En forma

Su mujer quería ponerse en forma y se apunto a un gimnasio. Una noche al llegar a casa le contó que le daba la sensación que su compañera le tiraba los tejos, Le dijo que era una chica muy guapa y que la había invitado a casa para ayudarla con un tema de depilación.

José – LA CORUÑA
Queridos amigos, somos de nuevo Raquel y José de La Coruña, como ya sabéis, una pareja de 38 y 39 años respectivamente, bastante liberal y con una muy buena disposición para el sexo.
Esta es la tercera vez que os escribimos y mi mujer dice que cuando lee nuestras experiencias en vuestras revistas se pone cachonda y no puede evitar llevar sus dedos a la entrepierna y masturbarse.
La experiencia que vamos a relatar es de hace, unos meses. Raquel, decidió apuntarse a un gimnasio cercano a nuestra vivienda, ya que decía que quería estar en forma y que al no hacer deporte se estaba quedando un poco fofa. Yo no lo entendía pero lo acepté ya que yo también saldría beneficiado de todo esto.
Al tercer o cuarto día de asistir al gimnasio al llegar a casa esta noche, encontré a Raquel muy eufórica y muy habladora.
– Siéntate en el sofá y escucha – me dijo – Hay una jovencita en el gimnasio que puede ser esté pidiendo a gritos algo de guerra.
– ¿En qué te basas para decir esto? – le pregunté yo antes de que continuara.
– Fuimos las dos últimas en entrar en la ducha y sus miradas hacia mi persona delataban que, posiblemente buscaba algo – siguió ella – Nos desnudamos y metimos debajo del chorro de agua, sin decirnos una palabra pero sí cruzando nuestra miradas. Tiene un cuerpo deseable, aunque no es muy alta, su boca es sensual, pelo moreno, pechos pequeños, nalgas firmes y altas, y un coñito a medio depilar, formando su pelambrera una especie de corazón mal recortado y esto fue lo que me dio entrada a mantener una conversación. Me llamo Raquel – le dije – ¿y tú?
– Me llamo Ana – contestó, añadiendo – Tienes un cuerpo muy bonito.
– Y tú también – le dije – y veo que te gusta llevar el pubis arreglado aunque a mi me gusta afeitármelo del todo pues a mi marido también le gusta así y dice que la sensación de lamerlo le es muy agradable y placentera, aunque yo creo que con los 39 años que tiene, le deben gustar más los de las jovencitas, ¿tú qué crees?
– Pues primero tendría que conocer a tu marido y luego opinar, aunque pienso que teniendo una mujer tan guapa como tú, no debe pensar en otras mujeres – contestó.
Durante un rato estuvieron en silencio hasta que al poco, mi mujer le dijo:
– Veo que el corazón que tienes en tu pubis no está bien perfilado.

– Tenía una amiga de clase – respondió ella – que me lo hacía pero, por motivos familiares tuvo que irse de la ciudad y yo no soy capaz de hacerlo, pero como veo que tú te depilas, ¿te lo haces tú misma o te lo hace tu marido?, y si quieres me podías ayudar.
Mi mujer, sin pensárselo dos veces, le dijo:
– Mañana si quieres, al salir del gimnasio vamos a mi casa y te lo recorto en un momento.
– ¿Y ella qué dijo? – le interrumpí yo.
– Me contestó que mañana, al salir del gimnasio, sobre las nueve, estaría aquí – me contestó Raquel.
Al día siguiente me presenté en casa antes de la hora pues no quería perderme el conocer el nuevo ligue de mi esposa y de paso si caía algo, bienvenido fuera.
Estaba yo viendo la tele cuando, a la hora prevista, oí abrir la puerta de la casa, unas risitas y una voz, para mi desconocida, que decía:
– ¡Hay gente en la casa! – exclamó la voz desconocida al oír la tele.
– No te preocupes, es José, mi marido que ya habrá llegado de trabajo – la tranquilizó mi esposa.
Al poco aparecieron las dos en el salón y mi mujer, presentándome a su amiga, dijo:
– Mira, esta es mi nueva amiga Ana, y Ana te presento a José, mi marido.
Que bonita era la condenada, que bien le quedaba todo lo que su cuerpo tenía. Me dio dos besos en las mejillas y yo empezaba a notar que aquello iba a ir bien,
– Ana necesita mi ayuda para un asunto y yo se la voy a dar – me dijo Raquel y dejando su bolso en el sofá añadió mirando a Ana – El cuarto de baño está saliendo al pasillo, la segunda puerta, vete preparando que yo voy detrás.
Ana se fue hacia el baño, Raquel se abalanzó hacia mi y después de morderme el lóbulo de una oreja, me susurró:
– Me voy a comer un coñito y si tú quieres parte, ven dentro de diez minutos al baño y puede que te deje participar, prepárate una copa para hacer más corta la espera y ponte cómodo.
Que largos se me hicieron estos minutos, pero al fin pasaron. Me dirigí al baño y entreabriendo un poco la puerta, pude ver una maravillosa escena. Ana estaba sentada en la taza del wáter, con las piernas abiertas al máximo, una sobre la tapa, su coño lleno de espuma de afeitar y mi mujer de rodillas entre sus piernas con la maquinilla en una mano.

Ellas no se habían dado cuenta de que las espiaba y como me sobaba la polla por encima del pantalón corto que me había puesto mientras esperaba.
– Pensándolo bien – le decía Ana a Raquel – ¿Porqué no me afeitas como tú? Quiero sentir la sensación de tenerlo todo liso, sin pelos.
– No hay problemas, te lo dejaré como el culo de un bebé y después te echaré aceite para que no se te irrite – contestó Raquel.
Yo ya no podía más y bajándome el pantalón, empecé con una suave paja mientras veía a mi mujer rasurar los pelos del pubis a Ana con una lenta parsimonia entreteniéndose, con la mano libre, en masajearle los labios del coño. La cara de Ana, poco a poco, iba cogiendo un color rosado que daba un aspecto aún más joven a su persona.
Yo, mientras tanto, seguía con mi masturbación pero no me fijé, hasta más tarde, que Ana me miraba con los ojos entreabiertos y suspirando debido al masaje que le estaba dando mi mujer en el coñito, ya limpio de espuma y abierto pidiendo algo que lo llenara y le acabara de dar el placer que ella necesitaba.
– ¡Bésame el coño y lámelo, quiero que me des placer y que bebas de mi fuente! – exclamó de pronto Ana – Hace tiempo que quería una lengua experta dentro de mi, pues mi amiga no lo sabía hacer y además, tu marido nos está mirando y yo le veo la magnífica polla que tiene, ya estoy cansada de estos niñatos, quiero una polla que haya visitado más coños y tu marido la tiene – y dirigiéndose a mi, Ana añadió – Ven, acércate a mi, quiero saborear esta maravilla y beberme sus jugos, con el permiso de Raquel.
– Lo tienes – dijo esta – pero en la cama.
Se levantaron y ellas cogidas de la cintura, nos dirigimos al dormitorio, situado en la misma planta. Ya en la habitación y les dije:
– Tumbaros en la cama en la misma postura en la que estabais y yo haré el resto.
Ana se situó, abierta de piernas, sentada en la cama y Raquel entre sus muslos comiéndole el coño. Entonces yo acerqué mi polla a la boca de nuestra amiga y ella, dándole pequeños besitos, decía:
– Déjame ensalivártela bien ya que mi coño es un poco estrecho y necesito lubricarla bien.

– No te preocupes – le contestaba yo, tan pronto te corras en la boca de mi mujer, te llenaré de polla y disfrutarás como seguramente no lo hayas hecho nunca en la vida.
El volumen y el ritmo de los gemidos de Ana indicaban que ya estaba a punto de llegar al orgasmo y no me equivocaba pues con mi polla en la boca y la boca de mi mujer en su coño, empezó a decir:
– ¡Así… así… que bien lo hacéis… aaah… me voy a correr, sí, me corro, me corroooo….!.
Su orgasmo fue brutal, agarrando la cabeza de Raquel y pegándole su coño, le dejó la cara llena de sus flujos.
Entonces Raquel, levantando la cabeza, me besó para que yo también saboreara la esencia derramada en su boca.
Yo ya no aguantaba más y ocupando el sitio de mi mujer, apoyé el glande en la entrada de esta vagina tan deseada y de un solo golpe se la introduje hasta el fondo. Un grito, mezcla de dolor y de placer, cruzó la habitación pero yo, haciendo caso omiso, seguí metiendo y sacando mi polla de aquella estrecha gruta del placer.
Mi mujer le había tapado la boca con su coño y Ana se lo lamía con ansia mientras Raquel le decía:
– ¡Corrámonos otra vez, ahora juntas, que yo ya estoy a punto… venga José, dale fuerte a esta putita! ¿No ves como le gusta?
A punto de reventar y llenarle el coño de leche, le pregunté:
– ¿Fuera o dentro?
– ¡Dentro! – gritó ella – ¡Lléname el coño de leche, por favor… me voy a corre otra vez… aaah… sí, me corro… como me gusta… oooh… me corroooo…!.
Así mi mujer le llenó la boca con su corrida y yo el coño con mi leche.
Después de ducharnos, nos contó que tenía 21 años y que por fin había dejado de ser virgen ya que hasta entonces solo había tenido relaciones con mujeres y no habían sido todo lo buenas que ella hubiera querido.
La prueba de su pérdida de la virginidad quedó en forma de pequeñas gotitas de sangre en la sábana.