Relato erótico
Los amores de mi mujer
Está casado con una mujer mucho más joven que él y desde el principio lleva cuernos. Ella se lo confesó y desde entonces tuvo un amante y compartían mujer y cama.
Javier – TARRAGONA
Tengo 40 años. Me casé a los 37 y mi mujer 20. Tiene un cuerpo espectacular y es la tentación de muchos hombres. A los pocos meses de casado descubrí que me ponía los cuernos con el gerente de la empresa donde ella trabajaba y cuando me lo confesó, ya lo tenía claro. Había detalles que la descubrieron. No sé que me pasó, pero en lugar de enfadarme, le eché el mejor polvo de nuestra vida.
Noche tras noche me contaba detalles de los encuentros que había tenido con su amante, lo que me calentaba a tal punto que me la follaba con lujuria y como ella se daba cuenta de que, no solo no me molestaba sino que me excitaba, comenzó a salir con ese tío asiduamente aunque no sin antes decirme que esa noche volvería tarde, lo que ya me ponía a mil.
No os imagináis lo que era esperar que llegara a las 3 ó 4 de la mañana, con el olor a tabaco de otro hombre y penetrar de inmediato ese coño y ese culo jugosos y dilatados. Entonces me di cuenta que si no me sentía cornudo, no se me enderezaba la polla por lo que comencé a estimular a mi esposa para que prosiguiera sus encuentros.
Eran varios en la oficina que requerían sus favores y ella los fue satisfaciendo, relatándome por las noches los apasionados encuentros hasta que una noche, en plena calentura, le pedí que se quedase preñada de alguno de ellos, el que más le gustara.
– Si así lo quieres, cariño te daré ese gusto, hay uno que me gusta muchísimo.
– Bueno – le dije – planéalo con tiempo.
– Sí, pero ¿como sabremos que es de él y no tuyo?
– Pues vete de vacaciones con él una semana y vuelve preñadita – le dije.
Me estampó un beso de lengua y acariciándome la frente me dijo:
– ¡Ay que marido cornudo divino que tengo! Calculo que en diez días entro en mis días fértiles, ¿así que me dejas ir? Él es soltero, es majísimo y tiene casa en la playa, así que si se lo insinúo seguro me lleva.
Caliente como un perro, le eché dos polvos divinos y ella, imaginándose seguramente en brazos de aquel muchacho, tuvo repetidos orgasmos. Los días siguientes para asegurarme que no quedara preñada de mí, hicimos sexo oral, aunque no era lo que más me apetecía.
En esa semana que estuvo ausente me llamaba por teléfono para contarme lo bien que la había pasado la noche anterior, lo cual me provocaba buenas pajas. Sorprendido y halagado su amante por no tener que vigilar, la prodigó las atenciones más efusivas, según me contó, y siendo excelente semental la llenaba de leche.
Mi mujer vino de esas vacaciones embarazada pues a los pocos días comenzó a sentir las nauseas consabidas, y yo, acariciándole la pancita, era el cornudo más feliz del mundo.
El embarazo de ella fue el período más excitante y feliz de nuestro matrimonio, incluso para ella porque se sentía libre y feliz de tener amante y marido consentido. Todos los días su amante la traía de la oficina y frente a mi ventana se prodigaban besos incendiarios, sabedora ella que eso me excitaba. Incluso llegó un momento en que, por razones de trabajo, él venía a nuestra casa y así entablamos cierta amistad. Fue así que una tarde, dije que tenía que irme y los dejé solos diciéndoles que volvería tarde por la noche lo que aprovechó ella para llevarlo al dormitorio y follar apasionadamente.
Al volver, él ya no estaba, y ella me esperaba envuelta en gasas transparentes y el coño repleto de leche como a mi me gustaba. ¡Te imaginas qué noche! Las visitas del amante se hicieron habituales y fue así que, en complicidad con ella, una noche me oculté en el vestidor y pude ver lo que ansiaba ver desde hacía tanto tiempo.
Entraron cogidos de la mano, ella con un picardías y él con el torso desnudo. Sentada en la cama ella le quitó los pantalones y comenzó a chuparle la polla, luego él la montó y la penetró en una forma furiosa comenzando a bombear en forma vertiginosa y ella, mirando hacia el vestidor me sonreía como diciéndome: ¿te gusta? Luego le tocó el turno al culo. Ella boca abajo alzó su culo para la embestida del macho que sacaba y ponía, sacaba y ponía y entre estertores y gemidos de ella, el muchacho arrojó en el orificio dos o tres chorros larguísimos que provocaron que el semen cayera por las nalgas hasta empapar las sábanas. Cuando él se fue yo, en medio de las sábanas mojadas, me la follé ansiosamente. Cuando la panza de mi mujer comenzó a hacerse notoria el joven se hizo habitual pues mi mujer le dijo que el bebé era de él y que yo lo consentía. Varias veces ella lo besó en mi presencia como asegurándole que nada temiera e incluso él besaba la panza de mi mujer mientras ella me miraba. Ni que habla decir como se me ponía la verga.
Una noche después de cenar y tras besarlo delante de mí, ella lo llevó al dormitorio, diciéndome:
– Voy a mostrar a Santiago – así se llamaba – el collar nuevo que me regalaste.
Guiñándome un ojo se lo llevó de la cintura y me hizo shss con un dedo en los labios.
– Id, tranquilos – yo les dije en medio de una calentura como nunca había sentido, por el desparpajo de ambos, pero sobre todo del muchacho que se sentía dueño de mi mujer.
Todo me provocaba una inmensa excitación y no veía la hora de que terminaran para continuar yo la faena. Cuando al final bajaron al salón, mi mujer lo hizo envuelta en una bata transparente que casi le dejaba las tetas fuera. Ella fue a la cocina para preparar algo de comer y Santiago se sentó en un sofá y me dijo:
– ¡Que mujer tienes!
– ¿Te gusta? – le dije – Ven entonces cuando quieras, tú le gustas mucho a ella.
– ¿Crees que el bebé sea mío? – me preguntó – Ella me lo ha asegurado.
– Si, le dije, no tuve relaciones durante mucho tiempo con ella ni antes ni después de cuando salisteis esa semana.
– Es increíble, ¿no te molesta?
– Para nada – le respondí- tengo algunos problemas para poder ser padre y creímos que era buena idea.
Mi mujer vino enseguida trayendo licores y confituras y sentada en medio de los dos nos ponía cosas dulces en la boca y tras eso un beso a cada uno.
– Mis amores – susurró – ¿Estáis contentos?
– Yo sí – le contesté – porque te veo feliz.
– ¡Siiií…! – exclamó ella – Santiago me vuelve loca.
– A mi me vuelve loco tu mujer – exclamó él.
– Bueno entonces adelante – le dije y añadí algo que los sorprendió – Vente a vivir aquí y ponemos una cama más grande.
– ¿Harías eso? cariño? – preguntó mi mujer, y dirigiéndose a Santiago añadió – ¿A ti te gustaría?
– Yo no tengo problemas – le dijo – estoy soltero y sin compromiso, igual sé que eres la mujer de él y estoy consciente que el bebé será de tu marido.
– De ambos – dijo prontamente ella – ¿No es cierto, cariño? – me preguntó.
– Sí, mi amor, lo cuidaremos entre los tres.
– Esperemos que nazca el bebé y luego te instalas, ¿si? – dijo ella al muchacho – De todos modos me vienes a ver, ¿no es cierto mi amor, que lo dejas?
– Sí – contesté.
– Por ahora – dijo ella, dirigiéndose a mí – separados, pero no te pongas celoso porque te dejaré la cama calentita…
Después que nació el bebé, como al mes, Santiago se instaló en mi casa y se hizo dueño de mi dormitorio. El amamantar al bebé hizo crecer en forma descomunal los pechos de mi mujer para solaz del muchacho que gozaba viéndolos. Él llevaba el bebé a la cama donde estaba mi mujer para que lo amamantara y en cuanto terminaba, lo volvían a meter en la cunita y echaban unos polvos potentes.
No podía follar a mi mujer si antes no lo había hecho ella con otro. Una noche entrando a mí dormitorio ella me dijo;
– No te quedes allí, ven a compartir la cama, ¿no quieres?
– De mil amores – le contesté y desde ese día los tres nos acostábamos juntos.
A veces me dormía de inmediato y a los pocos minutos sentía el crujir del colchón y me despertaba en medio de gemidos. Inmediatamente mi verga respondía y cuando él terminaba seguía yo. Otras veces entre ambos lográbamos llevarla al cielo muchísimas veces en la noche.
Así seguimos durante un tiempo, pero como todo lo bueno se acaba, ya os contaré lo que pasó.
Saludos a los lectores y besos a Charo.