Relato erótico

El sexo es arte

Charo
23 de marzo del 2019

Está casada, tiene una posición económica buena pero… no todo es maravilloso. Su marido es infiel, aunque no sabe que su mujer está al corriente. Aburrida de la buena vida se le ocurrió montar un “negocio de arte” para pasar el rato

Eva – Madrid

Me llamo Eva, Tengo 32 años y estoy casada y vivo en Madrid. Soy rubia de pelo largo y ojos marrones, con cuerpo estupendo, ya que siempre me he cuidado. Mi situación económica es buena, por el trabajo de mi marido. Yo no trabajaba hasta hace poco. Mi vida era un aburrimiento. Con una asistenta que hace el trabajo de la en casa, mi hijo ya casi criado, estaba realmente aburrida. Para colmo, mi matrimonio era un fracaso porque mi marido tiene una relación con la secretaria. ¿Por qué sigo con mi marido? Por el niño y por el dinero, compro todo lo que quiero. Yo no me meto en su vida y él no se mete con mi tarjeta.
Un día, leyendo los anuncios de un periódico, vi uno en el que pedían señoras para mantener relaciones esporádicas. El anuncio no se ajustaba concretamente a mí, ya que pensaban en mujeres necesitadas. El anuncio especificaba “Señoras y señoritas. Solo para mujeres”. Me parecía natural que así fuera, estuve pensando unos días en aquel anuncio, era una buena oportunidad de romper con esa vida placentera que llevaba y materialista, buscando oportunidades de aventuras y también una forma de vengarme de mi marido. Llamé a la semana y me cogió el teléfono una mujer. Le pedí si podía informarme. Lo primero que me recalcó es que solo aceptaban mujeres.
– ¿Tiene alguna experiencia en este sentido?- preguntó.
– No, pero estoy decidida a hacerlo.
Me explicó que la agencia me mandaba clientes a casa, yo les hacía el servicio y sobre la marcha me hacían una transferencia, para lo cual tenía que abrir una cuenta corriente a mi nombre… Me propuso otros medios para pagarme. Como mi motivación no era económica, no le di mayor importancia. Quedé en llamarle al día siguiente para darle un número de cuenta que abrí en un banco y que no debía conocer mi marido. Me puse a buscar rápidamente un estudio en el centro de Madrid, no tardé en encontrar un trastero en la planta alta (un tercer piso de los de antes) de un edificio sin ascensor. La dueña me contó que su anterior inquilino era un pintor, que lo utilizaba como estudio. Yo decidí utilizar esa misma idea como tapadera.
Pronto doté al estudio de todo el mobiliario necesario. Me esmeré en poner el baño en condiciones y en darle una bonita apariencia, compré el caballete, los óleos, los lienzos, compré unos muebles, todo lo cual fue pagado por mi marido. Cuando tuve todo preparado, llamé a la agencia.
– Tengo un encargo un poco especial. Es joven y que quiere follar, ya sabes… Penetrarte.
Acepté. No veía donde estaba lo especial de aquella cita. Penetrarme, pues es lo mínimo que se podía pedir.
Llegué puntual al estudio, al entrar vi a un chico muy guapo en la calle, que me miraba como preguntándome si sería yo. Me quité el abrigo para quedarme cómoda, con un suéter muy ajustado, que marcaba la redondez de mis senos y mis pezones, y una minifalda. Me había preparado muy bien para mi primera ocasión. Me había perfumado y me había pintado las uñas de los pies y las manos. Me había colocado unas braguitas minis blancas y unas medias muy bonitas, blancas con dibujitos. ¡Parecía una novia! No llevaba sujetador. Pronto se presentó aquel muchacho. Llevaba una melenita muy engominada, negra. En la oreja pude distinguir el agujero de un pendiente. Era muy guapo, moreno, con las pestañas largas, unos ojos dulces y una boca sensual. Tenía un lunar muy atractivo al lado de la boca, era la cara de un ángel, de lo dulce que parecía. Nos servimos unas copas.
– ¿Seguro que vas a poder con esto?
Le dije mientras me acercaba al chico y pasaba el dedo índice por sus labios. Bebimos, me era muy difícil sacarle conversación así que puse una música romántica y me puse a bailar muy cerquita. Nos agarramos de la cintura y comenzó a besarme el cuello. Sus besos comenzaron a excitarme, sus manos me agarraban el trasero. Era un chico muy travieso, me subió la falda y comenzó a acariciar mis nalgas, con unas manos que a mí me parecieron con demasiada poca fuerza, muy dulces.

Le eché mano a la bragueta. ¡Menuda empalmadura tenía! Otra cosa no tendría, pero un pedazo de polla si.
Me pidió que me quitara el suéter, a lo que accedí y mis tetas quedaron descubiertas. Mis pezones se electrizaban al contacto con la lana de su jersey. Me besó los hombros y me los mordió, para luego besarme en la boca. Fue un peso dulce pero penetrante. Me agarró mis labios con los suyos, como queriéndomelos arrancar y luego metió su lengua en mi boca, entre los labios y la dentadura. Para ser un jovencito besaba muy bien. Entonces comenzó a acariciarme las tetas, desde la parte exterior hacia el centro, buscando la dureza de mis pezones. El jovencito había conseguido ponerme como una moto, pasé al ataque y ahora era yo la que penetraba en su boca con mi lengua. Puse mi mano en su bragueta para sacarle la verga, pero se negó en rotundo.
– Después, querida, después.
Él mismo se encargó de deshacerse de mi falda, que cayó al suelo. Comenzó a estirar hacia arriba de mis bragas, la pequeña cinta se me metía entre las nalgas y el chocho, me rozaba el clítoris y me ponía más caliente todavía.
– Fóllame, cariño, no puedo aguantar más- le dije.
-Pero yo si contestó.
Se abalanzó sobre mi pecho y tras besarme alrededor del pezón, me lo lamió con toda la aspereza de su lengua y comenzó a pellizcar la punta con los labios y a pasar la lengua sobre ella. Jamás me habían hecho eso en los pezones. Mis piernas temblaron y me sentía caer al suelo, pero él me agarraba. Sentí su mano posarse en mi coño por encima de las bragas e hincarse en mi sexo, buscando un resquicio por donde introducir sus dedos. Me empeñé en desnudarle. Me dijo que solo lo haría si apagaba la luz. Quedó la habitación en penumbra, se quitó el jersey haciendo un gesto como muy de macho, muy masculino. Yo lo veía en la penumbra de la habitación. Me lo llevé al borde de la cama y comencé a desabrocharle el pantalón mientras él se desabrochaba los botones de la camisa. No le gustó la idea, me apartó la mano de un manotazo y me dijo que no. De un empujón me sentó en la cama, el tratarme de aquella manera estando tan excitada, me gustó. Me quité los zapatos, empecé a quitarme las medias, pero insistió en que no me las quitara. Entonces me fui a quitar las bragas y me contestó:
– Eso lo tengo que hacer yo.

Ya se había quitado la camisa y los pantalones. Se quedó con una camiseta interior y los calzoncillos. Podía ver una empalmadura descomunal. Se puso de rodillas delante de mí, que estaba sentada en la cama, y tras volverme a besar en la boca, buscó de nuevo el pezón endurecido por el deseo, que ardía en mitad de mis senos. Sus manos me tocaban el interior de mis muslos, queriendo separarlos, los separé. Yo le agarraba tiernamente la cabeza o le acariciaba la espalda. Mi marido jamás me había comido el coño. Se puso de rodillas en el suelo, mi coño quedaba enfrente de él. Puso cada pierna mía sobre cada hombro suyo. ¿Lo haría este joven muchacho? ¿Lo haría? SI. Comenzó por comerme las ingles, la parte interior de los muslos cercana al sexo, donde la mujer tiene la piel más suave, la parte de mis nalgas también cercana al sexo.
De pronto, sentí sus manos a ambos lados del sexo, separando los labios de la vagina. Su lengua me lamió el sexo de arriba a bajo y luego lo utilizó como un pequeño pene, endurecido entre sus labios, lo posaba en las paredes de mi chocho y la movía de arriba hacia abajo. Comencé a pellizcarme los pezones para conseguir mayor satisfacción. Pronto volví a sentir mi sexo mojado por mis jugos. Sus dedos descubrieron mi clítoris, separando los pliegues del chocho. Aquello era un bomboncito para una lengua tan golosa y juguetona. Lo besó tiernamente y luego lo contuvo con sus labios, comenzó o frotarlo con la lengua como antes había hecho en los pezones. Puso sus manos sobre mis nalgas desnudas. El clímax me estaba llevando al punto álgido, mis caderas comenzaban a moverse desbocadamente, mientras él me lamía con más fuerza. Le hinqué la cara sobre mi sexo presionándola con ambas manos.
-Ahora es cuando te voy a follar- Me dijo con autoridad. – ¡Ábrete bien de piernas!
Insistí en comerle la polla, a lo que se negó. Quise comerle el rabo, pero no se dejaba. Al final, cedí a que me metiera la verga, pero poniéndose un preservativo que saqué de debajo de la almohada. No entendí entonces porque se rió. Se lo colocó, yo le vi colocarse el preservativo sobre aquella enorme verga en la penumbra de la habitación. Tampoco entendí por que no se desprendía de su ropa interior. Estaba cansada ya, pero sabía que la fiesta no había acabado, puesto que él no se había corrido.
Vino a gatas entre mis piernas abiertas para tenderse sobre mí, besarme la boca y la cara mientras nos acariciábamos el cuerpo. Yo no podía traspasar el umbral de su ropa interior.

No me dejó que metiera mano en su trasero para tocarle los cachetes, ni que le acariciara la espalda. Quise tocarle los testículos y no me dejaba. Al final decidió agarrarme las manos con la suya, una vez que hubo colocado la verga estratégicamente contra mi sexo.
Empecé a sentir su verga presionando contra mi sexo y abriéndose paso poco a poco, su polla me penetraba lentamente a cada embestida, se movía suavemente. Comencé a moverme parsimoniosamente a su ritmo. Luego, cuando la excitación se iba haciendo más fuerte, nos movíamos más rápido. Su polla entraba y salía, produciéndome un gran placer en el cocho. Me soltó y me agarró entonces de ambas nalgas fuertemente. Le desabroché la camiseta, pues necesitaba el contacto de su piel y metí mano a su trasero. Mi orgasmo estaba cercano, me sentía desfavorecer por momentos. Encontré que sus suaves nalgas estaban atravesadas por unos extraños elásticos. ¡Qué extraño aquello! Le froté la espalda y vi que tenía una venda alrededor del pecho.
Entonces ya, con un mosqueo total, con el cuerpo a reventar por el tercer orgasmo de la tarde, le eché mano a los huevos y descubrí que eran de goma. Él se movía contra mí enloquecido. Le toqué entre las piernas y allí estaba, una suave raja mojada, en medio de aquella marabunta de pelos… Me corrí a lo bestia, por los meneos que me había metido y la situación morbosa que había sufrido. Siguió moviéndose hasta que supongo que ella también se correría, prolongando mi orgasmo.
-¿Qué haces? ¿Quién eres? ¿Por qué coño te has hecho pasar por un tío?- Le recriminé.
La joven estaba cortada. Al final atendió a explicarme que ella había dicho bien claro a la agencia que tenía una fantasía sexual de pasarse por un chico y de “follar como un tigre” y que la agencia, tras preguntarle, le dijo que no había problema. Tenía una voz exquisitamente femenina. Como yo pensaba desde el primer momento, disimulaba la voz.
Llamé a la agencia, por lo visto era todo un mal entendido. Cuando la agencia se refería a que solo admitían mujeres, se refería a las clientas.

El anuncio lo ponía claramente: “Señoras y señoritas, solo para mujeres” ¡Estaba clarísimo! Colgué un poco cabreada, pero al fin y al cabo no había estado tan mal. Miré hacia la chica. Me la encontré llorando. Me enterneció verla así, sin tener ninguna culpa. Me senté en la cama a su lado y le cogí la cara, le lamí las lágrimas y la estreché contra mí.
-Te diré lo que vamos a hacer. Lo vamos a pasar muy bien ahora juntas- le dije y cogiéndole una mano, la puse sobre mi pecho.
Pronto comenzó a sustituir sus lágrimas por calurosos besos sobre mis hombros. Le quité la camiseta y le quité la venda que oprimía sus senos, que yo también comencé a acariciar. Eran unos senos menudos con unos pezones pequeños, oscuros y bien delimitados. Nos besamos en la boca. Me puse de rodillas entre sus piernas y me arreglé para, desabrochándole los botones, quitarle los calzoncillos, le quité el preservativo al consolador. Ahora solo estaba vestida por las correas elásticas que sostenían el consolador. Me metí la punta del consolador en la boca, simulando una mamada. La miré un momento y allí estaban sus ojos oscuros clavándose en mí. Sentí posarse su mano sobre mi rubia y lacia cabellera. Aquel momento se me ha quedado clavado.
En la vida había tenido un momento sexual como aquel. Le cogí los huevos de goma con la otra mano, pero solo era una excusa para comenzar a rozarle el clítoris. Mi dedo lo rozaba ligeramente con la uña y lo sentía crecer y a ella excitarse. Yo simulaba, entonces poner más pasión en la masturbación y tocaba su sexo con más decisión hasta que comenzó a correrse de verdad.
– Zorra, no te pares -me dijo, volviendo a imitar una voz masculina con la que me había echo antes el amor.
Le metí el dedo en la raja, presionando con la palma de la mano contra el clítoris, mientras engullía todo lo más que podía aquel falo de látex. Se corrió mientras me agarraba de la cabeza por los pelos. Me quedé sobre su regazo un buen rato, pero entonces sentí que se incorporaba y me estiraba hacia la cama.
-¡Te gusta la marcha! ¡Eh, zorrita! -me dijo, sabiendo que aquella violencia y forma de hablarme me excitaban.
Se colocó de rodillas detrás de mi, que también estaba de rodillas tumbada sobre la cama. Pronto sentí el falo de látex posarse en la parte posterior de mi sexo, la ayudé como pude separándome las nalgas y subiendo el culo. Empujaba de mis caderas contra ella, el falo penetraba mi chocho, ahora con rapidez y sin contemplaciones. Me separó una mano de las nalgas y me la retuvo contra la espalda, mientras con la otra me estimulaba el clítoris.

Comenzó a embestirme, yo aguantaba las embestidas como podía, después del tercer orgasmo, mi sexo seguía reaccionando a los estímulos. Sentí su cuerpo echarse sobre mi espalda y sus dos tetitas, con los pezones duritos y calientes, restregarse en mí.
Mi sexo estaba ocupado por mi mano, la suya y aquel falo que lo trataba sin respeto. El orgasmo me venía, el orgasmo era inminente… Me derrumbé sobre la cama después de sufrir las violentas sacudidas de la erupción de mi volcán por cuarta vez. Ella quedó muy satisfecha, se vistió como había venido, pero sin venda, y se despidió con un beso muy ardiente.
Debió de dar muy buenos informes de mí en la agencia, por que no me falta trabajo…
Cuando llegué a casa, grité:
– ¡Cariño! ¡He vendido un cuadro!
Besos

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