Relato erótico

Segunda oportunidad

Charo
11 de febrero del 2020

Su apetencia sexual fue menguando y no sabía por qué. Un día discutieron y su marido le dijo que mejor que se separaran. Después de hablar y hablar decidieron que, por sus hijos, era mejor vivir bajo el mismo techo pero sin relaciones sexuales.

Gloria – VALENCIA
Hola amigos de CLIMA, he leído en varias ocasiones los relatos de vuestras revistas y quiero decir que, aunque siempre me resultaron tremendamente excitantes, nunca se me ocurrió escribir uno, ya que no creía que tuviese nada que contar del calibre de lo que aquí narráis. Pero las últimas semanas he tenido un “pequeño” cambio en mis costumbres sexuales que me gustaría que conocierais, sobre todo por quien le pueda ayudar.
Hace once años que estoy casada con mi marido Mario. Él es una bestia en la cama, no es una estrella del porno, pero está bien dotado. Aunque lo realmente importante de él son sus otros atributos: le gusta todo, se lo come todo. Su lengua en mi clítoris me ha hecho estallar en orgasmos continuos infinidad de veces, sus dedos son mágicos, no hay rincón de mi cuerpo que no le guste besar y lamer, y se recupera con bastante facilidad para una segunda vez, aunque suele estar más pendiente del placer ajeno que del propio, y cuando llega al final, yo he estallado varias veces por el camino
Por circunstancias que no vienen al caso, nuestra relación se fue enfriando, sobre todo por los esfuerzos y cansancios que provocan dos hijos pequeños. Eso deterioró nuestros asaltos de cama haciéndolos cada vez menos frecuentes, y la falta de sexo ayudó a repercutir de forma negativa en las continuas discusiones y todo lo demás
Una noche, después de una pelea más fuerte de lo habitual, me dijo que se iba, que no lo soportaba más. El pánico se apoderó de mí, puede que algunas de las peleas las hubiera originado yo, pero nunca pensé que llegase a ese punto. Después de tres horas de charla y discusión, conseguí que se quedara, convinimos que era lo mejor para los niños que siguiésemos viviendo bajo el mismo techo, mientras decidíamos sin prisa pero sin pausa si comenzaríamos vidas por separado. Y él se fue a dormir al salón
Durante una semana mis noches fueron turbulentas. Me despertaba con el sexo húmedo y los pezones como piedras, viendo que no estaba allí, pero imaginando su cuerpo fibroso en el sofá. Algunos días me desperté oyendo el suave crujir de los muelles del sofá, y solo imaginarlo masturbándose desnudo en el salón hacía que me estallase un orgasmo detrás de otro cuando mis manos aleteaban por mi cuerpo. Yo sabía que él también acumulaba tensión sexual, pues en los buenos tiempos, cuando no había peleas, podíamos hacer el amor dos y tres veces a diario, y aquella distancia forzada incrementaba la sensación de fruta prohibida.

Pero había una idea que iba tomando poco a poco fuerza en mi cabeza. Un último límite que no habíamos realizado en doce años era el de que nunca me había dado por culo. Habíamos tenido juegos anales, eso sí, le encantaba acariciar con su lengua mi estrecha abertura, y solía meterme un dedo cuando devoraba mi sexo a lametones y me encantaba, pero los dos únicos intentos de hacerlo en todo aquel tiempo se habían saldado con fracaso, y es que en cuanto intentaba introducirme su glande, por mucho que me lubricara antes, la sensación de que me partía en dos era tan dolorosa que desistimos. Era algo que nos quedaba pendiente, ya que él lo había practicado con una novia que tuvo antes de casarnos, y él algunas veces se refería a aquellos escarceos anales como el último tabú, algo que hizo una vez pero que nunca repetiría, o al menos nunca lo haría conmigo. Aquel día la situación se había distendido. Habíamos incluso llegado a bromear y a reír, dentro de la sensación mutua de ir con pies de plomo para no molestar al contrario.
Puede que fuera por volver a tener sus sonrisas, sus guiños, que esa noche me desperté con el camisón pegado a la piel, el corazón desbocado y el clítoris lanzando señales de alarma. Con pasos de gata me deslicé al salón para verle dormir. En la semipenumbra de
la luz que entraba por la ventana abierta descubrí que se había quitado el pijama en el calor de la noche veraniega. Y al verlo así, desnudo, su polla semierecta, todas las barreras se desbordaron. Cerré la puerta del salón para evitar que nada llegase a oídos de nuestros hijos, mi camisón voló desmadejado hasta una silla, y Mario despertó de repente con su miembro creciente en mi boca, que lo chupaba de arriba abajo como una quinceañera, recorriendo su gruesa piel hasta el glande, donde mi lengua se deshacía en caricias y pequeños frotes.
Él no había articulado aún palabra, pero su pétrea respuesta y los jadeos que comenzaban a brotar de sus labios eran buena señal. Yo, mientras, tenía mi mano trabajando frenética en mi pubis, excitadísima de notar su polla tensa en mi boca.

Cuando él se incorporó, con la sana intención de tomar posición para penetrarme, le empujé al sofá, y agarrando su verga y apretándola ligeramente, le susurré al oído:
– Quiero que me folles por el culo.
Se quedó congelado, imagino que era lo último que esperaba oír en su vida de mis labios, y menos dadas las últimas circunstancias.
– ¿Estás segura? A ti te duele cuando lo hemos intentado…
– Me dan lo mismo las otras veces. ¡Encúlame ahora!
Me giré presentándole mis hermosas posaderas, que le encantaban y que adoraba apretar mientras me follaba a cuatro patas, pero para darle lo que siempre había deseado hacer conmigo. Incliné mi cuerpo sobre el sofá, y descansando la mitad del cuerpo sobre los almohadones me dispuse a recibirle. Mario se levantó y en unos segundos volvió con un bote de aceite, que destapó y dejó caer unas gotas en mi rabadilla, que se deslizaron lentamente hasta mi ano poniéndome los vellos como escarpias. Después, sus dedos acariciaron toda mi abertura, deslizándose uno suavemente, primero una falange, luego otra, hasta entrar hasta el fondo, luego más aceite y vuelta a entrar. Cuando me quise dar cuenta, estaba más aceitada que un bistec listo para cocinar, y con su índice y medio entrando y saliendo de mi culo, mientras su anular y meñique lo hacían de mi coño, haciéndome retorcer como una loba en celo y le susurraba:
– ¡Fóllame, fóllame ahora mismo por el culo!
A todo esto, a mi excitación se unía el pánico de que en unos segundos me iba a partir de nuevo en dos, pero estaba tan caliente que ni quería pensar en ello. Y entonces Mario colocó su verga enhiesta entre mis dos nalgas, y acariciando el ano suavemente con el capullo, comenzó a empujar
– Si te hago daño me lo dices y me salgo – me dijo.
Yo no podía responder. Estaba conteniendo el aire mientras su glande enorme se deslizaba despacio por mi ano, abriéndose paso como si fuera un cuchillo entrando en mantequilla, taladrándome el dolor las entrañas, pero sin proferir un susurro.

Él se retiró, volvió a engrasarse la polla y volvió a penetrarme, esta vez unos centímetros más, aumentando el dolor mientras yo mordía la tela del sofá para no hacer un ruido de queja. Retrocedió de nuevo, entró unos centímetros, retrocedió, entró y de repente, no sé si porque comencé a relajar mi esfínter una vez que ya tenía dentro todo su diámetro, el dolor se esfumó, se evaporó, y ahí me encontré yo, con la fenomenal polla de mi marido entrando y saliendo de mi culo con una lentitud untuosa, sintiéndome sucia, morbosa, como una puta en celo, y comencé a disfrutar de una forma tan intensa, con unos jadeos tan estremecedores que Mario se detuvo diciéndome:
– ¿Te hago daño?
– No, sigue… me… me gusta.
– ¿Te gusta? ¿No te está doliendo? – decía mi marido alucinando.
– No, ya no… sigue, por favor… fóllame más.
Claro, después de recuperarse del impacto, Mario continuó sus embestidas con renovado brío. Yo gozaba ya como una desesperada, gimiendo y diciéndole:
– ¡Me gusta… me gusta… sí, fóllame más, me siento tan perversa, me encanta sentir tu polla dentro de mi culo!
Entonces él se inclinó hasta que su pecho se apoyó totalmente en mi espalda, y así doblado su mano derecha, llegó fácilmente hasta mi sexo y comenzó a acariciar mi clítoris. Entonces sí que me sentí morir. Las sensaciones en mi sexo se veían multiplicadas por la presión de su pene en las paredes de mi ano, y yo cabalgaba, gemía, sollozaba, pequeños orgasmos me iban estallando uno detrás de otro, y cuando él aceleró su bombeo y comencé a sentir sus espasmos y su semen caliente dentro de mi culo, exploté en un clímax salvaje, destructivo, arrebatador, por primera vez en mi vida puedo decir que vi fuegos artificiales, y luego otro, y otro, y otro… hasta que quedamos los dos pegados, sudorosos, él sobre mi espalda y con su miembro aún duro dentro de mí, con cada roce mínimo en mi piel provocando todavía terremotos de placer.

Solo puedo decir que no nos hemos separado, que aunque las diferencias siguen persistiendo, esta compatibilidad recién descubierta en la cama después de once años ha dado un giro de 180 grados a la situación. Estamos follando de dos a tres veces diarias, y que al menos una de ellas, aunque algunas veces, las tres, yo le susurro con mi voz más rastrera:
– Métemela por detrás.
Me encanta que lo haga, me siento más caliente y viciosa que en toda mi vida, y ha habido días que he estado hora tras hora con las terminaciones nerviosas a flor de piel, esperando y deseando el momento en que sus manos agarren con fuerza mis nalgas y muy despacito, muy duro, muy bestia, me dé por el culo.
Un beso.

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