Relato erótico

Quiero un macho follador

Charo
16 de diciembre del 2019

Está casada con un hombre mayor que ella pero, últimamente no está satisfecha con el sexo que él le da. No sabe si ha dejado de gustarle o simplemente, ya no se le levanta. Aquel día, se levanto tan caliente que empezó a pensar en serle infiel.

Conchita – Segovia

Mi nombre es Conchita, soy una mujer casada, de 30 años, aún sin hijos.
Trabajo en una casa de antigüedades, desde hace diez años, mi horario laboral es de las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde.
Los sábados normalmente no se trabaja, salvo excepciones, que venga un cliente importante, y que esté buscando algo de alto precio.
Mi marido es un hombre de 50 años, bastante bien parecido, aún conserva todo su pelo y siempre tuvimos sexo “del tradicional”, pero últimamente, no sé si por la edad, o porque quizás ya no le guste tanto, que nuestras relaciones sexuales, se volvieron aburridas, rutinarias, y lo hacemos porque hay que hacerlo, nada más que por eso.
Tengo muy buen cuerpo, soy alta, bien proporcionada, piernas largas y torneadas, senos grandes, y un trasero importante, de esos que no pasan nunca desapercibidos. Cabellos castaños, largos y lacios, cubren casi toda mi espalda. Piel blanca, ojos azules, boca de labios gruesos, rojos y siempre húmedos.
Estaba con ganas de follar, mi marido se fijaba poco en mi. Hacía días que pasaba por mi cabeza la necesidad de tener un macho que me diera sexo a rabiar, y para ser totalmente sincera, ya lo había decidido, le pondría unos buenos cuernos a mi marido, pero aún no sabía con quién. Siempre tuve debilidad por los señores mayores, (por eso me casé con un hombre mucho mayor que yo, y también porque su situación económica era buena).
Como era una persona de confianza, los dueños de la casa de antigüedades me habían dado las llaves del negocio, para que abriera la tienda cada mañana, los dueños eran dos hermanos y socios, el mayor de 70 años, viudo, se llamaba Carlos y el otro de 68 años, casado, se llamaba Joaquín.
Siempre alababan mi belleza, y hacían bromas, pero todo con mucho respeto, no pasaba más que de una inocente broma, a las cuales yo respondía con una sonrisa, nunca se me había ocurrido mezclarme con ellos, cuidaba mi trabajo, pues necesitaba el trabajo, no por el dinero, pero si, para salir de la casa.
Al mediodía de cerraba el local por una hora, momento en que iba a la parte de atrás a comer y a relajarme un poco, ya había decidido que iba a masturbarme nuevamente, pues no podía seguir en ese estado.

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Cerré el negocio, en la parte de atrás teníamos una pequeña cocina, para prepararnos algo de comer, o tomar café a lo largo del día, había un refrigerador, una pequeña cocinita, una mesa con tres sillas.
Cuando estaba cerrando para irme a almorzar (con masturbación incluida), llegó Carlos uno de los dueños.
-Buenos días Conchita, si no has almorzado aún, podemos hacerlo juntos. (Muchas veces lo habíamos hecho)
-En eso estaba.
-Pues cerremos y vayamos a comer.
Pasamos a la cocina, sentía la mirada de Carlos en mi espalda, era una ráfaga de fuego que me subía desde mis redondas caderas, hasta el cuello, me di vuelta y lo miré fijamente a los ojos, mi mirada, lo decía todo.
-¡Qué bien te sienta ese vestido rojo!, ¿cómo puedes andar? es demasiado apretado.
-¿Le parece que es muy apretado?, musité coqueta.
Apoyé mi trasero en el fregadero, y abrí mis piernas, mis pies estaban cubiertos por zapatos altos y negros.
Carlos se fue acercando a mí, yo estaba temblando de pasión, mis bragas se iban humedeciendo. Más de uno diría que yo estaba loca, que un viejo de 70 años me excitara con su mirada, pero es que estaba tan caliente, que en esos momentos, me hubiera calentado cualquiera, yo solo quería verga, eso era lo único que me importaba.
Don Carlos se puso frente a mí, apoyó una de sus manos en mi cadera, la subía y bajaba lentamente, mientras su mirada estaba fija en mi precioso escote.
-Siempre lo hablamos con Joaquín, que debe ser una delicia poder hacerte el amor, eso sí, procuramos que no se note, pues sabemos de la diferencia de edades. Su mano seguía subiendo, hasta posarse en uno de mis senos.
Mi respuesta fue abrir mis labios, y darle un terrible beso en la boca abierta que ya me estaba esperando.
Nuestras lenguas se encontraron, se rozaron, y jugaron en un largo beso, mientras Carlos, me apretaba contra su cuerpo, sus manos apresuradamente desabrocharon mi vestido, que con su ayuda cayó al suelo
Carlos se levantó de la silla, metió en su boca uno de mis senos, los lamió, mientras sus dedos hurgaban dentro de mi chocho.

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Yo no hacía más que gozar y suspirar, y pedir más, más, más.
-¿Quieres más putita?, ya verás lo que te puede hacer sentir mi lengua.
Se sentó en la silla, me tomó de las caderas y me llevó hacia delante, puso su larga lengua en punta y comenzó a “trabajar” dentro de mi chocho, inundado de placer, enrosqué mis pies cubiertos por los altos zapatos en su cuello, de esa forma empujaba cada vez más su cabeza entre mis piernas.
Su lengua hábil, larga y en punta recorrió mis labios vaginales, luego se fue introduciendo en mi agujerito, entraba y salía como una polla hasta que se apoderó de mi clítoris, y comenzó a lamerlo y a succionarlo, mientras cada una de sus manos, se apoderaron de mis pezones, con sus dedos los masajeaba, y los ponía en punta, así estuvo unos segundos hasta que tuve mi primer orgasmo. Tuve dos orgasmos seguidos, y cuando estaba llegando al tercero, fuimos interrumpidos por los gritos de don Joaquín, el hermano y socio de Carlos.
-Pero…pero… ¿qué es esto? Miren con lo que me encuentro, en mi propio negocio.
-Te encuentras con la más maravillosa putita que no creo que vuelas a ver. Esta mujer hermano, sabe gozar del sexo, como lo soñamos siempre.
Yo no sabía qué hacer, totalmente desnuda sobre la mesa, con un vejete chupándome el chocho y gozando como una perra, pidiendo más, pidiendo que siguiera, y Joaquín viendo y oyendo todo.
-Por lo menos… ¿puedo mirar?, me encantaría ver a esta putita como goza.
-Acerca tu silla hermano, y verás lo que es hacer gozar a una hembra.
Joaquín se sentó, tenía a dos viejitos frente a mi dispuestos a darme lo que tanto me gustaba y que no tenía, ¿por qué no hacerlo con los dos? Sería mi primera experiencia de un trío, de sentirme penetrada doblemente, ¿por qué no?…
-Vamos princesa, olvídate que está mi hermano y continúa gozando.
Obediente abrí las piernas, y le ofrecí mi chocho a Carlos que comenzó a darme lengua nuevamente y yo a gozar como una verdadera puta, en realidad, como lo que era, una golfa.
Estaba tan caliente con esa lengua en mi clítoris y el otro viejo mirando, que me hacía gozar más, saber que alguien me veía disfrutar como una zorra, Joaquín se puso de pie y sacó su polla dura, me la enseñó, mientras se masturbaba, tenía la verga dura como una roca.
-¡Ay, Joaquín, dámela, dámela que te la quiero chupar!
Joaquín me dio su verga en la boca, se la chupaba con desesperación, me la metió hasta la garganta, mientras decía:
-Eres una guarra, cómo me gusta que lo seas, Conchita.

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Después de mi corrida, me arrodillé sobre la mesa, mostrando mi deseada espalda, les mostraba mi trasero, y con mis manos lo fui abriendo, y a balancearme, pidiendo verga, quería sentir un buen trozo de carne dentro de mí.
Me estaban follando dos tíos y disfrutaba como una cerda, ni siquiera me acordaba de mi marido. Disfruté de cada momento, de cada lamida y no paré de correrme, de tragarme la leche de los dos, saborearla, y untarme todo el cuerpo con esa leche tibia y pegajosa.
De más está decir que esa tarde el negocio permaneció cerrado, pues estuvimos toda la tarde practicando sexo, sexo oral, sexo anal, los dos a la vez o de a uno. No se la cantidad de orgasmos que tuve esa tarde, pero lo pasé extraordinariamente bien.
Desde ese día no paré ser infiel a mi marido, no solo con los viejitos, con varios más, mientras tuvieran una verga dura, todo me venía bien.
He convertido a mi marido en un cornudo, pero algo tengo que hacer si no sabe satisfacerme.
Un beso muy guarro para todos.

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