Relato erótico
Aun no la he olvidado
Aunque lo que nos cuenta ocurrió cuando él era muy joven, ha querido contarnos su primera experiencia sexual. Para él fue la mejor de su vida.
Lucas – Navarra
A mediados de los ochenta comencé a trabajar en la capital. En aquella época mi imaginación era muy viva, pero en realidad hasta entonces había estado cazando moscas con mi novia en el pueblo. Eran otros tiempos pero fue a mis diecinueve años cuando me precipité en el abismo de mi primera auténtica posesión erótica a gran escala. Lo que nunca había esperado era toparme con la señora Encarna en su pensión.
Se trataba de la señora más erótica y atractiva que había visto en mi vida y cuando la vi por primera vez al abrirme la puerta de la pensión, sentí una repentina turbulencia debajo de mis pantalones.
Antes de ese momento solo me había gustado mi novia, una chica bonita y poco llamativa. Era una criatura delicada y dulce, casi nunca dispuesta a dejarse acariciar en ciertas partes y mucho menos hacer otros juegos.
Pero la señora Encarna no era como mi prometida. De hecho nada tenía suave o poco llamativo. Era a sus cuarenta y tantos una mujer impresionante y su belleza resultaba agresiva y peculiar. Su aparatoso y brillante cabello hacía juego con su imagen, aparatosa, explosiva y arrogante y aunque su cuerpo era todo lo femenino que puede serlo, tenía apariencia juvenil y lo vestía siempre como si fuese una modelo de pasarela.
Mi patrona infringía casi todas las reglas, le gustaba los chicos jóvenes y a menudo se la pegaba al buenazo del marido. Yo habría dado cualquier cosa a cambio de solo un instante de su atención y en aquel momento llevaba ya un mes viendo sus sedosos labios tan pintados en todos mis sueños y aquellos ojos rasgados tan penetrantes. A partir de entonces sentí su contacto cada vez que ella bajaba un poco la guardia. Lo más frustrante de todo es que ella ya se había dado cuenta de mis intenciones, pero mi ídolo parecía tener la compañía que necesitaba con su marido.
El patrón se había acostado después de la cena, pero ella no daba la sensación de tener prisa aquella noche.
– Vayamos a descansar un rato a tu habitación chico, ¿de acuerdo? – murmuró mientras me apretaba el brazo.
Cuando la seguía viendo su perfecto trasero ondulado como si bailara “salsa”, una luz se encendió en mi cerebro y de repente comprendí el significado de muchas cosas. ¡Era imposible! La señora Encarna, la más inaudita de mis fantasías masturbatorias, el gran sueño de mis diecinueve años, con tiempo sin ver a mi novia abandonada en el pueblo… ¡Y me estaba ocurriendo allí, y era todo real!
– Chico – me dijo ella mientras la puerta se cerraba.
Esa única palabra pareció salir de sus húmedos y gordezuelos labios rojos para posarse en mi polla como una mariposa. Aquella sola y sencilla palabra adquirió contacto físico, una casi resonancia metálica y se enroscó alrededor de mi polla como seda mojada y bailoteó al lo largo de mi tembloroso tallo.
– Chico – susurró quedamente de nuevo.
Entonces me deslicé en sus amorosos brazos y me hizo suyo. En esta ocasión, no obstante, tomé la iniciativa del primer beso. La boca de Encarna se abrió bajo la mía invitándome a beber su saliva. Mi lengua se sumergió en ella mientras la patrona amoldaba su cuerpo al mío. Yo me apreté contra ella y me restregué como si fuese un niño principiante, inexperto y perdido.
Encarna juntó sus manos detrás de mi y empezó a rozar su pelvis desnuda contra mi, administrando masaje al priapismo de mi verga con la curva de su rico estómago, algo abombado.
El beso continuaba, y yo nunca había besado a mi novia como lo hacía con Encarna. Estaba claro que ella también me deseaba, la pasión flotaba en el aire alrededor de los dos, pero con un susurro Encarna me dijo que debería haberse duchado ella antes.
– Cuando peor huele el coño de una mujer más rico os sabe el follar – añadió con un susurro cargado de seducción y que nunca olvidaré, mientras su boca se movía sobre mi oído y cuello, empapándome.
Estuve apunto de correrme en aquel momento, pero me contuve. Nunca había oído a mi novia soltar palabrotas y mucho menos que dijera “follar” de aquella forma tan maravillosa y seductora. Pero una sorpresa sucedía a otra y con una destreza que me aturdió, Encarna cogió mi joven pollita de 15 cm.
– Por favor – jadeé sin pensar.
– No te preocupes, chico – dijo y su sonrisa fue tan imperceptible como provocativa – No esperarás mucho, pero antes has de descargar “mucha fuerza”.
Encarna había dejado una discreta pero muy familiar cajita de cartón azul sobre la mesita de noche al entrar y la tapa estaba abierta para mostrar los paquetitos que contenía. Sacó un condón y estudió su delgada e inconfundible forma, luego una de sus manos fue, en un gesto automático, hacia mi tiesa polla y sentí una punzada de sensaciones en mis riñones. Los expertos dedos de Encarna, con delicados movimientos de su mano, deslizaban la delgada gomita como una segunda piel sobre la punta roja y llorosa de mi enfurecida polla.
Encarna venía hacia mí con paso lento, casi flotando, y me contempló un momento con mirada especulativa. La mujer que tenía delante era pequeñita pero perfecta, sin ser una belleza era mi sueño hecho realidad y sin que faltase ningún detalle. Su cuerpo, aunque maduro y de solo 50 k de peso, medía 1,52 m y era delicado, su piel suave e inmaculada, sus tetas, más bien pequeñas, estaban coronadas de los pezones más sonrosados imaginables y que se hallaban rígidos y durísimos.
En la unión de sus bonitas y delgadas piernas tenía un matojo de vello sedoso, espeso y abundante, un ramillete de rizos cobrizos.
Encarna era todo lo que había anhelado en mi corta vida. Yo estaba atónito y casi había saltado hasta el techo cuando oí que me decía:
– Fóllame.
Estaba diciéndomelo, pero sonaba más a pura poesía que a la descripción que yo pueda hacer de todo aquel corto mes que duró todo el “idilio”. Su boca era un absorbente pozo de calor, una vaina de líquido caliente, lo mismo que su coño que tan pronto rodeaba mi polla y me la envolvía alternativamente de una forma que solo había soñado. Me sentí más que engullido, consumido por aquella boca voraz, con la polla devorada y renovada al mismo tiempo por sus tres pozos de amor consecutivamente.
Todo aquel mes me pareció una corta hora, flotando sobre una balsa de puro y paradisíaco éxtasis y las habilidades orales de Encarna parecieron ilimitadas dejándome suspendido en un equilibrio delicado del que supliqué y rogué ser liberado.
En menos de 30 días, a pesar de comer como una lima, perdí diez kilos. Me encontraba en la cresta de una ola gigante de sensaciones rarificadas y sublimes, balbuceando cosas sin sentido, contemplando el increíble y casi particular espectáculo de su entrepierna derrengada.
Un par de rojos y relucientes labios se deslizaron lentamente sobre mi polla surcada por venitas purpúreas en el water del tren cuando ella me despedía para irme al servicio militar. ¡No la volví a ver!
Ahora, casado desde hace dieciocho años con mi primera y única novia, soy feliz, pero no tanto aunque esta mañana yo jadeaba mientras un grueso chorro de semen surgía de mi polla en honor de Encarna, pero entre las piernas de mi mujer.
Saludos.