Relato erótico
A veces pasan cosas
Desde que sus padres se divorciaron vivía con su hermana, menor que él, y tenían contratada a una asistenta. Como él trabajaba y su hermana estaba estudiando no podían atender las cosas de casa. Aquel sábado por la mañana coincidió con ella y…
Damián – Madrid
Esta, amiga Charo, es una historia real que me sucedió hace muy poco tiempo. Durante los últimos años había buscado algo que de verdad llenase todas mis expectativas respecto al sexo, pero después de horas y horas de muchas películas y revistas solo una cosa era cierta, necesitaba a gritos algo más interesante que tratar de ver a la vecina cambiarse la ropa a través de esa incómoda cortina que poco o nada de visión me daba.
A las nueve de la mañana de un sábado, me acababa de despertar y estaba solo como es habitual, recostado sobre mi cama en un estado taciturno aprovechando esos instantes para recuperar los ánimos. Mi hermana menor, de 17 años, con quien vivo desde hace más de un año, había salido a un día de campo. Mis padres están divorciados desde hace tres años y cada uno ha hecho de su vida cosa aparte, se han limitado a financiarnos los estudios y la vivienda en la misma casa que fue un día la residencia de mi familia mientras aún estaba entera.
Carolina, mi hermana, no volvería antes de las siete de la noche. La asistenta, Lola, había llegado un poco tarde ya que lo normal era sentir los ruidos de su trabajo más temprano. Jamás tuve la oportunidad de intimar con ella y nos limitábamos a conversaciones puntuales respecto a su trabajo y el mantenimiento de la casa. Después de unos minutos decidí salir de mi habitación con dirección a la cocina, predispuesto a tomar un vaso de leche cuando grande fue mi admiración al ver a Lola con una faldita corta y muy apretada. Eso me llamó la atención y mucho más aún después de que me senté detrás de ella y tuve el panorama más claro que nunca.
Durante varios meses se ocupaba de ordenar y limpiar las cosas y jamás me había percatado del buen y contorneado trasero que tenía, para sus 24 o 25 años. Tenía unas más que piernas perfectas, tenían el color canela ideal y estaban proporcionadas de manera prodigiosa. Eso causó inevitablemente un visible bulto en mis pantalones el cual traté de disimular sentándome casi recostado en otro sillón que estaba en la habitación contigua que era algo así como una sala intermedia.
Disimulando, me dispuse a tomar el vaso de leche que me había servido minutos antes, cosa que me resultó difícil considerando que era imposible desviar la mirada de aquello que en ese momento era tan atractivo para mis ojos. Ella mostró total indiferencia respecto a mi presencia, e incluso aseguraría de que en un momento dado se dio cuenta del rumbo y la expresión de mis miradas, pero sin mayor problema continuó con su labor.
Después de esta excitante escena y con la intención de autosatisfacerme, salí de la cocina con dirección nuevamente a mi habitación, lugar en el que aproveché para pensar en lo que había visto, buenas piernas y un buen trasero.
¿Qué más podía pedir? Me encontraba perplejo y pensativo sin estar consciente de la hora y no hice nada hasta que miré el reloj dándome cuenta de lo tarde que era. Días antes me había comprometido a reunirme con los amigos y después de fallar tantas veces a esos encuentros, apresuré mi marcha de salida terminando de esta manera aquel extraño clímax que recorría todo mi ser. Salí apresuradamente a mi habitual reunión de amigos de los sábados hacia el lugar usual que era una pequeña plaza a dos manzanas de mi casa, en la que pasé los más de mis días de niñez compartiendo con los mismos chicos. Al llegar pude percatarme de que Jorge, Rubén y Eduardo comentaban algo muy gracioso por las sonrisas y carcajadas que lanzaban.
– Ayer por la noche me follé a una morena guapísima – estaba diciendo Eduardo, el más atractivo del grupo.
Sin duda las mujeres caían rendidas a sus flirteos, sus muchas novias eran el reflejo de su habilidad natural para convencer a las mujeres, muchas de estas eran realmente guapas, y no faltaron las oportunidades para que yo fantasease con la idea de tener entre mis manos las lindas nalgas de aquellas ”conejitas” como él solía llamarlas.
En fin me parecía una charla poco interesante considerando lo que tenía en mente, y decidí despedirme de ellos no sin antes comentarles sobre mi sensacional experiencia con Lola, la asistenta. Con la mente mas perturbada que nunca volví a mi casa con miras de verla nuevamente, pero grande fue mi sorpresa al no encontrarla por ningún lado. Era ya la hora de almuerzo y no estaba ella para servirme la mesa.
– ¡Lolaaaa…! – grité.
No oí respuesta alguna, así que decidí tomar una ducha para esperarla. Posiblemente salió a comprar algo, como ya muchas veces había ocurrido. Pensar en la idea de verla desnuda se convirtió en mi ocupación favorita mientras me duchaba y después de cerrar el agua oí el sonido de la puerta de entrada. Con seguridad era ella y ya estaba cerca mi oportunidad de verla y apreciar con más cuidado todo aquello que ya tenía en mente desde horas antes. Sin duda todo esto me tenía muy emocionado.
Después de vestirme, ansiosamente me dirigí a la cocina, momento en el cual la vi sentada con la cabeza inclinada y la mirada baja.
– ¿Qué ha pasado, Lola? – le pregunté.
– Me acabo de enterar de algo muy penoso – me contestó.
– Cuéntame, ¿qué ha sido? – insistí aprovechando para sentarme a su lado.
Empezó a relatarme la historia de un primo al cual ella apreciaba mucho, y con el que había tenido una riña bastante fuerte. Me comentó lo mucho que significaba para ella esa enemistad después de que vivieron muchos años de su vida en la misma casa y empezó a llorar suavemente. Mientras yo la consolaba, ofreciéndole un pañuelo y acariciando su hombro, sentía algo de lástima pero no podía quitar mis ojos de aquellas curvas que definían sus pechos a través de aquella blusa blanca. Tal vez si hubiera inclinado mi cabeza un poco más hacia ella, lograría a ver en su integridad ese gran par de pezones que sobresalían levemente a través de la delgada tela de la blusa. Después de un momento de congoja, y con un semblante mucho más tranquilo, me dio una sorpresa al decirme:
– ¿Quieres que te diga algo sinceramente? ¡Tengo ganas de brindar por lo tonta que soy en ocasiones, todo fue por mi culpa y esta vez lo reconozco!
Una expresión extraña envolvía sus labios. Sin desaprovechar la oportunidad me dispuse a sacar una botella, ya comenzada, de un vino blanco que teníamos en la nevera, pero mi impresión se hizo más grande después de oírle decir:
– Si no fuera demasiado pedir, preferiría algo más fuerte, ¿me invitas un trago?
– No faltaba más – exclamé.
Era el momento de sacar de la reserva alcohólica de mi habitación, que tanto esperaba ser utilizada, aquel par de botellas de un ron barato que guardaba de una fiesta anterior en la que sobró mucha bebida. Le serví un vaso entero y ella se lo tomó sin pestañear.
– ¿No me acompañas? – me dijo.
Hice lo propio y empezamos a beber. A medida en que íbamos bebiendo, la conversación se hizo más fluida.
– ¿Tienes novia? – me preguntó.
– No… por el momento no – respondí tímidamente.
– ¿Y como te lo haces? – me dijo con un tono de falsa ingenuidad.
En ese momento nos interrumpió el sonido del teléfono y fui a contestar rápidamente para no perder el clima de la charla. Era una oferta de publicidad a la que renuncié en el acto, colgué y me dispuse a volver a la cocina, pero esta vez me asombré de sobremanera al verla con el pelo suelto y sentada en la silla al revés, con sus pechos apoyados en el espaldar y un botón menos en su escote. Eso no llegaba a mostrar mucho pero sin duda insinuaba demasiado.
Era evidente de que tenía calor, en mi corta ausencia se había tomado un par de tragos más y su forma de actuar era cada vez más extrovertida. Puse mi silla a un lado de ella, a medida en que me servía un poco más de ron y de repente, posiblemente por causa del efecto alcohol, tiró algo de bebida en mi pantalón. No era mucho pero se alarmó bastante.
– Disculpa, de veras que lo siento – me dijo.
– No te preocupes, estas cosas suelen pasar – contesté.
Rápidamente tomó una toalla y trató de absorber con ella el líquido que aún estaba derramado en parte de mi pantalón, en la parte superior del muslo. Tal movimiento fue suficiente para que mi erección se hiciera bastante notoria, no había forma de ocultarlo y ella seguía limpiando sin al parecer percatarse aún hasta que, mientras lo hacía con movimientos lentos y pausados, logró darse cuenta de lo que me ocurría, pero mostrando nuevamente la misma indiferencia que la caracterizaba y siguió frotando la zona con más rapidez y firmeza, hasta que el movimiento se extendió por encima de ese bulto, lo que me calentó a tope y no pude contener un pequeño acto reflejo en mi polla, que se movió claramente, cosa que le bastó a ella para desviar su mirada de aquello y situar sus tentadores ojos sobre los míos.
– ¿Te gusta lo que hago? – me preguntó.
Me quedé sin palabras y solo alcancé a mover la cabeza en señal de un “sí”. Entonces continuó con más fuerza. Esto ya era demasiado. Podía ver sus lindos pechos balancearse con un vaivén extremadamente excitante y en ese momento, sin esperar ninguna confirmación, me bajó la cremallera de pantalón, me saco el miembro por la bragueta y lo empezó a frotar con las manos. Eso era estupendo, jamás había sentido el peso de otras manos haciendo ese trabajo y menos con la habilidad que lo realizaba. Mientras yo estaba sentado, y sin perder el control sobre lo que hacía, se bajó la faldita mostrándome un fabuloso espectáculo y dándome las espaldas se sentó encima de mí, continuando por supuesto con el movimiento que cada vez me llevaba más cerca del momento cumbre.
Entonces aproveché la situación para quitarle la blusa y seguidamente el sujetador y casi no pude controlar mis actos al ver esos pechos tan firmes y redondos, sobraban cada uno en mi mano, y mientras con una mano le palpaba suavemente el pezón, con la otra empecé a tocarle las zonas cercanas a su coño, cosa que la puso muy ansiosa ya que empezó a tocarse con la otra mano los labios vaginales de manera rápida y circular.
En ese instante agarro mi polla y sin vacilar se la metió en el chocho. Al principio se sentía algo apretado, sensación que cambió cuando empezó a moverse de arriba a abajo y francamente era sensacional percibir esa humedad deslizándose por mi miembro que ya no soportaba más padecimiento y necesitaba terminar pronto. Esto era demasiado y ya no resultaba fácil controlar los movimientos, pero ella se dio cuenta y apresuró la marcha, instante en el que empezó a jadear de forma mas intensa.
Parecía estar extremadamente satisfecha dados los estremecimientos que tenía a intervalos de tiempo. Unos segundos más y me habría corrido, pero dándose cuenta ella, se levantó y me hizo recostar en el piso, situándose de rodillas y agarrando sus dos abultadas tetas por las partes laterales, los juntó y empezó a rozarlos sobre mi polla de arriba abajo. Los apretaba bastante, eso era fabuloso y pronto comencé a soltar grandes chorros de semen los cuales fueron a dar directamente en su vientre y ombligo. La sensación era extrema.
Mientras le salpicaba el semen, ella seguía moviendo su cintura a la vez que levantaba la cabeza con la boca entreabierta. Sus firmes caderas moviéndose encima de mí hacían multiplicar el placer y me era imposible levantar mis manos de sus nalgas, que acariciaba con gran firmeza. Después de esto y parecido al acto de recoger mermelada, pasó su dedo por mi miembro tomando un poco de semen el cual se llevó a la boca y saboreó como la ultima gota de un exquisito manjar. A continuación se levantó lentamente y dándome la espalda me mostró sus preciosos glúteos, que sin duda algún día tendría yo el placer de atravesar.
Yo, sin palabras nuevamente, me quedé admirándola mientras se ponía aquella falda que horas antes me había perturbado de tan gran manera, alistó sus cosas, y salió, no sin avisarme de que el almuerzo estaba listo y en el horno.
Desde entonces y cuando se da la oportunidad tenemos algunos encuentros del mismo tipo, que por supuesto y a diferencia de muchos otros casos, conservan el mismo nivel de placer y satisfacción que el de la primera vez.
Besos, amiga Charo y hasta otra.