Relato erótico
Somos amantes
Está casado, pero desde hace varios años tiene una amante. Vivian en distintas ciudades y él, aprovechaba cualquier viaje de negocios para ir a verla. La relación entre ellos es, liberal, sensual, erótica, viciosa y por supuesto, insustituible.
Germán – Barcelona
La secretaria me recibió con una amplia sonrisa y una mirada profunda. Aquella mañana estaba más contenta que en otras ocasiones. Vestía unas prendas sencillas pero combinadas con mucha sensualidad. Los cuarenta y tantos años de su vida la habían dotado de un erotismo que ella derrochaba por todos los poros de su piel. Su figura era muy femenina; sus movimientos y sus gestos, descarados.
Yo había soñado con besar su boca, acariciar sus pechos redondos, y gozar de la suavidad de su piel desnuda. Y mi sueño se hizo realidad. Nuestros encuentros se sucedían muy espaciados en el tiempo. Dependían siempre de mi agenda. Ella había dejado atrás las ataduras del matrimonio, pero yo continuaba casado y vivía en otra ciudad. Sólo podía aprovechar mis viajes para pasar horas con ella.
Nuestras sesiones de sexo hubieran servido como lecciones a los aprendices de amantes. No existían tabúes ni prejuicios entre nosotros. Se creó una intimidad y una confianza que muchos matrimonios hubieran querido disfrutar. Pero lo nuestro era diferente. Quizá era amor de verdad, no ese sentimiento contaminado por culturas y religiones que se ha convertido en exigente e intransigente.
Nosotros deseábamos encerrarnos en la habitación de un hotel y follar hasta la extenuación, pero también nos gustaba besarnos, tomar una cerveza o hablar de cualquier cosa, hasta del trabajo en algunas ocasiones. Los dos nos entregábamos en cuerpo y alma. A la vez, cada cual tenía sus amoríos y aventuras, pero nos divertíamos explicándonos nuestras experiencias y nos aconsejábamos sobre nuestros ligues o nos retábamos a practicar nuevas posturas. Tal vez un día debería de explicar algunas de esas vivencias sexuales, como los juegos anales, los cunnilingus, las mamadas, el beso blanco y el beso negro, o una masturbación rápida cuando no había tiempo para otra cosa.
Me llevé una inesperada sorpresa la primera vez que acaricié su chocho. Por aquellos días iba depilada. Acaricié su raja con la ansiedad del principiante. Palpé cada pliegue de sus labios mayores y menores. Introduje mis dedos en su coño. Acaricié su ojete. El ardor de su sexualidad afloraba por todas partes.
Sus convulsiones se hicieron más violentas al acariciar su clítoris. Los balbuceos y los jadeos se intensificaron. Y llegó el orgasmo. Surgió con una gran fuerza, pero sobre todo con ¡una eyaculación caudalosa! El fluido lubricó aún más su chochito y el ano lo que provocó varios orgasmos sin apenas intervalos de tiempo. ¡Mi amante era multiorgásmica!
Los sucesivos encuentros nos permitieron disfrutar cada vez más de sus numerosos orgasmos y de sus eyaculaciones. Descubrimos su punto G y el nivel de placer se incrementaba en cada sesión.
Aquel día, como siempre, gozamos del intenso placer de los besos. Nos morreamos como dos adolescentes. Los besos estaban impregnados de sexo. Nuestras lenguas jugaban a follar nuestras bocas, a buscarse y lamerse. Los labios se aprisionaban entre sí y atrapaban nuestras lenguas para absorberlas y saborearlas. Mi lengua se paseó por su cuello y sus hombros. Luego continué por su espalda y bajé hasta sus nalgas. Se introdujo por el angosto pasaje que separaba sus dos glúteos y se detuvo en su ano. La ansiedad por dilatar ese estrecho orificio consiguió arrancar algunos gemidos placenteros, pero la ayudé a girar su cuerpo para besar su coño. Mi boca saboreaba sus labios como si fueran los de su boca. Y, finalmente, lamí su clítoris, jugué con él y lo excité hasta que sus palpitaciones me indicaron que todo su cuerpo se encontraba encendido. Mis dedos continuaron la fricción sobre su sexo y mi boca contribuía a proporcionarnos placer mutuamente.
Tres orgasmos seguidos empaparon su cuerpo y mi brazo. Las sábanas quedaron totalmente mojadas, pero el deleite sexual había alcanzado un grado tan elevado que continuamos nuestros juegos. El premio eran sus maravillosos orgasmos. Perdimos la noción del número de orgasmos. Tampoco nos importaba. Nuestras sesiones de sexo solían saldarse con diez o doce Y los disfrutaba todos con mucha intensidad.
Aquel día, tras dejar empapadas completamente las sábanas, continuamos las caricias de pie. Mis dedos prosiguieron con las frotaciones y la penetración de su chocho. Buscaban el punto G que tantos momentos maravillosos nos había proporcionado. Su reacción fue inmediata. La eyaculación se inició al poco de friccionar esa zona rugosa que hay en la parte superior, apenas a un par de centímetros de la entrada. El orgasmo no finalizaba. Un chorro permanente de fluido acompañaba a sus espasmos y jadeos. No sé cuanto duró aquel momento.
El orgasmo no tenía fin y la expulsión del líquido tampoco. Mis dedos continuaban en el interior de su vagina acariciando el punto G con deleite. Un charco se había formado en el suelo, pero no importaba. El momento era indescriptible. El placer dominaba nuestros sentidos. Ella estaba abierta de piernas y mi mano hurgaba en sus profundidades arrancando unos gozos y unas delicias inagotables.
Saqué mis dedos para dejarla recuperarse. Acaricié la sedosa mata de vello que cubría su pelvis. Pegué mi boca a la suya para introducirle la lengua y buscar la suya. Mordisqueé su cuello y no pude resistir la invitación de su pechos a besarlos y mamar de sus pezones.
Los suspiros y jadeos delataban que su cuerpo continuaba muy excitado. Bajé mi mano por su cintura y la pasé suavemente por su vientre en busca de su pelvis y su vulva. Percibí el leve gesto que hizo para abrirse aún más de piernas. Metí dos dedos y froté de nuevo el área rugosa de su coño. Automáticamente brotó un nuevo orgasmo. Las emanaciones no se interrumpían. Había llegado, por primera vez en su vida, según me confesó, a un orgasmo continuo e infinito.
Finalmente, tras un hondo suspiro me pidió que parase. Sólo cuando retiré mis dedos del interior de su vagina se detuvo. Su corazón palpitaba acelerado. Estaba exhausta, pero aún tuvo fuerza para empujarme a la cama y sentarse sobre mí. Se introdujo mi polla en el ano e inició el contoneo de sus caderas hasta que extrajo toda la leche de mis testículos.
Aquel día lo anoté en mi agenda como el Día Internacional de la Eyaculación Femenina.
Un beso muy húmedo para vosotros.