Relato erótico
Secretaria ideal
Necesitaba una secretaria, pero no quería que fuese un bellezón. Aunque siempre ha creído que se debe mezclar la polla con la olla, al final sucumbió.
José María – SAN SEBASTIAN
Hace ya un tiempo me di cuenta que necesitaba una secretaria. No buscaba ninguna belleza ya que a la larga las cosas se complican. No se debe mezclar el trabajo con el placer.
La persona encargada de la selección de personal de la clínica hizo un buen trabajo. Me presentó a tres candidatas. Todas estaban muy bien preparadas y no eran precisamente demasiado guapas. Al final, me decidí por Marisa. Tenía 37 años, estaba soltera, delgada, nada guapa y vestía con ropa muy clásica y sin ninguna gracia.
Soy médico y por lo tanto mis horarios son un poco “descabellados”, por lo tanto Marisa trabajaba muchas horas, y normalmente fuera del horario de sus compañeras. Por esto y por su gran preparación le ofrecí un buen sueldo.
Estábamos muchas horas juntos e inevitablemente nuestras conversaciones pasaron al terreno personal. Me contó que nunca había tenido un novio formal, que aun era virgen, y sus gustos a la hora de leer libros o escoger películas eran muy similares a los míos.
Meses después se cortó el pelo, antes lo llevaba una melena hasta los hombros y lo dejó corto. También acortó sus faldas y mostraba unas piernas como palitos. Luego empezó a llevar pantalones que revelaban su carencia de culo. Y terminó por estrechar sus blusas y pronunciar los escotes, descubriendo que tenía un par de tetas grandes y bien formadas, su único atributo femenino visible.
Había días que aunque ya habíamos terminado con el trabajo pendiente, se quedaba conmigo y charlábamos de cualquier cosa, esas charlas me ayudaban a desconectar del estrés que había padecido durante el día.
Una de estas noches, y cuando me servía un café, y al dejarlo en mi escritorio se inclinó hacia él y como llevaba un sujetador de esos que juntan ambas tetas, la visión del par de globos apretados me excitó. Llevé la conversación hacia temas de sexo, y de su virginidad. Su explicación fue que como no era atractiva no les gustaba a los hombres, yo le quité importancia y le dije que era una mujer con mucho encanto.
Ambos estábamos sentados en nuestros sillones, la charla cotidiana derivó nuevamente al sexo, yo mantenía cierto morbo hacia ella y no lo disimulaba, me levanté mientras dialogábamos y le di un beso en la mejilla. Ella, como avergonzada, bajó la cabeza, pero no rechazó a la caricia, así que me aventuré un poco más y levantando su falda, ese día se había puesto una muy sexy y le acaricié las piernas.
Transcurría el tiempo y Marisa me miraba hambrienta cada vez que estábamos solos en la oficina. Se alimentaba con los besos apasionados y caricias que yo le regalaba, levantando su falda, y sobre todo metiendo mi mano bajo su ropa para tocarle las tetas. Por encima de sus bragas le rozaba el coño, que se le ponía empapado de la calentura que llevaba. Eran treinta y siete años sin tener una verga para ella.
El día que yo había previsto para hacer algo más con ella, terminé mi trabajo temprano, Marisa había salido antes y me esperaba a dos manzanas. La recogí en mi coche y nos encaminamos hacia mi casa. Durante el recorrido, le puse su mano sobre mi polla semi erecta y ella me la apretó con ganas, pero sin pericia. Entramos en mi piso y serví dos whiskys, aunque Marisa me confió que nunca tomaba alcohol.
– Pues ahora tómalo, que te va a relajar.
– Tengo miedo que se me suba a la cabeza.
– Te va a venir bien estar un poco mareada.
La llevé al dormitorio y le fui sacando la ropa. Su cuerpo en ropa interior daba lástima: piernas flacas, nada de muslos, nada de culo, nada de caderas. Solamente destacaban sus grandes tetas.
– Esta noche vas a hacer un curso acelerado, tienes que recuperar muchos años juntos – le dije.
– Es lo que estoy esperando, quiero saber si es cierto que es tan hermoso el sexo – contestó.
Le pedí que se acostara y me quedé desnudo de espaldas a ella para meterme bajo las sábanas. Sin acercarme la besé y le fui quitando el sujetador y el tanga mientras acariciaba todo su cuerpo.
Cuando me pegué a ella y sintió mi verga en su vientre se sobresaltó, pero se la puse entre las piernas rozando su coño mientras le chupaba las tetas mordiendo suave sus pezones enormes. Luego llevé una mano hacia su coño depilado y con los dedos separé los labios hasta encontrar el clítoris. Nada más rozarlo, noté que se mojaba.
A continuación bajé y le dediqué una comida de coño muy profesional, aunque ella se resistía a correrse, o es que no sabía cómo hacerlo, por lo que empecé a dudar de mi capacidad amatoria e intenté meter un dedo en su sexo, que encontré tan estrecho que opté por lubricar mi dedo a pesar que sus jugos ya lo habían mojado. Con bastante gel introducido en la cueva, decidí intentar la penetración. Apoyé la punta de mi verga en su coño y con esfuerzo introduje la cabeza.
– ¡Ayyyyyy…! – gritó – ¡Me duele!
– ¿Te la saco?
– ¡Nooo… sigue, por favor! Ya me habían dicho que la primera vez duele.
Empujé más, Marisa no se quejaba, pero lloraba en silencio, apretando los labios y cerrando los ojos. Me dio trabajo, pero se la metí entera sin encontrar señales de himen, algunas mujeres grandes y vírgenes suelen sufrir una atrofia de la preciada membrana, y me quedé muy quieto. Ella seguía llorando y en su cara se notaba el dolor que estaba sintiendo y como yo no quería prolongar su sufrimiento, me moví con calma dentro de ella, y a propósito me corrí rápido.
– ¿Te dolió mucho? – le pregunté.
– Sí mucho, se ve que, o yo tengo el sexo muy estrecho o tú la tienes muy grande.
– ¿No gozaste nada?
– No importa, ya llegará el placer con el tiempo.
Marisa pensaba que la iba a follar siempre. Descansamos un buen rato, en el que no dejé de tocarle las tetas, y a consecuencia de esto se me volvió a endurecer la polla y quise follarla otra vez, pero me fue imposible, veía que en verdad le dolía mucho.
– Perdóname, pero no puedo – me dijo – me duele mucho, no lo aguanto
– No es nada Marisa, no te aflijas.
– Pero te vas a quedar con las ganas.
– Salvo que te animes a que te la ponga por el culo
– ¡Oh sí, probemos! Creo que me va a doler menos.
No tenía ganas de enseñarle a mamar una verga en esa ocasión, así que elegí intentar la penetración anal. Lubriqué su ano con una crema especial y se la enterré lentamente. Ella casi ni gritó, yo me aferré a esas tetas y estuvimos follando como diez minutos. Realmente se tragó todo mi miembro y no se quejó. La crema era muy eficaz y cuando yo no aguanté más, le llené el culito de leche, dejándola muy feliz de la vida con el culo desbordante de semen, pero yo me quedé con ganas, así que preferí terminar allí y que Marisa se fuera a su casa.
Al día siguiente llevé a Marisa a mi consultorio y con un exhaustivo interrogatorio y un correcto examen le diagnostiqué una endometriosis que le producía dolor en el coito. Un TAC y una biopsia confirmaron el diagnóstico. Por su audacia al querer estrenarse conmigo, le regalé una intervención quirúrgica que normalmente cobro bastante cara. Ya recuperada volvimos a follar, esta vez sin problemas.
Aunque no dejé de visitar su culo, Marisa se convirtió en una verdadera puta privada para mí. Aprendió a mamar una polla con verdadero arte y a tragarse todo el semen posible. Se inició en la cubana o paja rusa hasta llegar a ser una maestra aprovechando sus grandes tetas. Probó el lesbianismo en tríos conmigo y una amiga mía. Casi nada del sexo le fue ajeno y por su propia voluntad, participó en fiestas donde probó otras pollas.
Llegó a tener tres vergas en su cuerpo, simultáneamente. Compensaba sus escasos atributos con una dedicación envidiable. Pronto dejó de ser mi puta privada para serlo también de otros y otras.
Hoy me la follo muy de vez en cuando, aunque hace poco me confesó que lo que más le gustaba era el sexo lésbico, y tenía una pareja femenina viviendo con ella. Pero siempre es un recurso cercano para relajarme inmediatamente después de una operación muy complicada. En esos casos corro del quirófano a mi oficina, y con una buena mamada me afloja la espalda enseguida.
Ahora planeamos un encuentro en su casa, con ella y su pareja lesbiana, que esa sí está bien buena. Y a mí me encanta follar con dos lesbianas, porque me exprimen hasta la última gota. Me excita verlas hacerse gozar mutuamente y luego penetrarlas a ambas por todos sus agujeros. Y generalmente me la maman muy bien, pero esto será tema de otro relato.
Saludos a todos y gracias por leerme.