Relato erótico

Excelente ayuda

Charo
25 de abril del 2019

Es cocinero y su trabajo le gusta. Está en una charcutería y venden comida preparada. El negocio funciona y le dijo al propietario si podía contratar a alguien para que le ayudara.

Raúl- Gerona
Hola a todos, me llamo Raúl, tengo 33 años, soltero y cocinero de profesión. Hace un año que trabajo en una charcutería donde yo cocino la comida preparada. La tienda está situada en un barrio elegante de Gerona, un lugar de gente con posibilidades económicas y ganas de comer bien. El trabajo era continuo pero no cansado aunque sí algo aburrido. Estaba bien pagado y no era raro que recibiera varias veces al día las felicitaciones de los clientes más exigentes. Era la profesión que yo había elegido y me gustaba pero estaba solo en la cocina. Me hubiera gustado tener a alguien que me ayudara para así tener compañía y poder conversar mientras preparaba los platos.
Hablé con el dueño y como el negocio iba muy bien, atendió mi ruego. Cuando, a las dos semanas, apareció Sandra, la que iba a ser mi nueva ayudante, quedé sorprendido. Era una bellísima muchacha de 28 años, pelo muy negro, no muy alta pero muy bien formada. Debajo de su blanca blusa de trabajo se podían apreciar unos pechos altos y duros, bastante grandes, así como su falda, también blanquísima, abultada por unas nalgas redonditas. Desde el primer momento nos caímos muy bien y el hecho de estar todo el día juntos hizo que creciera entre nosotros una buena amistad que día a día se fue haciendo más fuerte.
A mis 33 años, soltero y sin excesivo tiempo para buscarme ligues, no podía dejar de imaginar cosas con una mujer como aquella. Viéndola deambular por la pequeña cocina intentaba atravesar con la mirada la tela de su blusa para poder verle aquellas grandes tetas o bien, a través de su falda, el culazo o el coño. Todos estos pensamientos no me hacían ningún bien. Todo el día iba con la polla empalmada y por la noche no podía evitar hacerme unas peladas de campeonato.
Una mañana, como todas, estábamos los dos preparando unos platos cuando al girarme para decirle no sé que a Sandra esta, mirándome la boca, se echó a reír.
-¿Qué has probado? Tienes algo en los labios… no, espera… – añadió al ver que yo iba a limpiarme con el mandil – ya te lo hago yo.
Pensé que me lo iba a limpiar con el suyo pero antes de que pudiera darme cuenta, se me acercó y me pasó la lengua por los labios. La sensación fue como si una corriente eléctrica me hubiera pasado por todo el cuerpo. Sin pensarlo ni un segundo, la abracé fuertemente y la besé en la boca encontrándome correspondido sin titubeos.

Mientras la abrazaba y besaba alzándola, la senté en la mesa.
Mis manos, ahora, llegaron con suma facilidad a sus muslos. Tenía una piel muy fina y una carne muy dura. Fui subiéndolas lentamente, gozando con aquel excitante contacto, hasta que me encontré con una zona peluda y caliente. Palpé para cerciorarme de lo que parecía y sí, efectivamente… ¡Sandra no llevaba bragas! Yo tenía su coño allí, al alcance de mi mano. Sandra me seguía besando, dándome la lengua, que yo lamía y chupaba sin que por ello mis manos dejaran de sobarle el coño tan desnudo.
En aquel momento oí los pasos de alguien acercarse a la cocina. Era uno de los dos dependientes de la tienda. Tuve el tiempo justo de darme la vuelta para menear el contenido de uno de los varios pucheros que tenía delante y Sandra de saltar de la mesa y empezar a lavar platos como una loca. Durante el resto del día ya no pudimos intentar nada. Los dependientes no paraban de entrar en la cocina pidiendo cosas. Sólo, de vez en cuando, nos mirábamos sonrientes mientras ella me hacía algún que otro delicioso mohín con su boca y naricita. Mi polla estaba tiesa a tope y supongo que el coño de la chica tenía que estar rezumando jugos después de las caricias que yo le había hecho sin tener tiempo de llegar a la explosión final.
Aquella noche dormí poco pues tenía el pensamiento puesto en los besos de Sandra y en el coño que había tocado pero aún no había visto. Sólo mis dedos habían tenido el privilegio de acariciarlo. Mi polla estuvo tensa sin parar y más de una vez estuve tentado de echarme una buena pelada, pero me contenía pensando que quizá al día siguiente sería ella la que me la hiciera. Llegué al trabajo media hora antes y ella, con gran alegría por mi parte, ya estaba allí, en la calle, esperándome. No perdimos tiempo. Abrí la puerta trasera de la tienda, entramos en la cocina, me acerqué a ella, le di mi boca y, con las manos, rebusqué debajo de su falda.
Como la otra vez, no había nada, solo su coño peludo, caliente y mojado. Sin dejar de darle la lengua y tomar la suya, penetré con los dedos en aquella raja que aún no veía y me dediqué a acariciarla con extrema lentitud. Sandra suspiraba entre mis labios, pegada a mí, con las piernas cada vez más abiertas. Notaba su clítoris abultado, más grande de todos los que yo había tocado, pocos en realidad, y muy sensibles pues cada vez que lo rozaba Sandra tenía un escalofrío de placer. Cuando lo agarré, con suma facilidad, con dos dedos y me dediqué a retorcerlo con suavidad, Sandra empezó a correrse. Mis dedos quedaban impregnados de sus jugos. Fue una corrida genial pero que también se vio interrumpida, como la primera vez, con los pasos de los otros empleados que llegaban a la tienda. Yo no podía pasarme otro día con la polla tiesa como un palo, entre sonrisitas y miraditas así que le dije al dueño que la cocina necesitaba un buen repaso y que si me lo permitía nos quedaríamos Sandra y yo para dejarla limpia. El dueño me miró con cierta expresión de sorpresa ya que mi cocina está siempre como un espejo de limpia pero quizá pensando que era una manía de un buen cocinero, accedió y así quedamos.
Llegó la noche. Todo el personal se fue marchando. Cuando oímos la puerta indicando que el último empleado había salido, pude ver como Sandra, sin decir nada, se quitaba la bata. Debajo de ella estaba completamente desnuda. Ni bragas ni sujetador. Absolutamente nada. Ahora podía admirar todo lo que había imaginado.

Lo que estaba viendo me gustó muchísimo. Lo tenía todo en su lugar y de muy buena calidad. Me acerqué a aquel cuerpo espléndido, a aquellos pechos grandes, redondos, de pezones colorados, salidos y duros, enormes aureolas, a aquel vientre plano, al gracioso ombligo y al peludo coño. La abracé, la besé, la sobé por todas partes, acaricié los muslos, sobé sus salidas nalgas, masajeé sus tetas y la senté de nuevo en la mesa. La altura de la misma hacía que cuando ella, mirándome con ojos encendidos de deseo, abrió los muslos y puso los pies sobre el mueble, el coño, bien abierto, quedara exactamente a la altura de mi polla que yo, previsor, ya me había sacado de los pantalones. La abracé procurando que mi capullo quedara contra la raja del coño de Sandra y ella, abrazándose a mí con más fuerza y apretándome contra ella, hizo que mi verga entrara sin dificultad en su chocho.
A continuación pasó sus piernas por mi cintura, cruzó los pies y me dejó atado y pegado a su cuerpo para que la penetrara hasta los huevos.
-No te muevas, amor -me dijo en un susurro -No hay prisa… déjame mover a mí.
Pensé que por su postura no podría hacerlo pero Sandra, con suma pericia, empezó a girar su culo muy lentamente, aprisionando mi polla con sus músculos vaginales, succionándomela con su coño, quemándola con sus ardores. Nunca antes me habían follado así y digo que me habían follado porque evidentemente Sandra se me estaba tirando. Yo permanecí quieto, mientras ella se contorsionaba lentamente, lleno de un placer terriblemente lejano que me daba la sensación de que iba a morirme cuando explotara. Pero no exploté pues Sandra, al verme al borde del orgasmo, paró de golpe, se apartó y sin cambiar de postura, sólo apoyando las manos sobre la mesa, a su espalda, aún se abrió más y me dijo:
– ¡Chúpalo, mi vida, cómetelo!
Arrodillado ante la mesa, mi cabeza quedaba a la altura de su coño, un coño abierto a tope, lleno de licores brillantes. Lamí aquella cavidad humedecida, aquella cueva profunda que palpitaba contra mis labios. El clítoris era largo, más de lo que yo había supuesto al tocarlo, podía cogerlo con los labios y así chuparlo lentamente. De esta manera llegó al orgasmo con una furia impresionante, gimiendo y pronunciando palabras que no pude entender.
Al correrse había cruzado los muslos y mantenía mi cabeza fuertemente apretada contra su conejo al mismo tiempo que sus manos, en mi nuca, me impedían apartarme. Continué chupando y lamiendo hasta que ella misma dijo basta. Entonces me levanté y sin dejarla cambiar de postura, tan abierta como estaba, la volví a penetrar. Me la follé ahora con extrema violencia, totalmente enloquecido.

Por mi peso quedó medio tumbada en la mesa, gimiendo y corriéndose no sé cuantas veces más hasta que, incapaz de soportar por más tiempo mi tensión, me vacié en sus entrañas de manera bestial hasta el punto que, al bajarse de la mesa, ayudada por mí, la superficie estaba llena de mi leche y de sus jugos. Una vez todo limpio y ella de nuevo con su bata blanca, salimos de la tienda y cuando la llevaba a su casa en mi coche, hablamos de nosotros.
En realidad nos habíamos entregado el uno al otro sin saber nada de nosotros, si estábamos casados o no, sí teníamos pareja, pero Sandra era soltera como yo. Era una chica normal, muy caliente que se había sentido excitada por mí nada más verme. Me gustó su franqueza. Mientras yo conducía con una mano, con la otra le subí la falda de la bata, desnudando sus bonitos muslos y luego su coño. Lo acaricié lentamente notando, al mismo tiempo que ella iba abriéndose de piernas, como aquella raja se mojaba.
-No, espera -me dijo de pronto, apartándome la mano al ver que yo estaba dispuesto a seguir – Cuando lleguemos a mi casa, aparca el coche en un lugar tranquilo.
Así lo hice. Sandra entonces, pegando sus labios a los míos en uno de aquellos besos que me volvían loco, me bajó la cremallera del pantalón y me sacó la polla. No tuvo que meneármela mucho para ponérmela dura como el hierro. Entonces apartó su boca de la mía, se inclinó y tras darle unos cuantos lengüetazos a mi capullo, se tragó la polla empezando a mamármela magistralmente. Yo quería llegarle al coño pero no podía por la postura de Sandra así que deslicé mi mano por su escote y me entretuve en apretarle las tetas mientras ella se tragaba mi verga en la mejor mamada que me habían hecho en la vida. No tardé en sentir que me venía el orgasmo y así se lo dije pero con la esperanza de que no retirara la boca. Y no la retiró, al contrario, empezó a chupar con más fuerza, más profundamente hasta que, con un rugido terrible, mis cojones se vaciaron y lancé toda mi descarga en la garganta de aquella adorable mujercita. Se la tragó entera e incluso, luego, se entretuvo en lamerme todo el capullo para no dejar ni una gota de semen por degustar.

Cuando me tranquilicé, la masturbé de nuevo hasta que se corrió, nos dimos un buen morreo y nos despedimos hasta el día siguiente. Inútil decir que desde aquel día nuestros encuentros se fueron sucediendo, cada vez con más ardor, si es que esto era ya posible, hasta que convencidos de que nuestro amor es bien real y no cosa de un tiempo más o menos largo, hemos decidido casarnos.
Muchos besos de una pareja feliz.

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