Relato erótico

Reina por un día

Charo
22 de agosto del 2020

Sus compañeras de trabajo querían salir de noche, y la invitaron. No le hacía mucha gracia ir con ellas porque siempre terminaban en un espectáculo de boys. Al final la convencieron y fue una noche maravillosa.

Magda – Sevilla
No me apetecía demasiado la idea de irme de marcha con mis amigas del trabajo, porque además sabía que les gustaba demasiado la marcha, pero de otro tipo y claro, acabaríamos visitando un lugar de esos de “Boys” donde todas se ponen como locas y la que más y la que menos le gusta pillar cacho, al menos debe ser para comparar. Yo la verdad, estoy más que satisfecha con mi novio, con su barriguilla y con su tamaño Standard, pero en fin, tampoco quiero ir siempre de estrecha y me uno a la fiesta.
Al final, como siempre, me convencieron. Tras la cena y unas cuantas copas acudimos al lugar de ambiente, que no era más que un sitio donde solo estaba permitida la entrada a mujeres. Me dispuse a contemplar el espectáculo, siempre con el mayor interés, porque intentaba no desentonar y gritaba como si aquellos tíos que iban saliendo al escenario fueran lo más asombroso del universo, no niego que estaban como querían, cuerpos fornidos, abdominales marcados, brazos poderosos al igual que sus herramientas, siempre considerablemente grandes, pero vamos, bastante artificiales para mi gusto.
Yo seguía el juego a todo ese ambiente y la verdad es que me divertía más el espectáculo que daban algunas que los propios boys.
Cuando ese número loco acabó y las alteraciones cardiacas del respetable se fueron calmando, el presentador, otro macizorro de turno en tanga, anunció un número sorpresa:
– Estimado público. Hoy con nosotros… un espectáculo muy especial, recién llegado del corazón de África… ¡El rey de bastos!
Otra vez el griterío ante tan sorprendente anuncio que a mí me pareció, por cierto, de lo más ridículo y poco original, aunque supuse donde estaba escondido el “basto”.
Todas las luces se apagaron para dar pie a un foco que alumbraba al centro de las cortinas del escenario. Se hizo un leve silencio y apareció ante la atónita mirada de todas, yo incluida, un hombre altísimo, negro, negrísimo, vestido de rey con su corona y todo, aunque su majestuosidad no parecía ser esa, ni la capa real que llevaba sobre sus hombros, sino lo que ocultaba bajo su tanga que se avecinaba enorme.
Esta vez no seguí a la tropa de gritos, ni tan siquiera creía oír nada, más que una música sensual y un hombre increíblemente perfecto que se estaba despojando de la capa, mientras sonreía con una inmaculada dentadura blanca que destacaba ante su piel tan oscura.
Un rostro hermoso, con un pelo muy corto, unos ojos gigantescos y oscuros, bordeados por unas cuidadas cejas, una nariz grande pero no achatada, sino imponente, como todo él.

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Esta vez, aplaudí como la que más, pero no impulsada por la fiebre del resto de locas que estaban a mí alrededor, incluyendo mis histéricas amigas, sino porque estaba disfrutando como nunca de la imagen de ese chico tan precioso, que se movía con un arte y una gracia únicos.
Ese maravilloso rey, señalaba a las asistentes para animarnos a todas, más de lo que ya estábamos para arrancarse el tanga, la única prenda que portaba su endiablado cuerpo. Pero quiso que fuera una de sus salidas admiradoras quien lo hiciera con sus propias manos. De modo que alguien acercó una silla al centro del escenario y el hombre que hacía las delicias de todas.
Creo que por gracia divina o por mis grandes esfuerzos por alcanzar a mi macho adorado, que su dedo me señalara y su sonrisa me iluminara, pues entre todas esas hembras hambrientas, las que tanto soñaban con apoderarse del tanga, solo yo fui la afortunada.
Cuando su mano tocó la mía casi me deshice y noté el calor que salía a borbotones de mi sexo. Y cuando me abrazó acariciando mi espalda, yo me refugié en su pecho como un pajarillo que ha encontrado por fin su nido.
Me giró frente a las asistentes que no dejaban de gritar y gritar. Me sobó las tetas delante de todas, aunque yo en ese momento no era dueña de mí ni de mis actos, de modo que poco me importaba que aquel desconocido me utilizara a su antojo. Cuando noté en mi culo el bulto que ocultaba su mini slip casi pude ver las estrellas y me giré con intención de tocarlo, pero el chico sabía responder a los ataques, pues me sostuvo de la muñeca haciéndome una especie de llave, al tiempo que me susurraba al oído en un perfecto castellano:
– Tranquila gatita, ahora tendrás lo tuyo.
El muchacho hacía conmigo lo que quería, me sobaba el culo, me tocaba las tetas, pasaba sus ardientes dedos por mis labios y en alguna ocasión metía sus manos entre mis muslos. Me maldije por no haber traído la falda larga en lugar de esos malditos jeans ajustados, pero el hecho de ser manoseada como mayor privilegiada entre tantas mujeres por ese chico tan guapo y tan perfecto era lo que más me importaba y deseosa que eso no se acabara nunca.
Agarró mis manos y las puso a pocos centímetros de su sexo. Me agarró de la muñeca de mi mano derecha y la introdujo en su slip. Por un momento creí desfallecer cuando agarré el trozo de carne más grande que hubiera imaginado y tuve que apoyar mi cabeza contra su espalda al notarlo medio desmayada. Esta vez no fingía, esta vez no estaba siguiendo el juego de otras veces, en esos instantes estaba disfrutando de uno de los mejores momentos de mi vida. Me sentía en la gloria

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El tío se levantó y se sentó de nuevo sobre mí, pero esta vez de frente, abriendo sus piernas sobre las mías y su sexo a pocos centímetros de mí. Esta vez pude verle la cara de cerca y apreciar esa gran belleza desde muy poca distancia, lo que aumentaba mi deseo por él y dispuesta a recibir lo que tuviera a bien entregarme. Y vaya que si lo hizo, siguió manoseándome con descaro y me hizo tirar de su tanga hasta que por ese arte de magia me quedara con él en la mano. No lo podía creer, estaba desnudo sobre mí. Y su polla reposaba morcillona pero enorme sobre mí regazo. Qué maravilla, que prodigio. Cuando iba a atraparla con mi mano, el tío se levantó y danzó a mí alrededor. Yo parecía estar amarrada a la silla, pero ya no veía donde estaba, solo que un prodigio de la naturaleza bailaba cerca de mí, completamente desnudo y mostrando un miembro gigantesco y precioso.
Se colocó a mi lado en la silla y sin dejar que moviera mis brazos comenzó a pegarme pollazos con ese miembro que parecía ir creciendo en cada instante.
Cuando más algarabía había en aquel local, cuando más locos eran los gritos y las frases pronunciadas por unas fieras desbocadas, el chico decidió dar por terminada la actuación dejando a todas con la miel en los labios, menos a mí, que tirando de mi mano y casi sin poderle seguir, me llevó hasta su camerino. Evidentemente, no opuse resistencia.
Cerró la puerta y se puso frente a mí. Su desnudez resultaba atrapante, como sus manos abarcando mi cuerpo. Yo deseaba cerrar los ojos pero a la vez no quería dejar de perderme esa tierna mirada y ese bello rostro. Me besaba en el cuello, sus manos abarcaban mi cintura, mi culo, y por fin me dejó agarrar su miembro, que se oprimía contra mí y que entonces vi más grande y más vivo que nunca. Su tacto era divino, un pene duro, quizás no tan grande como aparentaba, pero que parecía extraordinario, al estar totalmente depilado y a bordo de un cuerpo tan celestial. Acaricié su glande con mi dedo y bajé su piel sintiendo que a través de mi mano se sentía el paraíso más cerca que nunca.
– Gracias -le dije-.
Me sonrió y apoyó sus labios sobre los míos con una dulzura extrema.
– ¿Por qué me elegiste? – pregunté mirando a esos grandísimos ojos sin dejar de acariciar su miembro.
– Porque me gustas.
No hubo más palabras, no hubo más interrupciones, el tiempo pareció detenerse, porque cuando quise darme cuenta me había desnudado a una velocidad increíble, creo que perdí el conocimiento o me quedé soñando ante tanto placer, pero no noté que me despojara de la blusa, ni como desabrochó el botón de mi pantalón, ni tampoco como se deshizo de él ni posteriormente de mis braguitas.

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Me apoyó sobre una mesa quedando mi culo al borde y acercó su sexo al mío, sin prisa, pero sin pausa, aquel tronco grandioso se adentró en mi coño al tiempo que mis manos se aferraban a su espalda. La blancura de mi cuerpo resaltaba sobre su morena piel, casi negra. Dos cuerpos contrastados, como la leche y el café se unieron el aroma más penetrante, tanto como su miembro en mi interior y sus fluidos se mezclaron con los míos, haciendo la combinación perfecta, el polvo perfecto, con el hombre perfecto.
Cuando más tarde salí al encuentro de mis amigas me preguntaron qué es lo que había sucedido. Naturalmente les conté que solo habíamos estado charlando, pero no les dije que realmente ese hombre me había llevado al paraíso, que me había follado como nadie varias veces, que había tenido la oportunidad de lamer esa verga tan grande y tan dura para mi sola, recreándome en cada centímetro, saboreando ese miembro majestuoso, ni que me había hecho ver las estrellas comiéndome entera, lamiendo mis pezones y mi sexo hasta casi desfallecer, ni tampoco y lo más importante, que me convirtiese en su reina por una noche.

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