Relato erótico

La culpa fue suya

Charo
21 de diciembre del 2017

Su marido y ella discutieron por una tontería y él, decidió dormir durante unos días en el sofá. Ella tenía ganas de sexo pero cuando le decía a su marido que porqué no volvía a la cama, él decía que no. Lo que ocurrió fue culpa suya.

Aurora – Girona
Me llamo Aurora, tengo 28 años de edad y mi relato es de lo más sencillo y verídico. Fui infiel, y por desprecio.
Una noche discutimos por una tontería, pero fue tan fuerte que mi marido se fue a dormir durante varios días al sofá.
Después de las dos primeras noches sola yo necesitaba tener sexo y siempre, antes de dormirnos, le pedía a mi marido que volviera conmigo a la cama, pero no lo conseguía.
Yo trabajo seis días a la semana, él solo cinco y a pesar que me canso mucho necesito como toda mujer tener relaciones sexuales, pero la respuesta fue la misma por más de cinco días y tanto fue su desprecio que un día me propuse:
– Si no logro que me folle esta noche, mañana le doy mi coño al mecánico de donde yo trabajo, que al fin y al cabo a diario me echa piropos y me insinúa que quiere algo conmigo.
Esa noche me bañe, me depilé el chochito, me puse la bata que es la favorita de mi marido y me rocié del perfume que más le gusta. Nada me puede fallar, esta vez dice que sí, pensé.
Al terminar de salir del baño me dirigí a donde él ya estaba dormido y comencé como a él le gusta, le bajé con cuidado el pantalón del pijama, le comencé a acariciar la polla y cuando estaba lista para ponérmela en la boca y hacerle una buena mamada, me dijo:
– ¡Déjame dormir y vete a tu habitación!
No supe como tuve valor de no decirle o hacerle algo. Humillada me levanté de su lado y solo pensé en mi venganza. Dormí muy poco esa noche pues estaba planeando como iba a ser mi plan para el día siguiente.
Para el trabajo usamos uniforme, yo tengo más de tres pantalones y hay uno en especial que me queda súper sexy, o eso es lo que me dicen. Es el primero que tuve, me viene un poco apretado y eso hace que se transparente mi braga o tanga, y casi no me lo pongo pues los hombres del trabajo me piropean y me dicen en broma que dejo muy poco a la imaginación.
Como por la mañana salgo antes que mi marido, me puse un tanga, mi pantalón sexy y me dispuse esta vez ponerle los cuernos a mi pareja. Salí y como él seguía dormido, solo le di un beso en la mejilla y pensé:
– Si tienes suerte, no pasará nada, pero si no… Será por tu culpa.
Me fui contenta pero más nerviosa que nunca. Llegué temprano al trabajo. Muchos fueron los que me miraron al pasar y claro, empezaron a correr la voz como ya es costumbre. Mis compañeros notaron el cambio de look, ya que durante toda la mañana no paraban de venir a decirme cosas.
Se iba acercando la hora de salir y me empezaba a resignar diciéndome:

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– Bueno, mi marido ha tenido suerte, no le voy a poner los cuernos como pensaba.
Pero creo que todavía no acaba de pensar eso cuando oí una voz que hizo que se me mojara la rajita.
– Buenas tardes… ¡que buena estás!
No quise girarme pues sabía quien era, y solo le respondí con un atrevido movimiento de cadera y diciéndole:
– ¿Te gustan?
Se me acercó hasta pocos centímetros de mi trasero. Miré a mi alrededor para ver si nadie alguien y me incliné a propósito rozándole la polla con mi culo. No se la noté muy grande, pero tenía que aprovechar mi única oportunidad. No le miré la cara ni mucho menos su reacción, solo oí que con voz entrecortada me decía:
– ¡Encanto, me queda a la medida justa!
Sentí un refregón más duro y cuando puso sus manos sobre mi cintura me levanté y mirando a todos lados, le dije:
– ¿Qué te pasa… estás loco?
Se puso de mil colores y no sabía que decir, hasta que susurró:
– Perdón, lo hice por impulso, mil disculpas…
A punto estaba de retirarse muy apenado pero rápidamente pensé en una respuesta que le gustara.
– ¿Estás loco? – repetí – Aquí nos pueden ver, llévame a un lugar donde estemos solos y te dejo que me hagas lo que quieras… pero aquí no.
Me miró con ojos como platos. ¿Qué hice?, pensé yo. No contestaba nada y deseé que no me hubiera entendido. Ojalá y mejor que se fuera y lo olvidara todo.
– Te espero en el restaurante de la esquina diez minutos después de salir del turno, y espero no sea una broma de mal gusto – dijo y se fue.
Esa última media hora se me hizo eterna pensando, ¿qué hago, voy o no voy? Pensé en no ir. Mejor me voy sin desviarme, a mi casa a esperar a mi marido y que él me quite la calentura, me dije. Pero pronto reaccioné. ¿A esperar a mi marido…. para qué? ¿Para recibir otro desprecio como el de anoche… para esperar otro rechazo de su parte? Por coraje o por no sé qué, me fui al lugar donde me citó el otro. Iba a aparcar cuando vi que él se bajaba de su coche y se dirigía al mío. Al llegar a mi lado me preguntó:
– ¿Puedo subir?
– Sí – le conteste temblorosa – Pero solo tengo diez minutos.
– Suficientes para que me repitas lo que me dijiste hace rato – contestó.
Respiré profundo, me armé de valor y le dije:

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– Pues sí, lo que oíste… solos te dejo que me hagas lo que quieras, eso fue lo que dije – confesé y cerrando los ojos, me crucé de brazos.
– Pues estamos solos, preciosa, tenemos diez largos minutos y no los voy a desperdiciar – me dijo.
Fue lo último que escuché, pues enseguida me tomó de las mejillas y me plantó un beso sabor a pastilla de menta. Yo solo, con los ojos cerrados, pensaba en el desprecio de la noche anterior por lo que le correspondí rodeando su espalda con mis manos y su respiración agitada me excitó muy rápido y más el saber que no era mi marido, sino un desconocido, un amante… Eso me puso súper caliente. Por fin dejó de besarme la boca y se bajó a mi cuello diciendo no sé que cosas, a las que yo no ponía atención, pues solo miraba alrededor por si alguna persona se acercara al coche.
Bajó para morderme suavemente los pechos por encima de la blusa y de repente noté que me levantaba la blusa y dejaba mis tetas a su disposición. En este momento me miró y me preguntó:
– ¿Se puede?
No le contesté, él bajó con cuidado mi sujetador y me succionó mis pechos como un bebé con hambre. Ahora yo ya no podía más, al verme con mis pechos fuera y un hombre gozando de mi cuerpo. Mi rajita estaba que creo que echaba espuma y le dije:
– Sácatela, que quiero sentarme en esa cosa que se te dibuja en el pantalón.
Los dos nos desnudamos de la cintura para abajo casi a un mismo tiempo. Tiró el asiento del pasajero hacia atrás, lo reclinó un poco y se recostó y solo dijo:
– Listo.
Como pude me cambié del asiento del conductor y con muchas ganas de sentirme penetrada me acomodé encima de él, y al momento que sentí como me lo apuntaba con su mano temblorosa y ansiosa por ensartarme, encontró rápidamente mi entrada. Yo, por mi parte, solo cerré los ojos y me dejé caer de un solo golpe, pues mi sexo estaba demasiado húmedo, y noté como se me metía su polla, que recuerdo muy bien, un poco más gruesa que la de mi marido, pero más dura. Nos estremecimos los dos y solo pensaba en vengarme, bien montada, bien abierta de piernas y bien penetrada en esa incómoda posición. Lo abracé, mientras él me rodeaba la cintura con sus manos y me ayudaba a subir y bajar con más fuerza y rapidez. Ya no pensábamos en si alguien nos podía ver. No sé si nos miraban o no. Yo mantenía los ojos cerrados y sentía con mucho placer las embestidas que me propinaba aquel macho, fuertes, rápidas… Por fin tenía una verga que me hacía volver a sentir placer.

la culpa

Por suerte todo pasó muy rápido y pronto oí sus gemidos diciendo:
– ¡Ya… me corro… dentro de ti… serás mía… aaah…!.
Me olvidé de todo y rápidamente me la saqué, sintiendo como descargaba su semen caliente en los vellos mojados de mi coño.
– ¡Nooo…! – gritó – ¿Por qué te la sacaste? Quería correrme dentro de ti, para poder decir que fuiste mía.
No le contesté nada y traté de ponerme la ropa rápidamente, pero antes cogí su pantalón para limpiarme un poco su semen y mis jugos y le dije:
– Ya te puedes ir, tengo que volver a casa ya voy un poco tarde.
Al terminar de cambiarse, miro una gran mancha de semen y líquidos sobre su rodilla y solo me dijo:
– Anda, dame un besito y mañana lo hacemos en un hotel más tranquilamente, te lo prometo.
Solté una carcajada burlona y pensé, que mi misión estaba cumplida diciéndome que esto fue por ti querido marido. Y le contesté a mi amigo:
– Ya no habrá ningún mañana por mucho tiempo, pero si algo cambia en casa yo te buscaré.
Hasta otra.

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