Relato erótico

Vuelo al placer

Charo
26 de diciembre del 2017

Por motivos laborales, volvía de una larga estancia en Argentina. El vuelo era largo y estaba muy cansado. Se durmió y una voz angelical lo despertó. Era la azafata, joven, guapa y muy complaciente.

Mario – MADRID
Amiga Charo, después de una larga temporada de trabajo en la sucursal argentina de mi empresa, me tocaba volver a Madrid. Aunque el vuelo era largo, más de 9 horas, estaba tan cansado que no me importaba nada meterme tanto tiempo en el avión. En primera clase de una aeronave tan grande como un Airbus 340, las butacas son grandes y con una buena manta y una almohada, te puedes echar un buen sueño. Ya dentro del avión y tras despegar me fijé en ella. Algo más joven que las demás azafatas, pero no mucho, sobresalía de las demás porque emanaba una especie de halo muy atractivo. Su pelo ligeramente pelirrojo recogido en una coleta, su fino y esbelto talle, sus piernas largas acentuadas por la medida de la falda, y un culito prieto y firme.
Desde que había sido enviado a Argentina no me había comido una rosca y hacía ya mucho tiempo de eso, apareciéndoseme ella como un bocado apetecible. De todas maneras fue algo fugaz, porque estaba tan, tan cansado que, tras ese pensamiento, caí profundamente dormido.
No sabría decir cuanto tiempo pasé durmiendo, pero al poco de despertar noté una mano en mi hombro al tiempo que una cálida y dulce voz preguntaba si quería algo de beber. Somnoliento aún abrí todo lo que pude los ojos y distinguí el bello rostro de la joven azafata en que me había fijado al principio del vuelo. Le contesté que sí, que me apetecía un refresco y ella me sonrió diciéndome que enseguida me lo traería. No tardó más que pocos segundos en hacerlo y tras darle las gracias, y por intentar sacar algo de conversación le pregunté si no se sentían muy cansadas en éstos vuelos que duran tanto, sobre todo por lo pesados que nos ponemos los pasajeros, que si azafata esto, que si esto otro. Ella me contestó diciendo que era lo normal, pero, para mi sorpresa, el avión llevaba habilitada una bodega especial, que llamó “igloo”, en la que había una serie de camas para la tripulación de cabina, y en la que de vez en cuando iban a descansar un ratillo.
No me dijo más, y con una espléndida sonrisa me dijo que si quería algo no tenía más que llamarla. Susana, ponía la chapa identificativa que llevaba en la blusa.
Mirándola alejarse, sin pensar en ello, noté como una incipiente erección se ocultaba bajo mis pantalones. Llevar pantalones de traje, junto a unos calzoncillos es lo que peor que puedes llevar puesto en una situación así pues como no sujetan nada, ya se sabe. Menos mal que sentado esos problemas se disimulan, pensé, a la vez que cruzaba las piernas por si acaso. Ya bajaría mi erección.
Pero no fue así. En el espacio de primera, que no era mucho, ella no paraba de ir de un lado para otro, y ni yo ni mi pene erecto podíamos pensar en otra cosa que no fuera ella. Su aroma, sus ojos, sus pechos que se insinuaban bajo la tenue y fina blusa, podía incluso imaginarme el aroma de su sexo.
La cosa es que yo también debía de haber provocado, o eso me pareció, alguna reacción atractiva en ella, porque si no constantemente, de vez en cuando me echaba una miradita insinuante y picarona.

Definitivamente Susana me había liado.
Así, el juego de miradas insinuantes permaneció activo durante una hora o dos. Y para que no se quedara la cosa en un primer set decidí darle un poco de coba y a la vez esconder un poco el abultado problema que tenía entre las piernas, que aún persistía, porque una mujer madura que tenía cerca parecía que se había dado cuenta de mi “pequeño” problema y no hacía más que echarme miradas desaprobadoras y amenazantes, por lo que pulsé el llamador, esperando que fuera ella la que acudiera en mi socorro.
Por suerte fue así y una vez que vino, con mi mejor sonrisa, le pedí por favor una manta, haciéndole ver que tenía algo de frío. Como ella estaba de pié reclinada sobre mí, noté que desvió la mirada hacia mi sexo, miró a su alrededor percatándose de que nadie nos observaba, alargó su mano hasta mi bragueta a la vez que sonreía maliciosamente diciendo que la zona estaba muy caliente, pero que si quería una manta me la traería en un momento.
Cuando volvió con ella y tras presentarme alegando que no me parecía bien que yo conociera su nombre y ella no supera el mío, le pregunté si en algún momento a lo largo del vuelo podría enseñarme ese “igloo” en el que descansaban, ya que me había asombrado mucho su comentario. Volviendo a sonreír pícaramente, me contestó que no se podía, pero que ya vería la manera de arreglarlo, comentando además, que de ser así, lo mismo podría hacer la visita que se nivelase mi temperatura.
O yo soñaba o la tenía en el bote. Mejor sería esto último porque sólo con sus insinuaciones el tamaño de mi verga había crecido por lo menos un par de centímetros más. Más vale que la visita fuese pronto, o tendría que recurrir a las manualidades debajo de la manta como había hecho durante los últimos meses en mis noches argentinas.
Al cabo de media hora, y después de imaginarme varias veces como iría desnudando ese cuerpo de su uniforme, ella acudió por enésima vez con esa sonrisa suya tan cautivadora y, por qué no, lujuriosa, para decirme que era el momento, que había hablado con sus compañeras y que podía visitar el “igloo”.
Me dijo que la siguiera, y muy pegadito a ella, la acompañé por el largo pasillo del avión hasta la zona turista, y antes de llegar a la mitad, a la izquierda había una puerta que ella abrió, y tras bajar por unas escaleras nos encontramos en una especie de contenedor con algunas literas. Desde luego que no era una suite, pero para descansar un ratito no estaba nada mal.
Sin que yo me sorprendiera mucho, ella volvió a subir por las escaleras pero para cerrar desde dentro la puerta de entrada. Desde arriba me miraba fijamente, llegando a pensar por un momento, que lo mismo no salía vivo del trance. Comenzó a descender por la escalerita diciéndome:

– Quiero examinar ese problema de temperatura.
Despacio se desabrochó dos botones de su blusa, dejando entrever dentro de su sujetador blanco, dos bellos pechos, pequeños y desafiantes.
Después me dijo que podía quitarme la corbata, aunque la verdad es que lo hizo ella, para luego, con las yemas de sus dedos, recorrer mi pecho, bajando hasta la cintura, tocarme la hebilla del cinturón, y después con un solo dedito, pasarlo a lo largo de la bragueta protuberantemente deformada.
– ¿Qué es esto que tenemos aquí? – dijo – Un termómetro muy, muy caliente, la causa de tus males. Vamos a examinarlo.
Pausadamente me desabrochó el cinturón, el botón doble, y bajó la bragueta. Y claro, se me cayeron los pantalones. Vaya situación. Pero nos reímos los dos. Yo seguía allí, de pié, con ella a mi alrededor, y los pantalones por los tobillos. La antilujuria. Pero no. Formaba parte de su juego. Me había cazado y quería jugar conmigo antes de comerme.
Con el calzoncillo desplazado hacia arriba y hacia delante, volvió a poner en marcha las yemas de sus deditos. Tocando levemente mi polla desabrochó el pequeño botón del calzoncillo dejando que todo mi sexo erecto saliera por la abertura. La situación tenía mucho de erotismo y excitación pero desde luego que no tenía ni una pizca de buen gusto. Para remediarlo en algo, rápidamente me quité los zapatos y los calcetines, los pantalones, y me desabroché la camisa.
Ella mientras tanto se había quitado la coleta dejando su espléndida melena expandirse en el aire con unos suaves movimientos de cuello. Así no iba a disminuir mi erección. Luego se quitó los zapatos de tacón. Nada más. Su juego iba a continuar.
Se acercó a mí igual que un felino aproximando sus labios rojos infierno a mi boca. Pero sólo la rozó. Aprovechó el momento para quitarme la camisa y asir uno de mis brazos y con la corbata atarme la muñeca a una de las barras de las literas. Con su pañuelo me ató la otra a otra barra. Estaba igual que un preso medieval en su mazmorra. Allí de pié, con la verga tiesa saliendo por el hueco de la ropa interior y los brazos atados sin poder escapar. ¡Qué cosas!
Intencionadamente acercó la cabeza a mi polla y repitió la operación que antes había hecho en mi boca. Rozó levemente la punta de mi glande haciendo que un nuevo escalofrío me recorriera de arriba abajo. Después me liberó del pecado ignominioso de llevar aún la ropa interior puesta. Podía ver claramente ya sus hermosos pezones desafiantes por la gran uve de su escote, la suave curva de su pecho asomando por esa mini ventana. Poniéndose un dedo en la boca en señal de que me callara ya que veía que yo podía empezar a gritar de locura de un momento a otro, lo lamió a continuación, pasándolo por mi pecho bajando hasta la curva de mi pubis con mi pene para luego recorrerlo hasta el glande y después bajar hasta mis testículos.

Tras ello lo dirigió hasta la cara interior de su muslo, y subiéndose ligeramente el faldón de la camisa descubrirme todo su sexo. Su vello como el trigo dorado de los campos castellanos escondía esa caverna misteriosa, bermellona y ya húmeda, que fue de seguido penetrada por ese mismo dedo transgresor.
Ella se volvió a agachar y me agarró con las manos mi polla. Acercó su boca al glande, sacó su lengua aventurera y lo lamió pausadamente, para acabar introduciéndoselo, solo el glande, y dejarlo completamente ensalivado. Se volvió a levantar y reanudó el beso incompleto del inicio, abrió su boca y noté su lengua juguetona luchando con la mía, pudiendo notar no sólo su dulce sabor sino incluso el salado que mi polla había dejado en ella. Pero tampoco duró mucho ese goce.
Con un movimiento rápido se elevó sobre la litera, agarrándose con sus manos a la parte de arriba, y sujetándose con las piernas abiertas en la litera que yo tenía detrás con mi cuerpo en medio. Así me mostraba toda la extensión de su sexo, los labios palpitantes, su clítoris desafiante, y los jugos que habían empezado a fluir de su interior. Con tremenda precisión inclinó su cuerpo y la punta de mi verga pudo rozar la entrada de su raja y comenzó un movimiento oscilante que hacía eso, que se produjera un leve roce entre ambos sexos nada más. Algunas veces con un ritmo desacompasado se inclinaba un poco más logrando así que yo me introdujera brevemente en ella, para luego continuar con el movimiento circular que, claro, al cabo de un tiempo me hizo no aguantar más estallando en un orgasmo como no recordaba.
Sin preguntarme nada me desató tras bajarse de su acrobática postura. Quitándose la blusa se tumbó en una de las camas, abriendo ligeramente las piernas haciéndome ver que ahora me tocaba a mí hacer que ella disfrutara. Colocándome sobre ella cogí con mi mano mi verga y la hice deslizarse a lo largo de su vagina. Comencé a introducir únicamente el glande de mi polla en su cueva, una y otra vez, una y otra vez. Tenía un coñito vasto y extenso. La metía y la sacaba despacio pero sin pausa, para, al cabo de un rato y ante sus suplicantes miradas, incrementar el ritmo hasta que al final los dos nos abandonamos en una gran explosión.

Cuando llegamos a Madrid me saludó y despidió como un pasajero más, como si no hubiera pasado nada.

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