Relato erótico
Me follaron tres desconocidos
Estaba con sus amigas en la discoteca y conoció a Pedro, hablaron y pasaron varias horas hasta que se despidieron. De camino a su casa tuvo necesidad de ir al lavabo y entró en los retretes de la estación de tren. Leyó algo que ponía en la puerta, era una cita para el próximo sábado a la una de la madrugada…
Sandra – SALAM;ANCA
Todo comenzó cuando regresaba de una fantástica noche de juerga. Aquella noche conocí a Pedro, un chico atractivo y con el que podía pasar cientos de horas hablando. Durante la despedida quedamos en vernos al fin de semana siguiente. La discoteca donde habíamos estado no quedaba muy lejos de mi casa, así que regresé andando, al igual que en otras ocasiones. Cuando llevaba cinco minutos de camino me entraron ganas de hacer pipi.
Aún me quedaba un rato para llegar a casa, y a esas horas de la noche no iba a encontrar nada abierto. Ver la antigua estación de tren fue un gran alivio, ya que no me aguantar. Las taquillas estaban cerradas, pero tenía la esperanza de que hubieran dejado los servicios abiertos. Afortunadamente lo estaban. Entré corriendo en uno de los lavabos del medio, el que tenía la puerta abierta. Al mismo tiempo que me bajaba los pantalones cerraba la puerta. Mientras acababa me distraje leyendo un escrito que había en la puerta:
– ¿Quieres sentirte como una puta? Preséntate aquí el próximo sábado a la 1 de la madrugada.”
– ¿se piensa el idiota este que va a venir alguien? – pensé.
Pero durante un rato fantaseé con la idea de venir y comportarme como una guarra. Debía ser por las copar, pero sin darme cuenta me estaba frotando el chocho, pero decidí que lo acabaría en casa, aquel sitio era un poco asqueroso. Pensé, y me dirigí nuevamente para casa.
Pasé la semana impaciente por la llegada del sábado, solo deseaba ver a Pedro, es lo único que tenía en mi mente. El sábado por la tarde lo pasé bebiendo alguna copa con mis amigas. Había quedado con Pedro sobre la 1:00 de la madrugada, pero yo estaba impaciente por verle, así que me dirigí con mis amigas hacia la discoteca una hora antes, sobre las 12. Allí continuamos bebiendo algún chupito.
– Hoy no te cortes como la semana pasada y pasa a la acción – me dijo una de mis amigas…
Mientras hablábamos comencé a fantasear viendo a una pareja besándose en un rincón de la sala, me imaginé que era yo con Pedro, y no fue muy difícil, pues el chico se parecía a él. Yo me estaba poniendo muy caliente… ¡y solo estaba viendo un beso! Sentí unos calores por todo el cuerpo y unos calambrazos en el coño.
– Deja de mirar a la parejita y espérate a que venga tu principito – me dijo nuevamente mi amiga, en un tono burlón.
La pareja acabó de besarse y dirigieron sus miradas al centro de la sala. Casi me desmayo cuando vi la cara del chico… ¡era Pedro! Fui caminando rápidamente hacia él y le solté un bofetón que me dejó la mano temblando, después salí llorando de la discoteca dirección a mi casa. Tras caminar un rato me senté en un banco. A pensar en todo lo ocurrido, me sentía humillada y defraudada, pero el alcohol seguía haciendo su efecto, y yo me encontraba tremendamente cachonda. Si Pedro hubiera estado en ese momento allí delante pidiéndome perdón le hubiera dicho:
– Si quieres que te perdone, deberás echarme el polvo de tu vida.
Pero Pedro no se encontraba allí, estaba con otra. En ese momento me vino a la cabeza el anuncio de la puerta. No podía hacer algo así, no sabía quien había escrito eso, ni como era… ¡o eran! Pero eso me ponía más caliente y una voz me decía: “¿Por qué te engañas? ¿Por qué intentas esconderlo? …eres una guarra, no censures lo que tu cuerpo te pide”, y otra que decía: “Vamos, sácate esa idea de la cabeza, no vayas hacer algo de lo que puedas arrepentirte”.
Finalmente me decidí y de forma automática me dirigí hacia la estación. Llegué sobre las 12:40, faltaban 20 minutos; me metí en el mismo lavabo, cerré la puerta y me senté. Al sentarme me di cuenta de que a mi lado, en el suelo, había una bolsa negra de terciopelo. La cogí, la abrí, y saqué de su interior una nota que ponía:
– Si estás aquí es porque eres una guarra y has querido ser nuestra puta esta noche. Desde este momento dejarás de hablar y pensar, tan solo obedecerás. Sigue las instrucciones que se detallan en esta lista: Primero: quítate la ropa y ponte la minifalda y la camisa blanca que encontrarás en la bolsa, después te sientas. Segundo: coge la cuerda que también encontrarás en la bolsa y póntela sobre los muslos. Tercero: coge el pañuelo negro y véndate los ojos, después espera a que piquen cuatro veces a la puerta, entonces abres. Fíjate antes de ponerte la venda, donde está el cerrojo de la puerta.
Seguí los pasos indicados. Cuando acabé me senté a la espera de los cuatro golpes. No se hicieron esperar mucho tiempo, primero oí varios pasos acercándose, después la llamada. Algo nerviosa abrí el cerrojo de la puerta y volví a sentarme. Aún con los ojos vendados pude notar por los pasos la presencia de al menos tres personas. Parecía que de un momento a otro mi corazón iba a salir disparado de mi pecho, un sentimiento de temor llenaba mi cuerpo, y al mismo tiempo sentí una excitación que nunca antes había experimentado. Parecía imposible tener una mayor subida de la libido, mi deseo sexual aumentaba por momentos, y sin poder evitarlo noté como mi sexo se humedecía.
Dos de los desconocidos se pusieron uno a cada lado y me levantaron de los brazos. Un tercero, que debía estar delante de mí, me agarró la cara con la mano y dijo:
– ¡Oh… estoy sorprendido… una chica tan guapa como tú debería ser más selectiva a la hora de ofrecer su cuerpo! Nos lo vamos a pasar muy bien contigo, no pensamos desaprovechar ni un solo rincón de tu cuerpo. Eres una puta y te trataremos como tal. Venga, vámonos…
Salí de la estación conducida de los brazos por dos de los individuos. Salimos a la calle y me subieron a los asientos traseros de lo que parecía un todo terreno. Mientras uno conducía, los otros dos se sentaron uno a cada lado. A los cinco minutos de camino noté como una mano se deslizaba por el interior de mis muslos y como me introducían unos dedos en la boca:
– ¡Chúpalos! – me ordena uno de los hombres
Yo hice caso y comencé a lamer los dedos entre jadeos, la situación me llenaba de excitación, hubiera hecho lo que fuera en aquel momento, estaba dispuesta a todo. Las manos que acariciaban mi entrepierna fueron subiendo hasta llegar a mi ropa interior. Tras apartarme las bragas con los dedos comenzó a introducírmelos por el coño. Primero uno, después introdujo un par que fue metiendo y sacando con gran destreza.
Llevábamos largo rato de trayecto, cuando el todo terreno comenzó a balancearse bruscamente, debíamos estar entrando en un camino de montaña. Solo cuando el coche se detuvo dejaron de manosearme. Me hicieron bajar y me separaron unos metros del coche. Por un rato me sentí abandonada, habían parado el motor del coche y los tres se mantenían callados. Solo sabía que permanecían allí gracias a que los faros del coche continuaban encendidos. ¿Qué estaban dispuestos hacerme? No estaba segura, y eso me excitaba aún más. Después de un rato de espera noté como alguien se situaba detrás de mí. No me giré, pues no podía ver nada, y aunque hubiera podido y no me hubiera gustado lo que veía, no hubiera podido defenderme con las manos atadas a la espalda. Unos brazos me rodearon desde la espalda y comenzaron a manosearme los pechos por encima de la camisa y de pronto, de un fuerte tirón, me la desgarraron junto con el sujetador.
Nada más pasar esto noté como rodeaban mi cintura con una cuerda y le hacían un nudo. Uno de los chicos me colocó de rodillas mientras otro me cogía de la cabeza obligándome a doblar la espalda hacia delante. Intuía lo que me esperaba en ese momento; me encontraba asustada, y al mismo tiempo excitada, y no deseaba otra cosa que ser follada para calmar mi calentura. Noté como los pezones se endurecían y mi respiración se acelera cada vez más. Algo de textura suave me oprimió los labios de la boca, era sin duda la punta de una polla. No me resistí y dejé que el enorme aparato entrara para acariciar mi lengua. Desde atrás me levantaron la falda y con algún instrumento afilado me cortaron las bragas. Mi coño comenzó a sentir las caricias de unas manos fuertes y grandes, pero que se movían con gran agilidad.
Pronto me dieron lo que tanto deseaba, una polla que consolara mi chocho. Me penetraron violentamente y comenzaron a follarme por turnos, mientras uno me penetraba por la boca, el otro lo hacía por mi coño, y el tercero me introducía los dedos por el culo. Mi coño se había dilatado muchísimo, y eso no parecía gustarles mucho, así que pasaron a usar mi canal más estrecho. Era la primera vez que iba a experimentar el sexo anal. Al notar la presencia de la punta de una polla en el ojete, me asusté. Aquello podía resultarme muy doloroso, pero no quise resistirme, necesitaba sentirme poseída. No acaba de creerme que el dolor que sentía me llenara de gozo, y menos aún que me corriera de aquella manera…
Fui manejada por tres individuos que ni tan solo pude ver, me colocaron de diversas formas y jugaron conmigo a su antojo. Se fueron cambiando de posición para hacer uso prolongado de mis tres agujeros hasta que decidieron llenármelos de semen. Cada uno eligió un conducto donde depositar su néctar. Al rato tenía el semen saliendo de sus recipientes.
Durante todas las folladas tuve tres orgasmos intensísimos que me hicieron gozar del sexo como nunca antes había gozado… pero aún faltaba más. Me vistieron y volvieron a meterme en el coche. Desconocía que iban hacer conmigo, no sabía si me dejarían donde me recogieron o continuarían usándome, y la verdad es que no me atreví preguntar. Habíamos regresado a la ciudad, lo noté por la velocidad y la continua parada del vehículo, seguramente a causada por los continuos semáforos. Finalmente se detuvo y me llevaron a lo que debía de ser un apartamento que, indudablemente, pertenecía a alguno de ellos.
Me sentaron en un sillón y me ataron con las piernas abiertas sobre los reposabrazos. Desde la cabeza a los pies quedé inmovilizada en el sillón nuevamente a disposición de sus fantasías. Seis manos al mismo tiempo recorrieron mi cuerpo inspeccionando cada rincón del mismo, metiéndome los dedos y dilatando nuevamente mis dos entradas. Al rato dejaron de tocarme y noté una pequeña presión tanto en la entrada de mi coño como en mi culo.
Poco a poco noté la penetración de dos objetos por mis agujeros, el del coño era notablemente más grande y grueso que el otro, y parecía tener una forma irregular, como una especie de pinchos que resultaban ser de lo más placentero. Los dos instrumentos comenzaron a entrar y salir acompañados de un pequeño ruido, al parecer aquellos dos consoladores eran manejados por una especie de maquinaría que marcaba el ritmo del movimiento. A los cinco minutos me volví a correr. El ritmo fue subiendo poco a poco. Cada vez entraban y salían con mayor rapidez, y con la velocidad incrementaba mi placer. Después dijo uno de los chicos:
– Está bien, vemos que estás disfrutando mucho con esto… nosotros nos vamos, queremos que te familiarices con la máquina, ya volveremos.
Eso me inquietó, ¿cuanto tiempo iban a tardar? No sabía cuánto más aguantaría con aquello penetrándome. El tiempo fue pasando y comencé a sentir mis zonas más sensibles algo doloridas. Suplicaba que regresaran para que me retiraran la máquina. No estoy segura del tiempo que pasó, pero recuerdo que me encontraba exhausta y con mis dos agujeros doloridos cuando regresaron. Me retiraron la máquina y me dijo uno de ellos:
– No queríamos que te fueras sin tomar nada, así que fuimos a reponer un poco de fuerzas, pues nos dejaste secos en la montaña. Queremos que te tragues toda nuestra leche, guarra. Te has comportado como una auténtica puta, y queremos recompensarte…
Me desataron y me pusieron de rodillas. Fui chupando una a una sus pollas hasta que se iban corriendo dentro, obligándome a tragarme el semen que expulsaban. Jamás me había sentido tan puta como ese día. Luego me pusieron como única ropa una camisa de manga larga de color blanco y me llevaron donde me habían recogido. Allí me dejaron tirada, pero sin mi ropa
Ahora me siento avergonzada por lo que hice, pero no me arrepiento. Esta experiencia despertó mis más profundas inquietudes sexuales y hoy por hoy disfruto de mi sexualidad libremente y sin ningún tipo de prejuicio.
Besos.