Relato erótico

Siempre hay una primera vez

Charo
7 de marzo del 2020

Cuando acabaron sus respectivas carreras se trasladaron de ciudad y fueron a vivir juntos. Les gustaba ir a playas desiertas y practicar el nudismo. Un día los sorprendió un chico y les dio una idea para el futuro.

Félix – Palma de Mallorca
Cristina y yo éramos novios desde los 19 años. Ninguno de los dos habíamos tenido experiencias previas y descubrimos el sexo juntos. Luego, en la universidad, estudiamos lo mismo y aunque vivíamos separados, yo interno y ella en una casa compartida con otras chicas, no por eso dejábamos de follar todo lo que podíamos, eso sí con mucha timidez por la presencia de las otras chicas. Entre unas cosa y otras pasaron unos cuantos años hasta que encontré trabajo y nos fuimos a una ciudad costera, y digo nos fuimos porque ella, con la que convivía hacía tiempo, se vino conmigo.
Fue el primer verano que pasamos en la costa cuando empezamos a descubrir nuevas cosas excitantes, el ir a playas donde estar desnudos y hacer el amor con total libertad sintiéndonos los únicos habitantes del planeta. Pero como nos daba vergüenza, al principio solo íbamos a playas solitarias, hasta que descubrimos una que estaba relativamente cerca y nunca había nadie, pues entonces no era como ahora y cualquier playa con un acceso difícil estaba vacía.
Todos los días a la misma hora, nos íbamos a esta playa hasta después de comer. Había que ir con el coche durante un kilómetro por un camino de cabras, bajar un pequeño barranco de unos 15 metros y después andar unos 200m hasta el sitio que nos gustaba. A partir del segundo día dejábamos las ropas en el coche y nos íbamos completamente desnudos aunque yo tengo un defecto, o quizá sea una virtud, que es que en cuanto me quedo desnudo en la playa se me pone súper tiesa rápidamente y más con Cristina al lado, con su cuerpo tan atractivo y esos pezones tan duros y erguidos. Por dicho motivo, en cuanto llegábamos a la arena, yo caliente perdido y ella siempre de acuerdo con mis deseos, solíamos hacer un 69 que nos dejaba en la gloria. No obstante he de comentar que, al principio, me costó mucho conseguir que Cristina me la chupase y se tragase el semen pero, a base de repetir la experiencia, para aquel entonces ya lo hacía habitualmente.

Generalmente me la follaba con la lengua en su caliente y chorreante coño hasta que tenía uno o varios orgasmos y a continuación me corría en su boca hasta casi ahogarla. Muchos de los que hayáis probado esto estaréis de acuerdo conmigo en que es mucho mejor que correrse en el coño.
Un día que bajábamos como siempre, es decir desnudos y con Cristina agarrando con su mano mi tiesa polla, pajeándome y yo manoseando sus maravillosas y duras tetas y pensando en echar un buen polvo, nos llevamos la sorpresa de ver a un chico en nuestra playa. Estaba también completamente desnudo y teniendo su polla bien cogida con una mano, se hacía claramente una paja y claro, el corte fue mutuo.
Para disimular, sonreímos y nos quedamos cada uno en un extremo de la playa. A pesar de todo, durante toda la mañana no nos quitó ojo. Cuando Cristina se iba al agua se la comía con los ojos, dibujando su esbelta figura, detallando sus grandes y tiesos pechos y la curva sensual de sus nalgas. Sin poderlo evitar y tan disimuladamente como le era posible, se acariciaba la erecta polla.
Yo, ante todo esto, estaba a cien y ya no podía más así que, aprovechando que mi novia estaba en el agua, me metí con ella, la cogí por la cintura e inclinándola hacia adelante mientras le agarraba su gordas tetas, se la metí en el coño de un solo golpe, por detrás. Estuvimos un buen rato así, follando lentamente, sintiendo mi verga entrar y salir de su coño caliente, notando la dureza de sus pezones entre mis dedos y la mirada excitada del desconocido que continuaba pajeándose la verga como un mono, ya sin disimulo alguno. Quien haya follado en el mar, notando el ir y venir de las olas, sabrá que es una sensación súper excitante. Poco a poco, sin dejar de joder, nos fuimos acercando a la orilla hasta que el agua solo rozaba la parte inferior de las senos de Cristina subiendo y bajando al compás de las olas, con los pezones tan erguidos que parecían que se iban a romper.
El chico seguía sin quitarnos ojo y su mano se movía en su polla como si quisiera arrancársela. Entonces Cristina me abrazó fuertemente y tuvo un orgasmo esplendido. Seguramente los gritos se escucharon en toda la playa. Sin embargo yo no conseguía correrme. Siempre me ha resultado difícil en el agua y por muy excitado que estaba no había manera de conseguirlo pero, aprovechando que Cristina estaba como ida por el orgasmo, la tumbé de espaldas en la orilla de la playa, colocándome encima de ella y enchufándosela de nuevo en el coño, empecé un metisaca furioso hasta que le eché litros de semen en su coño en una corrida como nunca.

Cuando miré al chico vi que él también se había corrido ya que tenía la mano llena de semen, aunque todavía conservaba la polla medio tiesa, sin duda por la excitación.
Después de bañarnos un poco y por deseo de ella, nos fuimos. Esa noche hablamos del tema, de lo excitante que había sido y de la posibilidad de hacerlo otra vez. Le insinué también la posibilidad de haber hecho un trío con el chico de la playa y, para mi sorpresa la idea no le disgustó. Al final decidimos que si nos surgía la oportunidad, lo haríamos. Al día siguiente volvimos a la playa, pero esa es otra historia…
Un beso para todos.

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