Relato erótico

Ama por un día

Charo
7 de mayo del 2019

Aquel fin de semana iba a la boda de una buena amiga. Aunque era en otra provincia lo preparó todo con ilusión. Había conocido en un chat a un hombre que, casualmente, vivía en la misma ciudad. Lo llamó, se citaron y después de la boda lo esperaba con ansiedad en el hotel.

Martina – Madrid
Habíamos hablado alguna vez en el chat, de la imagen que Alfredo tenía de mí desde que empezó a leer mis relatos y a mí me hacía gracia. Decía que me imaginaba vestida de cuero negro de pies a cabeza, por eso y después de la experiencia vivida con él en la cena de autores, pensé que sería fantástico repetir.
La idea empezó a gestarse en mi cabeza cuando recibí la invitación de boda de Aurora, una vieja amiga de la infancia que llevaba algunos años viviendo en Valladolid e iba a casarse en breve. No podía faltar a aquella boda, pues habíamos sido muy buenas amigas, además pensé que aprovechando el viaje podría ir a ver a Alfredo.
Antes de partir hacia allí me fui a comprar el vestido, era de cuero, al estilo de Xena, la princesa guerrera, con una coraza de cuero negro y una falda de tiras de cuero, que me llegaban hasta las rodillas. También me compré unas botas negras y unas cuantas dagas. Cuando me probé el traje entero en casa pensé:
– Espero que esta sea la imagen que Alfredo tiene de Erótika.
Llegado el viernes, preparé la maleta con nerviosismo, más por volver a ver a Alfredo que por la boda. Le llamé para decirle que iría a verle a su casa el domingo sobre las doce del mediodía, ya que la boda sería el sábado. Seguidamente llamé a un taxi y mientras esperaba a que llegara, me vestí para el viaje. En pocos minutos el taxi estaba en la puerta, bajé y le pedí que me llevara a la estación de trenes. Tomé el tren que me llevaría a Valladolid.
Durante el trayecto no dejé de pensar en Alfredo y lo que había planeado para él, pensaba que con él me llevaba muy bien, mejor que con cualquier otro de mis compañeros autores, aunque con todos tenía muy buen rollo. Pensaba en lo diferentes que éramos, como la noche y el día, yo romántica y él apenas tenía romanticismo, quizás por eso nuestra amistad funcionaba tan bien. Sin darme cuenta y envuelta en mis pensamientos, llegué a Valladolid, allí cogí un taxi hasta el hotel donde me iba a alojar, que además era donde se celebraría el convite de la boda. Cuando estuve instalada en la habitación, llamé a Alfredo:
– ¡Hola cariño! Ya he llegado. Nos veremos el domingo, ¿no?
– Si, pero mejor me paso yo por el hotel -me propuso- Estaremos más tranquilos.
Acepté, puesto que no conocía casi nada de aquella ciudad.
– Espero que te lo pases bien en la boda.
– Seguro -afirmé- ya te contaré. ¡Hasta el domingo!
– Hasta el domingo, princesa -se despidió.

Seguidamente llamé a mi amiga y quedamos para cenar en el mismo hotel. Estuvimos hablando de viejos tiempos y de su vida futura y a las once se marchó. Al día siguiente me levanté temprano, me duché, me vestí, me peiné y una vez lista llamé a un taxi, que me llevó hasta la iglesia. La boda fue como todas, preciosa, la novia estaba hermosa, el novio también y todo fue perfecto. A las doce de la noche y tras un día de inacabable fiesta, llegué al hotel. Me acosté sumamente cansada y enseguida me dormí.
Cuando desperté el sol ya estaba alto, un travieso rayo que se colaba por entre las cortinas me daba directamente en la cara. Abrí los ojos lentamente ante la molesta luz y girando la cabeza hacía la mesita de noche, cogí el móvil y miré la hora. Eran las 10, así que me levanté. Abrí las cortinas y el sol inundó la habitación con su luz. Rebusqué el traje de cuero en la maleta y lo dejé sobre al cama, me encaminé a la ducha y tras quitarme el camisón empecé el ritual. Encendí el grifo del agua caliente y dejé que corriera un poco, cuando noté que ya salía a la temperatura adecuada me metí debajo. Cogí la esponja que tenía en la repisa y le puse jabón, la mojé un poco bajo el agua y la apreté haciendo que saliera espuma. Comencé a enjabonarme con delicadeza, moviendo la esponja por todo mi cuerpo, primero un brazo, luego los senos, seguidamente el otro brazo, luego descendiendo por mi vientre y pasándola por mi sexo, siguiendo por mi culo y mi espalda y finalmente recorriendo mis piernas con ella.
A continuación me enjuagué con el agua y una vez libre del jabón, cogí el champú y tras ponerme un poco en la mano, lo esparcí por mi cabeza. Me enjaboné bien el pelo un par de veces, hasta que tras aclararlo sentí que ya estaba limpio. Terminé de aclararme por completo y salí de la ducha, envolviéndome en la blanca toalla que había colgada.
Me sequé cuidadosamente y cogí el frasco de crema hidratante, masajeé todo mi cuerpo cubriéndolo con la crema y al terminar volví a la habitación. Cogí unas braguitas de encajé negras y me las puse, volví al baño, me puse un poco de espuma sobre el pelo y la repartí concienzudamente. Cogí el secador que había junto al lavamanos, dirigí el chorro de aire caliente hacía mi pelo. Una vez seco volví a la habitación y me puse el traje de cuero, las botas y los guantes. Me puse la daga en el cinturón de cuero que llevaba la falda. Me miré en el espejo del armario de la habitación. “Perfecto”, pensé observando como se marcaban todas las curvas de mi cuerpo, “espero que esta sea la Erotika que quiere”. Enseguida oí que alguien llamaba a la puerta.
– Soy yo, princesa -voceó desde el otro lado de la puerta.
Abrí y allí estaba él. Nada más verme sus ojos se iluminaron en señal de sorpresa.
– Vaya, estás espectacular -exclamó al verme con mi atuendo.

– Tú también estás muy guapo -le dije.
Y era cierto, llevaba unos tejanos y un polo de manga larga color azul claro que le quedaba perfecto.
– Estoy dispuesta a lo que sea -le dije en un tono sugerente, acercando mis labios a los suyos -¿Y tú?
– Ya sabes que he venido para eso.
– Bien, entonces hoy mando yo, ¿vale? -le susurré al oído.
Me dio el ok, le ordené que entrara, cerré la puerta y él intentó acercarse a mí para besarme, pero interponiendo la daga entre él y yo le dije:
– No, no, no, hoy mando yo.
– Esta bien princesa, lo que tú mandes -aceptó levantando sus manos en señal de rendición y esperando expectante mi siguiente orden.
– Bien, ahora que lo has entendido, acuéstate en la cama -le indiqué pinchándole con la daga en el pecho.

Me obedeció y se acostó, me dirigí a mi maleta y saqué un par de pañuelos de cuello, me acerqué y le ordené:
– ¡Quítate el pantalón y el polo!
Me hizo caso quedándose en calzoncillos. Me puse de rodillas sobre la cama y acercando mi boca a la suya, le besé con lujuria, mientras le cogía el brazo derecho y subiéndolo sobre su cabeza lo até a uno de los barrotes de la cama. Sin dejar de besarle y sentándome sobre su vientre; hice los mismo con su brazo izquierdo.
Una vez atado, me deslicé hacía abajo, pasando mi culo por encima de su sexo y situándome sobre sus rodillas, cogí mi daga y le rasgué el blanco slip que llevaba. Él me observaba con cara de deseo y expectación, parecía algo nervioso. Aparté el slip con la daga, rozando su piel, que se erizó al sentir el frío metal.
Su sexo, medio erecto, apareció ante mí. Lo rocé suavemente con la daga y se irguió un poco más, volví a ascender sobre su sexo, situando mi sexo húmedo sobre el suyo. Pasé la daga por su pecho, presionando al llegar a uno de sus pezones, seguí pasando la daga por su pecho hasta alcanzar el otro pezón y repetí la operación. Acerqué mi boca al pezón y lo lamí. Alfredo gimió y sentí su sexo moverse, rabioso de placer. Continué cosquilleándole con la daga, descendiendo por su vientre y marcando un círculo alrededor de su sexo, que se empinó aún más.

Luego le dí algunos pinchazos y de nuevo gimió excitado. Oír sus gemidos me excitaba aún más, haciendo que mi sexo se humedeciera. Me incorporé y dejando la daga hincada en mi cinturón, me quité las braguitas, gateé por su cuerpo hasta que mi sexo estuvo a la altura de su boca y le ordené:
– ¡Ahora me vas a comer el conejito, si no quieres que te pinche otra vez!
-Me encanta que me pinches -me desafió.
Así que cogí la daga y le pinché con la punta en la ingle.
– ¡Venga, haz lo que te he ordenado!
Acercó su lengua a mi sexo y empezó a lamer mis labios vaginales con suavidad. Enseguida empecé a sentir el placer que aquella boca me proporcionaba y cerré los ojos dejándome llevar. En pocos segundos, mi cuerpo se convulsionaba y ardía de deseo, presa del placer que la lengua de Alfredo me daba. Cuando estaba apunto de alcanzar el orgasmo, me aparté.
– ¡Basta! -grité con firmeza.
Le observé de arriba abajo, mientras me observaba también. Acerqué mi boca a su sexo y lo lamí muy suavemente, el aparato se movió como si tuviera vida propia. Volví a lamerlo, sin tocarlo y volvió a moverse. Repetí la operación unas cuantas veces más, hasta que me suplicó:
– ¡Sigue! ¡No pares! ¡Cómetela ya!
Me incorporé y mirándole a los ojos le pregunté:
– ¿Quieres que te la coma?
Alfredo afirmó con la cabeza. Cogí la daga y la pasé suavemente sobre el sexo erecto, se revolvió al sentir el frío metal y vi como salía un líquido transparente de su sexo, estaba visiblemente excitado y eso me entusiasmaba, había logrado lo que quería.
– Bien, quizás más tarde -le anuncié haciéndome la dura, aunque en realidad estaba deseando coger su sexo y lamerlo con lascivia.
Me aparté de la cama y me dirigí a la maleta, cogí dos pañuelos más y me situé a los pies de la cama. Cogí una pierna y la até a la pata de la cama, luego hice lo mismo con la otra. Alfredo se dejaba hacer sin protestar, lo tenía a mi merced, podía hacer lo que quisiera con él y eso me hacía sentir poderosa. Me quité la ropa de cuero que llevaba, dejándome puesto solo el cinturón con la daga, me arrodillé en la cama junto a él, luego me senté de lado, acaricié su torso y cogiendo la daga del cinturón la pasé de nuevo por su ingle diciéndole:
– ¿Quieres que siga con lo de antes?
– Si, princesa -musitó él visiblemente excitado.
Acerqué mi boca a la suya y le besé, luego descendí por su torso, beso a beso, mientras con la daga, marcaba en camino por delante de mi boca. Alfredo se excitaba cada vez más. Llegué a su sexo, erecto, hermoso y excitado. Dejé la daga a un lado, cogí el pene y empecé a lamerlo con suavidad. En unos segundos, me aplicaba sobre él, haciendo que se excitara y convulsionara sobre la cama.

Gemía sin parar y su sexo se hinchaba en mi boca, cuando sentí que estaba apunto de correrse, me aparté, y sin poderlo resistir más, me senté sobre el erecto falo, lo guié hasta mi húmeda vagina y descendí sobre él haciendo que me penetrara. Estaba ansiosa por sentir aquel instrumento de placer dentro de mí. Alfredo me observaba con deseo, en sus ojos el fuego del placer ardía al sentir mi sexo alrededor del suyo, noté que quería abrazarme pero los pañuelos que ataban sus manos se lo impedían y eso me excitaba aún más. Empecé a moverme sobre él, cabalgando primero despacio y luego más deprisa, haciendo que mis pechos se bamboleasen al ritmo del ardiente placer de mi cuerpo. Alfredo no dejaba de observarme, se revolvía debajo de mí, deseando tocarme y abrazarme. Me tumbé sobre él, y me detuve en el imparable camino hacía el placer, busqué sus labios, nos besamos y al abandonar sus labios le pregunté:
– ¿Te gusta?
– Si, princesa. -respondió- Esto es mucho mejor que imaginarlo.
Pensé que no estaría mal torturarle un poquito más, así que saqué su sexo de mí y un gemido de decepción escapó de sus labios. Me quedé inmóvil unos segundos mirándole fijamente a los ojos, tratando de comprobar cuanto soportaría sin suplicarme que siguiera o que le desatara. Restregué mi sexo contra el suyo y mis pechos contra su torso mientras le seguía mirando a los ojos con desafío.
– ¡Mmmmm! ¡Sigue, princesa! ¡Déjame sentirte! -me suplicó finalmente.
Volví a guiar su sexo hacía el mío, que entró con suma facilidad, debido a la excitación que llenaba mi sexo. Me incorporé, quedándome de rodillas sobre él, cogí la daga que estaba junto a mi pierna y se la enseñé, le miré con cara de mala y empecé a pincharle con ella, luego a arañarle presionando levemente, lo que hacía que se excitara y su sexo se hinchara dentro de mí.
Empecé a moverme subiendo y bajando, a la vez que con la daga seguía arañando su torso. Alfredo estaba cada vez más excitado, gemía sin control y en pocos segundos empezó a convulsionares y a empujar hacía mí. Su sexo se hinchaba cada vez más dentro de mí, mientras me penetraba una y otra vez, cada vez más profundamente. Tiré la daga al suelo y posé mis manos sobre sus pechos, con mis uñas clavadas en ellos le arañé de arriba abajo justo en el momento en que Alfredo alcanzaba el orgasmo y a la vez que también yo llegaba al éxtasis. Tras eso, acerqué mi lengua a los arañazos y los lamí. Decidí desatarle los brazos y las piernas y al sentirse libre me abrazó por fin, con fuerza. Luego nos quedamos adormecidos.

Cuando desperté eran ya las cuatro de la tarde y estaba hambrienta, así que llamé al servicio de habitaciones y pedí que me subieran algo para comer. Alfredo se despertó también hambriento, así que comimos, hice la maleta y sin perder tiempo, ya que mi tren salía a las seis, me llevó a la estación.
– Tenemos que repetirlo -me dijo frente a la puerta del tren.
Nos dimos un leve beso en los labios y subí al tren…
Besos

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