Relato erótico

Queria intimidad

Charo
22 de octubre del 2018

Era su cumpleaños y aunque no había montado nada especial, invitó a tomar unas copas a su amigo. A su mujer no le hizo mucha gracia, pues quería celebrarlo en la intimidad. De todas formas a su mujer no le falto “intimidad” y alguna cosa más.

Roberto – Cantabria
Vivimos en un hermoso pueblo a orillas del mar, que parece hubiese sido salido de una postal. Llevamos en este pueblo 10 años y vivimos una vida cómoda, pero a la que hasta hace algún tiempo, le faltaba algo. Todo empezó el día de mi 32 cumpleaños. Se me ocurrió invitar a mi mejor amigo a casa para celebrarlo y tomar unas copas juntos.
Martín es un hombre de raza negra, mide 1’90m, la naturaleza no fue muy generosa con su rostro pero si lo dotó de una excelente complexión física y aún siendo delgado, posee una musculatura envidiable y además es una de las mejores personas que he conocido.
Llegamos a mi casa como a eso de las nueve y al tocar el timbre nos abrió mi bella mujer, quien al vernos me dejó ver su desagrado, un tanto desapercibido para Martín, pues ella no esperaba invitados.
Elena, mi hermosa mujer, lucía un vestido abotonado por adelante, con un recatado escote que permitía ver la intersección de sus grandes y hermosos senos. El vestido, aunque no muy corto, dejaba ver gran parte de sus muslos.
Ella volvió a mirar a Martín y de manera no muy cortés, le hizo pasar hasta el salón, mientras fui a la cocina a llevar los aperitivos y la bebida que había traído. Preparé las copas y me dirigí al salón. Mientras me acercaba noté que mi mujer, aunque sentada de manera elegante, no podía dejar de exhibir sus hermosas piernas hasta el final, y al mirar la cara de Martín, vi su mirada lasciva pero disimulada, admirando las torneadas formas de mi mujer.
Transcurrió el tiempo íbamos hablando y bebiendo, noté un poco más distendida y desinhibida a mi mujer y pude observar que los dos últimos botones de su vestido se habían abierto, y aunque, no se si ya se había percatado de ello, al que si noté que se había dado cuenta era a Martín, que miraba embelesado los espectaculares muslos que se exhibían ante él, notando a la vez un enorme bulto en medio de sus piernas cuando se levantaba para ir al baño. A solas con mi mujer la invité a bailar música suave y mientras bailábamos pude sentir lo excitada que estaba, tal vez el efecto de la bebida, movía sensualmente sus caderas, mientras tanto yo, veía como Martín no despegaba los ojos del trasero de Elena mientras regresaba al sillón.
Proseguimos la charla en forma amena y aproveché la ocasión para contar unos chistes muy picantes (para los cuales según mis amigos tengo mucha gracia), que empezaban a surtir efecto en mi mujer y Martín. Cuando terminé, subimos un poquito la música, coloqué un CD de merengues y casi de inmediato, Martín sacó a mi mujer a bailar, ella accedió e iniciaron de manera recatada. Al rato el negro se acercó un poco más a mi mujer, y al no notar ninguna resistencia, se pegó completamente a ella y su dedo meñique estaba casi en medio de sus nalgas, ella seguía como si nada, pero al dar la vuelta y quedar ella frente a mí, se sintió incomoda, yo hice como si me estuviera durmiendo y recosté mi cabeza al sofá, pero seguía observando el espectáculo que inconscientemente empezaba a disfrutar.

Él metía su muslo entre los de ella y ella restregaba su coño contra su muslo, yo seguía en la misma posición, para que no se inhibieran. Bailaron varias piezas y entonces vi como ella le susurraba algo al oído, él se dio vuelta y me miró, yo seguía fingiendo dormir profundamente, situación que aprovechó mi mujer para acariciar sus nalgas y acto seguido posar su mano sobre su abultado miembro, cosa que puso incómodo a Martín, que me miró con preocupación y le dijo algo a mi mujer que seguía acariciándolo.
Tomó entonces la decisión mi mujer de llamarme para llevarme a mi cama, y me sacudía para levantarme, al no poder despertarme le dijo a Martín que la ayudara a llevarme a mi cama. Con grandes esfuerzos me llevaron entre los dos y me pusieron en la cama suavemente, como para no despertarme. Martín salió del cuarto y mi mujer me quitó el pantalón, se paro al lado de mi cama unos segundos, se inclinó me sacudió levemente, me llamó y al no recibir respuesta apagó la luz y cerró la puerta.
Esperé unos minutos y me levanté, sigilosamente me acerque a la ventana que da a la sala y desde allí cuidadosamente me ubiqué para tener todo el panorama sin ser visto. Martín estaba sentado en el sofá grande, mi mujer llegó y le sirvió otro trago, se sentó en el sillón a su lado y miraba cautelosamente hacia la puerta de mi cuarto, acto seguido se levantó y cambió la música a una más suave y se acercó a él para sacarlo a bailar, insinuándosele con sensuales movimientos. Él se levantó, la acercó hacia sí y empezaron a bailar cadenciosamente. Ella siempre trataba de quedar mirando hacia nuestro cuarto, pero no podía quedarse mucho tiempo en esa posición, de tal manera que tenía que dar la espalda.
Ya habrían transcurrido como 10 minutos y yo empezaba a sentirme impaciente, de repente vi como Martín comenzó a acariciar la espalda y las nalgas de mi mujer sin que ella se inmutara, luego ella se pegó más y él metiendo la mano entre su vestido acariciaba sus nalgas. Mi mujer bailaba con las piernas un poco más abiertas, para que él pudiera introducir su mano un poco más y le acariciara desde atrás, su ano y coño ya humedecido. Él se inclinó un poco más hacia delante para poder introducirle los dedos en la empapada vagina y ella comenzó a acariciar sus genitales por encima del pantalón.
Observé como el enorme falo de Martín comenzó a crecer aún más y como él se agachaba para rozar con su montículo la zona pélvica de Elena, que abría más el compás de las piernas y rozaba fuertemente su coño contra el muslo derecho de Martín, que seguía su tarea de sacar y meter los dedos en la vagina de Elena. Tocaba sus senos por arriba del vestido, mi mujer cerraba sus ojos.
Cuando terminó la canción, ella se dirigió a mi cuarto, de inmediato corrí a mi cama y adopte una posición fetal, ella verificó que yo “dormía” y salió nuevamente. En la sala Martín la esperaba con cara de impaciencia. Ella se le acercó, él recostado en el sofá la miraba con ardiente deseo, ella sin dejar de mirarlo a los ojos se sentó a horcadas sobre él, desabotonó la parte superior de su vestido y ofreció sus grandes senos a Martín, quien de inmediato y sin quitarle el sujetador, los hizo saltar de él, dejando al descubierto esos deliciosos senos adornados con dos duros pezones que invitaban al placer. Martin empezó a lamerlos y chuparlos con avidez, dándole suaves mordiscos en los pezones.

Ella se retorcía, inclinaba su cabeza hacia atrás y frotaba su sexo fuertemente contra el bulto que seguía creciendo bajo el pantalón de Martín, produciéndole aquello un incontenible deseo sexual. De repente ella bajó del sofá, se metió entre las piernas y de manera desesperada desató el pantalón y lo bajó con junto con los calzoncillos, agarró el gran pene de Martín, tan grande y negro como ni en películas porno que había visto; tendría unos 30 centímetros y era tan grueso que los dedos de mi mujer quedaban muy lejos de poder cerrarse completamente en torno a él. Como una gran experta, comenzó a pasarle la lengua lentamente desde los testículos, recorriendo ascendentemente el tronco de aquel prodigioso rabo, luego lo metió en su boca y con un gran esfuerzo, tragó una pequeña parte de aquella carne que para ella lucía apetitosa, con suaves movimientos adentro afuera, succionaba y lamía el enorme falo. Martín solo movía sus caderas como queriendo que se lo tragara completamente y yo con mi mano agarraba mi verga a punto de estallar del placer que aquella escena me causaba.
Martín la detuvo suavemente, la levantó sin dejar de besarla, la sentó en el sitio que él ocupaba y comenzó a tocarle los senos, mordisquearlos y luego a lamerlos una y otra vez. Elena movía las caderas como pidiendo que le clavara su erguida herramienta, pero él seguía succionando sus pezones, quería tragarse por completo las grandes tetas y a pesar de tener grande la boca, esas ricas tetas eran demasiado. Mi mujer seguía retorciéndose y mordiendo una parte de su vestido con fuerza, como para ahogar sus gemidos, en tanto Martín seguía en la tarea de, con sus carnosos labios, seguir chupando esos deliciosos pezones que parecían querer explotar.
Yo miraba como hipnotizado ante el espectáculo que se abría a mis ojos y apretaba fuertemente mi verga sin masturbarme. Poco a poco fue bajando con su hábil lengua recorriendo, descendiendo lentamente y haciéndole a un lado el tanga, expuso esa hermoso chocho y comenzó la labor con su gran lengua, lamiendo de abajo hacia arriba su endurecido e hinchado clítoris. Primero despacio y después rápidamente, mordía con delicadeza los labios vaginales e introduciendo hasta donde podía su gran lengua en la húmeda vagina de mi mujer.
Ella levantaba sus nalgas del sofá en un intento por hacerle comer todo su coño, tratando de no gemir sin conseguirlo. Aquello provocaba en mí una gran excitación, verla retorcerse y pedir con desesperación que le metiera su enorme palanca…
Ya en el colmo del desespero, mi mujer lo agarró con fuerza descomunal, lo arrojo al sofá, a su antigua posición, se puso a horcajadas sobre Martín, él le introdujo tres de sus enormes dedos en el chocho, despacio y moviéndolos dentro de ella y luego sacándolos para chuparlos lascivamente.

Elena, inclinándose hacia delante trabajosamente mientras él chupaba sus tetas, levantó su espléndido trasero y agarró la enorme polla, la dirigió a la entrada de su empapado coño y con suaves movimientos de cadera y gimiendo de placer, lo fue tragando poco a poco. Él seguía succionando sus pezones y a veces trataba de chuparle los dos a la vez, sin éxito. Ella subía y bajaba lentamente, como si tratara de disfrutar centímetro a centímetro aquella dura y gran verga, pero sin introducírsela completamente.
Yo veía como a él se le iba poniendo la tranca brillante por la lubricación del coño de mi mujer. De repente empezó a bombearla con mayor rapidez, ya estaba a punto de correrse cuando mi mujer le agarró la base del enorme pene y la apretó con todas sus fuerzas, esperó unos instantes y la empezó a introducir de nuevo lentamente con movimientos adelante atrás, poco a poco, hasta hundírsela completamente y quedarse allí trémula, moviendo lentamente las caderas en forma giratoria con la cabeza echada hacia atrás mientras él, con salvajismo chupaba sus pezones, ella temblaba y poco a poco comenzaba a moverse lentamente en un suave movimiento arriba abajo.
Mi mujer movía violentamente sus nalgas y parecía querer ser atravesada por aquel enorme falo o que él no volviera a sacarlo jamás, temblaba frenéticamente, su piel adquiría una tonalidad que no había visto antes en ella, de repente le pegó la cara a sus senos y lo abrazó mientras se introducía completamente el miembro duro y mojado y lo dejaba allí moviendo solamente sus caderas en un intento por hacer correr al negro con ella. Él la asió fuertemente por las caderas y como si quisiera partirla en dos, elevo su pelvis levantando consigo a Elena quien en un momento de cordura, rápidamente se sacó el aparato y se bajo del sofá, le agarró la verga y con avidez se la chupaba. Él se retorcía. De repente, mi mujer puso el pene sobre su pecho y recibió el gran baño de blanquísima leche tibia. Acto seguido se volvió a sentar sobre el enorme falo y lo disfrutó hasta que fue lentamente desapareciendo la voluptuosidad de su erección.
Se fue incorporando lentamente con las piernas aún temblorosas, se dirigió al baño de donde vino con grandes cantidades de papel higiénico para limpiar la huella de aquella inolvidable follada que había caído sobre el sofá, que por suerte era de cuero. Mientras tanto me percaté que sin haberme masturbado me había regado completamente sobre el suelo, por lo cual tuve que quitarme el calzoncillo para limpiarlo. Mientras tanto, mi mujer con su vestido desabotonado, casi en su totalidad, se aprestaba para despedir a Martín que intentaba reiniciar la faena chupándole los pezones mientras Elena hacía débiles esfuerzos por no sucumbir nuevamente al placer que sabía, le proporcionaría. Le introducía los dedos en el chocho mientras ella trataba de cerrar sus muslos y se arqueaba hacia atrás para que tuviera mayor facilidad de chuparle sus deliciosos y endurecidos pezones, pero sacando fuerzas de flaqueza, se retiró del negro y le suplicó que se fuera, no sin antes prometerle que esa noche se repetiría en otras ocasiones y en otro lugar.

Sellaron su despedida con un apasionado beso que estuvo a punto de hacer flaquear a Elena en su intento de despedirse. Cerró la puerta y se quedó recostada en ella unos segundos, casi como acariciando el recuerdo de aquel memorable encuentro, se acarició los senos y lentamente bajo su mano hasta su humedecida vagina, metiendo sus dedos y luego oliéndolos después, con los ojos cerrados tratando de guardar en la memoria el fuerte olor a semen que Martín había dejado en ella.
Se dirigió al baño e inmediatamente me acosté y adopté mi posición de “sueño profundo”. Minutos después entró ella, besó mi frente y durmió profundamente. Rato después, encendí la luz de mi lámpara de noche, le quité la sábana, levanté su camisón y le mire detenidamente su coño, aún húmedo, y las nalgas todavía coloradas por la brutal manera en que el negro se las apretaba mientras hundía en ella su poderosa verga. La volví a tapar y me dormí, con los celos carcomiéndome las entrañas y sintiendo que lo nuestro no volvería a ser igual.
Al día siguiente, cuando desperté, ella aún dormía, dormía con la satisfacción en su cara y hasta con una casi imperceptible sonrisa en sus labios. Me bañé tan lentamente como nunca antes lo había hecho, trayendo a mi mente el recuerdo de las escenas de la noche anterior y tratando de rememorar uno a uno los momentos como si se tratase de una película. Cuando salí del baño, ella estaba en la cocina preparando el desayuno, la saludé besándole con cierto rencor la frente y le pregunté:
– ¿Qué pasó con Martín?
Ella, sin mirarme a los ojos me dijo:
– Tan pronto te quedaste dormido, me ayudó a llevarte a la cama, te dejó saludos y las gracias por la invitación, se despidió y se fue.
Luego, usando la famosa “psicología inversa” que poco funciona con los hombres y con la mayor hipocresía me dijo:
– Te ruego por favor, mi amor, no vuelvas a traer amigos a nuestra casa cuando las celebraciones son asunto entre tú y yo, porque al final ellos, son los que terminan disfrutando de la fiesta, mientras tú duermes como un lirón…

La muy cabrona mentia de maravilla. Por supuesto que se vieron más veces pero, después de hablar con Martín, estuve “presente” en todas sus citas.
Besos.

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