Relato erótico

¡Quería polla negra!

Charo
4 de noviembre del 2019

Fueron a celebrar las bodas de plata a Ámsterdam y como es lógico, no podía faltar una visita por el “barrio rojo”. Notó que su mujer se ponía nerviosa y aunque su vida sexual había sido satisfactoria, aquel día se enteró de una fantasía que tenía su mujer.

Alberto – San Sebastián

Cumplimos veinticinco años de casado con mi mujer y decidimos realizar un viaje de placer para festejarlo. Visitamos las principales ciudades turísticas de Europa, hasta que recalamos en Ámsterdam. Nuestra vida matrimonial ha sido placentera con los altibajos propios de tantos años de convivencia. Ni más ni menos como sucede con otras parejas de nuestra edad. Por supuesto que en determinados temas, por una educación generacional, lo referente al sexo era un tema tabú. A pesar de mi formación religiosa mis fantasías se instalaron en mi mente muchas veces como seguramente pasa en la mayoría de los mortales. Nunca se las hice saber a Lidia que me enteré también tenía los suyos, como luego les referiré.
Salimos de ruta por la zona roja de la que tanto nos habían hablado nuestras amistades con la curiosidad propia del que la visita por primera vez. Quedamos asombrados por lo que descubrimos; no tanto por la oferta sexual de las prostitutas, sino de los hombres que se ofrecían mostrando sus cuerpos trabajados y sus atributos personales.
Mi mujer es muy recatada y remisa para mostrar sus deseos y sentimientos pero creo que lo que vio la alteró y al sentir el apretón de su mano asida de la mía durante todo el paseo, me hizo suponer que algo la había perturbado.
De regreso al hotel, y después de cenar le pregunté que le había parecido el paseo. Se tomó un tiempo antes de contestarme como midiendo la palabras y respondió.
-Hay para todos los gustos. Jóvenes hermosas, veteranas de varias guerras, y hombres para elegir.
Alentado por sus reflexiones que mostraban un erotismo disimulado le propuse para terminar el día ir a un espectáculo porno que me habían recomendado o ver una película porno.
-No creo que me sienta cómoda, así que prefiero ir a dormir – me contestó no muy convencida.
Noté durante la noche su dormir inquieto. Gemidos y sus palabras incoherentes me sobresaltaron. La desperté y mientras la tranquilizaba, la abracé y entre besos y caricias hicimos el amor. En un momento le pregunté por su sueño y luego de negar en principio el motivo de su “pesadilla”, terminó confesándome que su fantasía desde hacía mucho tiempo era hacer el amor con un hombre de raza negra. Le había impresionado el que nos había parado en la calle ofreciéndose para mostrarnos su habitación e invitarnos para gozar de una velada diferente. Él, me confirmó, había sido el protagonista de sus sueños eróticos.
Quedé estupefacto con su confesión pero me dio pié para decirle: -Mañana vamos al cine y después ya veremos.

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Nos levantamos felices y después de desayunar planificamos el día. Visitaríamos el museo de Van Gogh y por la tarde de regreso, iríamos al cine. No puso reparos como la noche anterior y la noté distendida y locuaz. Algo en su mente había cambiado.
La muestra del museo me pareció estupenda, pero me pareció que Lidia estaba inquieta y supuse que no sabía cómo preguntarme por lo que vendría. Me anticipé y saqué entradas para un cine porno sin consultarla. Ella ensayó una tímida protesta, pero ante el hecho consumado no tuvo más remedio que aceptar “Nunca fui a un cine de esos, me da vergüenza”, me confesó lacónicamente como defensa.
-Por favor vas conmigo y aquí nadie nos conoce -fue mi argumento.
Comimos algo y nos dirigimos al cine tomados de la mano. Parecíamos dos adolescentes a punto de cometer una fechoría. Antes de entrar miramos hacia todos lados como dos pecadores, pero por supuesto nadie nos miraba. Nos sentamos en una de las últimas filas y observé al auditorio. Había poca gente. Se apagaron las luces y comenzó la película. Yo había ido algunas veces a cines porno años antes, pero la calidad del film me asombró. La nitidez, el color y la proximidad de las tomas eran espectaculares. Lidia comenzó a acariciarme la entrepierna a medida que avanzaba la película y yo le crucé mi brazo sobre el hombro aproximándola. Un negro enorme sometía a una rubia madura que le besaba y le mamaba la polla hasta que el protagonista, la colocaba de espaldas y se la metía sin contemplaciones. Los gemidos y las expresiones de placer de la rubia me excitaron. Lidia me besó en la mejilla y para mi grata sorpresa me abrió la bragueta, agarró mi rabo y empezó a pajearme. Miré alrededor y observé a dos parejas Haciendo lo mismo. Al observar que nadie se fijaba en nosotros llevé su cabeza hacia mi miembro duro y palpitante y comenzó con una mamada como solo ella sabe hacerme.
Cuando terminé Lidia tragó hasta la última gota de semen limpiando la verga dejándome exhausto y satisfecho. Nos besamos antes de que las luces se encendieran y en un susurro al oído le pregunté si había tenido su orgasmo. Lo negó y entonces le dije:
-Este día va a ser inolvidable y solo nosotros lo guardaremos en secreto hasta la muerte”.
Intrigada me preguntó:
-¿Cómo es eso?
-Iremos a la zona roja, y allí se hará realidad tu fantasía. El negro se encargará de terminar con tu calentura y yo filmaré el momento. Le dije

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-Estás loco, jamás me acosté con un hombre desde nuestra boda. Siempre te he sido fiel…
Quedó confundida pero muy caliente por el film que acabábamos de ver y cuando tomé rumbo a la zona roja no dijo nada. Caminamos hasta donde habíamos encontrado el día anterior al negro holandés. Cuando nos volvíamos, nos vio y cruzó desde un pub. Nos había reconocido.
-Quieren conocer mi habitación -nos preguntó decidido como aquel que conoce a sus clientes.
Sí, me apresuré a contestar antes que Lidia se echara atrás, ¿puedo llevar mi filmadora? –le pregunté
-Por supuesto si pagan el precio del servicio”.
Hans que así se llamaba, tomó de la mano a mi mujer. Los seguí. Llegamos a una habitación espaciosa, con una gran cama, un sofá y un sillón.
Lidia estaba absorta, y buscó en mi mirada el consentimiento cuando él le pidió que se desnudase. La noté indecisa hasta que Hans se desnudó dejando a la vista sus atributos masculinos. Yo había puesto mi cámara en funcionamiento. Lidia no dudó más. Se arrodilló y tomó con sus manos la enorme tranca de Hans y la llevó a su boca. Después de besar y lamer el glande rojo vinoso descubierto cuando se endureció lo introdujo hasta la garganta y comenzó con una mamada lenta y profunda. Hans le tomó la cabeza y al impulsarla hacia sí le provocó arcadas cuando eyaculó. Filmé cuando el semen que no pudo tragar escurría por la comisura de los labios de Lidia cubierta aún la corrida de aquel tío. No había atinado a sacárselo por la premura de gozar de esa verga enorme. Hans gemía de placer.
Mi calentura iba en aumento y hacía ingentes esfuerzos para continuar filmando. Hans tenía una tranca fenomenal y parecía insaciable. Colocó a Lidia sobre la cama abierta de piernas y abrió las nalgas para que filmase su chocho y su ojete, comparando el tamaño del miembro que le iba a introducir. Era la consumación de mi fantasía. Observar el coño de mi mujer penetrado por otro hombre de enorme verga. Los rosados labios de su coño contrastaban con el negro de la verga de Hans que jugueteó con el clítoris hasta que Lidia le pidió por favor que saciase su calentura.
Observar el movimiento de mete y saca y los jadeos y gemidos de mi mujer, hicieron que me corriese y gozase como nunca.
Hans retiró la verga del chocho y la acercó al ano de mi mujer que se abrió generosamente ante los embates de Hans, que hizo caso omiso a los gritos de Lidia que lloraba y gozaba al mismo tiempo, mientras decía:
-Por favor sácala me duele mucho, me vas a romper el culo, no aguanto más.

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Pero Hans no se detuvo hasta que se corrió entre las nalgas. Lidia pese a todo se siguió moviendo hasta tener un último orgasmo entre gemidos de placer y palabras obscenas.
Cuando se levantó, sus piernas temblaban y tuve que acompañarla al baño. La leche se escurría por los muslos y su orificio anal abierto como una flor, fue cerrándose lentamente. Se duchó y cuando salió me besó. Nos despedimos de Hans que la elogió por su entrega y su sensualidad y dejó una invitación para otra oportunidad.
Llegamos al hotel casi sin pronunciar palabra, pero cuando se cerró la puerta de nuestra habitación nos dimos un abrazo y nos besamos con amor para sellar el secreto que solo nosotros guardaríamos. Habíamos cumplido con las fantasías que ambos teníamos desde mucho tiempo atrás y nadie más sabría de nuestra aventura en Holanda.

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