Relato erótico

Quiero a mi mujer, pero…

Charo
12 de octubre del 2019

Quiere mucho a su mujer y sigue muy enamorado de ella a pesar de que es una mujer muy fría y dice que el sexo la aburre. Dicho esto, una tarde en el gimnasio coincidió con una mujer a la que había visto otra vez. Era muy atractiva y cuando se dio cuenta que él no le quitaba los ojos del culo le hizo una proposición que no pudo rechazar.

Miguel – PALMA DE MALLORCA
Era un sábado de madrugada, celebrábamos nuestras bodas de plata y regresábamos de cenar en un restaurante y de bailar. Catalina se tendió de espaldas en la cama con las manos bajo la cabeza y el movimiento hizo que sus generosos pechos se agitaran bajo el corto camisón de una seda tan delicada que parecía casi transparente.
A través de la tela distinguía sus oscuros pezones y el negro triángulo de rizos estaba a la vista.
Catalina es una mujer que mide 1,72 descalza y pesa 63 kilos, su cintura está todavía bien definida, sus caderas bien formadas, sus piernas, largas y torneadas, pero sus tetas, según ella, son demasiado grandes, que no caídas. A los dieciocho años, cuando la conocí, ya alcanzaban las dimensiones de ahora. La lencería que llevaba aquel día me excitaba furiosamente, quizá más que la propia Catalina, después de tantos años. Mi mujer es una mujer cincuentona, tiene dos años menos que yo, cabello oscuro, casi negro y corto, que le confiere un aspecto provocativo y la vez serio, el de toda casada que dice “no” muchas más veces que “sí”. Por esta razón la considero un reto.
Hay una dosis de excitación adicional al lograr estar entre las piernas de una esposa remisa a quien solo unas pocas veces he conseguido hacerla gozar, una mujer que parece encarnar una contradicción, un aire muy distante combinado con unas grandes tetas y un buen chocho hechos para el placer. ¡Pero solo cuando ella quiere! Sin ser una belleza de pasarela me trae loco y cada día estoy más enamorado de ella aunque Catalina es una mujer madura que no demuestra mucho interés en proporcionarme placer, ni por recibirlo de mi.
La verdad es que ella no entiende el por qué de mí alboroto cuando la desnudo aunque, naturalmente, ha intentado averiguarlo con los años, porque no le pasa inadvertida la importancia que concedo a su coño. Nunca me ha permitido follar más de una vez por semana porque, después de tanta experiencia en treinta años, tiene que aceptar el hecho de que soy incapaz de proporcionarle esas sensaciones que tanto disfrutan sus amigas.
Mis manos sobre su cuerpo desnudo me producen una sensación bastante agradable hasta que llega el momento, inevitable, en que acaricio sus hermosos pechos y después llega el momento en que le tanteo la entrepierna. Esas caricias solo reproducen un ligero placer, nada excepcional desde luego, pero puede permanecer con las piernas separadas cinco o diez minutos mientras le lamo el coño con la punta de la lengua. Solo puedo esperar chuparle allí hasta correrme y he de admitir que esto resulta lo más agradable para mí.

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Si me demoro demasiado, ellas se aburre, se cansa, hasta que, en alguna rara ocasión, consigo tenderme sobre ella e introduzco mis quince centímetros en su interior y esta es la parte que más le aburre y menos le gusta. Para ella carece de sentido, siente como mi firme polla la penetra profundamente pero despertando en ella una sensación poco agradable y apremiante pues en ella el placer no aumenta, al contrario, no experimenta el estallido del orgasmo por mucho que se prolongue la sesión y se alegra cantidad cuando todo termina.
Pero no todo eso es mi vida. Otras cosas me ocurren como aquella mañana de sábado cuando iba a la piscina cubierta y miré a Pilar de arriba abajo con expresión de asombro y sorpresa. Ya no me acordaba de ella, una chica que conocí hacía tres o cuatro meses en la sala de musculación. Nos saludamos y tras hablar un rato supe que estaba casada, que tenía 43 años y que no había tenido prole. Yo le dije que tenía esposa y era abuelo de seis preciosos nietos y también le dije, aún no sé por qué, que a mi edad, con 58 años, se hace el amor más con la cabeza que con los genitales. Se puso como una amapola y se despidió para ir al banco de abdominales. Detrás de una especie de biombo dejó su pantalón azul de deporte y se quedó en shorts y con un pequeño top elástico. El delicado short era muy elegante y lo que hacía de sujetador, una menudencia.
Pilar se ahuecó el pelo castaño oscuro y me miró de reojo. No sé si estaba maquillada o no, pero la encontré más guapa que hacía cuatro meses. Me puse con disimulo al otro lado del biombo en el ángulo deseado para verle bien toda la entrepierna cada vez que se inclinaba en el banco de abdominales. Desde mi posición ella solo me veía la cabeza y los hombros por arriba y los pies por debajo.
– ¿Quieres que me doble más para que mi culazo me sobresalga? – me dijo ella resaltando su grupa.
Enrojecí al darme cuenta de que Pilar había notado mi mirada pero continué mirando el vello marrón oscuro que salía por la parte inferior del short. Los rizos púbicos le crecían espesos y salvajes como si ella despreciara la sofisticación de unas ingles “arregladas” como lucía Catalina, mi mujer. A mi me parecía salvaje cuando se puso boca abajo en el banco y trabajaba sus glúteos con sendas pesas abrazadas a sus tobillos. ¡Que culazo más impresionante le salía, vaya par de nalgas!
De repente Pilar se incorporó y vino como una flecha descubriendo que yo me había bajado el pantalón, protegido por el biombo, y me sujetaba con energía y velocidad mi polla tiesa.
– ¡De modo que esta es la manera de tratar a una compañera de gimnasio! – exclamó.
Intenté ocultar precipitadamente mi rígida verga pero Pilar me cogió la muñeca para detenerme.
– ¡Déjame verla!– ordenó.

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Yo enrojecí aún más. Ahí estaba yo muy arrepentido y avergonzado. Ella me tenía a su merced. Supliqué que no dijera ni una palabra sobre esa muestra momentánea de debilidad a mi mujer. Debía comprender que solo había sido un desliz desafortunado, nada más.
– ¿Y a mi marido, se lo digo? – me dijo convencida de que yo me “acariciaba” porque Catalina no me daba todo lo que yo necesitaba.
– Me resulta violento confesar que mi mujer no me satisface – confesé todo compungido, pero con la polla más tiesa que un palo.
– Pobre hombre, vaya un marido – dijo Pilar – ¿Por qué te casaste con ella, pedazo de cabrón? – añadió, esbozando una sonrisa mientras me volvía a bajar los pantalones y también el slip.
– ¿Qué haces? – inquirí casi sin respiración.
Entretanto mi polla había decaído y musité una débil protesta cuando la mano de Pilar me la rodeó y me la cascó, frotando con energía para devolverle la perdida firmeza y ponérmela como un poste de la luz. Respondí con un jadeo de placer mientras ahora Pilar continuaba acariciándomela con una suavidad inusitada que me hacía suspirar como un moribundo.
Pilar me masturbó con firmeza. Yo estaba muy excitado mientras ella, con la punta de los dedos, descubría mi glande enrojecido y bravo. Me agité tras el biombo y me corrí como un volcán con sus caricias.
– En cuanto viste mi culazo, deseaste lamérmelo, ¿verdad? – me preguntó sin soltarme la polla.
– Sí – murmuré casi sin aliento.
-Yo también lo deseo –dijo- pero no creo que aquí sea lo mejor. Mi marido se ha ido de viaje y no vuelve hasta la noche, si te apetece podemos ir ahora mismo a mi casa. Decidimos ir en su coche
En cuanto entramos, no perdimos el tiempo, sobre todo ella. Me cogió de la mano y literalmente me arrojó sobre la cama. Ella se tumbó, abrió las piernas y me lancé a comerle el chocho. Me encanta comerme un chochito, pero como ya os dije, a mi mujer no le hace gracia.

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Pilar se retorcía de placer y me decía que no parara, que era muy bueno y a los pocos minutos, se corrió como una cerda. Era una gozada saborear un buen orgasmo.
De pronto, se colocó a cuatro patas y me dijo:
-Quiero que me des por el culo, a mi marido no le gusta y quiero saber lo que es que una polla te perfore el ojete.
Aquello parecía un sueño, por fin iba a encular a una mujer. Le lamí el culo y sin más le clavé la polla, que por cierto se me había puesto dura otra vez. La follé sin piedad y alternaba su culo y su chocho. Cuando le dije que iba a correrme, me dijo que quería mamármela.
Se dio la vuelta, se arrodillo y me hizo la mejor mamada de mi vida y para más disfrute, se tragó toda la leche.
Cuando acabamos, le dije que había sido la mejor sesión de sexo de mi vida y ella dijo que también, por lo tanto, entenderéis que aunque quiero mucho a mi mujer, desde aquel día he continuado viendo a Pilar, como mínimo, dos veces por semana. Es una amante viciosa, caliente y muy imaginativa.
Otro día os contaré alguno de los “regalos” que me ha hecho.
Un saludo para todos los lectores.

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