Relato erótico

Fue como un sueño

Charo
13 de junio del 2019

Tiene 50 años, dice que no es atractiva y que no se explica lo que ocurrió. Aquella noche, salía del gimnasio como siempre y de pronto oyó el claxon de un coche. Era un compañero del gimnasio, más joven que ella y muy guapo. Se ofreció a llevarla a casa y aceptó.

Conchita – Córdoba
Hola Charo, soy Conchita, tengo casi los cincuenta, pequeña, delgada, fea y por si fuese poco estoy casada hace veinte años con un marido ya aborrecido.
Todo empezó cuando yo salía del club deportivo, de clase de gimnasia rítmica. Eran las seis de la tarde, empezaba a caer la noche y oí el claxon de un pequeño utilitario. Era Rodrigo, un compañero de cursillo. Hacía días que, durante la clase, me había dado cuenta de que él me miraba insistentemente y que si yo le correspondía, me sonreía.
El coche estaba aparcado con los faros encendidos y al ver como yo me detenía paro el coche y se dirigió hacia mí. Encima del chándal llevaba un anorak azul. Me miró con seguridad y me dijo:
– Hola, Conchita, ¿quieres que te lleve a casa? Sube a mi coche y te llevaré.
Asentí con un gesto de agrado y entré en su coche. A los dos minutos de arrancar se detuvo delante de un edificio moderno, como a dos kilómetros de mi domicilio.
– He pensado que podía invitarte a una copa en mi casa – dijo mirándome con aspecto de perro apaleado.
Sonreí, bajé del coche y entramos en el ascensor. Su apartamento era pequeño pero coquetón, con dos ventanales que daban a una terraza. Una alfombra trenzada le daba a la estancia una atmósfera exótica.
– Voy a prepararte un cóctel muy agradable, leche fría y un licor suave. Es algo extraordinario para la ocasión – me dijo, guiñándome un ojo.
Me instalé en el sofá cruzando mis piernas enfundadas en las gruesas mallas deportivas, y admiré la esbelta silueta del hombretón de 36 años. Deseaba follarme, eso lo tenía muy claro. Podríamos pasar unos minutos excelentes, pensé preguntándome como iba a comportarme yo con un mirlo blanco como este, que me sobrepasaba tanto en estatura, unos treinta centímetros, como en belleza y juventud.
– Le dejaré hacer – me dije – sin duda es lo bastante adulto para decidir el curso de las operaciones necesarias para contentar a una carrozona como yo.
Rodrigo regresó con la bebida lechosa y fuerte, saboreé el brebaje y poco a poco se me subió a la cabeza. Ante mi sofoco, Rodrigo se inclinó y me empezó a besar el cuello y al poco rato estaba yo completamente desnuda. Entonces Rodrigo se desabrochó febrilmente el cinturón y acabó por mostrarme un miembro tenso y agresivo.
Suavemente me dio la vuelta dejándome de bruces en el sofá y casi en el acto sentí la masa dura de su polla apoyada en el hueco de mis nalgas y luego descendiendo hasta apostarse en la abertura de mi vientre. Con sus dedos separó los labios de mi coño y se hundió de un solo golpe en mi.
– Tengo la sensación de entrar en el cielo – me dijo – la impresión de estar en un horno encendido, de perderme en una cavidad sin fondo…

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Gemí y casi me corrí con solo esa penetración preliminar y rápida. El espadón de carne que palpitaba en mi vientre, quemaba. Cada golpe de pelvis de Rodrigo me comprimía contra el sofá, mientas capturaba con su boca uno de mis pechos y con un movimiento de succión, aspiraba mi pezón que se erguía y se endurecía. Aprecié sus dientes mordisqueándomelo con firmeza y esta caricia determinó mi primer orgasmo. Mediante hábiles movimientos de cadera, masajeé el asta fálica y me agarré el clítoris para masturbarlo furiosamente mientras él gritaba, pero se retiró bruscamente y eyaculó como un verraco sobre mi espalda, hombros y nalgas, llenándome de goterones viscosos. -¿Y eso porqué?-me giré más que furiosa, loca perdida – ¡Podías haberte quedado dentro de mi coño y habérmelo soltado en las entrañas!

– Como no me había puesto preservativo, la primera vez siempre tengo
cuidado – me dijo asustado Rodrigo
– ¿Me tomas acaso por una niñata principiante? – le contesté inquieta, insatisfecha y ofendida por haberme perdido semejante jeringazo – Espero que la velada de esta tarde no haya hecho más que empezar… ¡Me he
quedado “in albis”!.
– Eso, eso espero yo también – me dijo él, poniéndose en pie, con el trabuco aún erguido, chorreando semen.
– Pues ven, vamos a reparar cuanto antes este desperdicio – repliqué des- nuda y de pie ante él – ¡Y menudo pajarraco tienes todavía, cariño, no he visto uno así de grande y gordo en mi vida, chato, ven, ven…!.
Me senté de nuevo en el sofá y aproximé mi rostro a la altura de la cintura de mi amante y le pregunté sonriendo:
– ¿Qué quieres ahora, mi amor?
– ¡La boca tan bonita que tienes, preciosa! – me contestó.
Aprecio el semen de los hombres que me gustan. Desde que fui iniciada en la materia, no ha pasado semana en la que no haya saboreado el chorro masculino de líquido espermático que, en el momento del placer, me invade la boca, llenándomela hasta hacerme sofocar.
Abrí mis labios y tragué la columna brillante de Rodrigo. Con una mano él apretó mi cabeza para lograr alcanzar el fondo de mi garganta.

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A pesar de que yo me considero un cardo y una carroza y pienso que valgo muy poco, soy muy exigente con los machos, me han de pasar, de altura, más de una cabeza, ser guapos y apolíneos. Odio las gorduras pero tengo que experimentar debilidad ante mi elegido y abdicar toda mi personalidad y voluntad, me entrego como una loca irresponsable, hallo un extraño placer en el hecho de convertirme en su objeto, como si en ello encontrara mi verdad profunda. La de mi marido y su autorización ya la tengo de hace un tiempo.
Estoy aún sorprendida de como un chico como Rodrigo, diez años más joven y con una esposa guapa, simpática y espigada, tan alta casi como él, haya podido fijarse en un adefesio de mujer como yo, que apenas peso cincuenta kilos y no llego a poco más que a metro y medio, 1,54 para ser exacta.
– ¡Levántate y enséñame tus tetas, cachonda! – me dijo de pronto.
Me levanté e intenté mirarlo sin ruborizarme. Seguía siendo todo cola. Encontré sus ojos tranquilos, decididos. Su mirada fue hacia mis senos mientras se inclinaba ligeramente hacia mis pezones.
– Acércate, Conchita – dijo.
Extendió una mano y con la punta de sus dedos, me rozó el pezón, apretando y pellizcándomelo. Este simple toqueteo me electrizó, encendiendo mi vientre. Emocionada, cerré los ojos.

– ¡Vuélvete, zorrón! – me ordenó.

Me giré entregada y con este gesto, le presenté mis nalgas.

– ¡Admirable, absolutamente admirable, que maravilla! – murmuró él.

La plenitud de mis nalgas contrasta con lo ahuesado de mis muslos y la delgadez de mis piernas haciéndome una culibaja culona. Doblé ligera- mente las rodillas, ofreciendo mi grupa a sus miradas, a sus toqueteos pero en especial a su polla.

Rodrigo me tomó por las caderas y me atrajo hacia él. Mis piernas tropezaron con el borde del sofá, perdí el equilibrio y me encontré sentada, pero sujetándome con ambas manos para no caer, Separó mis nalgas. El orificio anal, con sus pliegues tan secretos y ocultos para mi marido, se contraía espasmódicamente, sin duda bajo el efecto de mi excitación. Rodrigo aproximó su boca, acarició el contorno, lo cosquilleó, jugó con la lengua y luego me la hundió en lo más profundo, agitándola salvajemente.

En aquel momento pensé en mi marido. Mira que si nos viese… Creo que iba a morirme de vergüenza. Medio sentada en la boca de Rodrigo, que pronto iba a hacerme desfallecer, con mi cuerpo desequilibrado, proyectado hacia adelante y expuesta en una posición humillante. Entonces Rodrigo me alzó hasta su boca con gula y me alcanzó en lo más sensible, sujetándome con firmeza. Con sus labios rozó mi cresta, que se inflamó con tanta caricia y que mordisqueó y besuqueó. Al final grité y manifesté mi placer corriéndome y liberándome del todo en el rostro hermoso de mi amante.


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La respiración entrecortada de Rodrigo, que se había medio echado sobre mi, me abrasaba el cogote, y de golpe, su espada de fuego me atravesó el ano. El dolor fue atroz. Con su estremecimiento, la quemazón no cedió, sino que irradió por toda la parte baja de mi cuerpecito, por donde, sin embargo y a oleadas rápidas, iba a surgir todo el placer. Rodrigo, mi macho momentáneo, permanecía inmóvil por un momento, abriéndome el canal prohibido desde siempre para mi marido.

– ¡Que verga tan maciza e hinchada tienes, amor, que maza! – exclamé.
- – -¡Apriétamela bien tú con el culo! -me contestó Rodrigo – Ahora ya no te duele y vas a gozar de lo lindo.
La estaca maravillosa de Rodrigo me vapuleó inexorablemente, con lentitud y potencia, dejándome satisfecha, rota, reventada
pero muy feliz.
Fue mi primera infidelidad y no fue la última. Besos para todos.

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