Relato erótico
Cuerpos jovenes y calientes
La llamó su amiga para decirle que al día siguiente montaba una fiesta de cumpleaños en la casa de campo que tenían sus padres. Avisaron a otras amigas y amigos y disfrutaron de la calurosa noche, la piscina y de sus cuerpos calientes.
Alba – CÓRDOBA
Aquella calurosa tarde de julio, amigos lectores de la revista, recibí la llamada de mi amiga Carlota, que al día siguiente celebraba su cumpleaños. Carlota me pidió que me acercara con ella y con Elisa, nuestra otra íntima amiga, la mañana día siguiente a casa de sus padres en el campo, para poder preparar la fiesta de la noche. Me dijo que podíamos pasar el día allí, en el jardín, disfrutando de la piscina y aprovechar para poder tomar el sol.
La verdad es que el plan, pese al calor, me apetecía un montón. Hacia pocas semanas que había cortado con mi último novio y además, el calor que reinaba en la ciudad era insoportable.
A la mañana siguiente, quedé con Elisa para acercarnos al supermercado. Tras comprar una parte de las cosas llamamos a Carlota, que nos dijo que nos esperaba directamente en su casa del campo. El calor de Córdoba era insoportable, así que nos pusimos en marcha inmediatamente. Yo ardía en deseos de poder ponerme el bikini plateado que estrenaba para la ocasión y tumbarme en la piscina.
Carlota nos recibió y nos invitó a ponernos los bikinis para estar más cómodas. Elisa llevaba un bonito bikini rojo, sencillo, de pierna alta, con un sujetador de un solo tirante y que hacia un bonito contraste con su pelo tan rubio y su piel tan blanca.
Yo llevaba un bikini que solo me atreví a comprar con la certeza de usarlo con mis amigas. Es plateado, la braga está formada por dos triángulos que se unen mediante dos cordones muy finos, ideal para no dejar marcas. El sujetador lo forman otros dos triángulos cubriendo lo justo y con los tirantes también de cordones finos.
– Caramba, Alba – me dijo Carlota sonriente y tan directa como siempre – espero que hayas traído algo más recatadito para la fiesta, como tu vestido sea la mitad de sexi que el bikini, te follan nada más entrar.
– Pues poco puedes decir tu guapa – contesté.
Y era verdad. El bikini de Carlota era blanco, de tanga, con la parte superior a la última moda, una especie de pareo que se cruzaba en aspa sobre sus pechos y se anudaba tras el cuello. Claro que el problema eran sus tetas. Siempre las tuvo grandes, muy grandes. Y sobre todo teniendo en cuenta que Carlota no era muy alta aún parecían mayores, con sus largos cabellos rizados cayendo sobre ellas y tan negros que aún resaltaban más sus grandes ojos verdes. Me quedé sorprendida en ese momento. Mientras mis ojos estudiaban su bikini, sus pezones, cuyo tamaño era parejo al de sus tetas, se endurecieron marcándose contra el bikini. ¡La muy guarra le ponía cachonda que la mirara! Supongo que me sonrojé, aunque el bronceado de mis horas de rayos UVA lo debieron disimular. Carlota se alejó hacia la piscina con Elisa, riéndose a carcajadas. Mis pezones estaban despertando y un extraño cosquilleo nacía a la altura de mi coño…
Al poco rato de estar tumbadas bronceándonos a la orilla de la piscina, un utilitario gris apareció a lo lejos, entrando por la verja de la casa hasta llegar y parar al lado de mi coche. Un chico bajó del coche con cara de sorpresa, visiblemente cortado. Alto, aunque no en exceso, quizás tres o cuatro centímetros más que yo, que soy la más alta de mis amigas, calculo que sobre 1,80 aproximadamente. Era fuerte por naturaleza y no un cachitas de gimnasio, ancho de espaldas, con manos grandes, con pelo castaño y unos bonitos ojos verde oscuro, con unas piernas gruesas pero duras, musculosas. Carlota se levantó y se acercó corriendo al desconocido, con sus grandes tetas bamboleándose con descaro. Al llegar a su lado se puso de puntillas sobre sus pies descalzos y lo saludó con dos besos, el segundo peligrosamente cerca de sus labios mientras lo abrazaba. Tomándolo de la mano lo acercó hasta la piscina:
– Alba, Elisa, este es Miguel, un amigo de mi hermano.
– Caray Carlota, no sabía que estabas acompañada, no quiero molestar – dijo Miguel con una grave y agradable voz, visiblemente cortado.
– No seas tonto, sabes que ésta es tu casa y mis amigas son tus amigas – dijo Carlota, que añadió en un tono misterioso – Alex, mi hermano, no vendrá hasta esta noche. Te presento a mis amigas, esta es Elisa… – Elisa estampó dos besos al chico y demasiado efusiva, pensé -…y esta es Alba.
Nos quedamos embobados unos segundos antes de murmurar un “hola”. Realmente Miguel me parecía tremendamente atractivo.
Carlota rompió el hielo y le dijo que se pusiera en bañador. Siendo del norte y sin estar acostumbrado al calor de Córdoba, el pobre sudaba a mares. – Que gran chico – comenté.
– Sí, grande en todos los aspectos – dijo Carlota – Una vez entré sin querer al baño sin darme cuenta que él acababa de salir de la ducha y me lo encontré desnudo. ¡Que bueno está! Tiene una polla preciosa.
– ¿Y no te le tiraste encima? – preguntó Elisa – Porque vamos, me pasa a mí y lo “violo” ahí mismo.
– Pero que guarras sois – dije.
– ¡Huy, mira la monja! Anda, si estabas que te lo comías con los ojos – añadió Carlota.
– Y él no se quedaba corto. Que mono, si estaba encantado contigo, Alba – dijo Elisa – Sí, yo creo que se le puso hasta dura.
– Por no hablar de esta – dijo Carlota descojonada de risa – Se te oía gotear el coño a dos kilómetros.
En ese momento apareció Miguel con una camiseta y en con un sencillo bañador tipo short gris. El bañador, que debía ser de Alex, le venía ligeramente pequeño y se ceñía a sus muslos, marcando un más que considerable paquete.
El conocido cosquilleo volvió a mi coño. Nuestras miradas se cruzaron por un momento.
– Carlota, tienes una gotera en el fregadero de la cocina, creo que voy a arreglarlo – dijo Miguel, y se alejó rápidamente hacia la casa.
– Sé de una que también tiene una gotera y que le gustaría que se la arreglara – dijo Elisa riendo.
– Huy que tarde es. Hay que preparar las cosas de la fiesta. Elisa y yo podemos ir preparando la sangría en la piscina. Alba, ¿Podrías hacer esa ensalada de pasta tan rica que haces? – dijo Carlota.
Me pareció estupendo, así que me dirigí a la cocina. Al entrar me encontré a Miguel, tumbado boca arriba debajo del fregadero.
– Eh, hola, ¿tardarás mucho? – le dije con voz estúpida, cortada como una colegiala.
– No, enseguida termino.
– No te preocupes, si no te importa empezaré a cortar las verduras para la ensalada – le dije.
– No, no, adelante, intentaré no estorbarte Alba.
– Tú no estorbas nunca – contesté con la mejor de mis sonrisas.
Ambos nos pusimos colorados e intentamos disimular. La cocina no dejaba mucho margen de maniobra al ser pequeña, así que mis pies descalzos quedaban cerca de sus muslos. Lo miraba embobada. Mis pies morenos y de uñas cuidadísimas estaban a escasos centímetros de su muslo y no resistí más, rocé el lateral de sus velludos muslos ligeramente con mi pie. El efecto fue como una descarga eléctrica, se sobresaltó y al incorporarse su cabeza chocó contra el bajo del fregadero.
– ¡Uy, que daño!- exclamó.
– Lo siento, lo siento, lo siento, déjame ver – dije.
Sin darme cuenta de lo que hacía, pase mi pierna por encima de él y me senté a horcajadas encima mientras tomaba su cabeza con mis manos y separaba su espesa mata de pelo buscando una posible herida. Al instante nos dimos cuenta. Nuestros ojos se encontraron. Mi coño quedo aposentado justo a la altura de su polla, solo separados por la fina tela de los bañadores. En ese momento me sentí la mujer más seductora del mundo. Sonreí, acerqué mi cara sin soltar su cabeza y le susurré:
– ¿Puedo hacer algo para que me perdones?
Sus manos se ciñeron a mi cintura, acariciando ligeramente mi espalda, solo rozándola, recorriéndola con las uñas. Mi piel se erizó. Notaba como su bulto se endurecía contra mi coño, que se humedecía cada vez más. Nuestras bocas se abrieron totalmente y nuestras lenguas se buscaron con furia, enredándose, saboreé el sabor de su saliva mientras su lengua se introducía en mi boca. Sin separar nuestros labios atrapé su camiseta y se la quité.
Hábilmente desató mi sujetador, dejando que mis hermosas tetas, que siempre han sido mi orgullo, vieran la luz. Comencé a gemir sonoramente. No aguantaba más.
Mis manos bajaron hasta su bañador, sobre su enhiesta polla recorriendo su contorno, amasando sus testículos. De un tirón saqué su bañador y su polla saltó de su jaula de tela como impulsada por un muelle. Era preciosa, circuncidada, gruesa, con unas venas que la recorrían, como marcando un camino a recorrer con mis labios. Mi mano la aprisionó, Levanté su rabo y dirigí mis labios al glande, para lamer suavemente su frenillo con la puntita de mi golosa lengua. Pareció como si una corriente eléctrica lo sacudiera, gemía se estremecía… mi boca aprisionó su polla, intenté meter en mi garganta todo aquel rabo, haciendo arabescos con mi lengua mientras mis manos acariciaban sus peludos huevos, durísimos, a punto de reventar… Pero bruscamente Miguel se incorporó:
– Es tu turno, mi amor… -dijo.
De un salvaje tirón arrancó mis braguitas, cambio la posición y me tendió sobre la alfombra. Su hábil lengua comenzó a recorrer cada pliegue de mi sexo, sin dejar un solo recoveco por lamer, de abajo a arriba, de arriba abajo, hasta converger sobre mi clítoris, endurecido enhiesto como una pequeña polla y tres lametones fueron suficientes. Un estremecimiento que nacía de la base de mi espalda llegó hasta mi clítoris y grité, grité de manera salvaje mientras me estremecía en un orgasmo eterno. El orgasmo no se detenía cuando aparté su cabeza de mi coño.
– Fóllame… – le susurré – quiero que me la metas, quiero sentirte dentro…
Mis pies subieron hasta sus hombros y su polla empezó a entrar sin dificultad dentro de mi sexo resbaladizo, empapadísimo. Me penetró muy profundamente, sentía la punta de su polla contra mi útero. El gemía mientras yo estaba en un orgasmo continuo. Comenzó un rapidísimo metisaca, sus huevos chocaban contra mi sexo en cada embestida.
– ¡Córrete cariño, córrete, dame tu esperma, quiero sentirlo sobre mi vientre, sobre mis tetas, córrete, córrete correteee…!
Miguel se salió justo en el momento en que yo alcanzaba un nuevo orgasmo. Un grito salió de su garganta al tiempo que su polla comenzaba a expulsar su semen con gran potencia, empapando mi vientre, mi pubis, mis tetas, incluso mi mejilla. Agotado, mi amor cayó jadeante sobre mí, nos fundimos en un nuevo beso y nos recostamos lado a lado sobre la alfombra. Mi mano se dirigió a su cansada polla, acariciándola, llenándose de esperma y flujo. Sonreí y me acerqué la mano a la boca, lamiendo los restos de nuestros fluidos.
– Cariños míos, espero que lo guardéis como aliño para la ensalada.
La voz de Carlota resonó junto con una carcajada. Su negro coño y el rubio de Elisa se recortaban sobre sus cuerpos desnudos, despojados de bañadores, mientras se acercaban a nosotros cimbreantes, ansiosas de sexo.
A fin de cuentas, esto era una fiesta de cumpleaños…
Besos de los cuatro.