Relato erótico

Loquita por el

Charo
28 de noviembre del 2019

Desde hace tiempo le gusta su jefe. Cada vez que pasa por su lado se le erizan los pezones y cuando la mira se le mojan las bragas. Aquella tarde se quedó a trabajar para terminar unas cosas, creía que estaba sola y puso música…

Ana – BARCELONA
Amigos de Clima, hace unos meses, me sucedió algo increíble. Trabajo en un despacho de abogados y hay uno de ellos que me encanta. Es sexy, atractivo, completamente el tipo de hombre que me gusta. Alto, cabello negro y barba, usa unas gafas que lo hacen más interesante, y aunque siempre lo he visto con traje, se ve que tiene unos brazos que matan y es fuerte, atlético, en fin, todo un sex symbol. Cada vez que se acercaba a mí me ponía nerviosa, su mirada es intensa y sentía que sus ojos me desnudaban completamente, aunque no estaba segura de si compartía el gusto por mí, intentaba evitar su mirada a toda costa, me quemaba.
Me considero una mujer guapa, estoy delgada, 1,60, cabello café oscuro y rizado, ojos grandes y expresivos, boca carnosa y nariz respingona. Tengo las piernas torneadas, unas tetas duras y grandes con unos pezones grandes y sensibles, un culito redondo que se acentúa con las faldas que uso para ir a trabajar, y aunque nunca me han faltado los hombres, él me ponía nerviosa.
Siempre que se acercaba a pedirme o preguntarme algo, evadía su mirada y hacía alguna torpeza, mis manos y mis piernas temblaban, se me trababan las palabras y en una ocasión casi derramo el café en el escritorio. Él, se rió con una risa de simpatía, que me hizo ruborizar.
Todos los días lo veía entrar al despacho impecable, oliendo divinamente, yo cerraba los ojos y me imaginaba en sus brazos, en un beso ardiente y me despertaba el sonido del teléfono o de alguien llamándome y pidiendo algo. A la hora de la comida pasaba en frente de su despacho y tenía la mesa como siempre, llena de papeles y él discutiendo algo por teléfono, o en frente de su portátil, escribiendo a lo loco y maldiciendo. Yo pasaba más lentamente con la esperanza de que se girara a mirarme, pero siempre estaba metido en su trabajo.
Así todos los días, esperando que un día me llamara a su oficina, pero no sucedía, hasta que un día tuve que quedarme hasta muy tarde, cosa que descubrí que el también hacía. Tenía mucho trabajo pendiente y aunque podía dejarlo para el día siguiente, no quería atrasarme, así que decidí quedarme a terminar o al menos adelantar lo más posible. Éramos los únicos en el despacho, y estaba tan metida en el trabajo que no me había dado cuenta que estaba él ahí. Después de algunas horas de estar trabajando, decidí tomarme un descanso, pensando que no había nadie más, puse un poco de música relajante, algo romántica, pero me ayuda a relajarme, prendí un cigarro ya que no había nadie más y a falta de un buen vino, me serví un vaso de agua.
Creyéndome sola, me quité los zapatos y las medias, que ya estorbaban a esa hora de la noche, me quité la chaqueta y me desabroché la blusa varios botones, me solté el cabello y me estiré un poco. De pronto oí pasos en el pasillo, me asusté y justo cuando iba acercándome a la puerta para asomarme, entró él dándome un susto tremendo que me hizo saltar, casi choqué con él y de nuevo su risa alegre, su olor delicioso, sus brazos fuertes que me cogieron de las manos y me dijo:
– No te asustes, soy yo, no sabía que había alguien más.
– Yo tampoco, pensé que estaba sola – dije recuperando el aliento.
Se giró mirando mi mesa, llena de papeles, mis medias y zapatos en el suelo y mi aspecto relajado y rió de nuevo y me dijo:

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– Sí, eso puedo ver – me ruboricé y añadió – No te preocupes, yo también necesitaba un descanso y cuando oí la música, me alegré de tener compañía y con tan buen gusto por la música.
Él también se había desabrochado un poco la camisa y la tenía remangada hasta los codos, podía ver su piel bronceada simplemente perfecta, la camisa abierta dejaba ver algunos vellos de su pecho. Todavía me estaba cogiendo las manos, pero me aparté con el pretexto de ofrecerle un vaso de agua, que aceptó y me preguntó si tenía otro cigarrillo para él.
Fumamos y tomamos agua en silencio, sentados en un espacio del despacho, un silencio un poco incómodo, porque la música era romántica, incitaba a hacer algo más que estar en una oficina a esas horas de la noche, aún medio vestidos y con trabajo que hacer.
Para evitar un poco el silencio y los nervios que sentía, pregunté si acostumbraba a quedarse siempre tan tarde trabajando, a lo que contestó que últimamente había tenido que hacerlo por la cantidad de trabajo acumulado. Aunque nunca había visto un anillo de casado en su mano, dije, como para saber, si su mujer no tenía algo que decir al respecto. Me contestó que era soltero y que solo lo esperaba en casa su cama y su perro y entonces me propuso ir a su oficina que era más cómoda.
En seguida vino a mi mente de nuevo la imagen de estar entre sus brazos, en un beso candente, apasionado, y me giré como para buscar algo en mi escritorio, para que no viera que me ruborizaba de nuevo. Acepté ir su oficina, amplia, con una silla de piel que parecía muy cómoda, y tenía un sillón en una esquina, también de piel, en el que nos sentamos los dos. Empezamos a hablar de trivialidades y me sentí más cómoda, nos reímos y disminuyó la tensión. De pronto me dijo:
– Sabes, te sienta muy bien el cabello suelto.
Empezó a tocar mi cabello, y luego mi cara, muy suavemente. Sentí que un escalofrío me recorría la espalda, y me humedecí los labios.
Él sonrío y me besó, nos abrazamos y su mano bajó por mi espalda. Cerré los ojos, me recosté en el sillón y él empezó a besar mi cuello, y desabrochar mi blusa. Mil cosas pasaban por mi cabeza, todo me daba vueltas, hacía un momento platicábamos de tonterías y ahora estaba haciéndose realidad mi fantasía de todos los días. Empecé a desabrochar su camisa, y como lo había imaginado, se veía fuerte y atlético, piel bronceada y suave. Nos besamos con más intensidad y mis manos recorrían su espalda, terminando de desabrochar mi blusa y con la punta de los dedos, recorría mi piel despacio. Desde mi cuello empezó a bajar por mi pecho, llegando a mis senos, rodeándolos despacio, evitando mis pezones, que por cierto ya estaban durísimos. Llegó al borde de mi falda, buscó el cierre y lo bajó lentamente.
Bajó de mis labios a mi cuello, metiendo sus dedos entre mi cabello, subió a mis oídos y me dijo en un suspiro:
– Eres hermosa, y desde hace tiempo te deseo.

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Yo me estremecí y enterré mis uñas en su espalda mientras sentía un mordisco en mi cuello. Con sus labios, por encima de mi ropa interior, rozó mis pezones y los mordió suavemente, mi respiración aumentaba, y empezó a bajar mi falda. Me senté de nuevo, y le quité la camisa, besándonos apasionadamente, me senté frente a él, con las piernas abiertas, sus manos tocándome la espalda, jugando con el broche de mi sujetador. Podía sentir como estaba excitado, su paquete grande y duro, y empecé a desabrochar su pantalón. Quitó mi sujetador y mis pechos quedaron libres frente a él, quien los empezó a devorar, mientras yo me movía despacio, empezando a gemir y cuanto más gemía, más duro él mordía mis pezones.
Al rato me levanté y le quité su pantalón, él también se levantó y se puso detrás de mí, me inclinó un poco y empezó a besar mi espalda. Me excitaba sentir su polla dura en mis nalgas, sus manos tocando mis tetas, mis pezones duros. Bajó las manos hasta llegar a mi tanga, jugó un poco con la orilla del tanga y poco a poco empezó a bajarlo, hasta que quedó en el suelo y yo completamente desnuda. Me dijo al oído que me sentara y lo hice, se arrodilló frente a mí y abrió mis piernas, empezando a besar mis tobillos, subiendo despacio por mis pantorrillas, llegando a mis muslos, acercándose poco a poco a mis labios húmedos.
Yo gemía y mi respiración aumentaba mientras se acercaba a mis labios, que solo rozó muy suavemente con la lengua y pasó a mi otra pierna. Empezó de nuevo desde mi tobillo, subiendo despacio hasta mis muslos. Me movía para que pasara su lengua por mi clítoris, pero él se tomaba su tiempo jugando conmigo. Pasaba despacio su lengua por mis labios mojados, rozando mi clítoris, hasta que su lengua se detuvo ahí, jugando con mi botón, chupándolo, haciendo círculos con la lengua sobre él. Yo me volvía loca, estaba muy excitada, mojada, gemía y pedía a gritos que metiera sus dedos en mí.
Empezó a pasar un dedo por mi rajita mojada metiéndolo un poco mientras chupaba mi clítoris y lo mordía suavemente, yo lo empujaba para que metiera los dedos, pero él disfrutaba viéndome desesperada. De pronto y de un solo golpe, metió dos dedos sin dejar de chupar mi clítoris, yo estaba en el cielo, gritando que siguiera así, que me encantaba y que no parara. Empezó a meterme los dedos más rápido y fuerte, yo no podía más, estaba a mil, con las piernas abiertas sobre sus hombros, sus dedos dentro de mi, su cara entre mis piernas.
Sentí como iba a tener un orgasmo y mis gritos se volvieron más intensos y también sus movimientos, me metía los dedos fuerte y rápido, su lengua no paraba de chupar mi clítoris, hasta que sentí un orgasmo que recorrió todo mi cuerpo y pareció durar una eternidad. Di un grito que me dejó sin aliento y él, entonces, se levantó, me besó y yo le bajé los calzoncillos, me levantó del sillón, me inclinó sobre el escritorio y de un solo golpe me metió toda su verga dura y grande en el coño.

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De nuevo empecé a gritar, sentía que me partía en dos, él empezó a darme azotes en las nalgas, que me las dejaron rojas, y me dolían, pero me encantaba. Me agarró de la cadera y la metió más fuerte. Sentía su respiración caliente en mi espalda, yo gritaba y me daba azotes cada vez más fuertes. Pronto me volvió a acostar en el sillón y puso mis piernas sobre sus hombros, metiéndomela fuerte, besándonos, yo le arañaba la espalda y gritaba que no parara. Él mordía mi cuello y mis tetas, yo sentía su sudor en mi cuerpo, su respiración caliente y agitada, mientras me follaba deliciosamente.
De pronto paró y me dijo que me sentara sobre él, se sentó en el sillón y empecé a montarlo, mientras él mordía mis tetas y agarraba mi culo, poniéndome el ritmo de la montada. Empecé a hacerlo más rápido, metiéndomela yo sola, sintiendo como iba a tener otro orgasmo y arqueé la espalda gritando de nuevo, mientras él me tiraba del pelo.
Cuando me tranquilicé de este nuevo brutal placer, me levanté y me arrodillé frente a él, empezando por pasar los labios y la lengua por la punta de su polla, dándole besos y pasando por su tronco, mojándolo todo con mis labios y lengua, metiéndome sus huevos en la boca y succionándolos despacio.
Poco a poco me la metí en la boca, hasta que chocó con mi garganta, sacándola de nuevo y empezando un ritmo cada vez más rápido, intentando no ahogarme. Él, me empujaba la cabeza y me la movía cada vez más rápido, metiendo y sacándola, toda mojada de mi saliva, follándome por la boca.
Al rato la saqué de mi boca y la puse entre mis tetas, apretando su verga con ellas, mientras él se movía y la cabeza de su verga chocaba con mi lengua. Se movía más rápido y empujó mi cabeza metiéndomela de un tirón en la boca provocando que casi me ahogara y entonces se corrió en mi garganta. Un chorro de leche inundó mi boca y me lo tragué, pero me la saqué de la boca, quería sentir su leche caliente en mi cara y terminó de eyacular en mi rostro y en mis tetas, dejándome llena de su leche.
Me levanté y fui al baño a limpiarme la cara, regresé y me senté a su lado en el sillón, los dos aun desnudos, me abrazó y me dijo:
– Fue genial, llevaba tiempo queriendo hacer eso.
– Yo también – solo contesté sonriendo.

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Después de hablar un poco más de algunas otras tonterías y estar abrazados, nos vestimos y dejamos la oficina, se ofreció llevarme a mi casa, acepté y al llegar a ella lo invité a pasar. Pero esa es otra historia que contaré en otra ocasión.
Besos a todos.

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