Relato erótico
De película
Le ponía cachondo ver a su mujer follada por otro. Ella no se acababa de decidir, decía que podría perjudicar a su matrimonio. Se le ocurrió una idea que le salió de película.
Mario – SAN SEBASTIAN
Amiga Charo, Silvia es mi mujer, tiene 27 años, mide 1,70, no se puede decir que sea una belleza sino más bien que es bastante atractiva, no tiene un cuerpo espectacular pero tiene bastante buen tipo y, eso sí, unos pechos preciosos y muy grandes.
Yo llevaba ya mucho tiempo con la idea de hacer un trío con ella y otro chico y alguna vez se lo había comentado, pero ella se negaba, no porque no le apeteciera o no le fuera a gustar, ya que a ella le encanta practicar el sexo y nunca tiene fin a la hora de querer disfrutarlo, sino porque tenía miedo de que pudiera afectar a nuestra relación. Yo tengo muy claro que una cosa es el sexo con amor, que es maravilloso, y otra cosa muy diferente es el sexo como fuente inagotable de placer físico y disfrute, una oportunidad que nos ofrece la naturaleza y que no hay que desperdiciar con convenciones sociales o tabúes.
Yo sabía que a ella le gustaría, ya que siempre que veíamos en alguna película porno alguna escena de grupo ella se ponía muy caliente. Me imaginaba lo que disfrutaría ella una vez en la situación y el morbo que me daría a mi ver disfrutar a otro de ese cuerpo voluptuoso hecho para dar placer.
Al final, como vi que no podía convencerla, me decidí por un plan alternativo. El plan era el siguiente: aprovechando que alguna vez hacíamos el amor con ella atada y con los ojos tapados, cosa que es una situación que nos gusta y nos excita a los dos, yo introduciría a alguien sin que ella se enterara. Había que hacerlo muy bien para que no fallara nada, ya que si en algún momento ella sospechaba algo se podría estropear todo.
Lo primero que había que decidir era quien era la persona elegida. Puse un anuncio en Internet y tuve muchas ofertas, pero ninguna me acababa de convencer ya que no conocía a la persona y tampoco tenía tiempo de ir conociéndolos, aparte que me resultaba una situación un poco embarazosa.
Entonces pensé en Eduardo, un amigo mío de toda la vida, que en más de una ocasión me había comentado lo buena que estaba Silvia ya que a él le encantaban las chicas con los pechos grandes, y Silvia, como digo, tiene unos pechos grandes como cántaros, y la envidia que le daba él que yo pudiera disfrutar de esos pechos. A mi también me gustaba su mujer, muy diferente a Silvia, más alta y delgada, con los pechos no tan grandes pero también bonitos, no tan sensual pero muy guapa, y en alguna ocasión le había comentado que no me hubiera importado meterle un buen polvo. La relación era de mucha confianza, ya que los dos sabíamos que ninguno haría nada sin permiso del otro.
Así que un día quedé con él y después de tomar unas copas le propuse mi plan, aunque le dije que todavía no estaba decidido a hacerlo, que era solo una idea. Se quedó un poco sorprendido y al final me dijo que no sabía si se atrevería, aunque sí me dijo que le gustaría mucho disfrutar de Silvia.
Al día siguiente quedamos las dos parejas para ir al cine y mientras ellas hacían cola para entrar nosotros fuimos a comprar las entradas. Entonces Eduardo me empezó a decir:
– Oye, de lo que me comentabas ayer…
– Oh, no me hagas caso – le dije – estaba muy bebido y era una idea que se me ocurrió en aquel momento.
– Pues yo me lo he pensado bien, y desde luego no me importaría nada participar, es más, mee encantaría disfrutar de sus pechos – me contestó – Así que y que si alguna vez te decides a hacerlo tenme en cuenta.
Pasó un tiempo y al final un día me decidí a tirar adelante el plan, sobre todo viendo como Eduardo se miraba a Silvia con otros ojos, y aprovechaba cualquier oportunidad para sobarla un poco, aunque en plan de amigo. Cuando se lo volví a comentar a Eduardo él, con una amplia sonrisa me confesó:
– Pues mira, me he masturbado muchas veces pensando en la situación que tú me habías propuesto tiempo atrás y la verdad es que tengo muchas ganas de hacer realidad esta fantasía, y si antes no te he comentado nada es porque pensaba que a lo mejor te habías arrepentido. Le diré a Ana, mi mujer, que me voy a cenar con unos amigos y vendré a vuestra casa a la hora que convengamos.
– Yo te dejaré un juego de llaves, para que puedas entrar sin tener que llamar y mientras iré preparando a Silvia, habremos visto una película porno, cuando ya es la tenga bien caliente la llevaré a la cama, la ataré y le vendaré los ojos. Luego haré una llamada a tu móvil y esta será la señal para que subas y entres en casa sin hacer ruido. Te desvistes en el recibidor, pero sin quitarte los calcetines para no hacer ruido al caminar, y te vienes para nuestra habitación silenciosamente. Yo habré puesto música para que ella no pueda distinguir las respiraciones ni los pasos, y después de disfrutar un rato de Silvia, sin decir una palabra, tú te irás mientras yo acabo la faena con mi mujer. Además, te pondrás la misma colonia que yo y dejarás de fumar durante una semana, para que no oliera a tabaco.
Y así fue y el día señalado, con Silvia ya caliente y atada, llamé a Eduardo. Silvia estaba todavía en ropa interior pues no se la había querido sacar. Seguí acariciándola y a los cinco minutos de llamarle, Eduardo estaba ya en la habitación, desnudo y completamente empalmado, deseando disfrutar del estupendo manjar que yo le ofrecía.
Me retiré un momento y le hice una señal indicándole que era su turno. Se acercó poco a poco, como quien descubre un tesoro, una cosa muy valiosa y tiene miedo que se le rompa o se lo quiten. Empezó a acariciar y besar a Silvia, las piernas, la barriga y los hombros suavemente, luego fue retirando con mucha delicadeza los tirantes de los sujetadores, se los fue bajando hasta los pechos, recorriendo cada centímetro de la piel de Silvia, bajando poco a poco los sujetadores hasta liberar por completo las enormes mamas de mi mujer, redondas, tersas, con los pezones largos y duros, que empezó a acariciar con las dos manos, con delicadeza. Luego empezó a besarlos y lamerlos, dulcemente, deteniéndose en los pezones, cosa que tal como le había dicho, excitaba a Silvia sobremanera.
La respiración de Silvia era cada vez más rápida mientras Eduardo estuvo un buen rato disfrutando de esos pechos que tanto había anhelado y poniendo a Silvia cada vez más caliente. La cara de mi esposa era de estar gozando mientras que la de Eduardo era de puro vicio.
Al cabo de un rato le quitó las braguitas y mientras seguía lamiendo los pechos de Silvia, con una mano le acariciaba el clítoris, el segundo punto débil de Silvia, que si ya estaba caliente empezó a ponerse como una moto y a gemir. Yo me estaba poniendo muy caliente de ver a Silvia disfrutar así con otro hombre y de ver a Eduardo como sobaba a mi mujer. Ella seguía con sus caderas los hábiles movimientos de la mano de Eduardo.
Pero Eduardo quería aprovechar esta oportunidad, quería disfrutar de Silvia al máximo y hacer con ella lo que tantas veces había soñado. Se incorporó y puso su polla tiesa delante de la boca de Silvia, que empezó a lamerla con auténtico placer, para luego rodearla con sus labios y hacerle una maravillosa mamada. Aunque era más bien Eduardo el que hacía los movimientos, ella la rodeaba con los labios y movía la lengua con singular maestría. La cara de placer de Eduardo era indescriptible, ya que era una cosa que siempre le había gustado y nunca había podido practicar con su mujer, ya que a ella no le gustaba.
La verdad es que no habíamos hablado hasta donde podía llegar Eduardo, y cuando Eduardo retiró su polla de la boca de Silvia se me quedó mirando, como no sabiendo que hacer. Yo le hice un gesto de asentimiento con la cabeza, indicándole que Silvia era toda suya así que se dispuso a follársela. Empezó poco a poco, metiéndole solo la punta en la raja del coño, moviéndola en círculos, haciéndola disfrutar y sufrir a la vez, haciéndola gimiendo como una gata en celo, hasta que al cabo de un rato ella estaba pidiéndole que se la follara ya.
Eduardo no aguantó mucho esta situación. Era demasiado fuerte el tener a Silvia con las piernas abiertas y pidiéndole que se la follara. Lo había deseado demasiadas veces como para aguantar ahora, así que se la empezó a follar con todas sus fuerzas mientras los gemidos de Silvia pasaban a ser gritos de placer, al tiempo que Eduardo, al mismo tiempo que se la follaba, no paraba de tocarle y sobarle los pechos.
Era una situación enormemente excitante ver a mi mujer siendo follada por otro, disfrutando con otro sin ella saberlo y además notaba yo lo que Eduardo estaba disfrutando con ella y el morbo que le daba estársela tirando. De esta manera Silvia tuvo varios orgasmos, hasta que por fin Eduardo se corrió, aguantándose para no gritar, pero con la cara extasiada de puro placer.
Tal como habíamos quedado, se retiró rápidamente y yo me puse en su lugar, diciéndole a Silvia que íbamos a cambiar de posición, que la desataba y la iba a poner a cuatro patas, para follármela por atrás. Ella estaba encantada de la vida de que el polvazo estuviera durando tanto y yo, que estaba como una moto, me la tiré por detrás de forma salvaje, mientras ella tenía varios orgasmos más.
Cuando acabamos, fui un momento a la cocina a beber agua y comprobé que Eduardo ya no estaba. Todo había salido muy bien, todos habíamos disfrutado de una sesión de sexo y placer sin límites.
La segunda parte vendría un tiempo después cuando me tocara a mí disfrutar de Ana. Cuando eso ocurra ya os lo contaré.
Besos.