Relato erótico
Deseo descontrolado
Aun no sabe porque pero acepto ir de vacaciones con sus padres, sus hermanos y los mejores amigos de sus padres. Irian a la costa catalana y se alojarían en dos caravanas. A los amigos de sus padres los conocía desde que nació y nunca se le hubiera imaginado mirar a la mujer con un deseo descontrolado.
Rafael – ZARAGOZA
Esta historia que ahora os cuento, amigos de Clima, sucedió hace algunos veranos, aunque hasta hoy nadie, salvo sus protagonistas, la conocen.
Yo acababa de romper con mi novia de toda la vida y el panorama se presentaba con más sombras que luces. Aunque en principio no tenía demasiadas ganas para hacerlo, al final acabé marchando con mi familia de camping a una pequeña localidad de la costa catalana. En principio íbamos a ir mis padres, mi hermano Sergio de 14 años, mi hermana Marta de 8, y yo, pero al final y animados por mis padres también se apuntaron unos amigos suyos de toda la vida, Martín y Leonor. Eso nos obligaba a alquilar una caravana en el propio camping aparte de la nuestra. Por un lado dormirían mis padres con mi hermana y por otro mi hermano y yo con los amigos. La falta de intimidad me hacía olvidar cualquier posibilidad de un ligue veraniego, y mucho más la de olvidar mis penas con un buen polvo con una turista extranjera. Sin embargo al final esas vacaciones siempre las recordaré como las mejores de mi vida, y no precisamente por el relax, sino por obra y gracia de Leonor.
Esto sucedió hace cinco años. Yo por aquel entonces tenía 23 años y Leonor rondaría los 47. Yo nunca la había visto como objeto de mis fantasías sexuales, y sin embargo debajo de su apariencia de normalidad se escondía una verdadera maestra del sexo. En las viejas fotos familiares ella aparecía recatada, con una apariencia casi monjil, pero de un tiempo a esa parte vestía de forma más sexy, y su nuevo look la hacía parecer más joven.
Empecé a comprender que esas vacaciones serían diferentes de una mañana al mediodía, cuando al volver de la playa, yo me disponía a cambiarme para comer. Bajé las cortinillas de la caravana para desnudarme, pensando que la puerta estaba cerrada, aunque no era así. Estaba en pelotas y de improviso se abrió la puerta y entró Leonor para dejar algo. Yo me sentí pudoroso e intenté taparme buscando una toalla. Ella al verme rió lascivamente.
– No hace falta que te tapes – me dijo – que a mi edad y con tres hijos, ya había visto de todo. Además – añadió – la tienes muy bonita.
La verdad es que mi polla había vuelto “alegre” de la playa. El roce con la arena, la visión de cuerpos femeninos ligeros de ropa y mi imaginación habían hecho que creciese de tamaño. Al oír aquello de su boca la verdad es que yo me relajé bastante y ya no hacía tantos esfuerzos por taparme. La escena era bastante ridícula. Los dos de pie, frente a frente, sin saber como reaccionar. Ella me miraba de arriba abajo sin el menor disimulo sonriendo. No se si le gustaba lo que veía o le causaba risa ese cuerpo a medio broncear con aquel colgajo cada vez más grande. Al ver que no se escandalizaba y pese a que nunca he sido muy lanzado en el sexo, me animé:
– Ahora que me has visto desnudo, me toca verte a mí – le dije.
– Encantada – respondió ella.
Yo ni me lo podía creer cuando comenzó a bajar los tirantes del bañador negro que vestia. Mi polla se alegraba cada vez más y en la cara se me dibujaba una mueca de incredulidad. Cuando se iba a bajar el segundo de los tirantes y por fin iba a poder ver sus redondos y apetecibles pechos, de repente se los subió.
– Me parece que te vas a quedar con las ganas – me dijo pasando su mano por mi cara.
Acto seguido salió de la caravana, dejándome solo, cortado y con la mente caliente pensando que hacer para tomarme la revancha.
A la mañana siguiente, cuando me desperté, vi Leonor dormía sola ya que su marido ya se había levantado. Me acerqué en silencio hasta su cama y descubrí la sábana que la tapaba. Dormía placidamente, vestida con una camiseta blanca que casi transparentaba sus pechos y unas bragas, también blancas, por las que se entreveía parte del vello púbico. Me rondó la idea de hacerme una paja para correrme encima de ella, pero la posibilidad de que despertase y la presencia de mi hermano pequeño, me hicieron desechar esa posibilidad. Me limité a contemplarla en silencio, imaginando como sería el tacto de su piel y prometiéndome que alguna vez sería mía.
Pasaron algunos días en los que simplemente verla en bikini en la playa me ponía a mil, y pese a que a mi alrededor había tetas y culos mucho mejores que el suyo, yo solo tenía ojos para ella. La idea de tenerla entre mis brazos se me iba olvidando hasta que un día todo se precipitó. Los sábados en el camping acostumbran a hacer una pequeña fiesta con música y baile. Fuimos toda la familia, pero la verdad es que yo me aburría bastante y a los pocos minutos me volví a la caravana a escuchar mi propia música y pensar en mis cosas. La fiesta no debía ser gran cosa, porque a los pocos minutos volvieron mi tío y mi hermano, que se iban a ir a pescar a la playa. Me preguntaron si quería ir, pero yo preferí quedarme. Fuera se oía la conversación de mis padres con mi Leonor y los juegos de mi hermana.
Sería la medianoche cuando oí abrirse la puerta de la caravana. Era mi Leonor que venía a acostarse. Yo me hice el dormido a pesar de que seguía escuchando música. Ella se movía con sigilo para evitar despertarme y encendió una luz muy tenue. De espaldas a mí comenzó a desnudarse. Dejó caer el vestido que llevaba después de soltar la cremallera y se desabrochó el sujetador. Quedó de espaldas a mí solo con sus braguitas, mientras se aplicaba una crema hidratante. Yo, para entonces, estaba más que despierto, estaba encendido. Sin hacer ruido me levante y antes de que pudiera sentirme, me acerqué a ella y con ambas manos le bajé las bragas hasta los tobillos. Ella se giró asustada pero en silencio. Al ver que quién la desnudó era yo y no un extraño se calmó.
– Tú me viste desnudo y ahora yo te veo a ti. Ya estamos en paz – dije, aunque en ese momento se desató la batalla final.
Yo no sabía cual era el siguiente paso a dar, no había previsto nada. Fue ella quien tomó la iniciativa. “
– ¿Y te gusta lo que ves? – me preguntó.
Yo la miré con detenimiento y finalmente dije:
– No está mal, pero habría que probarlo – añadí aunque con más intenciones de provocarla que de que sucediera en verdad.
– ¿Y a qué esperas? – contestó ella.
La agarré suavemente con mis manos y la recliné sobre la cama. Fui recorriendo con mis besos su cuello mientras mis manos acariciaban todo su cuerpo. Comencé a besarla con fuerza, a lo que ella respondía trabando con su lengua la mía. Hasta entonces yo temía que al final diese marcha atrás como había hecho el otro día, pero esta era una señal inequívoca para seguir adelante. Acerqué mis manos a sus muslos. Mientras la acariciaba firmemente subía cada vez más hasta tocarle por momentos su coño. Rozaba sus labios y apretaba con mis manos su clítoris y eso la hacía estremecer. Poco a poco el ambiente se iba caldeando. Sentí la necesidad de explorar su coño con mis dedos. Primero introduje uno y luego otro más a modo de polla follándosela. Ella se humedecía cada vez más. Yo metía y sacaba mis dedos intentando llegar cada vez más al fondo mientras que con la otra mano estimulaba su clítoris. Recordé haber oído alguna vez que las chicas alcanzan mayor placer si dibujas círculos con tus dedos en el interior de su coño.
Buscando rellenar todos los rincones de su chocho estuve un buen rato mientras ella ya estaba completamente húmeda. Comencé a lamerle el pecho alrededor de los pezones. El sabor no era muy agradable a causa de la crema hidratante que se acababa de aplicar, pero no era cuestión de hacer ascos a nada. Pasé a succionar con mis labios sus pezones, totalmente erizados, cual bebé hambriento. No paraba de follármela con mi mano y no tardé en encontrar un punto que la hacía estremecer. Sus movimientos eran cada vez más rápidos y su respiración se hacía entrecortada hasta que llegó al orgasmo. Acompañó la descarga de sus flujos con un prolongado gemido, obra del placer más absoluto. Seguí penetrándola con mis dedos, chapoteando en el charco que se había convertido su chocho. Saqué mis dedos empapados de su coño y se los ofrecí para que lamiera sus propios jugos. Ella los limpió con avidez, pasando su lengua varias veces entre mis dedos.
Yo estaba realmente excitado después de aquello, con mi polla totalmente erecta pidiendo por favor salir del pantalón. Sin embargo el juego que habíamos planteado al principio había llegado demasiado lejos, al menos eso era lo que pensaba yo. Cuando me separé de ella, me miró como pidiéndome más y echó un vistazo a mi abultado paquete.
– Esto no era más que el calentamiento – dijo sonriendo picadamente.
No me lo podía creer, pero decidí seguir su juego. Ella pedía con la mirada que me bajase el pantalón y yo seguí sus instrucciones. Al retirar el calzoncillo mi polla erecta apuntó hacía ella. Busqué a tientas su coño, separé sus piernas y me coloqué entre ellas. La reciente corrida hacía que la lubricación fuese perfecta, así que sin pensarlo dos veces se la introduje hasta el fondo. Estaba tan excitado que me embalé. Mi polla entraba y salía a gran velocidad, y mis cojones, oscilantes dentro del escroto, golpeaban con fuerza su zona anal. Más que placer mis ímpetus le causaban dolor, así que me pidió que fuera más despacio. Con cada golpe quería sentir en su interior toda mi polla, con tranquilidad, sin prisas. Yo empecé según me dijo, despacio, dejando reposar mi polla en su vagina empapada, y al poco tiempo comencé a notar una excitación que hasta entonces nunca había experimentado.
Cuando su coño se adaptó a las proporciones de mi polla, el roce de mi verga me hacía suspirar de placer. Me insistió a que poco a poco fuera aumentando el ritmo y que prestara atención a la respiración, acompasándola a los golpes de cadera. La fórmula que me dio Leonor sirvió para prolongar el polvo mucho más de lo que en mí era habitual. Sentía como la dureza de mi polla hacía vibrar su cuerpo hasta que provoqué su segundo orgasmo de la noche.
Ella se arqueó y mientras yo lamía todo su pecho y cuello bañaba con sus fluidos mi polla. La excitación era tal que yo tardé poco en correrme. Los cuatro o cinco chorros de semen que salieron inundaron aun más su coño. Ella me estampó un beso en los morros a medio camino entre el agradecimiento y para evitar que mi grito despertara a medio camping. Cuando saqué mi polla de su interior sentí como toda la mezcla de fluidos resbalaba por sus muslos hasta ensuciar las sábanas. No sabía que hora era pero parecía que el tiempo se había detenido para vernos follar. Agotado por el esfuerzo caí a su lado. Juntos, con nuestros cuerpos empapados en algo más que sudor, permanecimos un rato mirándonos sin hablar mientras la tenue luz prolongaba nuestras sombras sobre la pared opuesta. Yo la miraba con gesto de agradecimiento, pues pocas veces había disfrutado tanto follando, y en ella se reflejaba una mirada tierna y satisfecha, casi como la de una madre orgullosa de su pequeño. Cuando pensamos que su marido, y mi hermano estaban prontos a regresar, yo me volví a mi cama.
Serían las tres de la madrugada más o menos cuando regresaron de pescar. Mi hermano pronto se durmió, y mi tío se acostó junto a su esposa. Yo hacía esfuerzos por dormirme, pero en mi mente sólo se repetía una y otra vez ese magnífico polvo. Minutos más tarde oí cuchichear a mis tíos, aunque no conseguí entender lo que decían. En realidad no hacía falta oír mucho para comprender lo que sucedía. Con la mínima luz que entraba del exterior se conseguía ver como la figura de mi tío se movía pesada buscando el cuerpo de su mujer. Me pareció ver que se bajaba el calzoncillo y empezaba a empujar. Al cabo de tres o cuatro empujones oí a la perfección una frase que llegó a asustarme.
– Estás mojada.
– Es que me he hecho un dedo, cariño – ella respondió.
Ella giró su cabeza buscándome, segura de que yo estaba al tanto de su actuación, mientras mi tío se calmaba y seguía follándosela.
Como es de suponer la cosa no terminó ya que pude seguir gozando de Leonor, cosa que os contaré en una próxima carta.
Saludos y hasta otra.