Relato erótico

Llamada oportuna

Charo
7 de diciembre del 2018

Había mantenido una amistad con su ex novio. Él y su marido se llevaban bien y los invitaron al cumpleaños de los hijos. Procuró vestirse muy sexy y una vez allí vio como su ex le miraba con lujuria. Una llamada del trabajo de su marido desencadenó lo que va a contarnos.

Rosana – Cantabria
Amiga Charo, soy Rosana, casada, bisex, muy caliente, y voy a contarte algo que me pasó hace poco, muy placentero y erótico.
Mi marido aceptó que fuéramos a la fiesta a la que nos invitó Jorge, que fue mi novio hace varios años. Festejaba los 16 años de su hijo Mario y los 19 de su hija.
Me sentía en uno de esos días de especial calentura y no me refiero solo a la ambiental sino a la que tengo frecuentemente entre mis muslos, así que me vestí de manera muy sexy con una blusa que dejaba desnudos mis hombros y dibujaba mi cuerpo, y una ajustada minifalda en negro y blanco muy atrevida, con una abertura al frente, esperando resultarle agradable a la vista a mi ex novio, cosa que logré pues cuando nos recibió vi su expresión, paseando su mirada de pies a cabeza de mi cuerpo, sin disimular su lascivia.
Soy morena, bajita pero con un cuerpo muy llamativo, nalgas de pronóstico y muslos que atraen las miradas de los chicos cuando me pongo mis minis, y que me encanta exhibirlos, me encanta seducir.
La comida transcurrió y él pronto se fue a sentar junto a nosotros, a mi lado y al otro mi marido. Yo notaba aquella situación muy erótica, y más cuando me hice para atrás y permití que la faldita se me subiera para, por supuesto, darle una vista de primera fila de mis muslos desnudos a Jorge. La verdad es que al ver como me los miraba se me mojaron las bragas y el corazón me latió con fuerza. Además, los pezones se me pusieron tan duros que creí que iban a estallar dentro de las copas del sujetador. De la misma manera, se me alborotaron las hormonas y casi me quedo muda. Por fortuna, me controlé y estuvimos charlando animadamente hasta que sonó el móvil de mi marido.
– Estás estupenda – aprovechó Jorge para decirme en voz baja – me estás provocando una erección como cuando éramos novios.
Me reí y aprovechando que nadie nos veía, me acerqué a su lado y puse mi mano entre sus piernas. Su pene, que por cierto era enorme, estaba tan duro como un tronco. Ya no fue necesario añadir nada más y le dije, mientras cruzaba mis piernas y me acariciaba yo el muslo:
– Tu mujercita me lo va a agradecer esta noche, ¿no crees?
Entonces el muy ladino me puso la mano en el muslo, y me dijo:
– ¿Por qué no aprovechas tú estas ansias que tengo por echar un buen polvo contigo?

Me sorprendió un tanto oír esto, pero no le contesté, solo sonreí echando mis pechos hacia adelante, pues sentía que mis pezones estaban hinchados de excitación. En eso mi marido regresó, después de hablar por el móvil, diciendo que tenía que recoger allí cerca unos papeles de un cliente que llegaba en un vuelo y que tardaría cosa de una hora y media, que me quedara allí a esperarlo. Cuando me dijo eso sentí una corriente eléctrica en mi cuerpo y un espasmo en mi chocho.
– De acuerdo – le dije – mientras tanto Jorge me va a entregar unas fotos que guarda de nosotros dos, pues dice que su mujer se molesta cada vez que las ve.
Jorge mismo se sorprendió de la explicación, pero aceptó. Acto seguido, pasados unos instantes, se dirigió a su esposa y me dijo que me adelantara a la puerta. Estábamos en casa de su suegro, frente a los apartamentos donde él vive. Luego nos encaminamos hacia allí y aunque no sé que le dijo a su mujer, a cada paso mi corazón y mi sexo, latían más rápidamente. El vive en un edificio muy tranquilo y al subir por las escaleras al tercer piso, aproveché para adelantarme y caminar delante de él para permitir que viera mis piernas en todo su esplendor y casi al llegar a su apartamento, subiendo las escaleras, me agarró las nalgas, subiendo al tiempo la faldita.
– Estás muy buena, putita – me dijo, al tiempo que hundía su cara entre mis posaderas, aprovechando que estaba un par de escalones abajo.
Di un grito de sorpresa, pero también sentía cierta excitación de estar ahí, con la posibilidad de ser vistos, y con el placer de sentir aquella cara clavada en mis glúteos apenas cubiertos por un tanga blanco. Sus brazos hicieron que me agachara un poco más para aumentar la intensidad de sus caricias con la lengua.
– ¡Pero si estás ya empapada de aquí abajo, mi nena! – me dijo con voz entrecortada y apenas audible.
Me hizo a un lado el tanga, metiendo aquella lengua, que casi había olvidado, aquella inmensa lengua en mis nalgas, en mi orifico anal, en toda aquella región que me fascina ser penetrada y acariciada. Estuvimos unos minutos así, yo ya estaba francamente fuera de mí, solo quería sexo, así es que en un momento me giré, sentándome en la escalera y atrayendo sus caderas hacia mí le bajé la cremallera del pantalón y saqué aquella inmensa masa de carne chorreante, dura.
– Jorge, olvidé que estabas muy bien, ¿te acuerdas de esto? – le dije al tiempo que empezaba a hacerle una mamada a aquella verga, pasando mi lengua por aquella masa palpitante, por aquellos huevos peludos que estaban llenitos de semen para mi. Su miembro estaba duro y al ponerlo dentro de mi boca, éste no cabía. Él cerraba los ojos y me decía:
– Así, mi putita preciosa, chúpalo, dame ese gusto tan enorme.

Volví a tener la misma sensación de sentirme audaz y la calentura volvió a mi cuerpo. Me acordé de cómo me tocaba mi trasero y yo le hice lo mismo. Chupaba su polla y me gustaba jugar con ella y cuando Jorge quiso retirarse no le dejé. Seguí mamando su polla hasta que sentí cómo se quedaba quieto y gemía. Era delicioso sentir como aquello entraba y salía de mi boca, tocar sus bolas con mis manos y hundir mis uñas en sus nalgas también mientras oía como gemía. Mi lengua recorría cada milímetro de esa piel chorreante, saboreando el gusto exquisito del sexo y del semen. Era una locura deliciosa aquella, pero en aquel momento, me pareció oír un ruido, aunque no vi a nadie.
– Mejor vamos a tu apartamento – le dije, a pesar de todo.
Con cierto trabajo nos separamos y acabamos de subir las escaleras al apartamento, pero no acaba de cerrar la puerta cuando casi me tiró sobre el respaldo del sillón, yo de espaldas, para volverme a subir la faldita musitando groserías y cosas de mis nalgas, pero esta vez no me dio sexo lingual, sino que sentí su verga inmensa queriendo entrar entre mis nalgas, así que me agache y me abrí de piernas para facilitar el delicioso tormento… ¡Y como me clavó su estaca al primer golpe en todo mi coño! Me arrancó un alarido, seguido de una serie de arremetidas buscando casi traspasarme. Vaya escena, yo con la faldita a la cintura, inclinada en el sillón de pie, recibiendo las embestidas de Jorge. Era algo delicioso, mientras sus manos agarraban mis duros pechos, buscando tras la blusita mis pezones erectos para pellizcarlos. Yo ya dejaba salir todos los gemidos de esa sesión, sin temor a nada. Pero en un momento, me preguntó:
– ¿Quieres más?
– ¡Sí, sí, quiero más… me gusta que me la metas así, sigue, por favor no pares! – repliqué.
– Ya lo sabía y no me defraudaste. Eres caliente y sabía que en cuanto te mostrara este camino probando las delicias de una buena follada gozarías, ¿verdad?
– Sí, amor, puedes enseñarme lo que quieras, si el placer es igual o mejor que éste.
– Con razón te llamaban la golosa en la escuela, ibas camino de ser una excelente viciosa.
Me mordía los pezones, chupaba mis pechos y los apretaba muy fuerte. Cuando sentí su verga otra vez dentro de mí, no daba crédito a tanto placer y empecé a bailar moviendo mis caderas, primero suavemente, después con más ritmo. Me olvidé de él, el placer era increíble. Mi amigo gemía, gritaba, casi aullaba, diciéndome que parara. Yo no le escuché. Seguí moviendo mis caderas a mi ritmo y tuve otra explosión de mis sentidos, mi fuego interno culminaba, pero yo quería más. Sentí cómo él me llenaba con sus jugos y ya no paré. Empecé a sacármelo y metérmelo con furia hasta que Jorge se detuvo y me ordenó:
– ¡Arrodíllate, puta, en la mesita de centro, te voy a dar por donde te gusta!

Avancé unos pasos, me quité la blusita y el sostén, y ya desnuda, con solo las zapatillas de tacón, me puse a cuatro patas en la mesa, entonces él apuntó su verga directamente contra mi ano y grité de dolor al inicio pues aquella masa de carne entró sin compasión en mi pequeño orificio anal, despertando en mí dolor y placer, pero después de unas embestidas desapareció el dolor y empecé a sentir todo lo placentero del sexo anal. Una y otra vez embestía aquel semental ardiendo, mis nalgas temblaban a cada embestida mientras nuestros cuerpos chorreaban sudor.
El placer que me daba sentir esa polla, en el mismo apartamento donde vivía su esposa, me enervaba aún más, sintiendo el fruto prohibido, el fruto del desafío. Al rato salió de mí y me llevó a la cama, a su cama, y allí continuó con sus besos y caricias por todo mi cuerpo. Su boca pasaba de mi boca a mis pezones, su mano pasaba de mis pezones a mi ano, mientras mi vagina penetrada por su erecta y caliente verga, se empapaba cada vez más. Mientras la verga de Jorge entraba y salía de mí, haciendo que mi vagina segregara más y más y que mis jugos, escurriéndose de mí, mojaran la sábana. Jorge, sacando su verga solo lo suficiente para poder pasar mis piernas por encima de sus hombros, volvió a penetrar en mí, introduciendo su pene hasta el fondo de mi coño mientras yo sentía cómo entraba y salía de mí la gorda y caliente verga de Jorge y cómo mi sexo se humedecía más y más para facilitar la penetración, haciendo que cada vez que el pene salía lo hiciera más y más mojada de mis jugos. Desgraciadamente no hay hombre que resista mi coño al penetrarlo y esta no fue la excepción, provocando un orgasmo increíble.
– ¡Me corro, putita, toma toda mi leche… llévasela a tu marido! – gritó Jorge.
Esto último me puso de a cien y me hizo estallar también. Que bárbaros, gritamos como locos con ese orgasmo y seguro que de los otros apartamentos nos oyeron. Fue delicioso. Yo estaba en otro mundo, las sensaciones que en ese momento experimentaba quería que no terminaran nunca, hasta que por fin todos, en un grito unánime, explotamos casi al mismo tiempo, gozando de este rico momento sexual.
Ya más tranquilos, me dijo Jorge:
– Voy a regresar a la fiesta para que no sospechen, si quieres aséate en el baño.
Se fue y me metí en el baño. Unos minutos después, saliendo del apartamento y antes de cerrar la puerta, me tope con Ángeles, una chica amiga de la hija mayor, una morena hermosa, de 19 años, pelo cortito, de hermosas facciones, vestida con un top y una faldita muy coqueta.
– Perdón señora – me dijo
– Nada de señora – le dije – dime Rosana.
Mi mente pensaba si ella podría delatarnos, o haber oído algo.
– ¿Llevabas mucho tiempo aquí? – le pregunté.
La muy pícara sonrió y me dijo:
– Lo suficiente.
– ¿Qué es eso de lo suficiente, bonita? – dije.
– ¿Crees que soy bonita de veras Rosana? – preguntó sin contestar a mi pregunta.

– Claro, eres muy bonita y muy sexy – contesté.
– No te espantes -dijo sonriendo- no os voy a delatar, pero que escandalosos sois los dos… quiero pedirte un favor Rosana.
– Dime – le dije.
– Es que a veces creo, bueno tengo novio, pero a veces pienso que me gustan las mujeres.
– Vaya, entonces te gusta esto – le dije, al tiempo que mi mano se introducía debajo de su faldita hasta alcanzar sus nalgas.
Su piel era muy tersa, muy suave y que como ardía la piel de esta jovencita. Ella respondió, aproximándose a mí y dándome un beso muy ardiente en la boca, a lo que respondí efusivamente. Las cosas se calentaban otra vez, pero ella fue más allá y su mano también se metió bajo mi faldita, buscando mi sexo, aún húmedo, y metiendo su dedo en la raja de mi chocho con una habilidad de experta, arrancándome un gemido.
Intenté despegarme pero no me dejó, su boca y nuestras lenguas seguían enlazadas y nuestras manos nos recorrían el cuerpo una a la otra, otra vez apoyadas en la pared del pasillo, fuera del apartamento, y fuera de control de nosotras mismas. Acto seguido, la chica se puso en cuclillas frente a mi, metiendo su carita angelical contra de mi sexo.
Que lengua tenía y seguro que ella ya había tenido varias experiencias lésbicas pues se comportaba como una experta, mientras sus manos agarraban mis nalgas con fuerza,
– ¿Te gusta, perra? – me dijo.
Asentí con la cabeza y entonces ella se incorporó, me puso su coño cerca de mi boca casi obligándome a besarla y pasarle mi lengua desde sus tetas duras y deliciosas, bajando por su vientre hasta su coño, bebiendo su preciosa almejita rosadita. Era delicioso sentir el sabor de sus jugos con el sabor de la verga que me acababa de comer. Luego, me tomó de la mano y me metió en el apartamento y las dos en la salita nos quitamos la ropa quedando yo solo con zapatillas. Sus ojos me miraron llenos de deseo, le sonreí y me adelante para besarla en la boca. Las dos caímos en el sillón, notaba sus duros pechos contra los míos, chocando los pezones, mientras nuestros dedos nos los metíamos en los coños.
Entonces le pedí que se sentara y abriera las piernas, me arrodillé frente a ella y hundí mi cara y le metí mi lengua en su templo de Venus, empapadísimo.

Lancé un grito de placer cuando empezó mi lengua a taladrar aquella raja, me cogía de la cabellera y pegaba sus caderas contra mi cara, mientras mi dedo me daba placer a mí, masturbándome. Las dos mujeres estábamos fuera de si, los gritos de ella se hacían más fuertes, y pronto sentí los espasmos del orgasmo. No sé cuantos le vinieron, pero fue algo sublime sentir aquella marea de líquidos saliendo y yo bebiéndolos todos, ahogándome casi y la acompañé en un orgasmo también, levantándome un poco y clavándome contra su rodilla, echando mi cuerpo contra ella y besándola en la boca para que bebiera sus propios jugos, que aceptó gustosa.
Todos mis besos para ti, Charo y felicidades por tus revistas.

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