Relato erótico
Queria obedecer
Se ha convertido en la “esclava” sexual del amante de su mejor amiga. En otra ocasión nos contó cómo empezó todo. Hoy quiere revivir uno de sus encuentros.
Isabel – Almería
Amiga Charo, te recuerdo que me llamo Isabel y que junto con Manuel, mi marido, somos una pareja feliz pero convencional, vivimos en un pequeño pueblo de la provincia de Almería y gozamos de un mediano nivel de ingresos que obtenemos en un bar que regentamos. Rozando la treintena mi marido y veintinueve yo, no tenemos hijos, y podríamos haber pasado completamente desapercibidos, como tantas y tantas parejas. Cine, pub y charlas con los amigos llenaban nuestros momentos de relajación hasta que un día el amante de nuestra mejor amiga, se apoderó de mi voluntad convirtiéndome en su esclava sexual.
Dejé mi relato cuando mi amante a la “fuerza” se puso detrás de mí y embistió con el vergajo, introduciéndome en dos sacudidas todo el aparato en el coño, hasta los testículos.
– ¡Aaaah… que daño! – exclamé.
– No te quejes, zorra, que te gustará – exclamó él.
Entonces dejó de presionarme la cabeza y cogiéndome por las caderas empezó a bombear con el vergajo dentro de mí. Sin querer estaba húmeda y el dolor se estaba transformando en algo soportable pero aún alejado del gusto con que algunas veces, no todas, mi marido me regalaba. Al poco, Antonio se paró, sacando el pollón.
– No te muevas – ordenó.
– ¿Qué me va a hacer? – pregunté asustada.
– Tú eres virgen por el trasero, ¿verdad?
– ¿Qué pretende señor Antonio? ¡Por ahí nunca he hecho nada, no pensará…!
– Tú no te muevas – insistió.
Se acercó a la nevera, la abrió y tomó un tarro de mantequilla abierto, yo intenté escapar, pero él me cogió del brazo poniéndome en la misma posición anterior, pegándome un azote en las nalgas. Cogió con dos dedos y extrajo una generosa cantidad de mantequilla embadurnando el pollón, luego extrajo con uno y fue a introducirlo en mi ano que, al sentirlo, volví a moverme por lo que él me tomó de la cabellera de nuevo, hundiéndome la cabeza en el fregadero y empezando a azotar mis nalgas hasta dejarlas rojas como un tomate.
– Toma golfa, así aprenderás a obedecerme.
– ¿Por qué me hace esto, señor Antonio? Nunca he hecho nada por detrás, me hará daño, usted tiene una cosa muy gorda, déjeme, yo le haré con la boca, como antes…- supliqué.
– Voy a hacer de ti una buena yegua para ser montada, ya verás, te tengo que adiestrar, luego me suplicarás que te lo haga, obedéceme y no te tendré que azotar.
Poco después me quedé inmóvil esperando lo que Antonio fuera a hacer y él, después de meterme abundante mantequilla, apuntó su verga, me cogió por las caderas y arremetió con fuerza. Yo me mordía el labio para no chillar y después de varias arremetidas la verga de Antonio se encontraba en mis entrañas anales y empezó el bombeo para descargarse. Eso fue notado por mí como un alivio, ya que lo peor había pasado, solo deseaba que él se vaciase lo más pronto posible, cosa que no tardó en llegar. Entre espasmos, y con la dejadez de todo el peso de su cuerpo sobre mí, noté como él había acabado. La sacó toda grasienta y humeante, con una mezcla de jugos y grasas.
– Arrodíllate y límpiamela – me ordenó.
– Don Antonio, mi marido está a punto de llegar, yo se la limpio pero vístase pronto.
– Tú quieres que no le diga a tu marido lo puta que eres, seguro que no lo
sabe.
– No, por favor, no le diga nada, sea usted bueno.
– ¡Venga limpia y calla!
– ¿Con la boca?
– Ya lo harás y pronto, pero hoy te dejo que lo hagas con una servilleta, eso sí, luego me pasas la lengua para dejármela lustrosa.
Yo hice todo cuanto me mandó, nos vestimos y yo puse la mesa. Al poco llegó Manuel y cenamos como si nada hubiera pasado.
– ¿Qué, cómo se encuentra, Antonio, ha descansado, lo ha tratado bien mi mujer?
– Sí, me he echado un poco en el sofá, tienes una mujer formidable, joven y guapa.
– Venga don Antonio no exagere, soy una mujer del montón – dije.
– No, de verdad te lo digo Manuel, te envidio.
– Ya verá cómo a la señora María se le pasa el enfado.
– No, no creo tiene mucho carácter, a propósito espero no molestar en tu casa.
– ¡Qué va hombre! Quédese los días que quiera, ahora no hay mucha faena en el bar, yo lo llevo solo, usted descanse aquí, además el sofá se puede abrir, es un sofá-cama.
– Hablando de sofá-cama, se lo voy a preparar para cuando usted quiera irse a dormir – añadí yo.
Así acabo el día, a la mañana siguiente Manuel se levantó, se aseó y marchó para abrir el negocio. Antonio, que dormía desnudo, enseguida se percató de la marcha de Manuel, se levantó del sofá-cama y se fue a mi habitación. A mí, al principio, me había costado conciliar el sueño por lo sucedido el día anterior, pero al final me dejé llevar por el cansancio, así que no noté como Antonio se había metido dentro de las sabanas y de golpe se me colocó encima dejando caer todo su peso sobre mi también desnudo cuerpo.
No hay que decir que me llevé un sobresalto al caerme de espaldas el cuerpo velludo de aquel hombre, pero al despertar no tardé en apreciar la situación que se estaba dando, que no era otra que una continuación de los sucesos precedentes.
Me puso la mano en el vientre, levantándomelo. Era difícil por la barriga de él introducirme el vergajo de no haberme levantado un poco yo, para así facilitar la introducción. Me apuntó el pollón y me lo introdujo en el coño, no sin algo de dolor al principio por mi parte, y al poco él se agarró de mis hombros y fue arremetiendo una y otra vez. Al poco rato el frenesí de Antonio fue aumentando, y eso resultó ser una advertencia para mí de que no tardaría en correrse, así que yo le dije:
– Señor Antonio no irá a correrse dentro, ¿verdad?
– ¿Y qué importa eso, perra?
– Es que no tomo nada, hacemos la marcha atrás mi marido y yo, y ahora es peligroso.
– Mejor, me encanta pasar riesgos.
– ¡Pero don Antonio, no me vaya a hacer eso!
– ¡Calla y muévete, que me voy… yaaa…!
– ¡No, don Antonio no me haga esto!
Él no me hizo caso y tras correrse, me la sacó, me cogió por la melena y acercó mi cara a sus partes. Yo, sumisa, fui limpiando con mi lengua los restos de semen que chorreaba el vergajo del semental. Luego él se tumbó boca arriba y yo me levanté para disponerme a hacer un café para que éste repusiera el desgaste sufrido.
– Enseguida le hago un café, don Antonio, ¿desea una tostada con mantequilla?
– Sí, vete a la cocina y házmelo, y rápido, zorrilla que a ti te queda mucho que tragar todavía. ¡Todas sois unas zorras!
– No diga eso don Antonio, yo no soy lo que aparento y la señora María es una buena persona, de veras.
– Tú y ella sois dos zorras, pero tú más, porque eres joven y se te puede adiestrar todavía. Te aseguro que vas a mamar un buen montón de pollas y ella, si supieras lo zorra que es no dirías eso, pero es igual, cuando me canse de follarte la llamaré para tirármela a ella también, lárgate a la cocina, venga.
Después de desayunar él me hizo tumbar en la cama, sobre él, quedándome la cabeza a la altura de su sexo.
– ¡Mámame la polla, venga!
– Don Antonio, ¿quiere decir que ya esta recuperado? A ver si le sienta mal, con mi marido no hacemos estos excesos.
– Tú marido es un cornudo, voy a hacer que el coño se te irrite, pero para que aprecies que pienso en ti, también quiero alimentarte bien, así que por la mañana desayunaras de lo mejorcito, leche caliente, ¿te apetece zorrilla?
– Lo que usted mande don Antonio, ya puestos, deseo que lo pase bien, no me gusta el esperma pero supongo que eso a usted le da lo mismo.
– Por supuesto, tú mama bien mi polla si no quieres que te tenga que señalar ese bonito cuerpo que tienes, así que mama.
Tomé entre mis manos el vergajo, aplicándome en la mamada, pues sabía, como antes que el no satisfacerle podía provocarme más de un azote, y como mujer atenta y servicial para con una persona mayor, no me importó humillarme ante aquel hombre tan macho que requería mis servicios de hembra, de forma que como mejor pude fui descapullando la verga y masajeando el paquete de testículos, lamiendo por el borde de la roja seta, metiendo la punta de la lengua entre los resquicios de las ingles, limpiando el sudor de aquel verraco .
Él, no contento con ello, se dio la vuelta y se puso a cuatro patas abriéndose las nalgas. Yo, al principio me quedé parada.
– Chúpame el agujero del culo.
– ¿Cómo dice?, eso es una guarrada, don Antonio.
El, volviendo la cabeza con mirada desafiante, exclamó:
– ¿Cómo dices? ¿He oído bien? Tú harás lo que yo te mande, o ¿quieres que te enseñe cómo se hace?
El tono no era nada simpático y yo supuse que un no por mi parte lo único que haría es retrasar la lamida con las consecuencias que podría traerme, que no serían otras que una lección de fuerza por parte de él, así que opté por cerrar los ojos y aplicarme a la labor. Al principio lamiendo suavemente, después y superado el asco inicial, pasé a posar la boca en el agujero y atender solícita a los mandatos del macho.
– ¡Méteme la lengua dentro, puta… aaah… más adentro!
Al cabo de unos instantes, que a mí me parecieron eternos, Antonio me mandó que me pusiera boca arriba y me arrastrara por debajo de él, quedando mi cabeza a la altura de su verga, para poder así meterme el pollón hasta la garganta. Dejándose llevar y con mis lamidas, empezó a descargar los borbotones de espeso esperma en mi garganta, apoyando sus caderas sobre mi cabeza, en una postura que me ahogaba literalmente. Pasaron unos segundos interminables hasta que él optó por levantarse y dejarme respirar. Yo estaba completamente congestionada por el peso del hombre y una vez libre del abrazo destapé la situación con un ataque de llanto que fue duramente reprimido por las bofetadas del hombre.
Pasó el día y otros dos más en la misma situación. Yo estaba extenuada por el vigor de aquel hombre que no se cortaba por ningún principio moral, y que había conseguido hacer de mí una yegua anhelante de sus mandatos, como a él le gustaba decir, aunque no era otra cosa más que el temor por mi parte a que contrariándole le pudiera enfadar y éste se descargase a base de azotes, que por otra parte eran administrados en sitios que no me dejasen marcas.
Yo no me rebelaba ante éstos, sino sumisa esperaba que el hombre se descargase de los nervios lo más pronto posible, incluso como producto de su reprimida educación anhelaba que el hombre vaciase sus testículos, pues creía que él no era dueño de sus actos.
Y así fueron pasando los días, hasta que… pero el resto ya os lo contaré en una próxima carta.
Besos.