Relato erótico

Nuevas sensaciones

Charo
19 de junio del 2019

Iba de vacaciones con sus padres a un pequeño pueblo pesquero. Se instalaron en un hostal. Sus padres iban cada día a la playa pero, a ella no le apetecía. La hija de la dueña del hostal le dijo que la veía aburrida y la invitó a ir con ella y sus amigos. Primero dijo que no pero se dejó convencer.

Raquel – Vizcaya

Mi historia comienza una mañana de agosto. La paliza de coche desde la ciudad a un pequeño pueblo pesquero, había sido criminal. El ansia de mi padre por llegar pronto había hecho que en casi siete horas de viaje solo se hubiera parado una vez y lo justo para tomar un café.
Llegamos a la pensión, nos abrió una señora muy amable la cual, al identificarnos, nos hizo pasar y tras las pertinentes preguntas de “que tal el viaje” y demás, nos dijo que no podía acompañarnos a la habitación, pero su hija lo haría. La llamó y apareció una chica de mi edad, que tras saludarnos nos invitó a subir para acceder a nuestra habitación.
Tras enseñarnos las habitaciones, se nos presentó como Sandra y dijo que si necesitábamos cualquier cosa, nos dirigiéramos a ella. Los siguientes cinco días fueron un aburrimiento, mi madre se pasaba el día tumbada al sol en la playa con mi padre y mi hermana, y yo no tenía ganas de playa. Así pasaban los días, pensando en mis amigas, seguro que arrasaríamos, lo pasaríamos genial y seguro que nos sacábamos algún rollito. La situación era cada vez más frustrante y se me debía notar en la cara porque Sandra una tarde se acercó y me dijo:
– Se te ve bastante aburrida. ¿Por qué no te animas a conocer a mis amigos y sales con nosotros?
La proposición me sorprendió, pero aunque me apetecía cambiar mi situación, no me gustaba la idea de formar parte de un grupo de sopetón, ya que por mi timidez me costaría entrar en contacto, así que le respondí:
– Gracias, pero no te preocupes, no lo estoy pasando mal, hay muchas cosas que hacer aquí y este pueblo es divertido, con sus fiestas.
– No me cuentes cuentos. No veo que lo estés pasando bien. Te aseguro que mis amigos son muy divertidos y te vas a encontrar muy a gusto. Además, no puedo permitir que una chica como tú esté aburrida.
Ante la insistencia, me vi obligada a aceptar, a lo cual añadió:
– Perfecto, entonces salimos a eso de las, que cenaremos todos juntos. Ya verás cómo te lo pasas bien. Hay muchos chicos y quién sabe, igual encuentras lío, porque te veo potencial.
Ante la última frase solté una pequeña sonrisa entre la complacencia y el nerviosismo. Sin más, nos despedimos. A la hora convenida estaba llamando a la puerta de Sandra. Ya estaba lista, con una camiseta ajustada color fucsia y una minifalda de color blanco. Sin duda Sandra debía ser una chica que no tendría problemas para triunfar, era alta, con largas piernas y bonito pecho. He de decir que yo tampoco iba mal, con mis mejores galas para salir un sábado a triunfar. Quería dar la mejor impresión posible al grupo, sobre todo a los chicos. La noche fue fantástica, el grupo era muy variopinto, formado por gente del pueblo y turistas. Había muchas parejas, incluso algunas que llevaban varios años, viéndose nada más que en verano.

Además de divertirme mucho con todos, conocí un chico llamado Juan, con el que después de un par de copitas, no tuve problema en enrollarme, aunque sin permitirle llevarme a una calita que me decía que conocía y en la que estaríamos “muy a gusto”. Si la cosa iba bien, eso se lo permitiría en un par de días más.
Así pues, tras quedar con todos para el día siguiente, me dirigí con Sandra a la pensión. Fui contándole detalles sobre mi “ligue” y nos reímos un montón. La verdad es que Sandra era una chica muy alegre, me daba la impresión que seríamos buenas amigas. La tarde del domingo llegó rápido, estuve acostada hasta las tres, comí algo y me preparé para salir. En previsión de volver a ver a Juan y ante la posibilidad de darle un pasito más en su avance, me puse un tanga blanco muy sexy, una faldita de lino y una camiseta negra de tirante ancho, que cruzaba en mi escote dejando ver el canal de mi pecho, exagerado gracias a un sujetador que lo ensalzaba.
Fui en busca de Sandra y nos encaminamos al punto de reunión. Una vez allí, nos recorrimos unos cuantos pubs y bares pero en ninguno de ellos Juan me miró, yo no hice tampoco mucho por el encuentro, la típica timidez del día después. Llegó la noche y tras cenar, nos dirigimos a una pequeña playa a las afueras del pueblo para ver los fuegos artificiales que daban el punto culminante a las fiestas.
Yo me senté al lado de Sandra. Mi sorpresa vino cuando me percaté que Juan se había puesto detrás de nosotras, con las rodillas abrazando mi trasero. Lo supe más por su voz y perfume que por verlo en la oscuridad. Me encantaba sentirlo cerca y más aún cuando sentí su mano tocarme la pierna. Permaneció así unos minutos mientras que yo miraba el cielo disfrutando del espectáculo. De pronto su mano empezó a recorrer la parte superior de mi pierna por debajo de la falda, me dejé hacer disimulando para que Sandra no se diese cuenta.
La mano llegó a su objetivo y con un movimiento rápido, apartó la tela de mi tanga y comenzó a acariciar mi clítoris suavemente. Mi excitación comenzó a subir gradualmente y comencé a pasarlo mal para disimular mi placer, pero por otro lado, estaba contrariada por la posición que tomaba su mano ya que en la postura que se encontraba Juan, era muy rara y casi imposible aunque seguí disfrutando cada vez más.
De pronto, cesaron los fuegos artificiales a baja altura y comenzaron los más altos iluminando toda la zona y a la vez, Juan apartó su mano. Yo le miré en una sonrisa complacida y me contestó con una tímida sonrisa. Durante el tiempo que duraron los fuegos más altos, Juan permaneció quieto, pero nada más volver a los artificios de agua, volvió su mano al interior de mi falda, volviendo a meter sus dedos entre mis labios, pero tras unos segundos sobándolos, pasó a introducirlos en mi vagina, lo que me hizo multiplicar mi placer.

Hasta ahí todo iba genial. Yo, con Juan, al borde de un buen orgasmo rodeada de gente, lo que aumentaba mi excitación… Pero entonces fue cuando la situación giró rotundamente. Mientras Juan recorría mi interior vi como este se levantaba y decía que iba en busca de más bebida mientras su mano seguía bajo mi falda. ¡No era Juan! Miré hacia atrás y a los lados. ¡Solo podía ser Sandra! Sin duda era ella. No había retirado su mano porque no se debía haber dado cuenta que Juan se había incorporado y ella seguía dándome placer. A esas alturas, con el calentón que me rodeaba, no pude hacer más que tomarle el brazo y decirle en voz baja que se detuviera, ya que nos podían descubrir si no lo habían hecho ya. Sandra apartó la mano de mí y me dijo al oído:
– ¿Te apetece ir a dar una vuelta?
Debía de estar loca, pero acepté. Nunca pensé que me lo llegaría a montar con otra chica, pero en aquel momento, mi cuerpo era fuego y ningún chico podría apagármelo, solo ella. Nos incorporamos y me dijo:
– No digas nada, solo vamos. No se darán cuenta de nuestra ausencia.
Subimos la escalerilla de la playa y nos dirigimos al aparcamiento. Nos montamos en el coche y nos pusimos en marcha en dirección contraria al pueblo. Mientras Sandra conducía me metía su mano entre mis piernas para que no me enfriara. ¡Para enfriarme estaba yo!
Tenía unas ganas de meterme en harina con ella que me cegaban. Sabía que lo que iba a hacer no era lo que se correspondía a mí, pero me daba igual, ya me arrepentiría mañana, si es que me arrepentía. Llegamos a una playa muy larga y abierta, mucho más iluminada que donde estuvimos. Bajamos del coche y nos dirigimos a un rincón que se encontraba escondido entre las rocas y era bañado por las olas. En él había una roca muy diferente a las otras, de textura lisa y suave, en una especie de forma ovalada. Sandra me hizo sentarme sobre ella, se puso en cuclillas al borde de la roca, abrió mis piernas y apartándome el tanga, introdujo su cara hasta que sus labios besaron mi chocho. Entonces sacó su lengua y me la pasó repetidamente sobre mi clítoris pasando luego a introducirla a pequeños golpecitos en mi vagina.
Ciertamente así era, pero nunca calculé que fuese ella quien lo disfrutase. En cambio, allí estaba bebiéndose hasta la última gota de mi fluido mientras yo no paraba de pensar que era la primera vez que alguien metía su boca en la parte más íntima de mi cuerpo. Poco pude aguantar aquel placer sin llegar a un orgasmo brutal que me hizo soltar unos gemidos contenidos por miedo a ser descubiertas. Sandra parecía encontrarse en su salsa y lejos de detenerse, comenzó a bajarme la faldita y el tanga, continuando luego por la camiseta una vez incorporada, lo que aproveché para quitarle la suya.
Así fue como me dejó totalmente desnuda y acabó de desnudarse ella. La tenía desnuda delante de mí, sus pechos eran redonditos y grandes respecto a la complexión de su cuerpo, sobre todo me agradaron sus pezoncitos, de un color marrón clarito muy abultados.

Su silueta era suave y no muy contorneada, pero con una sensualidad increíble. Su vello púbico era una simple tirita rasurada de un color casi pelirrojo por donde asomaba en su parte inferior unos labios vaginales abultados. Sus piernas, largas y delgadas, acababan de completar el cuerpo de una chica que debía ser un caramelo para los chicos, pero que suponía habían descubierto ya varias chicas.
Ella se abalanzó sobre mí y comenzó a chuparme los pezones, a estirarlos y contornearlos con su lengua mientras no dejaba de introducir sus dedos en mi chocho, siguiendo con mi placer hasta que, de pronto, uno de sus dedos bajó por el canal que describen mis piernas hacia el ano. Allí comenzó a acariciarlo suavemente en pequeños circulitos que me estaban dando un placer extra hasta que sin mediar palabra, introdujo lentamente uno de ellos suavemente.
Al principio no me gustaba, sentía un pequeño dolor y molestia, además de asco por el mismo hecho, pero poco a poco me comenzó a agradar. Sandra no se detenía en su escalada para que yo conociese el placer lésbico y fue introduciéndome un segundo dedito. Yo, a esas alturas estaba a punto de reventar, viéndome devorada por ella, que se encontraba sobre mí, sin haber dejado de mamar mi pecho en ningún momento y fue así como no tardé en explotar exteriorizando un orgasmo aun más fuerte y sonoro. Ante mi mirada atónita, tras ese orgasmo, Sandra cogió de improviso mis tobillos, tirando de ellos hacia arriba y haciendo que mi culito quedase orientado a ella. Me abrió a tope mis extremidades y con gran rapidez se lanzó con su lengua a la entrada de mi ano. Me lamió todo el contorno e incluso introducía su lengua a pequeños golpecitos en él. Jamás pensé que podría llegar a vivir aquella situación tan brutal, pero lo cierto es que jamás disfrute hasta el punto de sentirme derretir.
Tras unos minutos jugando con la entrada prohibida de mi culito, subió su cara de nuevo a mi vagina, donde me obsequió con unas buenas lamidas. Sandra, tras haber explorado totalmente mis interioridades se colocó sobre mí y acercó sus labios a los míos. En una situación de cordura, jamás le daría un beso a una persona que me hubiese recorrido mis partes más sexuales, pero como aquella no era una situación normal y yo estaba calentísima, nos fundimos en un largo beso, mezclando nuestras salivas y, porque no decirlo, otro tipo de sustancias de mi pertenencia.
Tras el largo beso que nos fundió en una sola, decidí que era mi turno para darle al menos, una parte del placer con el que ella me había regalado. Gracias a ella, había aprendido a hacer los juegos más adecuados para hacer pasar un buen rato a otra chica. Coloqué a Sandra sobre la roca que hacía las veces de cama, abrí sus piernas y no sin cierto reparo, introduje mi cara entre sus piernas, quedando a un par de centímetros de su chochito.

Saqué mi lengua y comencé a lamerle los labios vaginales. He de reconocer que el sabor de sus fluidos no me gustó, aunque no podría describirlos comparándolo con otro tipo de sabor, tal vez podría tildarlos de salado, por decir algo. En un primer momento, mi lengua se retrajo algo ante este nuevo sabor, pero tras sentir a Sandra retorcerse y emitir pequeños gemidos, me abandoné a servirle todo el placer posible, cosa que ella tomó con avidez, sobre todo cuando me agarró de la cabeza para hundírmela contra su sexo. No tardó ni un minuto en tener un buen orgasmo, que exteriorizó con extremado escándalo. Seguí lamiendo y bajando por el canal de su entrepierna hasta su culito, allí le hice, con mala gana pero con un sentido de la responsabilidad por lo que ella me había hecho, todo lo que había aprendido, pero con una variedad, mientras alternaba los lametones a su ano con la introducción de un par de deditos en él, introducía los dedos de mí otra mano hasta el fondo de su chocho. ¡Cómo se retorcía la muy bruja!
Su espalda era traspasada por infinitos espasmos que hacían elevar su pelvis en ocasiones un par de palmos de la roca donde reposaba. Tras otro brutal y escandaloso orgasmo, las dos nos tumbamos rendidas sobre la roca, abrazadas, besándonos y mezclando nuestro sudor caliente.
Sandra, que aun tenía la respiración acelerada, no tardó en incorporarse, recogió su bolso del suelo, introdujo su mano en él y sacó un pequeño frasquito y acto seguido, un plátano. Mi mente calenturienta imaginaba lo que Sandra estaba pensando y me apetecía muchísimo, por lo que elevé mi pelvis abriendo las piernas para recibir lo que mi amante quisiera darme. Así fue, ya que Sandra, tras embadurnar el plátano con el líquido viscoso que contenía el frasquito que había extraído de su bolso, lo acercó a la entrada de mi vagina, introduciéndomelo poco a poco, me encantaba y se lo hice saber, con una sonrisa y tomándola por la nuca para atraerla hacia mí y besarla.
Sandra se las sabía todas y no mantenía un ritmo constante en la introducción, alternaba un vaivén suave que me relajaba y agradaba, con uno más fuerte y rápido que me ponía al máximo. No paró hasta hacerse con mi orgasmo. A esas alturas me disponía a coger el relevo de Sandra, cuando me ordenó ponerme sobre la roca de rodillas. La obedecí, pues sabía que todo lo que se le ocurriese, sería para conseguir más placer. Me ordenó no mirar y tras unos interminables segundos, sentí aquel plátano en la entrada de mi ano, sentí angustia por la situación, no quería ser penetrada de tal modo, pero me sentía clavada a la roca por las manos y las rodillas. Mi amante, comenzó la introducción suavemente, aunque eso no evitó un gran dolor los primeros minutos que aguanté estoicamente apretando los dientes. Una vez introducido por completo y tras acomodarme a la situación de ser ensartada por detrás, comencé a pedirle a Sandra más vivacidad con la mano y comenzó con un continuo mete-saca rotando el plátano, lo que hizo que el ano se dilatase a tope.
Fue ahí donde experimente un placer prolongado que jamás volví a sentir con una penetración vaginal. Así pues, tras una explosión final, me quedé tumbada, agotada y empapada de sudor mientras ella sacaba poco a poco el plátano que me había hecho enloquecer.
Seguidamente me hizo colocar sobre la roca, abrió mis piernas y coloco su vagina contra la mía, comenzó a frotarse contra mí en un movimiento extenuante que nos hizo tener nuestro primer orgasmo conjunto que puso el colofón a los momentos más sexuales de nuestro encuentro.

Nos quedamos juntas, abrazadas y besándonos mientras los primeros rayos del sol del amanecer nos incitaban a vestirnos y marcharnos. Aquel encuentro quedó grabado en mí a fuego y, aunque tengo novio desde hace 2 años y le quiero, sigo viajando todos los veranos a aquel pueblo, donde Sandra y yo nos volvemos a convertir en pareja por unos días.
Aun no sé que voy a hacer cuando me case, pero haré lo posible por volver siempre, ya que no estoy dispuesta a perderla. La quiero.
Besos.

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