Relato erótico
Viernes de pasión
Tenían por costumbre “celebrar” los viernes de una manera especial. Buena cena, mucho sexo e imaginación y vicio a tope. Lo que su mujer no sabía era que aquel día le había preparado una sorpresa.
Javier – Ciudad Real
De un tiempo a esta parte habíamos establecido la costumbre de celebrar una fiestecita los viernes por la tarde. Alrededor de las ocho de la tarde solía regresar yo a casa, después de dar por finalizada la semana de trabajo. Llamaba al timbre de la puerta y esperaba que me abriera. Tras breves instantes, el tintineo de unos tacones acercándose al otro lado del umbral iba seguido del ruido de la cerradura al descorrerse, para abrirse la puerta a continuación y mostrar a Pilar en todo su esplendor. Zapatos negros de alto tacón, medias y ligueros negros y un chal que cubría su torso sólo cubierto por un sujetador de blonda también negro; maquillada y con los ojos pintados. El aroma de un perfume dulzón, elegido especialmente para las fiestas, envolvía el umbral. Y una vez franqueada la entrada empezaba una tarde de lujuria sin límites.
Sólo que en esta ocasión las cosas iban a discurrir por un camino un poco diferente, puesto que tenía una sorpresa para ella. Pilar abrió la puerta y se quedó sin habla. No era yo quien estaba frente a ella, sino nuestro amigo Enrique todo sonriente. Asomé la cabeza diciendo:
-Hola, sorpresaaa… y me adelanté a mi amigo
Traspasando el dintel y abrazando a Pilar la besé en la boca. Pregunté si no iba a dar la bienvenida a Enrique y en respuesta dijo:
-Si claro
Se arrimó a él y le besó en la boca. Él la abrazó y dejó discurrir las manos por su espalda en una caricia que llegó hasta las nalgas.
-Hoy vamos a tener una fiesta especial, pues todo será verdad. Voy a entregarte a otro hombre y quiero que te sometas a todos sus deseos, sean éstos cuales sean. Hoy serás nuestra puta de verdad, se cumplirá tu fantasía. Y yo gozaré y te sentiré más mía que nunca al culminar mi acto de posesión entregándote.
Añadí que le pedía total sumisión y ella respondió agachándose frente a Enrique para acariciarle el paquete por encima del pantalón:
-Así me gusta -le dije-
Invité a Enrique a acomodarse en el sofá y pedí a Pilar que nos trajera unos Whiskys. Mientras ella los preparaba coloqué una cinta porno en el vídeo y la puse en funcionamiento. Pilar nos entregó un vaso a cada uno y quedó de pie junto al sofá, con las manos caídas a sus costados. Le dije que no debía mirarme a mí sino a Enrique, que era hoy su dueño.
Ni corto ni perezoso, Enrique le ordenó que le ayudara a desnudarse. Pilar se fue a colocar adecuadamente sobre una silla la ropa del “cliente”. Enrique se había sacado la polla a través del orificio delantero del calzón y empezaba a masturbarse. La llamó y le dijo “ven” y ella se acercó. Le pidió que le sacara los calcetines y que le besara los pies y ella así lo hizo.
-Anda, quítate la ropa -le ordenó-
Le obedeció y se fue desnudando lentamente mientras le miraba a los ojos y se mostraba todo lo insinuante que es capaz. Él la devoraba con los ojos encendidos de deseo y continuaba excitándose con la mano.
Reiteré a mi amigo que no debía cortarse por nada y que podía hacer todo lo que quisiese con Pilar. Le previne que ella no había follado nunca por el culo, pero que no debía perderse sus cualidades para la mamada, género en el que era experta. No debía irse sin follarla de todas las maneras.
Mientras decía esto notaba como aumentaba la respiración de Pilar, cuyo rostro estaba ya encendido y brillaban de sexo sus ojos. Enrique, que ya se había despojado de los calzoncillos y lucía una considerable erección, le dijo “vamos a ver si es verdad, puta” y ella se arrodilló frente a él y se situó entre sus piernas, que la abrazaban por los costados. Tomó la verga de aquél sesentón con ambas manos y tras darle unos suaves masajes se la metió en la boca y chupó durante un rato. Enrique la agarraba del cabello y de la nuca y dirigía el ritmo de la mamada. Ella deslizaba su lengua a lo largo de todo el pene, prolongando las lamidas hasta la peluda bolsa de los huevos, cosa que producía cada vez un estremecimiento en Enrique.
De repente la hizo parar y me dijo que deseaba pasar con ella un rato al dormitorio. Me preguntó si tenía inconveniente y respondí que no, que esperaría un rato mientras hacían sus cosas y después me incorporaría a la fiesta. Se levantaron cogidos de la mano y Pilar, tras darme un casto beso en la mejilla, le condujo hasta nuestra cama.
La propuesta de Enrique me había producido una inmediata erección que amenazaba anticipar los acontecimientos, por lo que decidí enfriarme un rato mientras esperaba. Así que me senté frente al ordenador y me entretuve ordenando unos ficheros. Puse másica a medio volumen, pues aunque la habitación está al otro extremo de la casa, quería que estuviéramos completamente aislados. Así dejé transcurrir poco más de veinte minutos, me desnudé y me dirigí hacia la habitación.
Cuando entré, recibí la impresión más fuerte de mi vida: mi mujer estaba sobre la cama a cuatro patas y Enrique, de rodillas y detrás suyo, la estaba follando con fuertes arremetidas mientras ella jadeaba, gemía y se retorcía de gusto saboreando el enorme trozo de polla que llenaba su chocho y su lujuria. Me acerqué a la cama y Enrique se apercibió de mi presencia; me miró a los ojos y creí notar en su mirada un gesto de interrogación y a la vez de cierta satisfacción, en un rictus labial de prepotencia, por el hecho de estar follándose a mi mujer en mis narices mientras ella, ignorante aún de que yo la estuviera contemplando, disfrutaba como una perra en celo.
Estaba ya junto a ellos y podía percibir el olor a sexo que emanaban y ver los surcos de sudor correr por la frente y el pecho de Enrique. Alargué la mano y acaricié la espalda de mi querida compañera y esposa. Fue entonces, al sentir una tercera mano sobre su cuerpo. Enrique le tenía aprisionados los pechos con las suyas que se enteró de mi presencia. Me situé frente a ella, de pie; acerqué mi polla a su boca con una mano mientras con la otra la agarraba por la nuca para hacerle saber lo que quería de ella. Tomó mi pene en su boca y lo tragó como nunca lo había hecho; prácticamente desapareció entero en su boca mientras con una mano me acariciaba los cojones casi hasta estrujármelos.
Enrique follaba y me miraba enfebrecido. Le pedí que continuara y que se la metiera con fuerza hasta el fondo, que a ella le gustaba así. Le pregunté si lo pasaba bien y dijo que de puta madre, que mi mujer era un volcán y yo un amigo de verdad.
Le dije a Pilar que la quería con toda mi alma y que me hacía feliz su lujuria. Respondió que me amaba y que disfrutaba compartiendo su lujuria conmigo. Su mirada destilaba deseo incontenido y me siguió mirando mientras movía el culo y las caderas para adaptar mejor su cuerpo al de Enrique, que en este instante jadeaba como un salvaje, mientras Pilar gritaba:
-Que buena polla tienes, métela toda, así, más, no pares…
Babeaba sobre mis cojones y los llenaba de saliva con cada lametón, retorciéndose mientras tanto por la sensación que le producían los pollazos de su semental.
Enrique y yo convinimos mediante un gesto que todavía no era el momento de corrernos, por lo que casi simultáneamente ambos paramos. Él salió de inmediato del coño y yo la solté y retiré mi polla de su boca. Al quedarse sin apoyos, ella rodó sobre sí misma y cayó de espaldas sobre la cama. Decidimos descansar fumando un cigarrillo, no sin que Enrique pidiera a Pilar que nos sirviera unos whiskys. Cuando lo hubo hecho, brindamos por la ocasión y nos relajamos.
Cuando lo creímos oportuno, volvimos a entrar en la habitación. En un momento se estaban revolcando por la cama. Me senté para verlos bien. Pude observar como también le acariciaba el ano a la muy zorra. Mi excitación aumentaba por momentos. Mi cuerpo temblaba de pies a cabeza y pasaban por mi cabeza sensaciones que siendo tan deseadas como desconocidas se manifestaban ante mí.
Enrique se desasió de sus caricias y se colocó detrás de ella para hundir su tranca en ella, que la acogió con gemidos de entusiasmo.
Pilar se corrió ruidosamente a las primeras embestidas. Enrique no pudo resistir más y mientras pronunciaba nuestros nombres y otras palabras desconocidas dejó de moverse, tembló y prorrumpió en una serie de estertores que terminaron en una gigantesca eyaculación dentro del cuerpo de mi mujer, antes de derrumbarse satisfecho y sonriente sobre el catre para quedar inmediatamente adormilado, no sin antes haber palpado por última vez el coño de Pilar.
Un saludo para todos.