Relato erótico

Fue irresistible

Charo
17 de septiembre del 2018

Está casado, es ebanista y decidió apuntarse a un taller para perfeccionar el trabajo de restauración de muebles. Al cursillo iban personas de todas las edades, pero con la que congenio fue con una chica de unos veinte años. Nunca le había sido infiel a su mujer y está arrepentido, pero no pudo resistir la tentación.

Ramón – Ávila
Amiga Charo, quiero relatarte un encuentro sexual que tuve con una compañera de un cursillo que hice. Amo a mi mujer Rosa, con quien todavía continúo felizmente casado, que no se ha enterado de mis andanzas, y honestamente me duele haberle sido infiel de una manera tan ingrata, pero es que el entusiasmo y la pasión del momento me hicieron olvidar todas las normas.
Me apunté a un curso de restauración de muebles y madera en general. Las edades eran muy variadas, ya que tan pronto teníamos una compañera de 47 años y un compañero de 58, como también asistía un muchacho de 20 y una chica de tan solo 20, y con la que muy pronto comenzaría a hacer trato, se llamaba Merche. Era una chica atractiva, de cuerpo macizo, buen culo y tetas grandes y tiesas. Yo tengo 36 años.
Todo iba desarrollándose con la mayor tranquilidad hasta que llego el mes de setiembre. Para ese entonces, Merche y yo ya éramos un poco compinches y habitualmente nos reuníamos en el bar a beber algún refresco. Yo había tenido buen cuidado de no revelar mi estado civil y como tampoco ella me lo preguntaba, el caso es que ella creyó que yo era soltero.
Yo soy carpintero y me dedico a realizar todo tipo de trabajos en madera, así como manualidades o artesanías. Un cliente me pidió que le restaurase unos muebles que tenía en un piso y me dejo las llaves de su piso.
La cuestión es que esa misma tarde me puse manos a la obra con esta labor que, según imaginaba, me llevaría al menos tres días de trabajo. Por la noche fui a clase, pero nos encontramos con que el profesor del taller no había ido y nos quedamos sin clase.
Como sea que la noche estaba muy cálida para la época y además era viernes, se me ocurrió una idea que trataría por todos los medios de llevar hasta el final. Ir con Merche hasta el piso de mi cliente y allí enrollarme con ella. El tema que me preocupaba era cómo convencer a Merche para que aceptase ir sin que sonase extraña la invitación, pero como parecía que conectábamos, hasta cierto punto, esto jugaba a mi favor.
De pronto se me ocurrió una idea, metí una mano en el bolsillo, al sacarla, dejé caer “sin querer” las llaves del piso de mi cliente. Al oír el ruido me hice el extrañado, levanté el manojo, reí como sorprendido y dije:
– Vaya, me dejé olvidadas las llaves del apartamento en el bolsillo. ¡Qué distraído soy!
– ¿Tienes un apartamento? Y no me lo habías dicho. Me habías contado que vives en una casa pero no me habías mencionado esto… – dijo ella.
– ¿Ah, no? Pues sí, es que estoy a punto de venderlo y le estoy haciendo unos pequeños arreglos. Si quieres te lo enseño,
– Vaya, sí, me encantaría, quiero decir, si no es molestia para ti. ¿Y dónde queda?

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– Ah, tan solo de aquí a cuatro manzanas, podemos ir a pie.
– Bueno, sí, vamos allá.
De camino al apartamento, se me ocurrió invitarle a comprar un, refresco frío en un colmado que quedaba de camino, pero ella me dijo que prefería una cerveza.
– ¿Así que te gusta la cerveza, Merche? – pregunté.
– Bueno, en realidad solo un poco, bebo muy de tarde en tarde, cuando hace calor como ahora. ¿Y tú?
– Oh, no, yo no. No me sienta bien.
– Ah, vaya, yo podré solita con la cerveza.
Merche no lo sabía, pero eso era lo que esperaba oír. Si se bebía todo ella sola, pensaba que terminaría un poco alegre y distendida, cuando menos, y eso facilitaría mucho las cosas.
Cuando llegamos al apartamento, subimos las escalinatas, porque está en un primer piso, entramos y descorrimos las cortinas, proponiéndole que estaríamos mejor dejando entrar la luz del exterior que encendiendo las luces de la sala. El verdadero motivo era que, al no ser mía la propiedad, cualquier movimiento extraño en el edificio sería inmediatamente advertido por los vecinos, quienes probablemente avisarían tarde o temprano al dueño, y eso podía llegar a acarrearme serios problemas.
Después de bebérnoslo todo, aproximadamente a las nueve de la noche, decidí mostrarle toda la casa, a lo cual ella invariablemente exclamaba, entre cachonda y alegre por el alcohol:
– ¡Guau…que bonito!
Finalmente, llegamos al dormitorio donde estaba el sofá grande y más mullido, ante cuya vista ella dio un giro y se dejó caer un poco atravesada, extendiendo los brazos sobre uno de los apoya-brazos, poniendo la pantorrilla izquierda sobre el otro, y el pie derecho sobre el suelo. Yo le dije:
– Es, cómodo ¿verdad? ¿No te dan ganas de echarte un sueñecito?
– Ay, no, dormir ahora no, pero ¿no quieres venir conmigo aquí, juntitos?
Estaba muy risueña y lo decía todo con mucha gracia, por lo que decidí seguirle el juego. Así estuvimos un rato, hasta que me dijo que deseaba ir al baño.
– Bueno, pero apresúrate, que ya quiero irme de aquí.
Me quedé con la boca abierta cuando vi que salía sin los pantalones y me decía:
– ¿Todavía tienes prisa, mi amor? ¿Y no quieres jugar ningún jueguito aquí?
– Vaya, bueno, vale que sí, vamos a jugar. ¿Y qué se te ocurre?
– Podríamos jugar a papás y mamás, y que fabricamos nenes, y todo eso – dijo sonriendo.
– Bueno, sí, te sigo el juego – acepté.

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Rápidamente me desnudé, ella se tendió en el sofá y le ayudé a quitarse la ropa, o lo que le quedaba, que era el tanga metido entre las enormes nalgas, la blusa y el sujetador. Después comencé a juguetear con sus pechos, haciéndole cosquillas y besándoselos, dándole pequeños pellizcos por todos lados, y tocándole la raja. Después de unos besos o mejor dicho unos morreos, baje poco a poco para chuparle los pezones.
Ella suspiraba lentamente mientras movía con lentitud la cabeza y acariciaba su cabellera color de fuego, hasta que, bajando despacio mis besos por su vientre, llegué a su chochito.
A continuación comencé a pasar mi lengua por el chocho y me entretenía especialmente en el clítoris. Merche no paraba de moverse y de gemir, de pronto me agarró la cabeza y me dijo:
– ¡Ahí, sí, ahí, no pares, sigue, sigue… aaah… aaah…!
– No grites Merche, que vas a asustar a los vecinos… – le dije.
Ella giró la cabeza a un lado y mordió el tapizado del respaldo, mientras su cuerpo se estremecía por un prolongado orgasmo.
La deje descansar y le dije:
– Bien, Merche, ahora me toca a mí, quiero follarte, así que acuéstate.
Apenas se había tendido sobre los almohadones, cuando de un salto se incorporó, diciendo:
– ¡Ay, no!
– ¿Cómo que no? ¿Vas a dejarme excitado y sin correrme? Vamos, estoy a punto de explotar, siento que mi polla estalla.
-Bueno, entonces déjame que te devuelva placer por placer, de la misma especie. Te la chuparé como tú a mí y ya verás cómo gozas.
Me parecía bien, me encanta que me la chupen. Me senté desnudo en el sofá abriendo mucho las piernas con mi erección al máximo, y Merche se arrodilló frente a mí, tomando mi miembro por la base con una mano, mientras con la otra movía hacia atrás el prepucio, procediendo a acariciar suavemente mi glande con la tibia punta de su bien ensalivada lengua, lo que me producía una extrañísima sensación, nunca antes experimentada en mis vivencias ni con mi mujer. Nadie, pero nadie, jamás logró hacerme sentir el placer de vértigo que me proporcionó Merche.
Por un momento creo que hasta casi comencé a sentir un poco de pánico, porque se metió de golpe todo la polla en la boca, como si fuese a devorarla, mientras suavemente tocaba con sus dientes la base del mismo. Pensé que iba a mordérmela. Sin embargo, creo que fue una sabia estratagema para asustarme por un instante y, así, retrasar mi eyaculación, que la sentía ya casi inminente.

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A continuación procedió a lamer muy suavemente el escroto de mis testículos, mientras que con una mano continuaba masajeándome el pene todo untado de su saliva. Dejó de ocuparse de mis testículos y volvió a mi glande, del cual bebió esa primera gota, y luego también las siguientes, con gran maestría, hasta que finalmente mi corrida llegó, fuerte e intensa. Se trago todo el lecherazo y me dejo la polla completamente limpia. Nos recuperamos de nuestras respectivas corridas, nos vestimos y nos fuimos sigilosamente. Cuando nos despedimos me dijo que había disfrutado mucho y que podríamos repetirlo mientras no vendiera el piso.
Pero esto, lo contaré en otra ocasión. Un saludo para todos.

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