Relato erótico
Visitas inesperadas
Estaba en su habitación, según él, haciendo el vago como siempre cuando de pronto oyó voces en la entrada de casa. Su padre y su madre estaban hablando con una mujer. Le estaban ofreciendo su casa para ella, para su hija y para la hija de una amiga.
Pablo – Zaragoza
Era una de esas tardes calurosas de verano y yo iba en pantalón corto por casa. Tenía por aquel entonces 22 años, esos que te hacen creer que ya eres todo un hombre. El caso es que había vuelto de la universidad para el descanso que hacíamos en verano. Todo era extraño para mí, pero a la vez, todo era conocido. Como todos los días, a las cuatro de la tarde hacía mi siesta bañado en sudor sobre el sofá, soñaba medio despierto, en Sofía, una compañera de clase que me tenía más caliente que el palo de un churrero.
En fin, a lo lejos oí unas voces, las reconocí: la de mi padre, mi madre, pero ¿de quién era la tercera? Mi curiosidad me hizo ir al piso de abajo, las voces venían de la cocina. Como estaba sin camisa, no quería presentarme recién levantado, con la voz pastosa y sin camisa, así que escuché desde fuera la conversación.
– Bueno Gema, cuéntale a Mario tu problema, seguro que te puede dar una solución- decía mi madre.
Entonces comenzó a relatar que se había casado con un español cuando llegó y que era muy feliz trabajando en el hospital. Tenía dos hijas, una suya y la otra era de una amiga que murió en el parto y la había criado ella ya que no tenía más familia, la trataba como si fuera suya. Les explicó que Javier, su marido hacía unos meses que había perdido su trabajo, comenzó a beber y su carácter cambió y se volvió violente.
-Cariño, le he dicho que pueden quedarse con nosotros unas semanas, sus hijas y ella, mientras encuentran un apartamento, ¿qué te parece?- le dijo mi madre a mi padre.
-Bueno, no hay problema, que se queden en las habitaciones que tenemos libres, pero en cuanto a lo otro, debería solicitar el divorcio. Yo puedo hablar con un abogado amigo mío, Fernando, ¿te acuerdas de él? Y ya está. Voy a despertar a Pablo para que me ayude a ir a buscar las cosas a casa de Gema y traernos a las chicas.
– ¿No serán demasiadas molestias?- dijo Gema.
– Tranquila mujer, que el chico está todo el día holgazaneando y le sentará bien tomar el aire – dijo mi padre.
Entonces, salí corriendo escaleras arriba a mi sofá y me hice el dormido, porque no me apetecía nada salir a ejercer de burro de carga. En eso, llegó mi padre y me pidió me levantara que teníamos de ir a hacer un recado.
Quejándome me vestí y bajé, allí estaban mi madre, mi padre y Gema, ¡vaya pedazo de mujer! Era una mulata cuarentona, con unas tetas inmensas, delgada, con unos labios gruesos, hechos sin duda para placeres dignos de las grandes orgías romanas. En fin, una tía hecha para follar. Me la presentaron como una amiga de mi madre que iba a pasar una temporada en casa porque se mudaba de piso y estaría con sus hijas en la habitación del ático.
Era la enfermera que trabajaba bajo las órdenes de mi madre en el hospital. Me hice el loco y no dije nada. Fuimos en la furgoneta que tiene mi padre al piso que tenían y donde nos esperaban sus hijas.
Eran dos lindas adolescentes, Berta era la mayor, era mulatita, tenía 19 años, con culo respigón y unas tetitas que ya despuntaban que iban a heredar el nivel genético de su madre. Eva tenía 18 años, sus pechos eran pequeños y su culito no era tan respingón, pero tenía la cara más bonita que jamás había visto, sin duda sería una hembra de primera cuando creciese. El caso es que cargamos los paquetes y nos fuimos para casa.
– Hay que ver lo guapas que están tus hijas, Gema -dijo mi padre.
– Gracias. Pablo está hecho todo un hombre. Vas al gimnasio ¿verdad?
-dijo Gema.
– Si, es bueno para los estudios hacer ejercicio con regularidad- dije.
El viaje siguió con una charla que lideraban mi padre y Gema, hasta que llegamos a casa. Otra vez, me tocó llevar las cosas hasta el ático, mientras mis padres y las invitadas tomaban un refresco.
– Ay, pobre Pablo, con el calor que hace, ¿te ayudamos? Vamos, nenas
-dijo Gema.
– No, vosotras descansad, que es bueno que se mueva un poco este gandul – repuso mi padre.
Cuando acabé, me fui a la nevera a por un refresco y me tiré en el sofá frente a la tele en busca de algún partido. Vino mi padre y me dijo que luego llevara a las chicas a dar una vuelta por el centro comercial mientras ellos iban con Gema a hacer unas gestiones, que me llevara el coche de mi madre. Eso significaba que el partido de la tarde con los colegas se iba a tomar por culo y es que con mi padre no vale la pena discutir. Me fui a duchar, me vestí y bajé al salón. Allí estaban las chicas listas para salir. Saqué el coche de mi madre del garaje y paré frente a la entrada de la casa, Berta se sentó al lado mío y Eva detrás.
– ¿A dónde vamos? Esta tarde, soy vuestro chófer- dije, sonriéndoles.
– Queríamos ir a ver tiendas al centro comercial, pero da igual – dijo Berta.
Durante el trayecto fuimos hablando de cómo les iban los estudios, me dijeron que estudiaban en mi viejo instituto, les comenté anécdotas de los profesores que ahora les daban clase. Les pregunté si tenían novio y me dijeron que no. Yo las trataba como niñas, no como si fueran posibles presas.
Bueno, lo de ir de tiendas tampoco estuvo tan mal veía chicas guapas mientras las esperaba. Fue durante una de esas esperas en las que me acordé de que en uno de mis experimentos durante el instituto conectamos cámaras a todas las aulas, el caso es que esto me dio una idea: Poner cámaras en el baño que iban a usar mis invitadas y en su dormitorio, el fin era ver a su madre desnuda pues prometía un buen paisaje. El que lo lea pensará pedazo de salido, pero es que llevaba unos meses sin pillar cacho y no podía más.
En resumen, cuando llegamos a casa aún no habían llegado mis padres y Gema, por lo que aproveché que Berta y Eva veían la tele en el salón para poner las cámaras. Ahora, solo había que esperar el momento, pues con el ordenador tenía registrado todo lo que pasase en su baño y dormitorio. Bajé cuando acabé y las encontré viendo una de esas comedias de amor que tanto atraen a las jovencitas, así que me fui a mi dormitorio y me tiré en la cama a la espera, leyendo un libro. Al rato llegaron mis padres con Gema y pronto apareció Eva en mi habitación.
– Hola, ya está lista la cena.
Bajamos a cenar y cuando acabamos, mi padre y yo nos perdimos como de costumbre para no tener que recoger la mesa. Me fui a mi cuarto a preparar el dispositivo. La primera en entrar al baño fue Gema, la definición de la imagen no era una maravilla, pero era lo suficiente como para ver el bamboleante movimiento de sus senos. Era una diosa de ébano que se desnudaba para ducharse. Tras los cristales de la mampara de la ducha se veía como se enjabonaba el cuerpo, como se acariciaba la piel y luego como se secaba. Vaya, pedazo de paja que cayó. Nada, que me la tenía que tirar como fuera. Cuando salió del baño, activé la cámara del dormitorio, allí estaban Eva y Berta, en ropa interior, mostrando a la cámara sus encantos.
Yo que andaba caliente con su madre, comencé a ponerme burro otra vez, vaya par de hembras que se estaban criando. Sin más, me dispuse a ver como pasaban la noche las invitadas. Nada, se acostaron y mis expectativas de ver carne se acabaron al ver que dormían con las sábanas hasta las orejas.
Todo discurría con normalidad, yo haciendo lo de siempre, el vago, mis invitadas con ropas que dejaban ver su piel, pero nada más, ni insinuaciones, ni nada. Joder, parecía que ellas eran seres asexuados, no tenían novio ni las pillaba viendo porno o algo, tampoco salían con chicos ni con amigas. Y yo, cada día, más caliente con las tres hembras que me habían puesto en la habitación de encima.
Así siguieron las cosas hasta que un día llegué un poco antes de lo habitual de mi partido de fútbol con los colegas, esos mamones habían pasado de jugar porque querían ir al cine.
Bueno, yo para eso me iba a mi casa, así que cuando llegué a mi cuarto, oí unos gemidos del cuarto de invitados. Pensé que sería una de las chicas masturbándose, encendí el ordenador, activé la cámara y miré la pantalla tratando de ver qué pasaba. Vi la cara de Berta, gemía pero no entendía muy bien la imagen, era un cuerpo raro bajo la sábana, ¡eran Berta y Eva jugando!, y vaya juegos. Joder, esto era cachondísimo, mis pequeñas vecinitas de habitación eran unas bolleras.
Nada, ahí fueron cayendo pajas hasta que ambas se fueron al salón dando por terminado el asunto. Ni que decir tiene que todo esto lo guardé como archivo de video, nunca se sabe cuando haría falta un pequeño estímulo… Cabezazos a pares me di aquella noche cuando pensé mejor lo que había hecho, tenía que haberme lanzado, arriesgarme de una vez y haber entrado en la habitación de mis invitadas. En fin, de nada valía lamentarse ahora.
Bueno, la siguiente oportunidad apareció una mañana mientras mis padres y Gema trabajaban, las oí jugando y me lancé. El pestillo de la puerta de su cuarto tenía un truco que yo sabía, de ese modo parecería que ellas habían dejado la puerta abierta y yo me haría el sorprendido ante la escena. Abrí la puerta y las vi, Eva le comía los labios a su hermanastra y no precisamente los de la boca. Yo me hice el sorprendido.
– ¿Qué estáis haciendo?- les pregunté.
Vi su cara de susto y me fui a mi cuarto. El anzuelo ya estaba puesto, ahora solo quedaba que mordieran. Quince minutos más tarde aparecieron en la puerta de mi cuarto. Vestían más sensuales que nunca, me sonreí y seguí leyendo.
– Pablo, nosotras queríamos explicarte lo que pasó antes- dijo Berta.
– No tenéis que explicarme nada- respondí haciéndome el ofendido.
Ambas se sentaron en mi cama, una a cada lado.
– No queremos que nadie sepa nuestro secreto y estamos dispuestas a compensarte si no se lo cuentas – dijo Berta.
– Sabes, he oído que en las obras griegas los héroes disfrutaban de muchas concubinas y, si tú quieres, podemos ser tus concubinas. ¿Verdad, Berta? – dijo Eva.
Yo no contesté, en parte haciéndome el duro, en parte por el dolor que me provocaba la gigantesca erección que tenía y que me apretaba los testículos en el pantalón; no podía recolocarme el paquete sin atraer la atención hacia esa zona de mis calientes negociantes. Se lanzaron ambas y comenzaron a acariciarme. El caso es que no aguanté mucho y comencé a magrearlas. Berta cerró la puerta de mi cuarto y se quitó el top, la minifalda y las sandalias. Yo mientras besaba a Eva y le bajaba las bragas, mientras ella me sacaba el rabo de su cautiverio y lo acariciaba. Se nos unió Berta quien me besó de una manera que parecía que quisiera saber que había comido aquella semana, luego bajó y se puso a besar mi prepucio, lo besaba, lo lamía y lo chupaba.
Yo no me creía que eso fuera verdad, pero no pensaba en nada más que en ese par de hembras. Eva, entonces, se quitó la ropa y se sentó en mi cara dándome a probar su sexo, me lancé y se lo devoré. Debe ser verdad que el olor del sexo de una mujer es afrodisíaco, o quizás era la mamada que me hacía su hermana, pero yo estaba cada vez más caliente; no pensaba, era como un animal. Era como en los sueños, no piensas lo que haces, solo lo haces. La postura cambió y Eva comenzó a comerme el rabo mientras yo devoraba el sexo de Berta, luego la puse a Berta a cuatro patas y comencé a montarla como los perros mientras apretaba sus buenas tetas, cosa que aprovechó su Eva para lamer nuestros sexos tumbada boca arriba.
Después, se puso delante de Berta para que ésta le comiera el conejito, mientras yo la penetraba a mi antojo. Cuando Berta se cansó, le cambió el sitio a Eva y me dijo que lo hiciera con cariño porque aun era virgen, se puso entre los dos y me guió hacia el interior de su “hermana”. Yo, que soy un bruto y solo ansiaba clavarla como un potro en celo, cuando se distrajo Berta, la metí hasta el fondo y Eva gimió medio de dolor, medio de placer, mientras Berta acariciaba a Eva mientras yo le echaba el primer polvo de su vida, hasta que por fin llegó al orgasmo. Entonces les pedí a ambas, que quería hacer una fantasía que había visto en las películas porno, eyacular en sus caras mientras me la chupaban alternativamente. Ellas aceptaron, pues solo querían complacerme, se pusieron de rodillas frente a mí y yo de pie. Al poco de comenzar con el juego, empezaron los espasmos que llenaron sus caritas de mi semen. No me podía creer lo que me estaba pasando.
Fueron al baño y mientras, me puse un pantalón y me tiré en la cama a dormir, cuando desperté, se habían ido y solo dejaron una nota bajo mi almohada. “Querido amo, seremos sus esclavas mientras usted guste, nuestro deseo es complacerle todo. Atentamente. Berta y Eva”
Vale, comprendía el juego, harían lo que quisiera siempre y cuando yo no dijera nada a nadie de cómo se entendían. Desperté con una erección, así que salí del cuarto en su busca.
Besos.