Relato erótico
Buen empleo y jefa buenorra
Su mujer tenía una amiga que era la propietaria de una agencia de publicidad. Necesitaba un diseñador gráfico y le habló de su marido. Fue a una entrevista y lo contrató. Quedó gratamente sorprendido de lo guapa que era su futura jefa.
Eduardo – Valencia
Ella estaba casada y feliz. Mi mujer nos presentó cuando acudí a la cita para conseguir trabajo. Necesitaba un diseñador gráfico y yo necesitaba el puesto así que desde entonces trabajo para ella.
Se llamaba Cristina, tenía 39 años de edad, con una voz agradable, sensual, pausada y esos gestos que podrían derretir al más frío de los hombres, una mirada a veces serena, a veces alegre, pero otras, intensa y casi quemante como queriendo adivinar los pensamientos. Con un cuerpo, ciertamente no de colegiala, pero muy bien cuidado, bastante atractivo, con unas nalgas redondas, tanto como sus senos que, de solo verlos por encima de la ropa, me excitaba y no pocas veces terminaba en el baño masturbándome a su salud o haciendo el amor con mi mujer pensando en ella. Me gustaba como se vestía en general, siempre bien arreglada, pero a veces su vestimenta era un poco más atrevida: una falda un poco más corta y pegada, un pantalón más ajustado, un escote de ensueño…
Desde el día que me contrató hasta hace solo unas pocas semanas se había mostrado un tanto seria con solo algunos contados destellos de picardía, lo que me hacía pensar que nunca se fijaría en mí más de lo que lo había hecho hasta entonces, como un simple empleado suyo.
Me preguntaba si algún día yo podría ser algo más que su empleado, me conformaría con solo un encuentro apasionado en el que pudiera “besarle hasta la sombra”. Imaginaba lo que sería rozar su piel, acariciar su espalda, besar su cuello, sus hombros, tocar sus senos, sentirlos, me veía besándolos, oliéndolos y hasta lograba notar lo excitado de sus pezones que al contacto con mis manos y mi boca se endurecían cada vez más. Escuchaba su respiración que al igual que la mía aumentaba en ritmo y fuerza hasta convertirse en gemidos. Poco a poco la besaba toda, recorriéndola con mis labios y con mi lengua, haciéndola estremecer al llegar a su entrepierna donde encontraba su tesoro, el cual tenía un aroma exquisito y un sabor todavía mejor, como una fruta dulce, jugosa. Me deleitaba lamiendo, chupando, saboreando ese manjar, oyendo sus gemidos y gritos apagados del placer que esto le provocaba. Le escuchaba pedirme que siguiera, que no me detuviera, que estaba en el paraíso, que quería sentirme dentro. Por supuesto que yo también deseaba abrir ese cofre y disfrutar del tesoro que aguardaba dentro, así que me dispuse a cumplir sus deseos y comenzaba a acomodar su cuerpo con el mío para poder traspasar el umbral del deseo… cuando llegaba una persona al mostrador y me pedía un presupuesto.
Regresé a la normalidad. Ahí estaba yo como siempre resignado a no poder estar con ella a solas para hacer realidad mis fantasías teniendo que conformarme con su presencia de lunes a viernes de 10:30 a 14:30 si me iba bien. Hasta que hace algunas semanas el ordenador de sus hijos sufrió un desperfecto y me pidió que lo revisara. Yo acepté y acordamos que iría por la noche. Cuando llegué, ya por la noche, su marido me abrió la puerta y me llevó a la habitación de sus hijos donde estaba el ordenador, entonces la pude ver caminar por el pasillo, estaba como siempre, bella, apetecible.
Apenas pude resistir el impulso de tocarla, pensando que estaba su marido y en que tal vez ella me daría una bofetada que me “dislocaría” el alma. Me marché cuando termine de reparar el PC y de camino a casa decidí no dejar pasar la primera oportunidad que se me presentara para decirle que estaba loco por ella y plantarle un beso de antología, aunque eso significara el fin de la relación laboral.
No tuve que hacerlo, porque un día de esos que llevaba puesta una blusa pegadita al cuerpo y con un escote generoso, se dio cuenta que yo no dejaba de mirarla y que me ponía nervioso así que sin más ni más, me dijo:
– ¿Por qué me miras tanto?
Yo, que de por sí estaba muy nervioso, me puse como un tomate y solo atiné a decirle:
– Na… nada.
– ¿Cómo que nada? Si no me quitas los ojos de encima – dijo.
– Es que… – en eso recordé lo que me había prometido a mi mismo sobre no dejar pasar ninguna oportunidad y le dije: – Es que no puedo dejar de mirarte, me tienes como idiotizado con ese escote tuyo, no soy de madera como para ignorarte.
Entonces le cambió el semblante y dándose cuenta de lo que ocurría me dijo, en un tono un tanto cuanto más descarado:
– ¿Con que estabas mirando mis tetas?
Al tiempo que lo decía se las tocaba por encima de la blusa. Yo le dije que sí y que ella tenía la culpa por tener esos pechos y vestirse de esa forma tan provocativa. Esbozó una sonrisa y me dijo que algún día me dejaría tocarla, pero eso, añadió:
– Será en otra ocasión porque los dos estamos casados y no queremos que nuestras respectivas parejas se den cuenta de lo que sucede.
Pasaron los días y ninguno de los dos tocábamos el tema hasta que me dijo que nuevamente se había roto el ordenador de sus hijos y quería que lo revisara porque lo necesitaban. Cuando llegué a su casa me llevé la sorpresa más grande de mi vida. No estaba su familia porque sus hijos habían ido a una fiesta y su marido había llamado para avisarle que saldría de la ciudad y llegaría tarde a su casa. Fue entonces cuando me di cuenta que era mentira lo del ordenador, y que solo había sido un pretexto para que fuera a su casa. De pronto, al estar revisando la máquina, sentí sus manos sobre mis hombros, que me acariciaban y daban masaje. Al instante reaccioné y comencé a excitarme tanto que tuve que girarme y comenzar a besarla de la forma más apasionada que lo había hecho en mi vida. Estaba ansioso por desnudarla pero me tranquilicé y me decidí a disfrutar la ocasión. Seguí besándola más pausadamente, lentamente, como lo había imaginado. Poco a poco fui acariciando sus mejillas y besando sus orejas, mientras ella se estremecía y rodeaba mi cuello con sus brazos. No podía creerlo, estaba en las nubes.
Comencé a desabrochar su blusa, tan blanca como estaba mi mente en ese momento, sus pechos quedaron casi al descubierto si no hubiera sido por ese sensual sujetador de encaje que hizo volverme más loco de lo que estaba. Con cuidado se lo empecé a quitar al tiempo que ella me quitaba la camisa. Nos seguimos besando, pero ahora yo acariciaba sus tetas tan cálidas y suaves como me lo imaginé y tan firmes como lo presentía, era una delicia acariciarlas y besarlas mientras que yo comenzaba a notar que se estaba excitando porque sus pezones se endurecían poco a poco, lo que me dio la pauta para deslizar el cierre de su falda, lo que permitió que quedaran al descubierto esos muslos tan bien torneados que ella usaba para aprisionarme y acariciarme a su modo.
Dejé que me quitara el pantalón, lo que hizo muy despacio, se tomó el tiempo para disfrutarme, me besó, y cogió mi polla con una de sus manos mientras que con la otra terminaba de quitarme el calzoncillo. Nuestra respiración se volvió tan fuerte que se nos hacía casi imposible el hablar, haciéndolo solo para pedir más. Después de haber estado besando, y mamando sus tetas, la recosté en el escritorio y me dirigí a besar su entrepierna que para entonces estaba húmeda, lista para deleitarse con esas chupadas que le esperaban. Y así lo hice, chupaba, besaba, lamía y mordisqueaba su coño y especialmente su clítoris. Estuve un buen rato haciéndolo cada vez más fuerte y más rápido hasta que logré que se retorciera de placer y escuchara sus gemidos que indicaban que había tenido un orgasmo. Fue grandioso y excitante oírla pero tan pronto se repuso continuó con lo que empezó, volvió a agarrarme la polla y esta vez no la soltó, al contrario, me masturbaba y me subía a las nubes.
Yo solo cerraba los ojos y cuando menos lo esperé, se la metió en la boca, estremeciéndome tanto que estuve a punto de correrme en ella. Me retiré de ella para tranquilizarme un poco pero de nuevo me atrajo hacia sí y siguió con la primera mamada de mi vida, pues mi mujer nunca lo quiso hacer, hasta que no pude más y me corrí en su boca. Yo estaba fuera de este mundo, no podía creer que mi jefe y yo algún día estuviéramos en esta situación.
Ella salió de la habitación para ir a enjuagarse, pero yo quería saber lo que era follármela, así que apenas me repuse un poco, empecé de nuevo a besar su cuello mientras que se lavaba las manos y la boca, diciéndome que había sido fantástico. Seguí besando su cuello y su espalda a la vez que con mis manos le acariciaba su sonrisa vertical, lo que hacía que ella se pusiera a mil. Fue entonces que me decidí a atacar, la llevé hasta su habitación y le dije que se tumbara en la cama, la coloqué boca abajo y sin pensarlo mucho le metí dentro de ella mis 15 cm de placer. Al principio un metisaca algo lento y después, debido a la gran excitación, las envestidas eran más constantes, casi vuelvo a correrme, pero antes quería darle por atrás así que aprovechando la humedad de su coño, empecé a rondarle el culo.
Después de unos momentos de intentar meterle la polla, su culo por fin cedió, y tenerla allí dentro era impresionante. Ella por supuesto que se quejó al principio porque nunca había permitido que su marido le diera por ahí y por eso le dolía un poco, pero conforme fueron transcurriendo los minutos se fue relajando hasta sentir un enorme placer. Pienso eso porque ahora ya no se quejaba sino que se movía adelante y atrás como pidiendo que se lo clavara hasta el fondo. Yo aproveché para acelerar mis embestidas y cada vez le daba más y más rápido. Al cabo de un buen rato no aguanté más la excitación y le llene el culo de leche.
Se pasó tan rápido el tiempo, que estuve como tres horas y se me hicieron tres minutos. Cristina resultó ser fantástica en el sexo y por supuesto que me encantaría repetirlo y a ella también, según me dijo. Pero tenemos que tomarlo con calma para no ser descubiertos por nuestras parejas.
Besos de los dos y hasta otra.