Relato erótico

Loco por su aroma

Charo
26 de diciembre del 2019

Comparte piso en Londres donde hace tiempo que trabaja. Se cambió de casa buscando una que estuviera más cerca de su trabajo. Sabía que había dos personas más pero, no las conocía ya que trabajaba de noche y no se cruzaba con nadie.

Oscar – BARCELONA
Hola a todos, aquí expongo una intensa experiencia sexual que he vivido y me ha marcado completamente a diferentes niveles.
Hace un tiempo que vivo en Londres y siempre he estado compartiendo pisos ya que aquí el alquiler es realmente caro. Hace unos meses me mudé a una nueva casa situada mucho más cerca de mi trabajo. La encontré a través de una agencia y me gustó, aunque aun no conocía a las personas con las que la compartiría. Como trabajo de noche, el primer día que llegué no coincidí con nadie, pero la primera madrugada que llegué, después de trabajar, me sorprendió ver en la cocina, en uno de estos tendedores para secar la ropa, varias prendas de lencería realmente sexy. Por la mañana-tarde cuando me levanté, coincidí en la cocina con una mujer de unos 45 años y una chica de unos 26. Estaba claro que como yo, se acababan de levantar y estaban tomando su café de la mañana.
Estuvimos hablando un buen rato, eran de un país del este y estaban en la ciudad para ganar dinero y volver a su país. Lo tenían muy claro. Una me dijo muy abiertamente que se dedicaba a hacer masajes de todo tipo y que trabajaba en un local muy cerca de la casa. Realmente se sinceró mucho diciendo que era un trabajo muy pesado y que ahora con la crisis cada vez se ganaba menos ya que los clientes casi no dejaban propinas. Antes con los “gentelmans” era diferente. Este fue mi primer contacto con las chicas, muy relajado y de buen rollo.
Pasaron las semanas y de vez en cuando coincidíamos por la mañana y puntualmente por la noche después de trabajar, aunque raramente, porque ellas terminaban antes. Con los días empecé a sentir que me daba mucho placer estar en los espacios comunes por el olor que dejaban las chicas, me encantaba oler su presencia, mezcla entre perfume y olor corporal. Por la mañana tomando café, me encantaba coincidir con la chica más madura, Jenny, su olor me ponía cada vez más loco. Pronto me descubrí completamente enganchado y muchas veces pasaba cerca de ella para sentirla.
Al cabo de unos días mi imaginación sexual empezó a trabajar como un caballo desbocado. Ella es una mujer muy sexy, con unos pechos muy grandes, un buen culo y unas piernas bastante macizas y duras. Mi imaginación me daba solo en una línea… comer su coño. Me imaginaba el gran placer que sería comer su chocho, no necesitaba nada más, simplemente quería saborearlo.
Con los días este deseo fue creciendo más y más y muchas veces me resultaba demasiado duro estar cerca de ella, sufría demasiado. Un día encontré un tanga en el baño, empecé a olerlo y me di cuenta que no me motivaba lo mas mínimo. Era claro que era de la otra chica, no era el olor que me ponía loco.
Yo la verdad no me insinuaba nunca a ella y ella tampoco me dejaba a entender nada, por eso me sorprendió un día que llegué por la noche y ella estaba en la cocina. Entré primero en mi habitación y después fui a saludarla. Abrí una cerveza y ella me dio las buenas noches en dirección a su cuarto. Al cabo de un rato yo también me fui a dormir, pero cuando entre en mi habitación me subió una energía por todo el cuerpo que nunca había experimentado antes. Estaba confundido, mi habitación olía a ella, que estaba estirada en mi cama con la minifalda levantada tocándose el sexo y mirándome a los ojos, riéndose.

Me quedé bloqueado, paralizado, con los músculos de las piernas bloqueados y los brazos también, pero al cabo de un rato, sin pensar nada, me dejé llevar por mis instintos, me arrodillé y empecé a oler su coño, cada vez más profundamente. Quería chuparlo pero de lo bloqueado que estaba no podía, hasta que ella me empujó la cara dejándome muy claro que me dejara de bloqueos y empezara a comer.
Fue realmente delicioso, me encantó comerle el coño y en la posición en que estaba, me sentía muy cómodo, ella en la cama y yo arrodillado. La mezcla de placer, nerviosismo y excitación me puso en un estado casi de orgasmo constante. La verdad es que nunca había experimentado esta sensación, era la primera vez. Después de mucho rato lamiéndole el coño, ella se dio la vuelta dejándome muy claro cual era mi siguiente trabajo… ¡lamerle el culo!
Lo hice con muchísimo gusto, oliéndole también y saboreándolo. Después de un buen rato, ella se puso de pie y sin decirme nada salió de mi habitación. La verdad es que no me quedé desconcertado, lo acepté y aquella noche me hice una paja yo solo pensando en la experiencia que casi no me creía que había vivido.
Al día siguiente, en la cocina, nos saludamos como si nada hubiera pasado, ella estaba como todos los días y yo la verdad es que me sentía muy feliz y con mucha paz. Pasaron tres días sin nada más de roce, pero recuerdo que este tercer día de intentaba dormir en mi habitación y no poder, hubiera dado lo que fuera para poder volver a comerle el chocho, me imaginaba que pasaba horas y horas comiéndole el coño y el culo, me sentía totalmente desesperado y sufría demasiado. Pero sabía dentro de mí que no podía hacer nada. Yo no era nadie para proponérselo otra vez.
La noche siguiente estaba casi llorando cuando entró ella llevando una vela dentro de un cristal rojo, la puso en mi mesilla, se sacó las bragas bastante rápidamente y me puso el coño en la cara. Después de un rato de estar comiéndoselo, me puso el culo y al terminar, se fue como la primera vez. Y así estuvimos dos meses. Cuando ella quería, entraba en mi habitación y yo, con mucho placer, me la comía entera. Me sentía como un yonqui cuando pasaba más de tres días sin comérmela, estaba súper intranquilo y de mal humor, pero cuando finalmente podía saborearla, me daba una inmensa energía y paz.
Yo notaba que a ella también le daba mucho placer aunque no siempre se corría. Cuando lo hacía me cogía fuerte por el pelo dándome mucho placer y sintiendo la fuerza de su orgasmo. Al final y por sorpresa, tres días la pude penetrar y siempre los fines de semana. Deduje que cuando no trabajaba también le apetecía tener una polla dentro. Estas tres veces me cogió la verga bastante bruscamente, estrujándome los huevos y provocándome una fortísima erección, después me ponía el preservativo, se colocaba a cuatro patas y me orientaba el pene para que entrara dentro de ella.

Así disfruté dos veces de su coño y una de su culo. Todas las veces nos corríamos los dos al mismo tiempo y muy rápido, al cabo de muy pocas embestidas.
De hecho conseguíamos al mismo tiempo porque ella llegaba muy rápido y en este momento me estrujaba los huevos de una forma que me hacía correr al instante y bien.
Durante el tiempo que disfruté de esta relación, para decirlo de alguna forma, os puedo decir que me sentí muy bien, súper feliz, concentrado en el trabajo, con mucha ilusión y ganas de vivir, fue una de las mejores épocas de mi vida. Esta relación sexual me aportaba más felicidad que la que yo podía haber imaginado, incluso mis amigos me comentaban que transmitía muy buen rollo.
Pero, todo lo bueno suele acabarse y así pasó. Un día se mudaron sin decir nada y nunca más pude localizarla. Dentro de mí también tenía claro que esto no dependía de mí y lo tenía que aceptar. Al principio pensaba que me moriría pero, sorprendentemente, al cabo de unos días desapareció su olor en la casa y me quedé tranquilo.
Ahora, después de casi dos meses de esta experiencia, me gustaría encontrar una mujer dominante para tener una relación… y como ahora vivo entre Barcelona y Londres, pondré un contacto y a ver si tengo suerte.
¡Besos!

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