Relato erótico
Mirón, sobón y …
Reconoce que es un mirón, un sobón y que le gusta actuar de Amo. Su mujer, a la que quiere mucho, no está por esa labor y se busca la vida para vivir situaciones que le pongan cachondo.
Agustín – Barcelona
Hace unos años, antes de casarme, me encantaban los juegos de dominación pero después de la boda los dejé porque mi mujer, que es maravillosa, no era amante del sexo y menos de estas prácticas que a mí tanto me gustaban. Y aún me gustan.
Por esa causa, me refugié en mis fantasías convirtiéndome ahora en un mirón y en un sobón. Mi idea de dominio se había convertido en un dominio de la mirada y del toqueteo, en una manera de poseer la intimidad de los demás. Las playas, los cines o los parques se han convertido en mi pequeño “coto privado”, donde cazo. Uno de esos lugares preferidos por mí y los que más me gustan es, el Festival Erótico de Barcelona. Allí tengo unas maravillosas ocasiones para ver e incluso tocar, no a las guapísimas profesionales que allí actúan, sino por las señoras que visitan los stands. Me explicaré.
Cuando hay un espectáculo, la gente se arremolina en torno al escenario y entonces yo escojo mi presa. Me coloco detrás y le meto mano o le arrimo el paquete. En esta última edición llevaba ya dos o tres metidas de mano en apetecibles culos, cuando me fijé en una señora que estaba en primera fila. Tendría unos cuarenta y pico de años y llevaba un traje chaqueta. Me di cuenta de que el que debía de ser su marido, estaba filmando la actuación de una pareja, ambos muy atractivos, así que aprovechando el interés del hombre por otras cosas que no fueran su mujer, me puse detrás de ella.
Con lentitud empecé a pasear el reverso de mi mano por sus nalgas y como ella no decía nada, al contrario parecía que le gustaba lo que le estaba haciendo ya que me dio la impresión de que sacaba el culo para que se lo acariciara mejor, cambié y comencé a tocarle el trasero con la yema de los dedos acabando, al final, sobándole, descaradamente todo el culazo. Al rato dejé de tocarla con la mano y le arrimé el pollón a la raja. Ella movía imperceptiblemente el trasero pero lo suficiente para que yo supiera que, efectivamente, le estaba gustando.
Cuando terminó el espectáculo y ella, junto con su marido, se fue para ver otros stands, yo la seguí. En un momento en que el marido se apartó de ella, supuestamente para ir al lavabo, y ella quedó apoyada en una de las barandillas que subían al piso, me acerqué y discretamente puse a su lado mi tarjeta con el teléfono. Luego me alejé sin perderla de vista viendo que cogía mi tarjeta y se la ponía en el bolsillo.
A los tres días, cuando yo ya no esperaba nada de ella y tenía la mente en otras conquistas, me llamó. Estuvimos hablando un buen rato y cuando me cogió confianza, me confesó que le gustaba mucho exhibirse y que su ilusión era de ser tratada ordinariamente, insultada y humillada e incluso le atraía la idea de ser azotada en el culo. También me dijo que su marido era muy delicado y que le gustaban las cosas muy preparadas y respetuosas. En pocas palabras, ella lo que quería era un macho que no la respetase.
La cité en un bar del centro de Barcelona, en la plaza de Catalunya, ordenándole que llevara falda pero sin bragas. Al encontrarnos la llevé a un cine porno, haciéndola sentar al lado del pasillo. En pocos minutos estábamos rodeados de tíos y entonces, claramente, me dediqué a meterle mano. Al confesarme que estaba muy excitada, la conminé a subirse la falda y abrirse de piernas al máximo.
En esta postura todos los tíos que estaba sentados en la fila delantera y que, muy a menudo giraban la cabeza para ver a la única mujer que había en el local, pudieron contemplar la negra pelambrera de su desnudo coño.
– ¡Mastúrbate! – le ordené.
Dudó unos instantes pero al final llevó la mano a su coño y empezó a tocarse lentamente. Todos los tíos estaban ahora más interesados en lo que ella estaba haciendo que en la película. La verdad es que es mucho más interesante ver a una tía al natural, medio desnuda, tocándose el chocho descaradamente que a una pareja follando en la pantalla. Una cosa es la realidad y otra el celuloide. Los dedos de la mujer, tras pasearse un buen rato por su, sin duda, inflamado clítoris, cosa que le hacía lanzar algunos suspiros que ella intentaba disimular, se estaban metiendo en la raja, como un pequeño pene, masturbándose cada vez más a lo loco.
Al mismo tiempo que ella se estaba dando gusto, yo podía oír los suspiros de los mirones por el placer que se estaban dando meneándose sus pollas ante aquel espectáculo gratis e inesperado que se les estaba ofreciendo.
– Cuando te corras, dímelo – le ordené.
No tardó casi nada en empezar a suspirar más profundamente mientras aceleraba el movimiento de su mano y me decía:
– ¡Ya… ya me viene… sí, ya me estoy corriendo… sí, me corro… oooh… me corro… aaah… que gustooo…!
Dejé que se tranquilizara un poco después del placer recibido, luego se arregló el vestido y salimos del local marchándonos a un hotel cercano.
Una vez allí le mandé que se desnudara por completo diciéndole en mi plan de macho dominante:
– Te has corrido sin mi permiso para hacerlo, eres una puta asquerosa y mereces un castigo.
La hice ponerse en mis rodillas, de bruces con su enorme y esplendoroso culazo bien expuesto y le azoté las nalgas. Al rato oí que gemía por lo que, separándole las piernas, le metí dos dedos en el coño, masturbándola con ellos mientras seguía dándole palmadas en las ya enrojecidas nalgas.
– ¡Por favor, por favor…! – exclamó de pronto – ¿Puedo correrme?
Accedí a ello y cuando acabó, la puse a cuatro patas en el borde de la cama y colocándome yo detrás de ella, le clavé mi endurecida polla en todo el coño, que tenía chorreando, empezando a follármela cada vez más salvajemente.
Mientras la jodía no podía dejar de pensar que la situación que yo había montado era, al menos para mí, de una evidente ordinariez pues yo permanecía vestido, solo tenía los pantalones por las rodillas, mientras que ella estaba completamente desnuda y en la posición de una perra sumisa.
– ¡Zorra, calentorra…! – no cesaba de repetirle mientras mi verga entraba y salía de su chocho.
Durante toda esta operación, ella me pidió tres veces, entre suspiros, gemidos y contorsiones de su trasero, permiso para correrse.
Al final y a punto de correrme yo, se la saqué del coño, le di la vuelta y cogiéndola por los pelos la obligué a que me comiera los huevos mientras me corría en su cara y cabello para metérsela, al final, en la boca para que me la limpiara. Así acabó esta aventura, mucho mejor y más intensa de lo que yo esperaba cuando, en aquel festival, empecé a tocarle el culo.
Si vuelvo a tener una experiencia como esta, os la contaré.
Un saludo.