Relato erótico

Y sigue la historia

Charo
30 de diciembre del 2018

Con el título de “Era el momento” os relatábamos la primera parte de esta historia. A una amiga de su mujer, la dejó el novio, y creyeron que podrían “consolarla”.

Mario – Málaga
Amiga Charo, recordarás que Isabel es, sin duda, una de las mejores amigas de mi mujer, Carmen y cuando nos llamó y nos contó que lo había dejado con su novio, decidimos ayudarla a olvidar sus penas.
Terminé diciendo que me estaba haciendo una paja Isabel, la amiga de mi mujer, con ella delante, simulando que no le importaba lo que estaba pasando. Yo sabía que no era cierto. Seguramente estaba excitada, seguramente estaba algo celosa, pero el morbo podía con ella. E Isabel no paraba, parecía dispuesta a hacer que me corriera. Toqué un poco su muslo.
– Toca lo que quieras, para anímate un poco, no te cortes – dijo Isabel y añadió – Tu marido me está tocando, Carmen.
En ese momento Carmen se irguió, para poder ver con todo detalle lo que estaba pasando. Isabel seguía su ritmo cada vez más acelerado. Yo acariciaba ligera y tímidamente una de sus tetas y jugaba con su pezón. Carmen nos miraba a los dos. Aceleró un poco más todavía la masturbación, yo me estremecí, agarré totalmente la teta derecha a Isabel y… me corrí. Me derramé totalmente sobre el muslo de Isabel.
– ¡Como te has corrido! – exclamó Isabel, dándose cuenta de la abundante y espesa corrida que tenía en ese momento sobre su pierna – Espera que me limpio un poco y te la limpio.
Se ocupó de su muslo con la toalla y me secó totalmente la polla.
– Espera, que se la limpio yo – dijo Carmen y sacando un clinex de la bolsa de playa, empezó a secarme la polla, hasta comprobar que no quedaba ningún resto de semen por ningún lado.
– ¿Te ha gustado, guarrete? – me dijo Carmen, con mi polla en la mano
– Sí – contesté.
– ¿Mejor o peor que las mías? – preguntó Carmen con trampa.
– Diferente. El ritmo es otro y aprieta la polla de otra forma. Estoy más acostumbrado a las tuyas, tú me conoces mejor. Pero para una vez, no ha estado mal. Si tuviera que hacerlo todos los días, tendrías que enseñarla tú.
Esa era una respuesta políticamente correcta. Dejaba a todo el mundo bien. Pero si me hubiera pedido mi respuesta sincera, la paja que me hizo Isabel fue tremenda. No porque lo hiciera mejor o peor. No por la técnica. Por el morbo. Me había estado haciendo una paja la mejor amiga de mi mujer, que no está nada mal, y encima delante de ella.
Pasamos el resto del día en la playa, y no volvimos a hablar de ningún tema sexual, aunque era evidente que todos teníamos en la cabeza lo que había pasado.

La cena en casa fue divertida, pero intrascendente. Lo pasamos bien, sin más. No nos apeteció salir de copas, todos dijimos que estábamos cansados y que un día entero de playa cansa mucho. Carmen y yo teníamos unas ganas tremendas de encontrarnos a solas en nuestro dormitorio, porque íbamos a echar un polvo de miedo. E Isabel tampoco insistió. Vete a saber lo que pasaba por su cabeza. Así que vimos una película en la tele y cuando acabó cada uno fue a su cuarto.
Claro, no teníamos nadie sueño. Mi mujer y yo caímos en la cama ya abrazados y nos quitamos la ropa con auténtica ansia. Retozamos, nos abrazamos, nos besamos y nos tocamos como si fuera la primera vez. Estábamos tremendamente excitados. Isabel, con sus conversaciones y su paja, le había dado un toque a nuestra vida sexual, que como en todas las parejas, se convierte en rutinaria después de cierto tiempo. Carmen me comió la polla como nunca, entreteniéndose en jugar con el glande, chupándome los huevos, masturbándome con la mano mientras se metía mis testículos en la boca. Y de postre, una mamada tremenda penetrándome con el dedo por el culo y jugando allí, como sabía que me gustaba. El ritmo era suficiente como para tenerme a cien, pero sin correrme. Cuando lo creí conveniente, empecé yo el juego. Bajé hasta su coño y empecé a comérselo, ese coño totalmente depilado, como a mi me gusta. Jugaba con mi lengua por toda su raja y me entretenía en su clítoris. Carmen suspiraba. Empecé a chupar su esfínter y a meter un dedo por su culo, para dilatárselo. Hoy tocaba penetración anal, reservada solo para los días especiales.
Cuando ella empezó a notar que estaba a punto de correrse, cogió mi cabeza con las dos manos. Era la señal para que subiera hasta su boca y la penetrara.
Jugué un poco con mi polla haciendo que resbalara por toda su raja. Jugué con la punta estimulando su clítoris, aunque con cuidado, pues esto gusta mucho a Carmen y podría correrse antes de que se la metiera. Después de unos minutos con ese juego la penetré. Carmen emitió un pequeño ruidito y… ¡apareció Isabel en la habitación, con una camiseta ceñida y unas braguitas diminutas, sentándose en el borde de la cama, sin decir nada!
Carmen miró hacia ella y tampoco dijo nada. Siguió moviéndose con mi polla dentro, pero mirándola a los ojos. Nadie decía nada, pero yo seguía moviéndome. Era mejor no intervenir. Todos teníamos una batalla dentro. Isabel, no sabía si lanzarse al ruedo, porque no estaba segura y porque no sabía si íbamos a rechazarla o eso iba a molestar a alguien. Carmen, que siempre dijo que de tríos nada, ahora que la situación estaba sobre la cama dudaba. Y por último yo, que sabía que esa era una ocasión única en mi vida, incluso irrepetible. Había hecho bien mis deberes para llegar hasta ahí. Había sido paciente, no había forzado ninguna situación, no había sido insistente para nada, había excitado suficientemente a las dos, había pasado muchas horas de gimnasio y privándome de algunas comidas ricas para ser un chico, a mis 35 años, deseable. Y era el momento de recoger la cosecha, si tenía unos minutos más de paciencia y si la suerte me acompañaba.

Y la suerte, esta vez, se puso de mi lado. Sin decir nada, Carmen dejó de moverse, se levantó y besó en los labios a Isabel. Esa era la mejor señal. Isabel era aceptada. Sin dejar de besarla, intentó sacarle la camiseta. Después, le besó los pechos tal y como habíamos hablado la noche anterior para excitarnos. Isabel cerraba los ojos y se dejaba llevar.
Yo me puse detrás de Carmen, sabiendo que todavía no podía intervenir. Mejor si dejaba hacer a mi mujer. Sus fantasías lesbianas, que seguro las tenía lo reconociera o no, iban a hacerse realidad y yo no quería interferir. Acariciaba su pecho mientras ellas se fundían en mil besos y caricias. Tocaban sus coños con sus manos, buscaban sus tetas con sus labios, se comían los pezones, los lóbulos de la oreja, los cuellos. Carmen se dedicó en cuerpo y alma a masturbar a Isabel, mientras esta empezaba a tomar un papel más pasivo. Se lo merecía, a fin de cuentas había soportado meses de tensión en su relación, se había duchado en pelotas conmigo de forma excitante pero respetuosa, me había hecho una paja en la playa sin esperar nada a cambio. Ahora le tocaba recibir.
Su primer orgasmo lo tuvo pocos minutos después. Gritaba, gemía, se retorcía sujetando la mano de mi mujer que acariciaba su clítoris. Yo lo veía todo desde la barrera, desde la espalda de mi mujer, mientras frotaba mi pene en su raja. Se besaron apasionadamente y cuando dejaron de hacerlo, se miraron sonrientes y yo dije:
– ¿Ves como sabes hacerlo?
– ¿El qué? – dijo Isabel.
Tuve que explicarle que la noche anterior habíamos fantaseado con la posibilidad de follar los tres. Le conté que nuestra duda era que, llegado el caso, si Carmen tuviera que masturbarla, o comerle el coño, si sabría hacerlo.
– Pues sí que sabe, sí – dijo entre sonrisas.
– ¿Te hacemos algo a ti? – dije a Carmen
– Solo con que me roces me corro – contestó.
Pero no me dio tiempo a hacer nada. Isabel, rápidamente, fue bajando su lengua recorriendo primero el pecho, después el ombligo, se paró unos segundos en el depilado monte de Venus y después se cebó con su clítoris haciéndole a mi mujer una mamada de las que hacen escuela. Que forma de comer coño. Lástima que el espectáculo durara tan poco pues, como había pronosticado Carmen, en menos de un minuto estaba soltando unos gemidos audibles en toda la ciudad. Que corrida más fabulosa. Carmen de rodillas en la cama, mientras Isabel hundía su boca en el coño, tumbada boca arriba. Yo agarraba las tetas de mi mujer y besaba su cuello, desde atrás. Una corrida memorable.
Las dos cayeron en la cama. Yo parecía no existir, aunque todavía no había tenido mi merecido orgasmo. Las dos se besaron y se abrazaron.

– ¿Te ha gustado? – pregunté a mi mujer.
– ¿Qué si me ha gustado? ¡Ha sido increíble! ¡Tú no sabes que corrida más larga!
Yo besaba a Carmen, pero no me atrevía a tocar a Isabel, al menos si no me lo pedía expresamente mi mujer. No quería estropearlo todo provocando unos celos tan inútiles como innecesarios. Carmen repartía sus besos entre mi boca y la de Isabel y cuando ambas se calmaron un poco, Silvia dijo a mi mujer:
– ¿Puedo pedirte un favor?
– Lo que quieras, si me prometes volver a comerme el coño así otro día.
– Es un poco delicado…
– No me asustes, so zorra – dijo mi mujer provocando una pequeña sonrisa de los tres.
– Me gustaría que Paco me la metiera…
-Claro, seguro que está encantado – dijo mi esposa mirándome a mí.
– …me la metiera… por detrás… ya sabes…
-¿Quieres que te dé por el culo?
– Quiero probar y si me duele, que pare. Pero quiero intentarlo. Y quiero que tú me abraces, me beses y me aprietes fuerte mientras Paco me la mete.
Por supuesto, yo estaba encantado con la idea. Aunque no hubo un asentimiento tácito, todos nos colocamos en posición. Carmen, erguida en entrenadora, distribuía al equipo. La estrategia sería tipo bocadillo, los tres tumbados de lado, con Isabel en el centro. Tomé mi posición y ya desde atrás, metí mis dedos en la boca de Isabel y después en la de Carmen. Con los dedos húmedos, me dirigí al esfínter de ella y empecé a trabajarlo. Metía un dedo, después dos, ensanchaba el agujero. Me tomé mi tiempo trabajando con la mano. Carmen, mientras, la entretenía con besos, toques de tetas y una paja. Parecía que yo no existía, pero allí estaba yo, penetrando su culo con mis dedos. Ya eran tres los que había dentro y calculé que la dilatación era suficiente. Ensalivé mi polla.
Hubiera estado bien que una de las dos me la hubiera mamado un poco, pero tampoco era cuestión de reclamar nada. Ya estaban bastante bien las cosas así y apuntando, empujé. No entraba. Isabel estaba tensa. Me acerqué a su oído y le dije que se relajara. Empujé de nuevo. Nada. Entonces se acercó a su oreja mi mujer y habló. Le dijo que si no relajaba un poco le esfínter, sería difícil y además me haría daño. Dio su resultado. Pude meter un poco la punta. Ella se encogía y se estremecía, pero mi mujer la tenía muy agarrada
– Tranquila, así, así… – decía, mientras la besaba la boca, el cuello, la oreja.
Y de repente, pude meterla toda. Su cara, lo que podía ver de ella, era de dolor.

Tenía la boca muy abierta, pero no decía nada. Estaba dispuesta a dejarse encular, a ser penetrada por ese orificio hasta entonces prohibido. Mi mujer la pajeaba. Yo empezaba a bombear, cada vez con una velocidad más normal, cada vez más seleccionando yo el ritmo. Los ojos de mi mujer y los míos se encontraron justo cuando yo empezaba a correrme
– ¡Cariño, me estoy corriendo, me estoy corriendo…aaah…! – dije, e inundé el culo de Isabel de esperma caliente, en una corrida especialmente intensa, especialmente larga, especial en todos los sentidos.
Solo unos segundos después Isabel se unía a mí en un orgasmo curioso al ritmo de la mano de mi mujer. Ya más reposados, charlamos un buen rato en la cama, sentados. Todos estábamos muy satisfechos, muy relajados. Ninguno quería sombras de reproche o cargos de conciencia
– Lo he pasado genial. Sois amigos de verdad. Nunca con nadie me hubiera atrevido a hacer estas cosas y si las he hecho ha sido porque me he sentido muy a gusto, muy libre de hacer lo que me apetecía en cada momento. Ojalá todas las rupturas amorosas se superaran de esta forma – dijo Isabel y los tres sonreímos.
Desde luego todos y no solo yo, habíamos cumplido algunas fantasías pendientes.
Besos y hasta otra.

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