Relato erótico

Y lo hizo realidad

Charo
26 de marzo del 2019

Hasta ese día, su marido había sido el único hombre de su vida. Un día le confesó que le gustaría ver la polla de otro hombre. Su marido, “tomó nota” e hizo realidad su fantasía.

Soledad – Pontevedra
Después de unos meses de relación decidí acostarme con mi novio. Aunque llevábamos poco tiempo saliendo, me hacía sentir muy especial, y supe que era el hombre con el que quería pasar toda mi vida. Me entregué a él un lunes, en casa de una amiga mientras ella follaba con su novio en la habitación de al lado. Fue algo fuerte, ya que era mi primera vez, y los nervios y mi inexperiencia, hicieron las cosas algo bruscas.
Lo más molesto, no obstante, fue que pasaron varios días para que pudiera penetrarme completamente. Tenía mis músculos algo estrechos y él una verga enorme, aunque en ese momento no tenía punto de referencia, pero ahora lo sé. Empezamos a hacerlo varias veces a la semana, ya que él es insaciable y me fue haciendo a su modo. Me hizo, como quería él, una mujer. Hacía todo lo que él me pedía. Con él aprendí a mamar la verga, me hizo suya de todas las maneras posibles. Me la metió por el culo. Lo hacíamos en la calle, en el coche, en casa de mis padres, de los suyos, en todos lados y sitios posibles.
Pasaron varios meses, y un día me pidió que me casara con él. Fue lo más hermoso, cuidó cada detalle para que todo fuera especial, el anillo era espectacular, fuera de lo común. Me hizo sentir la mujer más querida del mundo y no pude menos que aceptar. Pasamos una luna de miel de un año, lo esperaba desnuda con la mesa puesta para que llegara a comer lo que se le antojara primero. Lo despertaba a media noche mamándole la verga hasta que un día vino con una película y le gustaba observarme viéndola, preguntándome qué clase de fantasías me gustaría realizar. Yo le decía:
– Estar contigo y hacerte todo lo que te gusta, pero siempre he tenido la curiosidad de ver la verga de otro hombre.
Me comentó entonces que le encantaría que alguien me viera mamándole la verga. Me sorprendió su comentario, pero al creer que no accedería a la hora de la verdad, le dije que de acuerdo, que lo haría, y el viernes siguiente invitó a uno de sus amigos más íntimos a casa. Yo aún pensaba que no se atrevería.
Preparé una cena sabrosa, me arreglé más atrevida que las otras veces que había venido su amigo a casa, e hice que el ambiente estuviera agradable. Cuando terminamos la cena, pasamos a la sala a tomar un café, hablamos y mi marido se acercaba ya con la intención de intentar algo pues se acariciaba su verga por encima del pantalón cuando Diego, su amigo, se distraía. Siguiendo con la conversación, Pablo, mi marido, empezó acariciarme de manera sugerente y Diego se hacía el disimulado. Yo no sabía como reaccionar, ni qué decir, solo seguía el juego.
En un momento dado se acercó a mi cuello, me besó en él y me susurró al oído que atenuara la luz, para hablar con más intimidad. Me puse de pie, bajé la luz y cuando regresé al sofá, Pablo ya tenía la polla de fuera del pantalón ante la sorpresa de Diego, pero que no se movió de su sitio.

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– ¡Mámamela! – me ordenó Pablo.
Me giré para mirar Diego que solo sonrió como algo sorprendido, y a la vez interesado en saber si me atrevería. Lentamente agaché mi cabeza sobre la verga de mi marido, que no estaba a su máxima dureza, pero cuando mis labios rozaron su glande, reaccionó de inmediato como con un brinco, empezando a crecer en mi boca. La lamí, succioné y monté mi mejor espectáculo, mientras Pablo se dejaba querer, acariciaba mis pechos dentro de mi blusa, pasaba sus manos sobre mis nalgas alzándome un poco la falda y me apartaba a un lado el cabello para que Diego pudiera admirar la escena.
Al rato noté como Diego se estaba excitando ante la escena, pero era obvio que no se atrevía a dar el primer paso, aunque aún con la tenue luz, llegaba a notarse cómo su pantalón se había abultado. Permanecía callado, inmóvil hasta que Pablo decidió tomar la iniciativa.
– ¿Se ve bien verdad? – le preguntó, añadiendo – No sabes el gusto que da siente, me encanta cómo me la mama, es muy buena haciéndolo.
– Sí, es lo que veo – contestó Diego con voz ronca – Así como veo que lo está haciendo las sensaciones tienen que ser fuertes, sobre todo cuando pasa su lengua debajo de la cabeza, y roza sus dientes por el glande como si quisiera morderlo, es un dolor placentero sentir cómo si quisiera comérselo.
Sin pensar, empecé a hacer todo lo que Diego iba describiendo. Pasé mis dientes sobre la cabeza de manera delicada, suave, sin lastimarlo, pero que los sintiera e incluso Pablo le pidió que siguiera, que me indicara cómo era que él sentía más placer, para que se lo fuera haciendo.
El amigo me dirigía de una manera fenomenal. Pablo estaba gozando como si fuera la primera vez que se lo hacía y movía su verga dentro de mi boca, la sacudía, golpeaba mis mejillas con ella, era un niño como con juguete nuevo. Pero el estar oyendo la voz de Diego, y la manera en la que yo le obedecía ciegamente, hizo que cambiara los planes y me retirara la verga:
– Deberías hacerle esto a Diego, para que vea lo buena que eres mamando la polla – me dijo.
Sentí cómo la piel se me erizó al oír eso. Diego se enderezó y sus ojos casi salían de sus órbitas, no podíamos creer ninguno de los dos lo que estábamos oyendo. ¡Mi marido me estaba pidiendo que le mamara la verga a otro cabrón! Y lo que me cuesta más creer es que me acerqué al sillón en el que estaba Diego, lo tomé de la mano y lo senté en el sillón junto a Pablo, me arrodillé y le desabroché tímidamente el pantalón, con cuidado bajé su cremallera, tratando de hacer el momento aún más tenso y emocionante y él solo se apoyó en el sofá facilitando mi labor.

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Saqué suavemente su verga del pantalón. ¡Era la segunda verga que había tenido en mis manos en toda mi vida! Y estaba extasiada, no era grande, al menos si la comparamos con la de Pablo, que es de 23 cm de largo y bastante gruesa, era una verga modesta, normal, quizá de 15 cm, y no era muy gruesa tampoco, pero me asombraba el tamaño de su cabeza. Era muy diferente a la de Pablo, que era más lisa y recta, la de Diego era más tosca, gruesa, era un champignon perfecto. De inmediato metí toda la cabeza en mi boca y saboreé su grueso glande, recorrí la piel hacia atrás para exponerlo por completo, le pasé la lengua alrededor del borde de la cabeza y se la lamí, la mojé de inmediato con mi saliva sin poder dejar de saborearla pero Diego no aguantó más, me cogió de la nuca e hizo que me la tragara entera, mientras Pablo se masturbaba excitadísimo. Entonces le preguntó a Diego que qué le parecía, que si era lo que se imaginaba.
– ¿La mama bien, verdad? – le dijo
– Sí, muy bien, ya quisiera yo tener a alguien así para que me mamara la polla, es difícil encontrar a alguna que lo disfrute como se ve que ella lo hace.
Y yo allí mamándosela mientras ellos hablaban como si no pasara nada.
– Puedes venir cuando gustes, a mí no me molesta y se ve que a ella tampoco – le invitó mi esposo.
Si antes estaba sorprendida, ahora estaba atónita, perpleja. Le estaba ofreciendo a su amigo que si sentía la necesidad de satisfacer sus necesidades carnales, viniera a hacerlo conmigo.
De pronto Pablo se puso de pie no aguantando más el verme cómo mamaba la polla de su amigo, y se colocó detrás de mí, bajó mis bragas, abrió mis piernas, deslizó fuertemente toda su verga dentro de mi coño y empezó a follarme como un loco, mientras echaba su cuerpo hacia delante y con su mano empujaba mi cabeza para que metiera la verga completa de Diego en mi boca.
Diego empezó a soltarse y me tiraba hacia él al ver que a Pablo no le afectaba que él tomara la iniciativa.
– ¡Métesela duro Pablo, así, empújasela, fóllatela, dale…! – decía Diego mientras agarraba con una mano mi cabeza empujándola sobre su verga, y con otra mano acariciaba mis pechos y pellizcaba mis pezones.
Me sorprendía la manera en la que se había “soltado” y actuaba como si esto sucediera todos los días, pero yo no dejaba de mamarle sin siquiera chistar.

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La manera en la que Pablo estaba follándome, dirigido por Diego, arremetiendo contra mí como con furia, con desesperación, el cómo sus huevos rozaban mi clítoris a cada empellón, logró que empezaran a salir mis gemidos reprimidos por el hecho de estar con un desconocido para mí en el aspecto sexual. Siempre me he caracterizado por ser de las que hacen mucho ruido en la cama, gimo, grito, jadeo, he llegado a llorar de la emoción del orgasmo, y Pablo con sus embestidas estaba logrando que me desinhibiera y empecé a mover mi cabeza al unísono de mi culo y de la entrada de Pablo en mi coño, comenzando a quejarme anunciando la llegada de mi orgasmo.
– ¡Aaah… aaah… me corro, me corro Pablo, te voy a mojar la polla…! – balbuceaba apenas mientras estimulaba mi clítoris con la mano para hacer más intensa la sensación, aunque no podía gemir a mis anchas por tener el champignon en mi boca.
Diego, al ver cómo me estaba corriendo, folló mi cabeza con más velocidad y empezó a llenar mi boca con su leche que yo dejaba salir por las comisuras de los labios para luego volver a juntarla con la lengua para beberla.
El sonido de mis gemidos y jadeos silenciados por la verga de Diego en la boca, los gruñidos de Diego derramándose en mi boca, y mis movimientos hicieron que Pablo también llegara al orgasmo con nosotros, sacando su verga de golpe de mi coño y empezó a vaciarse sobre mis nalgas, culo, cadera, dando golpes con su verga sobre el charco que estaba haciendo sobre mí.
Cuando acabamos los tres, me puse de pie y sin decir palabra me dirigí al baño para enjuagarme completa, tenía leche de los dos entre cara, barbilla, cuello, culo, nalgas y espalda. Me envolví en una bata y regresé a la sala. Diego se estaba despidiendo, y Pablo le decía, de manera muy amable que regresara pronto, que esperaba que esto se repitiera lo más seguido posible y que siempre sería bienvenido, las veces que quisiera. Yo también me acerqué a la puerta y me despedí. Lo vimos subirse a su coche y entramos.

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Pablo estaba de nuevo dispuesto y fuimos a la cama a terminar con ese deseo que lo agobiaba.
Follamos largo rato hasta que ambos quedamos rendidos, pero antes me agradeció el haberle satisfecho su fantasía y yo le agradecí la oportunidad de conocer otra verga y acordamos que invitaríamos a Diego para el siguiente viernes.
En otra ocasión contaré lo sucedido las otras muchas veces que Diego nos hizo el honor de acompañarnos a cenar.
Saludos.

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