Relato erótico

Yo, la engaño y ella, me engaña

Charo
24 de noviembre del 2019

Fueron a tomar unas copas con unos amigos y después terminaron la noche en casa de uno de ellos. Bebieron mucho y se quedaron a dormir. Cuando despertó, su mujer su estaba, pero su amiga si…

Tomás – LOGROÑO
Me considero un hombre corriente, mido 1,70 y peso 70 Kg, tengo 43 años, no soy atlético, pero procuro siempre estar en forma, he estado casado dos veces y actualmente estoy casado con Aida, una mujer especial, morena de muy buen cuerpo y unos ojos negros que hacen perderse, además de ser muy inteligente.
También tengo una hermosa amiga, a la que llamaré Belén para evitar conflictos, con la cual hemos tenido una amistad de diez años, siempre salíamos juntos, ya sea con nuestras parejas o nada más ella y yo, es muy atractiva y tiene una boca que hace soñar con perversidades, tetas firmes, unas caderas amplias y nalgas respingonas, grandes y apetecibles. Es de las mujeres que en cuando va por la calle, hace que se giren todos los tíos que pasan por su lado.
Cuando me casé por segunda vez, ella se alegró mucho porque hacía mucho tiempo que estaba solo. Ella estaba viviendo con su novio de toda la vida Enrique, que también es amigo mío.
Cada semana nos veíamos los cuatro para jugar cartas y tomar cerveza, mantenemos esa rutina porque como nuestros trabajos son muy absorbentes solo tenemos esos días para relajarnos un poco, a veces salimos a algún bar con algunos amigos más ó a la casa del que se ofreciera a pagar la borrachera.
Uno de esos días que nos quedamos de ver para ir al bar, llegó Belén sola, yo estaba con mi mujer y algunos amigos, entre ellos unos que vinieron de visita, Guillaume y Lilian, el primero francés y ella italiana además de Pedro, Rodolfo y Ángel. A todos nos extrañó que llegara sin su inseparable Enrique, pero no hicimos comentario alguno.

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Nos dirigimos al bar, solicitamos mesa, nos sentamos Belén, mi mujer y yo, los demás frente a nosotros, sobre todo Guillermo enfrente de Belén que sabíamos le gustaba mucho, pero ella siempre fiel a su Enrique no le hacía el menor caso, y nos tomamos varias rondas. Ya entrados en copas Belén me confesó que se había peleado con Enrique.
– ¿Por cuestiones de dinero? – le pregunté.
Ella no me contestó pero puso su mano en mi entrepierna, dándome a entender que su problema era otro que el del dinero. Yo solo logré decirle, con voz entrecortada:
– Cuando me necesites ahí estaré, para eso son los amigos – y me reí, pero la verdad estaba muy nervioso.
Nos tomamos varias rondas más hasta que cerraron el bar y entonces Pedro nos ofreció su casa y como el que ofrece paga, tuvo que pagar dos botellas más de whisky para tomar allí. Llegamos y nos distribuimos en la sala, nos servimos y seguimos con la conversación todos, incluyendo a mi mujer con Pedro que no se despegaban, y por supuesto Belén se me acercó y me dijo en voz muy baja:
– No tengas miedo, que no te voy a hacer nada que no te guste.
Yo la verdad, ya estaba bastante caliente, Pedro puso música y aunque íbamos muy pedos nos pusimos a bailar, yo con Belén y mi mujer con Pedro a los que veía bastante pegaditos bailando música moderna, pero yo hice lo mismo con Belén para que Aida viera que no me afectaba y porque las caderas de Belén pegadas a mi me hicieron olvidarme de todo lo demás.

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Así seguimos hasta el amanecer y ya cansados, nos fuimos a dormir, mi mujer y yo a una habitación contigua a la de Pedro, Belén se quedó en la sala y los demás se fueron. Como a mediodía desperté con un tremendo dolor de cabeza, miré despacio para que no me doliera más y observé que mi mujer no estaba, no me preocupé y me dirigí a la cocina para comer y tomar algo que me aliviara un poco la resaca.
Allí me encontré a Belén en las mismas circunstancias, cocinando unos huevos y preparando café, solo llevaba puesta la camiseta pues deduje que se había quitado los pantalones para dormir más cómodamente.
– ¿Quieres desayunar? – dijo.
– Sí, por favor, que me estoy muriendo con esta resaca – contesté.
Me costaba mantener los ojos fuera del alcance de sus bien torneadas piernas y estaba descalza, lo que me parece tremendamente erótico en una mujer. Desayunamos comentando la borrachera del día anterior entre risas, de pronto nos quedamos en silencio y me acordé que cuando desperté no había visto a mi mujer, le pregunté por ella.
– Me comentó que tenía que ir a una reunión en la universidad y que se llevaba el coche.
– Vaya, me dejó sin coche y abandonado – dije sonriendo – ¿Pedro donde está… durmiendo?
– No, se levantó temprano y fue a trabajar.
Que aguante, pensé, pero en fin, y voy a seguir durmiendo le comenté a Belén.
– Te acompaño – me soltó riendo.
Extrañado le dije que sí, que si no tenía inconveniente en escuchar mis ronquidos, y ella dijo que no. Subimos a la habitación cogidos de la mano y mi erección se notaba en mi pantalón, ella la vio y sonrió.
– No te preocupes, te la voy a bajar – dijo.
Acto seguido me besó hundiéndome la lengua, tratando de trenzar la mía, y respondí de la misma forma, luego la abracé acariciándole la espalda en círculos y muy despacio fui bajando hasta esas tremendas nalgas que siempre me habían gustado. Ella echó la cabeza hacia atrás ofreciéndome su cuello para que se lo comiera y yo lamía la cosa más dulce que había probado, mientras ella, con sus manos ya en mi pantalón tratando de quitármelo, llegamos a la habitación. Allí me quité el pantalón y la camiseta, ella con urgencia se quitó la suya, y de nuevo empecé a lamer su cuello bajando hasta sus pezones, allí estuve un rato disfrutando de esos senos tan hermosos, tan deliciosos, después seguí bajando hasta su vientre, para acabar en su maravilloso chocho. Lo besé y lamí hasta que los labios estuvieron hinchados de tan excitados, los separé suavemente con mis dedos hasta encontrar el clítoris, me fue fácil ya que estaba bastante durito y erecto, lo lamí introduciendo mis dedos en su caliente cueva. Su respiración se volvió más rápida a medida que aceleraba el jugueteo con la lengua y mis dedos que eran ya tres dentro de ella, no aguantó más y tuvo un orgasmo violento, tirando de mi cabello hundiendo mi cabeza en sus muslos dulcísimos.

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Me desprendí de ella y tomándola de las caderas hice que se diera la vuelta, la levanté un poco, colocando un cojín debajo y admirando sus hermosas nalgas, tersas y firmes, las besé, las acaricié, las lamí, le abrí las piernas y comencé a lamer su ano, estaba delicioso, nunca había hecho eso con nadie, incluso solo había visto videos o fotografías en donde lo hacían. Con mi mujer lo quise intentar una vez pero ella no quiso, dijo que era algo asqueroso, pero con ella, con esta mujer, con Belén parecía que ya lo habíamos hecho muchas veces, lo hacíamos como acoplados, como si adivináramos lo que cada uno necesitara.
Ella empezó levemente de nuevo a emitir quejidos y esto me animó a seguir, metí mis dedos otra vez en su coño y volví a jugar con su clítoris, esto la excitó más y empezó a lubricar de nuevo, entonces saqué mis dedos y estiré mi mano hasta su boca para que se probara. Ella lamió mis dedos con éxtasis, los volví a meter dentro de ella, pero esta vez en su ano ensalivado por mi boca, dio un gritito, como más bien un reclamo, pero segundos después movía las caderas al ritmo del metisaca de mis dedos.
– Ya no puedo más… ¡métemela, quiero ser tuya! – me dijo entre jadeos.
Me levanté, me puse en posición, detrás de ella, e introduje mi falo en su coño. Era tan bella y excitante que en ese momento sentí que tendría un orgasmo demasiado rápido así que me reprimí lo más que pude, pero ella seguía el movimiento rítmico de sus caderas más y más rápido, hasta que me detuve cuando ella tuvo otro orgasmo. Entonces lo introduje en su recto poco a poco para que no le fuera doloroso porque sabía que lo tenía virgen, ella solo estiró sus brazos hacia atrás cogiéndose las nalgas y abriéndoselas, acelerando de nuevo el movimiento, más y más. Nuestros sudores y líquidos se mezclaron cuando por fin no pude contenerme y la llené de mí, tuve uno de los más prolongados orgasmos de mi vida y segundos después ella tuvo el tercero. Jadeantes, sudorosos y cansados nos rendimos al sueño, abrazados.
Cuando despertamos casi era de noche, nos despedimos quedando para vernos y repetir la experiencia y dimos gracias a la suerte de que Pedro ni mi mujer llegarán en esos momentos. Después me enteré de que ese mismo día ellos tuvieron su aventura, creo que se calentaron los ánimos desde la noche anterior. ¿No se había ido Pedro a su trabajo y mi mujer a la Universidad? Pues ojo por ojo y todos contentos.
Besos.

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