Noche de “solteros”

Eran compañeros de trabajo y, aparentemente, ella estaba felizmente casada. Se hicieron buenos amigos y un fin de semana en que su marido se había ido de viaje, fueron a tomar unas cervezas.

Ángel – Barcelona
Amiga Charo: la experiencia que voy a contar empezó el día que hice amistad con una compañera del trabajo. Ella trabajaba como secretaria en la oficina en que yo realizaba mis labores administrativas. Desde que llegó quedé prendado de ella, pero mi desilusión se hizo manifiesta cuando me dijo que se había casado hacía tres años. Luego, más repuesto de la impresión, decidí ser su amigo con tal de poder gozar de su presencia y así poco a poco ir ganando su confianza.
Para que os deis una idea de la figura que hizo que mi corazón palpitara diré que tiene 27 años, yo tengo 30, de piel morena y además posee un cuerpo muy bien formado, con unos pechos que quitan el habla al que la ve y unas piernas torneadas.
Siempre acostumbraba a llevar falda y las piernas enfundadas en medias de nylon hacían que atrajera la mirada de cualquier varón cuando ella pasaba. Que afortunado debe ser su marido de poder poseer su cuerpo, pensaba para mis adentros, sin poder hacer nada para gozarla como yo hubiera querido.
Debido a nuestra amistad me hice su confidente y a pesar que muchas veces tenía que soportar banalidades de mujer, también me contaba los problemas que tenía en su relación conyugal. Eso me ponía en una situación inmejorable ya que me daría la oportunidad de saber cuando era más vulnerable.
Cuando terminaba nuestra jornada laboral, la acompañaba a la parada donde tomaba el autobús que la llevaba a su casa, y allí aprovechaba para decirle que me gustaría ir un día al cine con ella o a tomar un café. Siempre me respondía que algún día podría ser, y a mi no me quedaba más que resignarme y esperar.
Un buen día la noté muy seria mientras trabajaba y a la hora del almuerzo le pregunté que era lo que le pasaba. Ella me contó que la relación con su esposo se había deteriorado ya que él no era muy cariñoso como a ella le gustaba. En mi mente yo pensaba, como desearía darte todas esas caricias que deseas, mi amor.
Así pasaron los días y cuando nuevamente la invité a salir, me respondió que sí, ya que su esposo había salido de viaje y no tendría que llegar temprano a casa. Quedamos para salir el viernes, después del trabajo. Faltaban aún dos días, pero tendría que tener paciencia y eso me daría tiempo para pensar en hacer esa noche inolvidable.
Llegó por fin el ansiado día y cuando la vi quedé impresionado por lo bien que se había arreglado. Llevaba un polo de lycra que hacia que sus pechos se vieran aún más grandes de lo que eran, y una falda mucho más corta de las que se ponía cualquier día de la semana. Sus piernas se veían perfectas con unas medias color carne y su cabello lo había recogido en un coquetón moño, dejando su delicioso cuello al aire.
Durante el día me deshice en piropos, por los cuales ella me regalaba una sonrisa. El día se me hizo interminable hasta que llegó la hora de salir. Le dije:
– Tú mandas esa noche, dime qué quieres hacer.

– Ir a un lugar discreto – me respondió.
Fuimos a un restaurante que yo conocía y al llegar nos situamos en un lugar que no fuera muy transitado. Pedí una jarra de cerveza y prendimos unos cigarrillos para iniciar esa velada tan esperada por mi. Mientras ella hablaba yo me dedicaba a observar sus labios gordezuelos y sus ojos de gata.
Después de beber un par de jarras, le volví a preguntar por sus deseos y ella me dijo que lo que me había contado era cierto, pero que su marido no era el hombre cariñoso que ella esperaba. En su voz se notaba el efecto del licor y sus palabras eran más pausadas y llenas de sentimiento. Era el momento de jugármela y puse en una balanza mi amistad con ella y mi deseo de tener, aunque fuera solo una noche, a la mujer de mis sueños.
Primeramente tomé su mano, cuya tibieza sentí en la mía ya que no me rechazó. Tenerla así de la mano hizo que me provocara una erección inmediata. No os imagináis como deseaba poder comerme a esa hembra ávida de cariño. Entonces le dije:
– Todo ese amor que te falta, deseo dártelo yo.
– Esta noche no estoy casada, ¿qué propones? – me respondió
Su respuesta tan decidida me sorprendió y le pedí que saliéramos de ahí hacia otro lugar, a lo que ella asintió. No hacia falta hablar más y tomamos un taxi al cual le indiqué una dirección que yo conocía muy bien. Llegamos a un hotel, a las afueras de la ciudad, que a mí me gustaba mucho ya que tenía todas las comodidades, apropiado para la dama que me acompañaba.
Después de cerrar la puerta de la habitación, ella se quedó mirando la cama y el espejo que había en el techo, luego se giró hacia mí para decirme algo, pero yo la abracé y la besé en la boca comiéndome sus labios. Sus pechos se apretaban contra el mío y no veía las horas en que la viera sin sujetador mostrándome esas tetas tan deseadas.
Nos echamos en la cama vestidos y en medio de caricias agarré sus piernas subiéndole la falda. Mis dedos tocaron el centro de su braga notándola húmeda por la excitación del momento. Con una mano le bajé la prenda dejando a mi vista su coño totalmente depilado. Entonces me arrodillé en el piso, ella quedó al filo de la cama con las piernas abiertas y empecé a lamerle el coño, chupando su clítoris y labios vaginales, haciendo que ella lanzara gemidos de placer.
Poco a poco nos desnudamos y estando yo de pie con mi verga totalmente tiesa, me puse a observar su precioso cuerpo, que era tal como me lo había imaginado, y me eché encima de ella metiendo lentamente mi verga en ese chocho hasta ahora vedado. Ella enroscó sus piernas en mi cintura y empezó a moverse como una loca. ¡Que manera de gustarle la verga! pensaba yo. Al rato cambiamos de posiciones varias veces hasta que no pude más y un torrente exploto de mi verga, llenándola de mi leche, mientras mamaba sus grandes pezones rosados, hasta la saciedad.

Nos seguimos besando y revolcando en la cama hasta que en un momento ella pasó sus piernas por mi cabeza, mostrándome toda su coño a la vez que se inclinaba para meterse mi verga en la boca, y chuparla hasta que se me puso de nuevo dura como un mástil.
Yo aprovechaba para lamer y chupar la parte interna de sus piernas agarrando con mis dos manos sus poderosas nalgas.
Ella se metía mi verga hasta la base y recorría toda su extensión con sus labios hasta detenerse en la cabeza, para luego chuparla como si fuera una ciruela. Después de eso, me arrodillé en la cama y ella se puso sobre mí, de tal forma que agarrándola de las nalgas, la atraía hacia mí para enterrarle mi polla todo lo que podía. Ella cabalgaba sin descanso y con una fuerza que hacía que sus grandes tetas se bamboleasen de arriba hacia abajo. Os digo que era todo un espectáculo ver en su rostro el placer que sentía por la follada que le estaba dando.
De pronto me dijo:
– ¡Quiero que me folles como a una perra! – me dijo de pronto.
Acto seguido se bajó de la cama y se puso sobre la alfombra a cuatro patas meneando su culo a modo de invitación. Sin hacerme de rogar me bajé yo también y colocándome detrás de ella le enterré mi verga en el coño a la vez que la cogía de las caderas. De vez en cuando me inclinaba hacia adelante para poder amasar sus tetazas y sentirlas entre mis dedos.
Cuando ella notó que yo me iba a correr, se salió de su posición, se dio la vuelta para chupármela y esperar a que mi leche saliera. Me agarraba con una mano la verga meneándomela y con la otra mano me acariciaba los huevos, haciendo que eyaculase, derramándome sobre sus labios y cara. Luego me la limpió totalmente con su lengua y nos fuimos al jacuzzi para relajarnos de la follada que habíamos echado.
Allí desnudos, nos lamimos mutuamente sintiendo el agua tibia en nuestro cuerpos y ella no dejaba de masturbarme y yo de masajear sus labios vaginales. Después de esa sesión de amor increíble para mí, la dejé cerca a su casa, y desde el taxi vi como se alejaba para entrar en su portal. Al día siguiente me llamó para hablar en privado y cuando nos vimos, me dijo:
– La noche anterior ha sido muy especial para mí, pero deseo que todo lo que ha pasado quedase como un gran recuerdo en nuestras mentes, pero que nunca volverá a pasar ya que no quiero que algún día mi marido se diera cuenta de ello.

Me obsequió con una foto que se había hecho y hasta ahora la conservo y miro con añoranza lo que pasó esa noche. Accedí a su pedido y de ahí en adelante fuimos amigos solamente, pero con la satisfacción de haberme follado, a la más hermosa de las mujeres en la cama.
Saludos cordiales.