fue trabajoso quitarle toda la ropa al hombre, debido a su tamaño y peso – Ahora túmbate bien abierta de piernas. Te voy a dar lo que estos mariconazos no han sido capaces.
Le esperé con las piernas abiertas y tumbada boca arriba. Su panza no me dejaba bien ver su polla.
El hombre se tumbó encima de mí, dejando caer todo su peso sobre mi cuerpo. Me sentía aplastada, como si se hubiera derrumbado un edificio.

Empezó a besarme en los labios a pesar de los restos de semen que tenía esparcidos por toda la cara. Finalmente el hombre atinó y me la metió de un golpe.
Grité. Aquel cincuentón tenía una polla realmente gorda. El hombre empezó a follarme como una morsa en celo. Me sentía aprisionada bajo toda aquella carne.
– Don Alberto, ¡que gorda la tiene! – No pude dejar de exclamar…
-Te voy a follar como no te han follado nunca -contestó y sentándose añadió – Ven, móntate.
Me subí al caballito sobre el gigantón y él me la metió diciéndome:
– Ahora verás cómo se folla a una tía buena.
Me agarró el culo y empezó a moverlo muy rápido. Me estaba follando como si estuviera zarandeando a un delincuente para hacerle caer las monedas robadas. Yo gemía como una loca y estallé en un gran orgasmo. Le grité que parara, pero siguió follándome. No pude evitar tener un segundo orgasmo y entonces paré. Estaba agotada. El hombre sudaba como si hubiera pasado toda la noche en el gimnasio.
– Te ha gustado – me dijo con la respiración entrecortada.
– ¡Sss.. ¡Sí! ¿Cómo ha aguantado sin correrse? – pregunté.
– Ha sido la experiencia, pero venga, ahora te toca a ti. A ver si consigues que me corra.
Le sonreí y me arrodillé frente a él lista a chupársela como hice con José. Le hice una mamada de campeonato, pero pasado un cuarto de hora el hombre no se corrió. Don Alberto agarraba mi cabeza e intentaba que me la metiera toda en la boca, luego me tumbó en el sofá y empezó a chuparme todo el cuerpo, después me dio la vuelta e hizo lo mismo con mi culito y mi coñito. Me chupaba el culo y el coño como si se tratara de una peli porno. Yo estaba en la gloria y no tardé en correrme.
– Ahora me toca a mí -me dijo al fin – Te voy a dejar bien llena de leche.
Me tumbé como al principio, con las piernas bien abiertas, y el hombre empezó a follarme con más fuerza que nunca, hasta que empezó a gemir sin parar y noté como se corría dentro de mí. Luego se quedó encima de mí un poco y después se fue al baño. Yo me fui al de chicas y al salir me lo encontré arreglado y tomándose un cubata.
– Muy bien Maite -me dijo ¿Podrías salir fuera y decir a los chicos que entren?

Me quedé helada ante la frialdad de aquel hombre. He de reconocer que me hizo disfrutar como una cerda. Salí de la sala VIP y solo quedaban los jefes en la barra. El resto de empleados se habían ido. Me sonrieron con cara maliciosa y entraron en la sala VIP.
Cogí un taxi y volví a casa totalmente exhausta tras aquella cena de empresa.
Besos y hasta otra.

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