Relato erótico
Me sorprendió
Estaba en la oficina y recibió una llamada de su prima. Sabía que se había divorciado y hacía tiempo que no hablaba con ella. Quedaron que lo recogería y podrían hablar de lo que le preocupaba.
Javier – Barcelona
Una tarde de invierno, estaba trabajando en la oficina, cuando sonó mi teléfono. Era mi prima Ángeles, 39 años, divorciada hace tres años.
– Tenemos que hablar – me dijo – Tengo algunos problemas con el dinero que me pasa mi ex-esposo y quiero consultarte algo.
Nos citamos para vernos esa misma tarde, después del trabajo. Ella vendría a recogerme e iríamos a tomar algo y charlar. Cuando llegó la hora, guardé mis útiles de trabajo, pasé por la recepción de la oficina y vi que, en aquel momento, ella llegaba. Fuimos al garaje a buscar mi coche y casi no hablaba. Subimos al coche y le pregunté donde quería ir y su nerviosismo parecía estallar.
– No sé, paramos en cualquier lugar y hablamos -dijo-
-No hay problema – contesté y siempre pensando que le costaba pedirme dinero prestado, trataba de tranquilizarla.
Yo había hecho mis números y tal vez no sería la salvación total, pero estaba disponiendo de una suma de dinero que hasta dentro de unos meses no necesitaría y estaba dispuesto a ayudarla. Al rato de dar vueltas encontramos una hermosa vista y decidí detener el automóvil, puse la radio y justo sonaba un blues muy lento que a ambos nos gustó. Ella parecía más tranquila y como consecuencia de ello empezó a relatarme lo que realmente le pasaba.
Era verdad que el ex-esposo no le pasaba el dinero con la regularidad que ella y sus hijos necesitaban, pero su problema fundamental no era ese, ella solo lo usó como excusa para entrevistarse conmigo y plantearme otro tipo de dificultades. Tras su separación cambió su vida sexual radicalmente. Durante un tiempo, ella no sentía la necesidad de otro hombre porque había quedado muy dolorida por el engaño de su marido y pensaba que todos los hombres eran iguales, pero con el paso del tiempo, en una mujer joven y sana, empiezan a surgir las ganas de disfrutar de su sexo. Su marido la había atendido bien, ese no fue el problema por el que se separaron, todos lo sabemos, pero ahora ya no lo tenía a su lado, por lo que decidió calmarse ella misma, es decir que a poco de divorciarse, empezó a masturbarse para aflojar un poco la tensión.
Al principio iba todo bastante bien, se acariciaba una o dos veces por semana, generalmente en la ducha, por las noches, antes de acostarse. Pero luego ya no le alcanzaba y tuvo que hacerlo con una frecuencia casi diaria. Pensaba que era algo transitorio hasta encontrar con quien relacionarse nuevamente, pero esto se fue posponiendo en el tiempo, tal vez porque ella se había vuelto exigente.
No quería relacionarse porque sí. Acostarse con un hombre le implicaba otro tipo de relación que hasta el momento no había surgido en su vida. En definitiva, como no estaba para acostarse con cualquiera, se calmaba la calentura masturbándose con mayor frecuencia es decir todas las noches.
Cuando me contaba todo esto parecía liberarse de una carga muy pesada, como que al compartir este problema ya no lo soportaba sola, sino que yo le estaba ayudando a tragar el mal sabor que esto le dejaba. Ahora, me dijo, le había llegado el tiempo de dejar todo esto y recomenzar una práctica sexual con un oponente de carne y hueso. Necesitaba sentir el calor de un beso, de una espalda masculina donde abrazarse en medio del orgasmo, de un buen pene que la penetrara profundamente y que la colmara como ninguno de sus aparatos lo había logrado. Yo entendía perfectamente su problema, comprendía sus necesidades, justificándola plenamente, incluso ya pensaba en algunos nombres de amigos y compañeros de trabajo para presentarle y que seguramente la podrían ayudar pero ella me aclaró que no deseaba destruir otra pareja estable como a ella misma le había sucedido anteriormente con la suya, pero que dada la confianza que existía conmigo, no creía que eso sucedería. Ahí quedé desconcertado, no entendía nada.
– Está claro – me aclaró – Necesito que me hagas el amor, que me hagas feliz, pensé en ti como la única alternativa que me va quedando… no me falles, te necesito.
Quedé mudo, no sabía cómo contestar. Al principio se me cruzaron muchas imágenes en la cabeza, juegos que hacíamos cuando ambos éramos chicos, cuando nuestras familias se encontraban y compartíamos paseos y comidas, cumpleaños y fiestas de fin de año, en fin, repasé en segundos mi relación con mi prima y la forma en que se fue desarrollando nuestra amistad.
Justamente en todo esto se apoya para pedirme que me acostara con ella, para que fuéramos amantes. Por mi parte, mi matrimonio iba bien. No hemos tenido necesidades extra-conyugales, mantenemos una buena relación, muy placentera y con una frecuencia satisfactoria para ambos. Sin embargo, en esta oportunidad, a la vez que meditaba todo esto, mi polla comenzó a latir y mi respiración se hizo algo entrecortada. Mi prima había logrado excitarme con su relato y mi cuerpo parecía estar listo para la acción a la que había sido llamado. Mi mente se resistía y así se lo hice saber a mi prima. Yo seguía pensando en algún buen amigo mío para presentarle, qué sé yo, tal vez algo pasajero, pero que le pidiera servir para calmar un poco la tremenda necesidad de hombre que ella venía acumulando.
– No, no, no me entiendes – me decía ella – te necesito a ti, eres lo que yo necesito, un hombre que no se ande vanagloriando de haberse acostado con “la divorciada necesitada”, un amigo que me entienda y que me tome en serio y no para la broma o para provecho propio exclusivamente. ¡Nunca pensé que me fallarías!
– Y no te fallaré – le contesté enseguida, mi cuerpo ya no resistía más y mi mente se anuló con el tremendo deseo de poseer su cuerpo, de satisfacerla y satisfacerme con ella.
La besé profundamente, acariciando con mi lengua toda su boca perfumada, le acaricié los pechos por sobre la ropa y ella sólo atinaba a suspirar profundamente.
De pronto me detuve, no era que no la deseara, pero si lo íbamos a hacer, vamos a hacerlo bien, así se lo dije y arrancando el coche me dirigí directamente a un Motel cercano, pedimos una buena habitación y nos dispusimos a disfrutar. Nuevamente la besé en la boca, pero ahora ya le acariciaba los pechos por debajo de la blusa. Eran realmente hermosos. Lentamente le desabroché la blusa y cayó al piso, al igual que mi pantalón y mi camisa. Su falda se deslizó suavemente por sus piernas y se juntó con el montón de ropa en el suelo. Nos fuimos acariciando lentamente pero sin pausa, sus manos acariciaron mi espalda, y yo hice lo mismo con su culo, redondo y rellenito, como a mí me gustan. Le besé sus oscuros pezones puntiagudos, ella se retorcía en la cama y gemía fuertemente. Acaricié su entrepierna y parecía que se iba a derramar en el momento. Estaba muy excitada y cuando yo bajaba por su vientre para lamerle el clítoris me gritó:
– ¡No, no, por favor penétrame, dámela ahora, por favor!
No me hice rogar más. Yo estaba muy excitado y la penetré salvajemente hasta el fondo. El grito que dio fue memorable. Inmediatamente empecé a cabalgarla y ella se aferró a mi cintura con las piernas, abrazado mi cuello fuertemente con sus brazos.
Cada embestida arrancaba gritos de placer en mi prima que, tras unos breves segundos, aulló fuertemente anunciando el orgasmo más ruidoso y largo que he presenciado en mi vida. Se sacudía espasmódicamente bajo mi cuerpo y yo no me detenía, seguía bombeando sin pausa.
Acabé muy, pero muy dentro de ella, con torrentes de semen que la inundaron y que le dieron un enorme gusto. Ángeles parecía sentir cada chorro que expulsaba mi excitada polla. Parecía succionar directamente de mis testículos cada gota de mi néctar. Se recostó a mi lado, la abracé y al poco se adormecía entre mis brazos, satisfecha como hace tiempo que no lo estaba. Incluso me pareció que su corazón latía más sereno y que su piel ya no ardía de deseo, como cuando nos desnudamos.
Ángeles descansó un buen rato, pero yo no, mi cabeza se movía a mil por hora, pensaba como iba a seguir esta historia, que caminos nos haría recorrer, que destino nos esperaba.
Ya os contaré si repetimos. Un abrazo.