Relato erótico

Y le pusimos los cuernos

Charo
11 de diciembre del 2019

En cuanto contactaron, mediante la revista Clima, se dedicaron a intercambiarse relatos porno y se calentaban. Más tarde, entraron en un chat y se fueron conociendo hasta que llegó el día que decidieron conocerse.

Oscar – Bilbao
La conocí porque puse un contacto en la revista Clima. No nos conocíamos personalmente pero, habíamos estado durante meses intercambiando relatos. También intercambiamos la dirección de un chat para poder conocernos. Cada vez que leía algo suyo el deseo se apoderaba de mí con inquietud temblorosa. La mayoría de las veces el cosquilleo daba paso a una tremenda erección que me incitaba a buscarla en el chat para sentirla más cerca. Pero nunca estaba. Volvía a sus letras y notaba los testículos endurecerse y los movimientos sinuosos de mi aparato buscando una salida. Con el roce únicamente conseguía mojarme los pantalones y excitarme aún más. Pensaba en como sería, si algún día podría tenerla jadeante sobre mi, disfrutando de la infidelidad salvaje, de la liberación sin más. Si pensaría en su marido mientras la amaba, mordisqueándole el cuerpo por entero, acariciando sus curvas, buscando sus recovecos. Aquel día tuve suerte y la encontré en el chat.
– ¿Cómo estás? – pregunté.
– Bien y ¿tú? – contestó.
– Como siempre, deseando conocerte – dije.
– Este miércoles estoy sola, mi marido está de viaje, se va a Roma.
– ¿Me estás diciendo que quieres verme? – pregunté excitado.
– Sí, ¿por qué no?, y ayer soñé contigo – dijo.
– ¿Y qué soñaste? – pregunté más excitado aún.
– No te lo pienso contar, lo tendrás que descubrir.
– Muy bien y ¿cómo quedamos?
– El miércoles saldré del trabajo a las 5, prepara un hotelito y nos vemos.
– Muy bien, lo estoy deseando, me estoy poniendo caliente de solo pensarlo.
– Quedamos en – aquí el nombre de una parada de metro – en las taquillas, así podremos hablar mientras llegamos. Llevaré una faldita blanca y una camisa azul con puños blancos y un pañuelo rojo en la mano.
El miércoles había llegado y yo había sufrido numerosas erecciones pensando en el momento de verla, pero no quería defraudarla masturbándome, no quería llegar fuera de forma después de tanto tiempo deseando conocerla. Habíamos compartido muchos deseos íntimos pero ni siquiera se puede superar así el temor a lo desconocido, a encontrar algo peor de lo esperado.
Caminaba por las escaleras lentamente, no quería llegar sudoroso, y al volver la última esquina allí estaba, vestida como había imaginado y junto a las taquillas. Noté una erección tremenda entre mi ajustado slip, elegido para evitar inconvenientes en público. Me dirigí hacia ella y al verme tan juvenil, esbozó una sonrisa de agrado que me indicó su aprobación.
– ¿Qué tal, Sandra? – pregunté.
– Bien – y preguntó a su vez – ¿Dispuesto?

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– Claro, eres estupenda, tal y como te imaginaba -dije sonriendo mientras nuestras mejillas se tocaban por primera vez.
– Tú tampoco estás nada mal.
Así, entre comentarios propios de dos compañeros de trabajo, nos introdujimos en la marabunta del metro que a esas horas se encontraba abarrotado. Pasadas las primeras estaciones la multitud comenzaba a oprimirnos mientras me hablaba, hasta que la entrada de nuevos viajeros hizo salvar las distancias al atraerla hacia mí. Noté su pecho contra el mío, comprimiéndose, y con un gesto cómplice pasé mi mano derecha por su cintura atrayéndola. Estábamos pegados y mi erección se hizo patente mientras sentía su cintura contra mí. Abrió los ojos en un gesto de aprobación y su olor golpeaba mi nariz a cada instante, atrayendo mis ojos hacia su cuello desnudo.
Así llegamos a la estación, desmadejados ya por el cansancio del metro y el deseo insatisfecho, y entramos en el hotel. Ambos habíamos comido ya, por lo que se trataba de pasar una tarde-noche memorable. Llegamos a la habitación. Quizás no había sido aún infiel como me había contado y sin embargo el deseo se veía en sus pupilas. Entramos y contemplamos la habitación. Me volví hacia ella. Estaba preciosa y sus pezones comenzaban a perfilarse bajo la camisa azul. Me desabroché la corbata y comencé a quitarme la camisa lentamente mientras fijaba la vista en ella. Me sentía algo ridículo pero por su cara de aprobación y nerviosismo intuía que se estaba poniendo cardiaca. Mi polla sobresalía ya por encima del borde del slip, totalmente desnuda, pidiendo ser liberada y así fue. Una vez liberada me senté sobre la cama, sus ojos me miraban y le pedí que se acercara.
Se levantó, sus dudas ya habían desaparecido cuando se colocó de pie entre mis piernas mientras yo hundía la cara en su vientre, sintiendo el calor en mis mejillas. Me acariciaba el pelo y comencé a besarla mientras mis manos recorrían sus gemelos hasta el pliegue de la falda. Comencé a subirla, mis palmas se deslizaban por sus femorales, y la falda se encogía hasta el inicio del culo. Un suspiro se escapaba de su boca mientras mis manos frotaban el interior de sus muslos, dejando correr mis dedos entre su tanga empapado. Mis manos se apoderaron ahora de sus pechos, desabrochando la camisa lo justo para ver su inicio y sentir la erección desbordarse en movimiento. La masajeaba con rudeza, incidiendo en los pezones que eran duros como escarpias y ella gemía con los ojos cerrados agradeciendo las caricias.
Le desabroché la camisa por entero y el pequeño sujetador cedió en mis manos desflorando la verdad de su pecho excitado que jadeaba de deseo entre mis dedos. Estaba a mi merced con los brazos caídos, mi lengua trazaba círculos de placer en su ombligo desnudo mientras sentía como dejaba caer su tanga, deslizándolo hacia los tobillos.

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Allí estaba, de pie mientras me reclinaba en la cama, totalmente desnudo ante su mirada, con la polla erguida. Se subió a la cama y se dejó caer lentamente sobre mi cintura, mientras le subía la falda y ponía los dedos sobre sus glúteos, notando como se introducía la cabeza de mi polla lentamente. Los labios de su chocho la absorbían lentamente. Entonces comenzó a moverse en círculos poco a poco, dejando caer sus muslos sobre mis caderas, balanceándose a continuación con sus manos apoyadas en mi pecho. Sus senos se movían ante mis ojos. La notaba en el fondo de sus entrañas a cada acometida y aumentaba el ritmo, un, dos, tres, cuatro acometidas frenéticas para volver a descansar y lentamente subía y bajaba en sus entrañas.
Mis manos subían de nuevo por su vientre, abriendo su camisa del todo y tomándole los pechos con firmeza, le pellizqué los pezones con mi índice y pulgar mientras se movía y estiraba. Se dejó caer y me besó el cuello, nuestras lenguas se acariciaban deseosas un instante, y se volvió a alzar, empezando a moverse rápido, aprisionándome con sus caderas.
– Estás follando de miedo, cariño – le susurré mientras profería gemidos de placer.
Nos corrimos casi al unísono y se dejó caer sobre mi, sudorosa. Mis manos se cerraron sobre su espalda, sintiendo su pecho revolverse encima de mí y la besé. Estaba desnuda encima de mí, con su falda sobre la cintura y con la polla aún dentro excitada, unida a mi pecho, con la camisa puesta y abierta cubriendo mi cintura mientras sus pechos desnudos acariciaban los míos sudorosos.
Al rato se incorporó y salió de mí, cayendo ligeramente adormecida contra mi muslo izquierdo y el líquido que llevaba dentro goteaba sobre mi devolviéndome el calor que ella había sentido. La contemplé, sudorosa, bella, y la ayudé a quitarse la camisa. Se echó a mi lado y se despojó de la falda. Allí estamos, tumbados desnudos sobre la cama y nos juntamos aún más, y nos tapamos mientras nos besábamos con parsimonia. Entre las sábanas eran todo caricias, nuestros pies recorrían nuestras piernas, las caderas se juntaban, las manos tanteaban senderos de sensaciones nuevas que te devuelven a la adolescencia perdida. Nuestras lenguas se tocaban, se sorbían, jugaban, entraban y salían entre los labios.
Nos revolcamos y quedé encima de ella sintiendo la presión de mi cuerpo sobre el suyo y notando la humedad renacer entre mis piernas. Me parecía increíble tenerla por fin allí debajo. El olor de su piel me reclamaba y de su boca pasé al cuello con rapidez mientras mis manos buscaban en su espalda. De nuevo percibí en ella una gran excitación mientras recorría su garganta y sus pechos, que ahora estaban a mi alcance. Comencé a comerle los pezones con delicadeza, mordiéndolos poco a poco, atusándolos con mis manos. Lengüetazo a lengüetazo sentía como crecían y me perdí en las aureolas, haciendo ahora más presión, cerrando mis labios con fuerza y aspirando facilitando su endurecimiento mientras mis manos buscaban ya su entrepierna.
Pasaba de un pezón a otro con rapidez, mientras sus manos se posaban en mi nuca, y entonces decidí parar.
– Quiero que te sientes sobre la almohada, en el cabecero de la cama – le dije.

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Me obedeció, sabía lo que iba a hacer y sonrió. Se acomodó dejando caer su espalda sobre el cabecero y abrió las piernas. Vi su coño chorreando y la quise toda para mi. Me deslicé ante ella, la besé como pidiéndole permiso y noté como me movía, y suspiraba cuando sintió la lengua en la parte interior de sus muslos. La sensación de que un extraño le relamiera el clítoris le removía el cuerpo y notaba como sus piernas temblaban de deseo. Notaba mi respiración cuando la nariz se aproximaba saboreando el olor de mujer que desprendía su intimidad. Gimió cuando mi lengua acariciaba sus labios, recorriendo toda su abertura desde abajo hasta arriba. La pasaba por ambos lados, recogiendo y distribuyendo jugos, introduciendo toda la lengua en su interior hasta sentir casi mis dientes en su abertura. La lengua comenzó a girar y girar y finalmente encontró su clítoris, estaba muy húmedo, en su punto, comencé a frotarlo, notando su sabor y ahora, con mucha rapidez, le introduje dos dedos haciendo que abriese aún más las piernas. Comencé a meterlos con rapidez mientras le chupaba toda la zona.
Ella gemía, respirando entrecortadamente, y empecé a hacer fuerza, presionando con mi cabeza hacia el cabecero. El impulso la arrojó sobre el mientras me apretaba la cabeza con las manos. No quería que parase. Gemía temblorosa y así se corrió con un gran suspiro que inundó mi boca de fluidos, mientras su cuerpo se contraía.
Estaba espléndida, desmadejada sobre la cama, y necesité entrar de nuevo en ella. Bajé mi cabeza un poco más, alcancé su ano y deslicé por él su líquido, lamiendo de nuevo mientras mis dedos mojados entraban con facilidad.
– ¿Puedo? – pregunté.
Asintió con la cabeza y se dejó caer de lado, juntando su espalda con mi vientre mientras mis dedos salían de su ano. Me eché detrás de ella pues no podía dejar escapar la oportunidad y situé la cabeza de mi polla entre sus glúteos y ella, con la mano cogiendo la base, la asió y con un ligero movimiento se la introdujo poco a poco, hasta notarla entera, presionándome con sus paredes.
Inicié pequeños movimientos de entrada y salida, notando sus glúteos a cada uno. Salía y entraba muy bien, le mordisqueé la oreja que estaba a mi alcance mientras le cogía las tetitas y el vientre. Comencé a follármela más fuerte mientras mis dedos se posaban en su coño de nuevo, frotando. Quería que se corriera de nuevo, pero yo ya aguantaba más y ahora era yo el que prorrumpía en jadeos a cada acometida y me corrí dentro de ella.

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De nuevo, besos y caricias tímidas, sonrisas, más besos y así nos quedamos dormidos. Pero la noche nos esperaba.
Saludos, Charo y ya te contaré más cosas vividas con esta admirable mujer.

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