Relato erótico

Donde las dan…

Charo
14 de junio del 2018

Descubrió que su marido la engañaba. Sintió más rabia que tristeza y rápidamente urdió un plan. Le pondría los cuernos con quien más le doliera.

Juana – Valencia
Soy una mujer de 45 años, casada y sin hijos. He dudado mucho en contar mi historia pero al final he pensado que podría ser interesante pues sé que hay muchas mujeres a las que les ha ocurrido lo mismo que a mí. Me enteré de que era una esposa engañada hace tan solo tres meses cuando descubrí en el cuello de una camisa de mi marido, manchas de carmín. No dije nada pero intenté descubrir más cosas por si todo hubiera sido una falsa alarma y las manchas fueran de otra cosa más inocente.
Dos días más tarde, me atreví a rebuscar en la cartera de mi marido mientras él dormía. Encontré la fotografía de una mujer, bastante más joven que yo, con una dedicatoria que no dejaba lugar a dudas. Con mi marido hacía ya varios años que no teníamos prácticamente relación sexual. Me follaba una vez al mes y de aquella manera que sólo se enteraba él. Tenía claro que el amor había muerto hacía mucho tiempo pero creí que mantenía hacia mí el cariño que yo sentía hacia él. No era así evidentemente. Miré la foto. La chica no estaba mal. Algo vulgar pero atractiva.
Siempre había pensado que si mi marido me engañaba algún día me iba a enfurecer, pero me daba cuenta de que no era así. Me dolía pero también me dejaba algo indiferente. El dolor era más por el engaño que por los cuernos. Incluso pensé que si me hubiera pedido permiso, le hubiera dicho que adelante, siempre que lo hiciera con la máxima discreción.
Guardé la foto donde la había encontrado pero, disimulando todo lo posible, empecé a cavilar mi venganza. Dejarlo no era la solución. Necesitaba su sueldo. ¿Donde iría yo a mi edad? ¿Quien me daría trabajo? No, el camino tendría que ser otro. Al final llegué a la conclusión que lo que más le duele a un hombre es que le pongan los cuernos. Incluso más que a una mujer. Pasé revista a todas nuestras amistades pero todas eran matrimonios y no quería hacer daño a ninguna amiga con mis manejos. También estaban los compañeros de trabajo de mi marido. Los conocía aunque no profundamente. Habíamos hablado en la comida que hace todos los años la empresa donde trabaja mi marido. Tampoco conocía a sus esposas. Pero, ¿me atrevería, sería capaz de meterme en la cama a otro u otros hombres? La respuesta estaba en probarlo.
Mi marido, cada mañana a las diez y media, bajaba con sus compañeros, al bar a desayunar. Dos días después de haber tomado esta decisión, me presenté por sorpresa. Allí estaba él junto con sus tres compañeros. Se sorprendió mucho al verme pues era la primera vez que yo hacía algo semejante.
– Una amiga me ha dado la dirección de una tienda de ropa y, como está cerca de aquí, he pasado a saludarte – mentí.
Entonces me presentó a sus amigos. Yo, como he dicho, ya los conocía superficialmente. Eran Alberto, de 50 años, Elías de 59 y Tomás de 46. No recordaba si estaban casados, pero tampoco me importaba.

Eran tipos muy normales, ni guapos ni feos. Alberto era alto, Elías de mi estatura pero Tomás un verdadero gigantón. Parecía un luchador tipo el célebre M.A. del equipo A. Me senté con ellos y en el acto noté como mi marido se ponía nervioso.
Para la ocasión yo me había puesto muy “mona”. Contrariamente a mi costumbre llevaba una falda corta, por encima de la rodilla, y un suave jersey bastante apretado, de tal manera que mis tetorras parecían más grandes de como las tengo. Al sentarme, había cruzado las piernas y la mitad de uno de mis gordos muslos quedó a la vista de todos. Tiene gracia. Tu marido no te hace puñetero caso y tiene una amante pero se pone nervioso si los demás te miran. El que con menos disimulo me miraba era Elías. Yo le sonreí varias veces, intentando parecer una mujer liberada. Al final acabé tomándome mi papel en serio e incluso abrí algo las piernas para mostrarle una buena ración de muslamen. Para ver si mi actuación daba sus frutos, me levanté y me dirigí a los lavabos. Antes de llegar a la puerta tenía a mis espaldas a Elías. Se había dado prisa el tío.
– En las pocas veces que nos hemos visto – me dijo – nunca me perdonaré no haberme fijado en que fueras tan atractiva.
– Gracias – contesté – ¿Para decirme esto me has seguido?
– Bueno he creído entender que yo te interesaba – añadió – y si es así, me
gustaría verte en otra ocasión a solas.
– Poco te debe interesar la amistad con mi marido que intentas ponerle los cuernos – dije sonriendo pero antes de que contestara añadí – Mañana a las ocho y media aquí mismo.
Me metí en el lavabo de señoras para que Elías no viera lo nerviosa que me había puesto. Estaba intentando algo que en mi vida hubiera pensado que fuera capaz. Me sentía como una ramera en busca de ligue. Al salir del lavabo y sin mirar a Elías, me despedí y me fui a casa. Cuando llegó mi marido parecía estar enfadado pero no me dijo nada. Lo curioso es que aquella noche me folló con más ganas que nunca e incluso logró que me corriera de verdad y no simulándolo como casi siempre.
Al día siguiente, a la hora indicada iba a entrar en el bar cuando un claxon me hizo girar la cabeza. Elías me estaba esperando dentro de su coche. Había dicho a mi marido que iba a tomar unas copas con mis amigas, cosa que solía hacer de vez en cuando. Nada más entrar, Elías me dio un beso en la mejilla. Pensé que si se hacían las cosas tenían que hacerse bien hechas. Le cogí la cara por la barbilla, se la giré y pegué mis labios a los suyos. Mi marido nunca me había besado con tantas ganas. La lengua de Elías me lamía todo el interior de la boca, cogía mi lengua y me la chupaba. Jamás pensé que un beso pudiera mojarme el coño. Me notaba caliente y no protesté cuando Elías, animado por mi manera de comportarme, comenzó a tocarme los pechos y meterme mano bajo la falda.

Insisto en que era la primera vez que un hombre daba muestras de desearme de verdad. Aquello me desarmó por completo y me entregué sin ninguna duda.
A los pocos instantes mis tetorras estaban fuera de mi sujetador y una de ellas en la boca de Elías, mientras su mano, dentro de mi braga, me estaba acariciando el coño metiéndome un dedo dentro. Yo no sabía lo que me pasaba. Gritaba, gemía y me revolvía toda, presa de un placer indescriptible, un placer jamás sentido. Me corrí chillando y felicitándome mentalmente por mi decisión. Con mi marido no había aprendido nada sobre el sexo. Cuando me tranquilicé, me preguntó si podía llevarme a un mueblé. Nunca había estado en uno, así que acepté. Ya en la habitación, me desnudó por completo. Tenía cierta vergüenza pero cuando comenzó a acariciarme y a besarme entera, lo único que deseaba era que se desnudara él y me dejara tocar su polla. No tardó en estar como yo. No estaba nada mal el tío y tenía una polla muy hermosa. Se la cogí. La masturbé un poco y luego, no sin cierto reparo, me la metí en la boca. A medida que se la chupaba y se iba endureciendo aún más dentro de mi boca, mi excitación subía de puntos. Cosa que nunca le había hecho a mi marido, porque él decía que no le gustaba, hubiera deseado que Elías se corriera en mi boca para saborear su leche, saber su sabor.
Pero Elías, cuando la tuvo bien dura, me la sacó, me tendió en la cama y montándome, empezó a metérmela en el coño muy despacio. Lo que estaba haciendo, el adorno de cuernos que le estaba poniendo a mi marido y el gusto que me daba, me llevaron a un brutal orgasmo.
– ¡Que gusto, sigue, cabrón, rómpeme el coño, llénamelo con tu leche, ponle los cuernos a mi marido, hazme tuya… sí… aaah… que gusto, me corro… aaah… quiero tu leche, quiero sentirle dentro…! – gritaba como enloquecida.
Mientras me corría sentí perfectamente la descarga del esperma de mi amante rubricando la imposición de cuernos. Nos quedamos un rato descansando y luego le pedí que me acompañara cerca de casa. Por el camino le pedí que intentara que marido no supiera nada de lo que habíamos hecho aunque sí podía comentarlo con sus amigos. Al mirarme extrañado, añadí:
– Soy una mujer muy ardiente pero casada. No puedo tener un amante fijo pero sí acostarme con alguno si me apetece.
– ¿Tú y yo, volveremos a hacerlo? – me preguntó preocupado.
– Sí, cariño, cuando tú quieras – le contesté dándole un fuerte beso en la boca.
Llegué a casa feliz y satisfecha. La cosa había sido mucho más agradable de lo que yo había pensado. Estuve muy cariñosa con mi marido pero cuando, después de cenar y él, extrañamente, intentó de nuevo hacer el amor conmigo, lo rechacé diciendo que estaba muy cansada. Y era verdad. Dos días más tarde me llamó Elías, invitándome a salir de nuevo. Lo arreglé para el día siguiente, también a las ocho y media pero cuando ya nos despedíamos, me preguntó si me importaba que nos acompañara Tomás.

– ¿Qué pretendes… hacer un trío? – le pregunté
– Si a ti no te importa…
Me lo pensé durante breves minutos. Los amigos de mi marido me iban a tomar por una viciosa. Me gustó la idea y acepté. Iniciado el camino y teniendo muy claro que yo no buscaba amor con mis amantes sino placer, me arreglé muy especialmente para el día de la cita.
En primer lugar no me puse ni sujetador ni bragas. La sola idea de salir así a la calle ya me puso el coño como un lago. Cuando me encontré con ellos, en la misma puerta del bar, me picaba el coño una cosa mala. Al entrar en el coche de Elías, nos besamos con lengua y luego hice lo mismo con Tomás. El hombretón parecía algo cohibido por lo que, saliendo de nuevo del coche, me senté detrás, con él. Cogí una de sus manos y metiéndomela bajo la falda dejé que tocara mi peludo coño desnudo. Tomás lanzó una exclamación y mientras me sobaba el chocho, con la otra mano me levantó la falda para vérmelo. Me abrí bien de piernas invitándole a que me penetrara con los dedos, cosa que hizo al instante comenzando a masturbarme al tiempo que desabrochaba mi vestido para sacarme las tetas al aire. Mientras me masturbaba y me chupaba los pezones, acabó de sacarme el vestido y antes de que me diera cuenta estaba complemente desnuda ante ellos. El morbo era increíble.
Me sentía una completa hembra, un coño para goce de los hombres. En aquel momento hubiera hecho todo lo que ellos me hubieran ordenado y en realidad lo hice ya que fuimos a un descampado, me hicieron bajar del coche, así tal y como estaba, y mientras. Elías me la metía en la boca, Tomás me metía la suya, tan grande y gorda como él, en todo el coño. Cambiaron varias veces de agujero haciéndome orgasmar un montón de veces hasta que los dos, con el tiempo de descanso suficiente, me llenaron tanto la boca como el coño, con su esperma. Lo he repetido varias veces con Elías y Tomás a solas y con los dos a la vez. Ahora sólo falta que también se anime Alberto para que todos los compañeros de mi marido se me hayan follado. Alguno de ellos hablará y así él se dará cuenta de sus cuernos. No sé qué ocurrirá cuando se entere pero si es digno de mención ya lo contaré.
Un beso para todos.

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