Relato erótico

Por una indiscreción

Charo
11 de agosto del 2019

Después de una reunión familiar y por una indiscreción que cometió, al sacar una caja de cerillas, se creó una complicidad entre su cuñada y él que les llevó a situaciones muy placenteras.

Lucas – Guadalajara
Mi cuñada sonrió maliciosamente cuando vio aquel estuche de cerillas en mis manos. Intentó decir algo al respecto, pero la presencia de mi suegra y mi mujer, se lo impidieron. Noté vergüenza en su mirada y al mismo tiempo, comprendí que me pedía guardar silencio. Algo indecible sucedía en su interior y sin querer, yo lo había descubierto, gracias a la leve indiscreción suya. Esa tarde, la breve reunión familiar, transcurrió normal. Ya entrada la noche, me ofrecí para llevar a mi suegra y a mi cuñada a su casa. Mi suegra se subió a la parte trasera del coche y mi cuñada se sentó a mi lado.
– ¿Vas a ir mañana a la oficina? – me preguntó con naturalidad.
– No sé. Creo que me voy a quedar por la mañana en la casa para editar algunas fotos. En la oficina no me puedo concentrar con tanta llamada y gente por todos lados – contesté.
La charla ahí quedó. Los dejé en casa y regresé a la mía, riéndome para sí mismo por el descubrimiento que había hecho. Mi cuñada, una chica de 20 años, educada a la vieja usanza y con el más grande de los recatos, había estado alguna vez, en el mismo motel donde yo había tomado el peculiar estuche. En ese lugar, a manera de servicio, ponen en las habitaciones un estuche de cerillas sobre la mesita de noche. Inconscientemente, una noche que fui ahí con una de mis secretarias, lo eché a la bolsa trasera del pantalón y la tarde del descubrimiento, lo saqué para encender el cigarrillo.
Mi cuñada sabía la procedencia del pequeño utensilio de fumador, indudablemente había estado ahí. Pensaba en mi fuero interior que habría ido con su novio, un chico decente que encajaba muy bien con ella, puesto que tenía la misma educación y costumbres. Sin embargo, pensaba yo, habían traicionado la confianza de sus padres. Total, reflexioné al fin, los dos se van a casar y pueden hacer con su vida y cuerpo, lo que gusten. Por tanto, declaré el asunto fuera de mi incumbencia.
Al otro día, mi mujer salió temprano a la Universidad donde imparte clases, y allí pasaría todo el día. Los niños, se fueron a la escuela, mi hermana se ofreció a recogerlos y tenerlos en su casa hasta que mi mujer o yo estuviésemos desocupados y los lleváramos a casa. Yo me quedé a editar las fotos que necesitaría para la siguiente edición de una revista de modas. Aprovechando, llamé a la oficina para decirle a mi secretaria que por nada del mundo dijera donde andaba y que no me llamara, salvo que surgiera una emergencia. Dos minutos después de colgar, sonó el teléfono. No quería responder, pero lo hice con desgana.
– Si, diga – pregunté y me sorprendí al escuchar la voz de mi cuñada.
– Quería saber si estabas en casa. Pienso ir en este momento para pedirte un favor.
– ¿Por qué no me lo dices por teléfono?
– No puedo. Tiene que ser en persona
– Bien, te esperaré – añadí antes de colgar.
La noche anterior había dado por terminadas mis conjeturas acerca del incidente del estuche de marras y por tanto, no imaginé nada de ello. Pensé que se trataba de otro asunto.

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Me fui al laboratorio de fotografía en blanco y negro, preparé lo necesario para unas fotos y luego encendí la computadora y el scanner para las fotos a color. Una vez preparado el equipo, me metí en la ducha. Mientras me secaba, alguien tocó el timbre. Era mi cuñada. Ya en la sala, traté de apresurar la charla porque me urgía sacar mi trabajo. Ella, también fue al grano:
– Creo que habrás notado que ayer quise hacer un comentario acerca de las cerillas – empezó – La verdad es que metí la pata. No debí hacerlo.
– No tiene ninguna importancia – repliqué.
– Sí la tiene… para mí sí. Me di cuenta que intuiste que yo ya he estado en ese motel. Es el único lugar donde ponen esas cerillas. Y la verdad es que sí ya he estado en ese lugar – confesó.
– Bueno – traté de animarla – Eso es normal y más si te vas a casar ¿cierto?
– Sí, pero…
– Olvídalo, sabré guardar ese secreto entre tú y tu novio. Yo pasé por lo mismo cuando andaba de novio de tu hermana – expliqué a manera de consuelo.
– Tienes razón, pero hay algo que me aterra… no quiero que lo sepa mi novio.
– ¿Me consideras chismoso? – añadí molesto.
– No. Lo que pasa es que estuve ahí, cierto, pero no con Carlos.
La nueva revelación, me dejó estupefacto. ¡Mi cuñadita, la niña sensata, en un motel con un hombre distinto a su novio! Traté de calmarla y convencerla de que yo no diría una sola palabra a nadie, pero ella me hizo una nueva revelación:
– Es que la verdad, Carlos no me satisface sexualmente. Por eso he estado saliendo con otros dos amigos. Y lo peor es que ellos tampoco hacen algo porque tenga yo un solo orgasmo. No sé que es un orgasmo, siempre me quedó caliente mientras ellos terminan y de inmediato, salimos del motel.
– Eso sí que es grave… lo de la ausencia de orgasmos, claro está – le dije.
La idea que pasaba por mi mente acerca de mi cuñada, me puso caliente y no pude ocultar mi erección, que cada vez era más grande. Ella lo notó y vi que fijaba la mirada sobre el bulto entre mis piernas.
– Quizá tú no has puesto todo de tu parte para lograr un orgasmo – intenté decir, pero ella, seguía con la mirada clavada en mi entrepierna.
Quise cerrar las piernas para que se me notara menos, pero lo único que logré fue que mi falo se pronunciara más.
Mi cuñada llevaba unos shorts holgados y pude ver que unos pelillos que rodeaban los costados de sus labios, estaban húmedos y brillantes. Levanté su rostro con mi mano y ella me miró fijamente.

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La acerqué a mi boca y le di un beso apasionado. Ella correspondió, me empujó hacia el respaldo del sofá y se montó sobre mí, gimiendo y lamiendo con angustia mi cuello. Con su mano derecha inició un rico masaje sobre mi pantalón. Bajó lentamente su cabeza, sacó mi pene y golosamente, pasó la lengua sobre el capullo. Luego, rítmicamente, con una lentitud estremecedora, fue metiéndose el falo en su boca. Sus glándulas salivales, producían líquido a una velocidad extraordinaria y el calor de su lengua, quemaba mi glande deliciosamente. Mi polla pulsaba con furia dentro de su boca, mientras que su suave lengua, se regodeaba con mi líquido seminal.
Una y otra vez, sacaba el pene de la boca y volvía a introducirlo con tal maestría que varias veces tuve que presionar la coyuntura de la polla con los testículos para no soltar el chorro de leche. Su saliva era espesa y fluía en grandes cantidades, de tal manera que pronto, en mis testículos, se formaban una cascada, mientras que en mis piernas, corrían calientes ríos que desembocaban en la alfombra. Luego, sacó mi falo de su boca y dedicó un buen tiempo a cobijar mis dos testículos en esa rica y acogedora oquedad, adornada con marfiles blancos. Acabé por recostarla en la orilla del sofá y empecé a lamerle los dedos de los pies. Ella gemía, se retorcía y mascullaba frases que yo no entendía. Mordía con suavidad sus piernas mientras mis dedos, índice y central, exploraban los finos bellos de su pubis. Su tanga, estaba totalmente mojada. Lo hice a un lado y con mi lengua, exploré sus labios vaginales.
Su olor, era delicioso. Lentamente, puse mi lengua en la frontera del ano y la vagina e inicié una excursión hacia el norte, hasta encontrar un clítoris rosado, duro y sorprendentemente erecto. Lo chupé con suavidad. Lo succioné repetidas veces hasta que mis dedos, que ya estaban muy dentro de su vagina, sintieron una contracción que dio inicio a una serie de bramidos y contoneos de la cintura de mi cuñada. Mis dedos sintieron la fuerte presión de la vagina y, en un acto de natural complacencia, se salieron, atrayendo un violento chorro de líquido blanco y espeso que fue a dar a mis ojos, nariz y boca. Volví a meter mi cabeza entre sus piernas y en la primera succión, ella volvió a regalarme otro chorro de leche, que bebí desenfrenado. Ella aprisionaba mi cabeza con fuerza.
– ¡Me voy a correr! – gritó.
– ¡Así… me gusta… sigue… oooh… nadie me lo había hecho así… aaah… qué bien lo haces!
Su ano se contraía mientras de su chocho seguía emanando líquidos olorosos. Levanté sus piernas, le coloqué la cabeza de mi polla en el coño y la penetré hasta la mitad.
– ¡Aaaah… la quiero toda, toda, por favor!
La empujé con fuerza y ella dio un grito largo y fuerte, que tuve que taparle la boca para que no lo oyera nadie. La empecé a bombear rítmicamente y ella, al mismo tiempo, movía la cintura y los glúteos con una precisión y sincronización envidiables. Hasta ese momento, no había reparado en que mi cuñada era dueña de un par de tetas increíbles. Grandes, duras y con los pezones rosados y muy bien tiesos. Se los lamí y eso la excitó aún más. Prácticamente, me los comí enteros. Las venas de su cuello, amenazaban con reventarse. Su perfume, me excitaba enormemente, mientras mordisqueaba los pabellones de sus orejas.

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Al cabo de un rato, le di la vuelta y la puse a cuatro patas. La penetración fue más profunda. Sus enormes y voluptuosas nalgas ofrecían un espectáculo único. Su ano, de un color rosado-pardo, se contraía con cada embestida que le daba y sin invitación previa, le introduje mi dedo meñique. Al sentirlo dentro, mi cuñada se movió frenéticamente, mientras yo, trataba de darle elasticidad. Mojé mis dedos con su líquido vaginal y lo fui poniendo alrededor de su exquisito culo. Ajusté la lubricación con un poco de saliva, puse la cabeza de mi polla en la entrada de su ano y poco a poco, se la empecé a empujar. Una vez metida la mitad, di un último impulso hasta sentí que mis testículos golpeaban su vagina. Ella gimió. Trató de sacarla, pero yo la tenía asida de la cintura con fuerza y no lo logró. Nos quedamos quietos. Lentamente, volví a empezar mi movimiento, hasta que ella dejó de sentir dolor.
– ¡Oooh… qué rico… quiero más! – gritó.
Nos movimos con violencia por más de diez minutos hasta que le anuncié que estaba a punto de correrme.
– ¡Quiero tu leche en mi boca! – pidió.
Se la sacó, me llevó al lavabo, la limpió adecuadamente y ahí, en el baño, se puso de rodillas y empezó a chupármela. Estaba a punto de correrme, así que no tardó mucho en recibir una enorme descarga de leche en su linda boca. Exhaustos, regresamos a la sala, nos miramos a los ojos y nos dimos un largo beso en la boca.
– Nunca lo había disfrutado tanto, te lo juro – dijo.
– Me alegra, pero creo que no se volverá a repetir – respondí.
– ¿Tu crees? – preguntó
– Eso espero – le dije casi pidiéndole me dejara trabajar.
Se metió en el baño, se aseó, salió y se despidió de mí con otro beso en la boca. En la puerta, sacó de su bolso una caja de cerillas, lo puso en mis manos y dijo:
– Yo también las cogí – dijo riendo los dos.
– Creo que yo iré a tu casa un día de estos a explicarte lo del estuche – comenté en son de broma.
– Cuando quieras, al fin y al cabo me ha gustado mucho lo que me has hecho – respondió sonriendo.
Dos semanas más tarde, mi cuñada rompió su compromiso matrimonial. Su ahora ex novio, le confesó que mantenía relaciones homosexuales con un compañero de la escuela.

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Sus dos “amigos”, difundieron sus aventuras con ella y optó por desechar su “amistad” con ellos.
Mi suegra, le aconsejó que se fuera a vivir sola a un apartamento, donde, con el pretexto del lazo familiar político, la visito regularmente, aunque nuestra relación la disfrutamos en el mismo motel donde encontramos el estuche. Tenemos ya, una considerable cantidad de ellos como colección.
Un beso de dos “infieles”.

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