Relato erótico
Y se hizo realidad
Estaba de viaje de fin de estudios. Habían llegado de un largo día visitando lo más importante de la ciudad y decidió darse un baño. Está pensando en ella, en su compañera de estudios, que durante todo el curso la tenia loquita. Llamaron a la puerta y era ella.
Malena – Valencia
Me llamo Malena, tengo 20 años, nací y vivo en Valencia. Soy estudiante y me gustaría contar la experiencia que viví en el último viaje de estudios. Aquel día, había sido agotador y estaba en la bañera descansando. Aún se oía ajetreo en las habitaciones de mis compañeros, pero pronto todos se irían a conocer la vida nocturna de la ciudad.
En el viaje de estudios, aparte de que no existe el cansancio, la vida rutinaria parece algo demasiado lejano para ser verdad. En el baño de la habitación estaba yo, una de las pocas personas que notaban el cansancio en toda su plenitud unido a un vacío en los bolsillos.
Me encontraba en un baño cálido y relajante de espuma, pensando en aquella chica a la que había observado durante todo el día y que estaría preparándose para que la disfrutase la fría ciudad y los curiosos ojos de todo aquel que la rodeaba. Y es que ella llamaba la atención allí donde estuviera, por su encanto y su viveza, por sus preciosas piernas y su sonrisa, por su… todo.
– ¿Puedo entrar? – oí de pronto una voz femenina – Es urgente… solo será un momento.
Su voz resonaba detrás de la puerta.
– Está abierto – dije.
El pomo giró y ella entró como un vendaval, sin mirar a la bañera. Comenzó a hablar apresuradamente mientras buscaba en su neceser.
– Perdona pero es que tenía que tomarme la píldora, aunque no sé para qué pero como tiene que ser todos los días pues… ¡Oh, un baño de espuma, que envidia!
Mientras hablaba salían las palabras como una brisa constante, atropellada pero melodiosa. Sus voluptuosos labios se movían rápidamente y ella humedecía sus labios en las pocas pausas que concedía a su discurso.
– Pero que envidia… – repitió.
En un momento pensé que era lo que hacía ella allí, cuando todos estaban saliendo del hotel. Quizás se me presentaba una oportunidad. Si era sí, no la podía desaprovechar, debería arriesgarlo todo.
– Y tú… ¿no sales? – le pregunté.
– No, no pensaba salir… – replicó.
El cielo se había abierto, solo un sí más y todo podría ser precioso.
– Porque entre que no tengo ya muchas pelas y que estoy cansada, pensaba irme a mi habitación, pero con lo del cambio de las maletas con el neceser… y además, si tú te quedas… – siguió ella.
Era algo directo, no era si el guapito de clase se quedaba, no era por aquella persona hundida en la bañera. Si lograba convencerla para eso, me creía con fuerzas para todo. Algo de seducción en el cuarto de baño no podía ser del todo malo, pensaba yo. Ella miró al agua, aun quedaba mucha espuma y el agua seguía tibia. No había nadie ya en el hotel. Ella entornó la mirada y sonrió de aquella forma tan coqueta y pícara al mismo tiempo. Entreabrió los labios y susurró:
– ¿Te molesta si me meto en la bañera contigo?
El estómago me dio un vuelco y noté como un calambre me recorría la entrepierna.
– Yo… yo, no… no, a mi no me molesta, digo que no, que si quieres comparto la bañera contigo… vaya si a ti no te importa… – balbuceé.
El agua parecía más tibia, el aire parecía más suave. Era como si mis fantasías se fuesen a cumplir. Increíble pero cierto. Ella estaba apoyada en el lavabo y tenía las piernas cruzadas, esas piernas suaves, doradas, eróticas. Movía los dedos con destreza, mientras imaginaba lo que podrían hacer esas manos, de dedos largos y delgados. Su silueta se marcaba a contraluz con el fluorescente blanco del lavabo. De vez en cuando ella miraba a la bañera y sonreía.
Yo no veía el momento de que aquella deseada muchacha entrase desnuda en la bañera. Podría sentir sus piernas, su vientre, incluso era posible llegar a su pubis. Ella se desabrochó el pantalón corto y lo tiró a la esquina del cuarto con un movimiento de pie. Se quitó los calcetines primero, dejando ver los diminutos dedos de sus pies. Los estiró como desperezándolos. Se desabrochó el sujetador con la camiseta puesta y se lo sacó por una manga. Era azul marino y desde la bañera se podía sentir casi el calor de aquella prenda.
Deslizó las bragas y las dejó caer hasta sus tobillos. Yo estaba en un estado de excitación extraño por ser tan solo provocado por un espectáculo espontáneo que desembocaba en el desnudo. Miró hacia la bañera y sonrió, como si se sorprendiese de que la perfección de su cuerpo fuese objeto de aquella mirada.
– No me mires así – me dijo – Ya sabes cómo es un cuerpo de mujer, ¿no?
Con ambas manos sujetando el borde de la camiseta, con los brazos cruzados por debajo del pecho, comenzó a subir la prenda por las caderas. Mirándose en el espejo dejó su trasero redondo, respingón, liso y firme al descubierto. Más arriba comenzaba la espalda, recta con una curva suave en las caderas y en un momento una cascada de rizos morenos cayó hasta la mitad de la espalda. Se dio la vuelta, encogiéndose como para taparse.
– ¿Me dejas un hueco? – dijo.
Me encogí en la bañera y dejé que ella entrase en su zona, para que una vez allí pudiera saltar sobre mi presa para hacerla mía. Sentía una extraña dulzura en el agua al saber que la compartía con ella. Entrecruzamos las piernas mientras ella seguía hablando como si no ocurriera nada. Con los talones nos rozábamos el final de la espalda. Ella tenía la cabeza echada hacia atrás, mostrando ese cuello blanco y largo. El humo del cigarrillo que había encendido, salía de entre sus labios cruzado con palabras melodiosas.
Pasé unos minutos escuchándola, oyendo cada palabra para formar con esos sonidos las frases que tanto anhelaba oír. Sus firmes pechos emergían por momentos de entre la espuma dejando al descubierto un pezón sonrosado y encogido por el contraste del agua y la temperatura del baño. Cada detalle era un mundo en aquel cuerpo, en aquella chica tan perfecta y meticulosamente creada con pequeños pedazos de cielo. Sus ojos se clavaban en el techo y dejaban ver aquel color verdoso que evocaba lagos tranquilos de profundas aguas. Cuando sonreía a mitad del discurso, miraba a los ojos ausentes que tenía frente a ella y el verde de esas aguas chispeaban divertidos. Habían pasado varios minutos y la piel comenzaba a arrugarse, pero solo ella estaba lo suficientemente consciente como para percatarse del detalle.
– Deberíamos salir – dijo – Parece que te duermes y yo empiezo a arrugarme…
– Sí, sí… vamos afuera, hay un par de toallas por aquí – respondí.
Ella permaneció quieta como para ser la última en dejar su cuerpo desnudo al descubierto, ya que casi lo había hecho antes. Observé cómo salía de la bañera, como escondiéndose por miedo a mostrarse. Alargué la mano ofreciéndole la segunda toalla y salí de la habitación.
Ella recogió su ropa y se puso solo la camiseta. Al salir estaba la toalla sobre la cama y miré hacia el cuerpo desnudo, sentado en el suelo. Comencé a preguntarle por su vida amorosa y ella contestaba sin miedo a cada cosa que yo decía. Intentaba que ella admitiese solo una cosa, tan solo decir un sí, para que todo fuera perfecto, pero las preguntas parecían no tener salida. Ella contaba experiencias que no ayudaban. Como una prueba de fuerza pensé que podría acercarme y besarla, si ella accedía, podría ocurrir cualquier cosa.
Me armé de valor y la besé. Ella no opuso resistencia. Sus labios, tantas veces soñados, estaban al fin en contacto con los míos. Tras una leve resistencia, nuestras lenguas fogosas se movían libremente entre ambas bocas.
Al final del trance, besé con ternura su labio inferior esperando que ella decidiese permitirme hacer algo más.
– ¿Por qué? – murmuro ella sorprendida.
– Podría decir que me he enamorado de ti, podría decir que eres hermosa, inteligente, bueno, que te quiero – contesté.
Debió de sentirse halagada pues a eso solo contestó con un beso suave y lento. Nuestros cuerpos se juntaron. Mis manos acariciaban aquel pezón que se dejó entrever en la bañera. Le quité la camiseta y besé su cuello, mordí sus lóbulos y jugueteé con sus orejas.
Acariciando aquellos pechos, tantas veces soñados, fui besando poco a poco su vientre, llegando a sus caderas. Recorrí sus piernas, besando cada recodo de su piel. Tanto tiempo deseándolo merecía todo el tiempo disponible. Sus finos muslos temblaban mientras acercaba mi boca a la piel. Su pubis seguía húmedo y su interior se mostró del mismo modo al abrir las piernas de ella. Allí estaba el pequeño botón del placer, brillante, esperando el contacto. Lo besé con suavidad y ella gimió. Estaba sobre la cama con los ojos cerrados y mientras yo recorría su chochito con la lengua, arqueaba la espalda respirando profundamente. Excitando el clítoris con la lengua ella gemía y se movía pidiendo más.
Abarqué con mi boca toda esa flor sonrosada y pude sentir aquel fluido cálido saliendo de ella. Introduje dos dedos en su interior. Era tibio y en esos momentos resbaladizo. Comencé a moverme dentro de ella mientras seguía lamiéndole el clítoris. Ella se encogía y arqueaba la espalda al ritmo de los gemidos. Era feliz por darle placer, por hacerle sentirse bien. Cuanto más se excitaba ella, más me aplicaba a su sexo, hasta que se encogió y gimió más profundamente, pidiendo que parara.
– No puedo más – dijo.
Ella recobraba la respiración mientras todo volvía a la normalidad. El fluido se deslizaba por sus muslos. Nos abrazamos entre el sudor y el cansancio.
– ¿Sabes cómo hacerlo, eh? – dijo sonriendo.
– Siendo una mujer, sé cómo darle placer a alguien de mi mismo sexo – contesté.
– ¿Y qué vamos a hacer ahora? – preguntó.
– Abrázame – dije simplemente.
Nos abrazamos y permanecimos abrazadas, acariciándonos suavemente, sin pensar en el mundo fuera de aquella habitación, disfrutando tan solo del momento. Un momento que desde entonces se ha hecho largo, muy largo.
Un beso muy cariñoso de las dos.