Relato erótico

Viaje inolvidable

Charo
5 de septiembre del 2018

Dice que le gustan los relatos de nuestra revista y que por fin se ha decidió a enviarnos uno. Según él, fue el mejor fin de semana que pasó con su chica.

Pedro – VALENCIA
Hola amigos de Clima, llevo varias meses leyendo los relatos de esta revista y los hay realmente buenos. Yo no soy gran escritor, pero os voy a contar una historia de lo más normal, sin fantasías, pero que yo cada vez que recuerdo el momento, me pongo a 100.
Todo empieza en el regreso a casa después de un fin de semana de un pueblo maravilloso en el que habíamos disfrutado de buena arquitectura, gastronomía deliciosa, y momentos de pasión en el hotel.
Ya llevábamos mas de 80 km de los 300 que nos separaba de casa, y empezamos a comentar Maite y yo de lo bien que lo habíamos pasado estos dos días.
Sí, mi chica se llama Maite y es una persona que parece muy seria, que cae muy bien a la gente por lo bien que habla y que siempre tiene buenas palabras para todo el mundo, tiene 33 años, es recatada, pero a la vez es una loca apasionada cuando se pone al tema. Mide, 1,60, pero tiene un cuerpo perfecto. Delgada, cintura estrecha, con un culo apretado y respingón, tiene un pecho firme y de buen tamaño. Buen tamaño a mi gusto, pues cuando lo agarro no sobra ni teta ni mano. Morena, pelo rizado y con gran pasión por hacer top-less cuando vamos a la playa. Es una mujer que me vuelve loco.
Yo ya estaba bien satisfecho de estos días, pero no perdía oportunidad para calentar el ambiente para disfrutar de nuevo al llegar a casa. Entonces empecé a acariciar su pierna por encima del pantalón de manera sensual, y llegando de manera repetida a su sexo. A la vez acariciando su pecho, y metiendo la mano por dentro de la camiseta para disfrutar de la textura de su pecho desnudo. Todo eso con la mano derecha, mientras conducía con la izquierda. Esperaba que me quitase la mano de encima de su cuerpo por lo “peligroso” de la situación, y como había hecho en tantas otras veces. Peo esta vez no sé si le podían más las ganas o el peligro de que yo condujera con una mano. Dejé de tocarla y cerqué su mano a mi polla, que en ese momento ya tenía un tamaño considerable.

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Estaba en la gloria, conduciendo, solos en la carretera y con la mano de mi chica acariciándome la polla. Cuando notó que se me ponía dura, paró y sonriendo dijo que era mejor no hacer imprudencias. Entonces decidimos recordar lo que habíamos hecho aquel fin de semana.
Follamos muchas veces, en demasiadas diría yo. Estaba realmente agotado y en broma le dije que no hubiera aguantado ni un polvo más.
El primer día que llegamos, y cuando estábamos dándonos un baño, le hice una comida de chocho soberbia y la hice correr dos veces. Incluso, el primer día y después de comer por los alrededores, echamos tres polvos entre siesta y siesta. Os cuento esto para que os hagáis una idea. Yo tenía los huevos secos y ella se había corrido infinidad de veces.
Pero Maite, no sé por qué motivo, aún quería más. Y se lo notaba mientras conducía. Le indiqué que se tocase mientras yo la llevaba a casa y así lo hizo, se desabrochó el pantalón, reclinó el asiento un poco, e introdujo la mano dentro de sus bragas. Estaba disfrutando, y yo con lo que ella hacía. De vez en cuando sacaba su mano para que yo pudiese tocar, notar lo mojada que estaba, sustituir sus dedos durante unos segundos y al sacarlos saborearlos, algo que la ponía aún más cachonda. ¡Que bueno estaba su chocho!
Al poco tiempo me pareció que estaba a punto de correrse, y así fue. Se retorció levemente y se quedó un poco de lado descansando unos segundos. Yo aproveché para tocar y notar que realmente estaba mojada. Y esta vez no fui yo, pues dijo Maite:
– Para el coche, tengo ganas de más, búscate un sitio para que puedas hacerme gozar.
– ¿Aún más? Me tienes seco este fin de semana – respondí yo.
– Aprovecha.
La verdad es que ganas no me faltaban, pero no sé si por las ganas de llegar a casa, o mas bien por miedo a no poder satisfacerla al 100%, la di largas y seguí conduciendo, pero acariciándola de vez en cuando. De repente ella me dijo:
– Pues si no quieres, yo sigo a lo mío.

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Se quitó el pantalón y la braga dejando al aire su rasurada rajita, que me encargué yo mismo esa misma semana de arreglar. Se reclinó aún más el asiento, y empezó a acariciarse con aún más pasión, abriendo sus piernas todo lo que la estrechez del coche la dejaba. Yo estaba loco por la escena. Pero después de unos instantes, la invité a que se tapase un poco.
– Deberías taparte un poco, creo que un par de camioneros a los que hemos adelantado te han visto, y podrías provocar un accidente – le dije.
Cogió una toalla de la mochila que teníamos en el asiento trasero y se tapó mientras seguía tocándose la rajita con una mano y pellizcándose los pezones con la otra. Yo no perdía ocasión de acariciarla debajo de la toalla, estaba húmeda desde el chocho hasta el ojete.
Estaba completamente cachondo, no podía disfrutar más de la escena, mi polla estaba a punto de reventar, notaba que mi rabo babeaba a tope.
Al poco ella bajó las dos manos debajo de la toalla, una por delante y otra por detrás subiendo la pierna derecha encima del salpicadero. Aseguró que se lo estaba tocando todo, y me invitó a que le sobase las tetas.
– No me quedan manos para tocármelas, ¿te importaría?
Le dije que no podía, que tenía que conducir, y seguí dándose gusto ella solita. Qué manera de jadear, de estremecerse y de volverse loca. Perdí la cuenta de los orgasmos que llevaba, imagino que sería equivalente a las manchas que yo estaba dejando en mi calzoncillo.
Cuando terminó, se quedó unos kilómetros recostada, para luego enderezarse el asiento y no mediar palabra. En ese momento me dio igual todo, quería probar, beberme, saborear todo lo que en su entrepierna rebosaba.
Ella se dio cuenta y dejó la toalla encima de sus piernas aún desnudas. No tardé en encontrar un camino que salía a la derecha que no parecía en muy mal estado. Frené bruscamente y me adentré en él.
Maite lucía una sonrisa de oreja a oreja, y a no a más de 100 metros había unos árboles justo al lado del camino. Paré el coche, y aún no había parado el motor, cuando ella ya estaba en el asiento trasero con el sujetador y camiseta quitada y abierta de par en par.
La escena me ponía cardiaco, me abalancé sobré su clítoris, que lamí con pasión mientras mis manos jugueteaban con sus tiesos pechos. Que sabor, y deleite. Pasé mi lengua por sus labios e ingles, llegando al ano. Toda ella sabía al jugo que había salido de sus anteriores orgasmos. Bajé mi mano para seguir tocándola el clítoris con mis dedos y mientras mi lengua se introducía todo lo que podía en su coño, inundando mi barbilla. Acto seguido empecé a recorrer mi lengua por su ano, lo que la empezó a volver loca y puso sus manos en sus glúteos abriendo más su culo.
Noté como se corría de nuevo, por lo que la dejé descansar mientras con una mano acariciaba sus pechos suavemente, y con la derecha, sin tocar si coñito, acariciaba sus piernas y culo.
– Desnúdate del todo y métemela hasta dentro – me dijo ella.
– Aún no he terminado contigo – le respondí.
Tenía unas ganas locas de liberar todo lo que en mi pantalón aprisionaba. Pero ella aún podía darme más.
Sin tocarle el clítoris, empecé a jugar con mis dedos en su culo, con lo lubricado que estaba todo, no me costó introducir el principio de mi dedo. Notando lo relajada que estaba seguí unos segundos, y a continuación ya fueron dos lo que intentaba meter hasta dentro.

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Ella cerró los ojos, y empezó a tocarse los pezones poniéndolos aún más duros. Dándome por enterado que le estaba gustando mucho.
No dejaba de acariciarle las piernas, el pecho, los brazos, todo ello con mi mano izquierda, ya que la derecha estaba ocupada en otros asuntos.
La verdad es que el culo de Maite siempre ha sido un tema “tabú”, nunca le había gustado que jugase con él, pero sabiendo lo cachondo que a mi ponía de vez en cuando, y mientras la saboreaba, lo acariciaba por fuera, incluso un día me dejó acercarle el capullo en su agujerito, aunque no me dejó acabar.
Ya estaba poniéndose otra vez más a tono con lo que pasé mis dedos de la mano izquierda a acariciar muy, muy despacio, y muy suavemente por todo su coñito y clítoris. Mientras yo prestaba la máxima atención en hacerla gozar por el culo.
Mis dos dedos, salían y entraban ya prácticamente solos, así que probé a meter “otro mas”. Me pareció verle alguna mueca de dolor o desagrado, pero me dio igual, yo ya estaba con intenciones de hacerlo. Lo intenté, muy poco a poco y con todo bien humedecido, fui metiendo los cuatro dedos en su culito, pero ella me separó la mano, parecía que le estaba doliendo, lo que me hizo ir más despacio, pero no paré, la panorámica era excepcional.
En este momento insistí más en su clítoris, y a la vez ella empezaba de nuevo a retorcerse, y los movimientos de mi mano derecha empezaron de nuevo. Otra vez se estaba corriendo, en lo que aproveché la coyuntura para introducir más mis dedos. Esta vez no se quejó y solo estaba disfrutando. Y mis dedos llegaron a introducirse hasta casi los nudillos. Y así durante bastante tiempo, yo estaba loco. La había hecho gozar por la estimulación en el culo.
No podía desperdiciar la ocasión, tenía que metérsela en su agujero más pequeño y sin que terminase de correrse, me desnudé, y me dispuse a metérsela.
Lo malo llegó después, y era que no la tenía lo suficientemente dura como para follarle el culo. Solo lo intenté una vez, no quería fastidiar el momento. Y bueno, se la introduje de una vez en su empapado coño, pues aquí no hubo problema.
El metisaca duró bastante rato, tiempo en el que no pude perder la concentración y en la que Maite estaba gozando de nuevo.
Que lindos pechos, que melena preciosa, que cara más bonita, y vaya polvo le estaba echando.
Me corrí dentro y me quedé casi mareado. Qué bueno fue. Nos separamos, yo estaba exhausto. Y los cristales del coche completamente empañados.
Hasta ese momento no me había dado cuenta lo cerca que estábamos de la carretera, cualquiera podría haberse parado a “cotillear”, pero no me importó.
Maite se recompuso antes que yo. Sacó un pañuelo de papel, se limpió. Bueno, no se cuantos tuvo que sacar, y también me secó a mí.
Después se medio tumbó en mi pierna y empezó a besarme y acariciármela muy despacio, limpiando cualquier resto que pudiera quedar. A todo esto, yo estaba pensando “otro más no puedo”, pero no fue así. Al poco paró, nos vestimos, y reemprendimos el camino de vuelta a casa.
Fue el fin de semana más sexualmente activo que he tenido nunca. Inolvidable, y quería mantenerlo para siempre con este relato. Desde entonces intenté escapadas para disfrutarlo de igual manera, estuvieron muy bien, pero no fueron iguales.
Y al día de hoy, sigo sin poder usar su culo para satisfacer mis más bajos deseos, pero aún así no me puedo quejar de lo sana y activa que es nuestra vida sexual en estos nueve años que llevamos juntos.
Saludos de los dos.

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