Relato erótico

Sexo por sorpresa

Charo
14 de junio del 2019

Es diseñadora gráfica y hace unos meses entro a trabajar en una empresa. Le gusta su jefe y aunque le dobla la edad, intentaba provocarlo y una noche que se quedo para terminar un trabajo, pasó lo que tenía que pasar, con sorpresa incluida.

Ana- Pamplona
Hola a todos quienes lean este relato que me atrevo a publicar por primera vez. Mi nombre es Ana, tengo 22 años, soy delgada, rubia de cabello corto, 1,72 de estatura, busto normal, culo redondo y la verdad, es que me gusta mucho pasármelo bien con el tema del sexo.
La historia que contaré sucedió hace muy poco y pasó con mi actual jefe de sección. Trabajo como diseñadora gráfica en una empresa situada en Sevilla. Llevo en ella tres meses y tengo un jefe con bastante mal genio. Es mayor que yo, tendrá unos 43 años. Alto fuerte y de aspecto normal, aunque agresivo, sobre todo la mirada.
Desde que empecé a trabajar el jefe, que se llama Daniel, no me perdió de vista, pues decía que los estudiantes y recién ingresados en una empresa no sabemos nada de nada, así que me tocó trabajar bastante duro los primeros días con la presión de él. A mis otros compañeros, todos hombres, les agradó sobremanera mi compañía. Todos hicieron casi una fila durante las primeras semanas para intentar conquistarme y tratar de que ocurriera algo conmigo, pero yo nada de nada.
Me adapté rápido y me puse a trabajar mucho de día y de noche para que el jefe no me molestara más. Cada día uno de mis compañeros de sección y de otras, entraba en mi despacho en busca del ligue, pero todos me molestaban y no quería nada con nadie, aunque el único que me hacía sudar un poco, y no solo por la presión sino por que era el único que me ignoraba desde el plano sexual, era el jefe. A pesar de ser un hombre maduro, me gustaba y su ceño fruncido me ponía cachonda.
Comencé a vestirme un poco provocativa para ver si el jefe se fijaba en mí. Pero no sirvió de nada, solo para calentar más a mis compañeros que no dudaron en hacerme ofertas indecentes para salir.
Una noche en la que trabajé horas extras diseñando un logo para una empresa importante, Daniel salió de su oficina y pasó por delante de la mía. Me vio atareada y se acercó a ofrecerme su ayuda. En la sala de diseño solo estábamos él y yo pues todo el personal había salido desde hacía una o dos horas.
– ¿Cómo va eso Ana? – me preguntó.

– Bien, bien, creo que lo termino en un rato – contesté.

– ¿Seguro? Yo veo que te falta bastante – insistió él.

– Pues yo lo termino hoy aunque me quede toda la noche – repetí.
Él sonrió por primera vez, así que aproveché la oportunidad y le devolví la sonrisa un tanto coqueta.

– ¿Por qué no me muestras algo para ver si me inspiras? -le dije-
Puso cara de sorpresa al tiempo que yo bajaba la mirada hacia abajo. La mini falda que me había puesto no dejaba nada a la imaginación. Me miró como si fuera la primera vez que veía y noté que le gustaba. Alargó el brazo hacia mi, y en lugar de acariciarme, cogió el ratón y empezó a enseñarme ejemplos del trabajo que estaba realizando y me dediqué a escucharlo, aunque reconozco que me desilusioné mucho.
De pronto apareció el jefe de seguridad del edificio haciendo su ronda y nos vio. Preguntó sobre la hora en que nos iríamos y Daniel le dijo que yo me quedaba un rato más.
– Estamos los tres solos en el edificio pues el turno de impresión no trabaja esa noche -nos dijo el hombre-

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Seguimos trabajando hasta que, un rato después, el jefe me dijo que se iba, que era tarde. Acepté, salió y yo seguí con el trabajo hasta que, de pronto, sentí unas manos que me tocaban la espalda haciéndome un masaje. Me asusté y giré. Era Daniel.

– ¡Que susto me has dado! – exclamé.

– He regresado porque creo que necesitas más ayuda, ¿o no? – me dijo.

– Sí, creo que sí… – contesté.

– ¿Un masaje? – preguntó.

– De acuerdo, sí – repliqué.

Entonces empezó a tocar mi espalda y mis hombros haciendo que me relajara sobre el asiento. Sus manos eran muy buenas. Me concentré en el placer del dolor por la tensión de mis músculos. Luego sentí que una de las manos bajaba y rozaba mis senos sobre la blusa. Abrí los ojos pero seguí quieta. Ahora me tocaba a fondo y aunque esperaba algo de Daniel nunca creí que fuera en ese momento.
– ¿Cuando tiempo hacía que no te daban un buen masaje? – preguntó.
– Hace bastante… – contesté.
– Pues creo que ha llegado la hora de hacerte uno completo – dijo.
Al decir esto bajó la cabeza y me dio un beso súper húmedo al tiempo que bajaba mucho más su mano y la metía bajo mi falda, tocándome los muslos y llegando hasta mi entrepierna. Yo le hice la tarea más fácil girando la silla y quedando frente a él. Daniel se arrodilló frente a mí, levantó un poco mi falda, hizo a un lado mi braga y comenzó a chupar y lamer mi coño.
Yo no paraba de gemir y suspirar, hasta que, rápidamente, tuve un orgasmo enorme, cogiéndole la cabeza y apretándola fuerte contra mi chocho. Él, solo paraba para mirarme y luego seguir paladeando mi clítoris y mis jugos. Pronto comencé a tener otro orgasmo, más fuerte que el anterior, y lo hice a gritos. Daniel era excelente con la lengua. Tras ese orgasmo caí sobre la silla feliz y satisfecha, entonces él se puso de pie frente a mí y me preguntó:
– ¿Te ha gustado?

– ¡Mucho! – exclamé.
- Bien, entonces baja mi cremallera y saca mi verga – me dijo de una manera un tanto vulgar.
De inmediato lo hice y en el acto pasó de ser un caballero a ser un vulgar tipo, cosa que me excitó muchísimo. Bajé el cierre y sin quitarle el pantalón, saqué una polla enorme, era larga y bastante gruesa.

– ¡Métetela en la boca! – ordenó.
Como si estuviera sonámbula o algo así, obedecí. Abrí la boca y empecé a comerme su polla. Él, lo disfrutaba al máximo. Luego hizo que bajara de la silla y quedara de rodillas. Así seguí chupando esa verga, grande y hermosa, repleta de venas que palpitaban en mi boca.

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– ¡Eso es, muy bien… muy bien…! – repetía.
Mientras se la chupaba, Daniel, quitándose la chaqueta y la camisa, de vez en cuando me cogía la cabeza y me daba empujones dentro de mi boca con su polla, como si me la follara.
– Detente un momento, zorrita – me dijo de pronto – Quítame el pantalón.
Lo hice de inmediato. Me levantó y me sacó la blusa bajó mis bragas y la falda la enrolló en mi cintura pero me dejó las botas. Luego me tomó del cabello y me puso de rodillas nuevamente para que siguiera chupándolo.
– ¡Sigue con tu mamada! – me ordenó de nuevo.
Continué mamándole la verga por un rato más. Me sentía muy bien así. Me encantaba su rabo. Llevábamos más de media hora, cuando lo sacó de mi boca, me hizo levantar y me llevó hasta la sala de espera, frente a su oficina.
– Ven, que te voy a follar como se merece una mujer como tú – dijo.
Me acostó boca arriba sobre el sofá de la sala de espera, abrió mis piernas, que tomó con sus manos y puso su enorme verga en mi entrada. Yo la cogí y me la fui metiendo lentamente. Me quejaba y a él, eso le gustaba. De improviso avanzó y me la metió toda hasta el fondo. Grité, se acomodó y empezó a meter y sacar su polla dentro de mí. Lo hacía a una velocidad enorme y con una fuerza de gigante.
– ¿Te gusta así, verdad, te gusta… golfa…? – repetía.
Yo no paraba de gemir y de agarrarme de sus fuertes brazos. Sus atacadas eran tremendas. Luego juntó mis piernas para así apretar su verga. Me la metía y sacaba como una máquina sexual y pronto la sacó repleta de líquidos míos, pues ya había tenido un orgasmo durante la faena.
– Ponte a cuatro patas.
Lo hice. Me dio una palmada en las nalgas, metió uno de sus dedos en mi coñito, lo sacó e intentó meterlo en mi trasero pero al intentar yo impedírselo, me dijo que no me preocupara que no me haría daño.
Me quedé quieta, mientras él insistía metiendo uno de sus dedos en mi ano. Nunca lo había hecho por ahí. Su dedo me molestaba sobremanera pero cuando ya lo tenía dentro y comenzó a meter otro en mi coñito, el movimiento de ambos me fue excitando cada vez más y fui moviendo mis caderas al ritmo de sus dedos. Entonces los sacó y se acomodó para penetrarme.
Primero lo hizo de forma normal, por mi coño. La metió toda de un golpe y comenzó a penetrarme fuerte. Yo tenía la cabeza enterrada en el respaldo del sofá y sus envites me apretaban contra él. Me tomaba de la cintura y me atraía hacía su verga, que salía y entraba como un taladro. Sus huevos golpeaban mis nalgas y estaba a punto de un nuevo orgasmo pero entonces se detuvo.
– Ahora vas a saber lo que es coquetear conmigo – me dijo.

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Puso su polla en mi entrada posterior y empezó a avanzar. Me dolía muchísimo. Parecía experto en estos menesteres y esperó a que me relajara. Cuando el glande estaba dentro, comenzó nuevamente a empujar hasta tenerlo todo en mis entrañas. Se apoyaba en mi cadera y tiraba de mi cabello como si cabalgara a una yegua. Yo estaba en otro mundo sintiendo de todo, dolor, placer, lujuria, éxtasis, etc.
Me metía su polla con fuerza hasta que sentí que estaba a punto de correrse. Se apoyó sobre mi cadera y su ritmo se aceleró. Dio varios envites más y sentí cómo inundaba mi traserito. Fue enorme la cantidad de leche que salía de él. Luego sacó su miembro y lo limpió con mis nalgas y con mi falda,
enrollada a la cintura. Se sentó a mi lado y me besó.
– ¿Te gustó? – me preguntó.
– Sí, sí, me gustó… – contesté.
Me sonrió y me invitó a que le limpiara la verga. Lo miré y me incliné hacia su hermosa polla para lamerla hasta dejarla limpia. Mientras lo hacía sentí a alguien detrás de mí, me giré y vi que se trataba del jefe de seguridad, que miraba la escena con una cara de vicio increíble.
– ¿Qué tal la vista, José? – le preguntó Daniel.
– Excelente… – respondió el hombre mientras me miraba.
Yo estaba helada, sentada desnuda a un lado de Daniel, que me sobaba el cuello y sonreía a José.
– Está buena, ¿verdad? – añadió Daniel.
– La veo más que bien, jefe… – replicó el hombre.
– Pues ya sabes, José que de noche esta empresa es tuya con todo lo que tiene dentro – le dejo el jefe.
Al decir esto miré a Daniel y éste me sonrió. José se acercó hasta mí al tiempo que se bajaba el pantalón, sacando una polla gordísima y empalmado a más no poder, pues había visto todo desde el inicio. Lo tomó en sus manos y me lo ofreció para que lo chupase. Daniel me acompañó del cuello y no hice más que abrir la boca e intentar tragarme el paquete del vigilante.
Su verga era más corta que la del jefe pero mucho más gruesa. Comencé a lamerla y darle pequeñas mordidas.
– Eso si así… y mírame a los ojos mientras la chupas… me gusta ver la cara cuando me la maman… – me decía el tipo mientras tocaba mis tetas y se iba quitando la ropa. Daniel se sentó frente a nosotros a disfrutar de la escena.
El vigilante era un hombre de unos 45, bajito, pero fuerte, barrigón y calvo. Al quedar completamente desnudo, seguí mamándolo hasta que él me detuvo, se sentó en el sofá y me invitó a sentarme sobre su verga gruesa. Así lo hice y sentí esa verga abriéndome un poco más mi coñito pues el tamaño del grosor era inédito en mi cueva del placer.

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Cuando pude ensartarlo todo, él mismo me daba el ritmo para que subiera y bajara mientras me chupaba y tocaba los senos. La fricción con esa nueva verga hizo que me excitara mucho y que intentara llegar a un nuevo orgasmo. Aceleré el bajar y subir. Sentía cada vez más esa verga dentro hasta que abracé al vigilante y comencé a exclamar:
– ¡Sí, sí… qué verga más hermosa… me gusta sentirla dentro… – y me corrí de una forma inusual, gritando muy fuerte, arañando al vigilante de tal forma que, violentamente, me levantó y me puso acostada sobre el sofá.
Entonces comenzó a meter y sacar su polla con violencia. Yo le pedía más y más pero, al parecer, estaba incómodo en el sofá así que, sin sacarme su polla de dentro, me puso en el suelo y allí montó mis piernas con las botas sobre sus hombros y me penetró con furia. Luego se apoyó de mis senos y me daba con total violencia. Yo estaba en otro mundo mientras me penetraba y fue entonces cuando Daniel se acercó y me ofreció su verga para que se la chupase mientras tanto. La tomé y la mamé mientras era follada. Al cabo de un rato, el vigilante sacó su polla, me puso a cuatro patas y volvió a meterla. Yo seguía chupándosela a Daniel cuando noté, por el ritmo, que el vigilante estaba a punto de correrse por lo que decidí ayudarle moviendo mis caderas, pero también Daniel parecía listo para acabar. Efectivamente, ambos se corrieron al tiempo. Daniel bañándome la cara y la boca y el vigilante bañándome la espalda. Ambos se pusieron frente a mí y los limpié a fondo. Después de esto se vistieron. El vigilante siguió en su guardia, Daniel me llevó a su oficina y me dijo:
– Mira Ana, esto que ha pasado ha de quedar entre nosotros, me gustas mucho, pero será nuestro secreto.
Le dije que a mi también me gustaba él y que me parecía bien no contárselo a nadie. Dijo que me acompañaría a casa, que era muy tarde. Nos despedimos con un beso y me fui.
No hablamos del tema durante un tiempo, hasta que un día tuve que quedarme para terminar un trabajo…
Besos para todos.

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